1 Reyes 9 - 10 y Salmo 122
Continuamos en nuestra lectura del ápice de la gloria de Salomón y del cumplimiento de las promesas de Jehová a Israel, sobretodo en el capítulo 10 con la visita de la reina de Sabá a Jerusalén. La Biblia nos pone al lado de ella para maravillarnos de la sabiduría de Salomón, la organización de su mesa y de sus oficiales y del culto del templo. Testifica que ella: se quedó asombrada (1 Reyes 10:5), y así debemos quedarnos nosotros también. Juntos con ella, debemos reconocer la bendición de Israel en esta época: Bienaventurados tus hombres, dichosos estos tus siervos, que están continuamente delante de ti, y oyen tu sabiduría (1 Reyes 10:8). Y como ella, debemos alabar a Jehová como la fuente de estas bendiciones: Jehová tu Dios sea bendito, que se agradó de ti para ponerte en el trono de Israel; porque Jehová ha amado siempre a Israel, te ha puesto por rey, para que hagas derecho y justicia (1 Reyes 10:9). Aún más gloriosas que las bendiciones materiales y de justicia que disfruta Israel en Salomón son la justicia y la misericordia de Jehová.
Y en este punto alto terminamos la séptima unidad de la Biblia, las lecturas sobre el establecimiento de la monarquía en Israel, que se extiende de Rut 1 hasta 1 Reyes 10. ¡Cuán diferentes son que las lecturas del libro de Jueces! Jehová redimió a Israel del ciclo del declive espiritual por establecer a su ungido (David y luego, Salomón) en su ciudad escogida (Jerusalén), por acompañarlo por un sacerdocio fiel (la casa de Sadoc), por multiplicar a los israelitas en la tierra prometida y por darles la paz y la prosperidad entre todos sus vecinos. Su pueblo refleja su dominio justo y disfruta las bendiciones de ser su tesoro especial. ¡Alabado sea el nombre de Jehová!
Y en este punto alto terminamos la séptima unidad de la Biblia, las lecturas sobre el establecimiento de la monarquía en Israel, que se extiende de Rut 1 hasta 1 Reyes 10. ¡Cuán diferentes son que las lecturas del libro de Jueces! Jehová redimió a Israel del ciclo del declive espiritual por establecer a su ungido (David y luego, Salomón) en su ciudad escogida (Jerusalén), por acompañarlo por un sacerdocio fiel (la casa de Sadoc), por multiplicar a los israelitas en la tierra prometida y por darles la paz y la prosperidad entre todos sus vecinos. Su pueblo refleja su dominio justo y disfruta las bendiciones de ser su tesoro especial. ¡Alabado sea el nombre de Jehová!