2 Reyes 17 - 20 y Salmo 108
En la lectura de hoy se desborda la amenaza asiria. Traga por completo el reino de Israel: En el año nuevo de Oseas, el rey de Asiria tomó Samaria, y llevó a Israel cautivo a Asiria, y los puso en Halah, en Habor junto al río Gozán, y en las ciudades de los medos (2 Reyes 17:6). Así se cumple el juicio declarado contra la idolatría y la desobediencia al pacto siglos antes: A vosotros os esparciré entre las naciones, y desvainaré espada en pos de vosotros; y vuestra tierra estará asolada, y desiertas vuestras ciudades (Levítico 26:33). Por cuanto no serviste a Jehová tu Dios con alegría y con gozo de corazón, por la abundancia de todas las cosas, servirás, por tanto, a tus enemigos que enviare Jehová contra ti, con hambre y con sed y con desnudez, y con falta de todas las cosas; y él pondrá yugo de hierro sobre tu cuello, hasta destruirte. Jehová traerá contra ti una nación de lejos, del extremo de la tierra, que vuele como águila, nación cuya lengua no entiendas; gente fiera de rostro, que no tendrá respeto al anciano, ni perdonará al niño (Deuteronomio 28:47-50). Las diez tribus del norte son conquistadas y llevadas al exilio.
No sirve a los asirios la tierra vacía de habitantes, entonces de acuerdo con su política del exilio mandan a otras naciones para poblar la tierra prometida: Trajo el rey de Asiria gente de Babilonia, de Cuta, de Ava, de Hamat y de Sefarvaim, y los puso en las ciudades de Samaria, en lugar de los hijos de Israel; y poseyeron a Samaria, y habitaron en sus ciudades (2 Reyes 17:24). Mezclan la devoción a los dioses paganos de sus lugares de origen con la devoción a Jehová: Temían a Jehová, y honraban a sus dioses, según la costumbre de las naciones de donde habían sido trasladados… Así temieron a Jehová aquellas gentes, y al mismo tiempo sirvieron a sus ídolos; y también sus hijos y sus nietos, según como hicieron sus padres, así hacen hasta hoy (2 Reyes 17:33, 41). Los descendientes de estos pueblos fuera del pacto de Jehová con Abraham y Moisés continuarán en la tierra prometida; siete siglos después aparecen en el Nuevo Testamento bajo el nombre “samaritanos”.
Pero los asirios no paran con la conquista de Israel: A los catorce años del rey Ezequías, subió Senaquerib rey de Asiria contra todas las ciudades fortificadas de Judá, y las tomó (2 Reyes 18:13). Senaquerib manda a su oficial el Rabsaces para amenazar e intimidar al pueblo para que se rebelen contra el débil ungido de Jehová y se entreguen al fuerte rey de Asiria. Responde Jehová con una redención impresionante. A su enemigo declara: He conocido tu situación, tu salida y tu entrada, y tu furor contra mí. Por cuanto te has airado contra mí, por cuanto tu arrogancia ha subido a mis oídos, yo pondré mi garfio en tu nariz, y mi freno en tus labios, y te haré volver por el camino por donde viniste (2 Reyes 19:27-28). Promete a Ezequías: Porque saldrá de Jerusalén remanente, y del monte de Sion los que se salven. El celo de Jehová de los ejércitos hará esto… Yo ampararé esta ciudad para salvarla, por amor a mí mismo, y por amor a David mi siervo (2 Reyes 19:31, 34).
E inmediatamente cumple la salvación prometida.
Pero a pesar de los favores recibidos, Ezequías vuelve a confiar en la redención por los pueblos que no conocen a Jehová, esta vez por Babilonia (2 Reyes 20:12-19). La amenaza asiria será remplazada por la amenaza caldea. El juicio contra el pecado continuará hasta que sea arrancado por completo.
No sirve a los asirios la tierra vacía de habitantes, entonces de acuerdo con su política del exilio mandan a otras naciones para poblar la tierra prometida: Trajo el rey de Asiria gente de Babilonia, de Cuta, de Ava, de Hamat y de Sefarvaim, y los puso en las ciudades de Samaria, en lugar de los hijos de Israel; y poseyeron a Samaria, y habitaron en sus ciudades (2 Reyes 17:24). Mezclan la devoción a los dioses paganos de sus lugares de origen con la devoción a Jehová: Temían a Jehová, y honraban a sus dioses, según la costumbre de las naciones de donde habían sido trasladados… Así temieron a Jehová aquellas gentes, y al mismo tiempo sirvieron a sus ídolos; y también sus hijos y sus nietos, según como hicieron sus padres, así hacen hasta hoy (2 Reyes 17:33, 41). Los descendientes de estos pueblos fuera del pacto de Jehová con Abraham y Moisés continuarán en la tierra prometida; siete siglos después aparecen en el Nuevo Testamento bajo el nombre “samaritanos”.
Pero los asirios no paran con la conquista de Israel: A los catorce años del rey Ezequías, subió Senaquerib rey de Asiria contra todas las ciudades fortificadas de Judá, y las tomó (2 Reyes 18:13). Senaquerib manda a su oficial el Rabsaces para amenazar e intimidar al pueblo para que se rebelen contra el débil ungido de Jehová y se entreguen al fuerte rey de Asiria. Responde Jehová con una redención impresionante. A su enemigo declara: He conocido tu situación, tu salida y tu entrada, y tu furor contra mí. Por cuanto te has airado contra mí, por cuanto tu arrogancia ha subido a mis oídos, yo pondré mi garfio en tu nariz, y mi freno en tus labios, y te haré volver por el camino por donde viniste (2 Reyes 19:27-28). Promete a Ezequías: Porque saldrá de Jerusalén remanente, y del monte de Sion los que se salven. El celo de Jehová de los ejércitos hará esto… Yo ampararé esta ciudad para salvarla, por amor a mí mismo, y por amor a David mi siervo (2 Reyes 19:31, 34).
E inmediatamente cumple la salvación prometida.
Pero a pesar de los favores recibidos, Ezequías vuelve a confiar en la redención por los pueblos que no conocen a Jehová, esta vez por Babilonia (2 Reyes 20:12-19). La amenaza asiria será remplazada por la amenaza caldea. El juicio contra el pecado continuará hasta que sea arrancado por completo.