1 Samuel 23 - 25 y Salmo 142
En estos capítulos continuamos nuestra lectura de la protección de Jehová a su ungido: Lo buscaba Saúl todos los días, pero Dios no lo entregó en sus manos (1 Samuel 23:14).
Entre las salvaciones, encontramos dos que son muy sorprendentes. Primero, David no se venga de Saúl en la cueva en 1 Samuel 24. A la vista de muchos, parece que todas las razones están a favor de matarlo en la oscuridad de la cueva: He aquí el día de que te dijo Jehová: He aquí que entrego a tu enemigo en tu mano, y harás con él como te pareciere (1 Samuel 24:4). ¡Jehová te ha dicho precisamente de este día; te ha dado permiso a matarlo! Y podemos justificarlo con muchos razonamientos más. El reinado de Saúl se ha vuelto diabólico. Reina en soberbia y por su propio provecho; no piensa en el bien de Israel. Aquí puedes vengar la destrucción de la ciudad sacerdotal de Nob. ¿No te ha ungido Jehová a ti? ¿No ha abandonado Jehová a Saúl? ¡He aquí, David: Jehová te lo ha entregado!
Pero hay una inconveniencia. Más que inconveniencia, es una injusticia, una rebelión contra Jehová: Jehová me guarde de hacer tal cosa contra mi señor, el ungido de Jehová, que yo extienda mi mano contra él; porque es el ungido de Jehová (1 Samuel 24:6). Dice el nombre de Jehová tres veces en un solo versículo porque reconoce contra quién sería tal acción.
Aunque probablemente nunca tenemos que decidir entre el asesinar o no asesinar a otra persona, no puedo evitar de pensar en cuántas veces la misma clase de tentación se presenta a nosotros los cristianos. Se nos presenta una “oportunidad” impresionante (mejor dicho, una tentación) para conseguir algún beneficio o favor del gobierno, para enriquecernos rápidamente, para sacar un rembolso inesperado, para aprovecharnos de algún placer a escondidas, para tomar un paso adelante en el avance de nuestras carreras o en los estudios. ¡Y se ha puesto tan fácilmente en nuestras manos de que estamos convencidos que es el plan de Dios!
Pero hay una sola inconveniencia… o mejor dicho, una rebelión. Hay que presentar un documento falso (levantar falso testimonio); o hay que decir una mentira (¡una sola!); o hay que tomar algo que no es nuestro; o hay que fingir una verdad que no es; hay que engañar a otro; hay que encubrir una parte clave de la verdad… Y mientras la consideramos, podemos poner en una lista larga de personas - ¡aún cristianos! – que nos dirían: ¡Hazlo! Todo el mundo lo hace. ¿No ves que Dios te está apremiando por tu fidelidad a Él? Mira cómo Dios te quiere prosperar…
Gracias a Dios por los que, como David, reconocen el dominio de Jehová aún a pesar de líderes, gobernantes, supervisores y maestros injustos, que ven contra quién en realidad se levantan en rebelión al tomar un paso injusto sólo para avanzar sus propios intereses. David no va a ser un rey como Saúl; aprecia el dominio justo de Jehová más que sus propios intereses. Por eso está satisfecho al perdonarle la vida y al decir: Juzgue Jehová entre tú y yo, y véngueme de ti Jehová; pero mi mano no será contra ti (1 Samuel 24:12).
Y es por eso que es tan sorprendente la reacción de David en 1 Samuel 25. Es como si a David se la ha olvidado su justicia en el capítulo anterior. Va a hacer que Nabal y todo su rancho pague con la vida la afrenta: ¿Quién es David, y quién es el hijo de Isaí? Muchos siervos hay hoy que huyen de sus señores. ¿He de tomar yo ahora mi pan, mi agua, y la carne que he preparado para mis esquiladores, y darla a hombres que no sé de dónde son? (1 Samuel 25:10-11) Gracias a Dios por la protección de su ungido otra vez, ahora en la forma de Abigail, la esposa de Nabal: Acontecerá que cuando Jehová haga con mi señor conforme a todo el bien que ha hablado de ti, y te establezca por príncipe sobre Israel, entonces, señor mío, no tendrás motivo de pena ni remordimientos por haber derramado sangre sin causa, o por haberte vengado por ti mismo (1 Samuel 25:30-31). Que estime de nuevo el dominio justo de Jehová más que la venganza, más que la violencia injusta, más que la protección de sus propios intereses. Que el rancho de Nabal no llegue a ser la versión davídica de la ciudad de Nob.
Gracias, Padre celestial, por las veces que nos has protegido de nuestra propia potencial para pecar.
Entre las salvaciones, encontramos dos que son muy sorprendentes. Primero, David no se venga de Saúl en la cueva en 1 Samuel 24. A la vista de muchos, parece que todas las razones están a favor de matarlo en la oscuridad de la cueva: He aquí el día de que te dijo Jehová: He aquí que entrego a tu enemigo en tu mano, y harás con él como te pareciere (1 Samuel 24:4). ¡Jehová te ha dicho precisamente de este día; te ha dado permiso a matarlo! Y podemos justificarlo con muchos razonamientos más. El reinado de Saúl se ha vuelto diabólico. Reina en soberbia y por su propio provecho; no piensa en el bien de Israel. Aquí puedes vengar la destrucción de la ciudad sacerdotal de Nob. ¿No te ha ungido Jehová a ti? ¿No ha abandonado Jehová a Saúl? ¡He aquí, David: Jehová te lo ha entregado!
Pero hay una inconveniencia. Más que inconveniencia, es una injusticia, una rebelión contra Jehová: Jehová me guarde de hacer tal cosa contra mi señor, el ungido de Jehová, que yo extienda mi mano contra él; porque es el ungido de Jehová (1 Samuel 24:6). Dice el nombre de Jehová tres veces en un solo versículo porque reconoce contra quién sería tal acción.
Aunque probablemente nunca tenemos que decidir entre el asesinar o no asesinar a otra persona, no puedo evitar de pensar en cuántas veces la misma clase de tentación se presenta a nosotros los cristianos. Se nos presenta una “oportunidad” impresionante (mejor dicho, una tentación) para conseguir algún beneficio o favor del gobierno, para enriquecernos rápidamente, para sacar un rembolso inesperado, para aprovecharnos de algún placer a escondidas, para tomar un paso adelante en el avance de nuestras carreras o en los estudios. ¡Y se ha puesto tan fácilmente en nuestras manos de que estamos convencidos que es el plan de Dios!
Pero hay una sola inconveniencia… o mejor dicho, una rebelión. Hay que presentar un documento falso (levantar falso testimonio); o hay que decir una mentira (¡una sola!); o hay que tomar algo que no es nuestro; o hay que fingir una verdad que no es; hay que engañar a otro; hay que encubrir una parte clave de la verdad… Y mientras la consideramos, podemos poner en una lista larga de personas - ¡aún cristianos! – que nos dirían: ¡Hazlo! Todo el mundo lo hace. ¿No ves que Dios te está apremiando por tu fidelidad a Él? Mira cómo Dios te quiere prosperar…
Gracias a Dios por los que, como David, reconocen el dominio de Jehová aún a pesar de líderes, gobernantes, supervisores y maestros injustos, que ven contra quién en realidad se levantan en rebelión al tomar un paso injusto sólo para avanzar sus propios intereses. David no va a ser un rey como Saúl; aprecia el dominio justo de Jehová más que sus propios intereses. Por eso está satisfecho al perdonarle la vida y al decir: Juzgue Jehová entre tú y yo, y véngueme de ti Jehová; pero mi mano no será contra ti (1 Samuel 24:12).
Y es por eso que es tan sorprendente la reacción de David en 1 Samuel 25. Es como si a David se la ha olvidado su justicia en el capítulo anterior. Va a hacer que Nabal y todo su rancho pague con la vida la afrenta: ¿Quién es David, y quién es el hijo de Isaí? Muchos siervos hay hoy que huyen de sus señores. ¿He de tomar yo ahora mi pan, mi agua, y la carne que he preparado para mis esquiladores, y darla a hombres que no sé de dónde son? (1 Samuel 25:10-11) Gracias a Dios por la protección de su ungido otra vez, ahora en la forma de Abigail, la esposa de Nabal: Acontecerá que cuando Jehová haga con mi señor conforme a todo el bien que ha hablado de ti, y te establezca por príncipe sobre Israel, entonces, señor mío, no tendrás motivo de pena ni remordimientos por haber derramado sangre sin causa, o por haberte vengado por ti mismo (1 Samuel 25:30-31). Que estime de nuevo el dominio justo de Jehová más que la venganza, más que la violencia injusta, más que la protección de sus propios intereses. Que el rancho de Nabal no llegue a ser la versión davídica de la ciudad de Nob.
Gracias, Padre celestial, por las veces que nos has protegido de nuestra propia potencial para pecar.