2 Reyes 21 - 23:27 y Salmo 119:169-176
Después de ver la justicia de Ezequías y la gran redención que obró Jehová por Judá en 2 Reyes 18 – 19, es difícil leer de la iniquidad de Manasés en 2 Reyes 21.
No es que desconoce los caminos de Jehová sino que parece contradecirlos de forma sistemática y calculada. Volvió a edificar los lugares altos que Ezequías su padre había derribado, y levantó altares a Baal, e hizo una imagen de Asera, como había hecho Acab rey de Israel; y adoró a todo el ejército de los cielos, y rindió culto a aquellas cosas (2 Reyes 21:3). Profana la casa de Jehová por hacerla un centro de idolatría: Y pasó a su hijo por fuego, y se dio a observar los tiempos, y fue agorero, e instituyó encantadores y adivinos, multiplicando así el hacer lo malo ante los ojos de Jehová, para provocarlo a ira (2 Reyes 21:6). Los peores reyes hasta este punto, los que provocaron más condenación para el pueblo de Jehová (Jeroboam, Acab y Acaz) ni se comparan con Manasés en su maldad. El narrador tiene que remontar a la época pre-israelita para encontrar una comparación con sus iniquidades: Hizo lo malo ante los ojos de Jehová, según las abominaciones de las naciones que Jehová había echado de delante de los hijos de Israel (2 Reyes 21:2).
Y esto nos prepara por la condenación que va a recibir Judá por sus acciones. Repetidas veces leímos las advertencias: Guardad, pues, vosotros mis estatutos y mis ordenanzas, y no hagáis ninguna de estas abominaciones, ni el natural ni el extranjero que mora entre vosotros (porque todas estas abominaciones hicieron los hombres de aquella tierra que fueron antes de vosotros, y la tierra fue contaminada); no sea que la tierra os vomite por haberla contaminado, como vomitó a la nación que la habitó antes de vosotros (Levítico 18:26-28). Guardad, pues, todos mis estatutos y todas mis ordenanzas, y ponedlos por obra, no sea que os vomite la tierra en la cual yo os introduzco para que habitéis en ella. Y no andéis en las prácticas de las naciones que yo echaré de delante de vosotros; porque ellos hicieron todas estas cosas, y los tuve en abominación (Levítico 20:22-23).
Por eso viene el juicio: He aquí yo traigo tal mal sobre Jerusalén y sobre Judá, que al que lo oyere le retiñirán ambos oídos (2 Reyes 21:12). Note que esta frase es una repetición de la introducción al juicio que Jehová le declaró al joven Samuel contra la casa de Elí en 1 Samuel 3:11. Luego le dijo a Samuel: Yo he jurado a la casa de Elí que la iniquidad de la casa de Elí no será expiada jamás, ni con sacrificios ni con ofrendas (1 Samuel 3:14). Nos sugiere que el juicio en 2 Reyes 21:12 será también llamativo, nacional y sin posibilidad de ser cambiado. Como la casa de Elí, Manasés pasó el límite, y toda la nación sufrirá las consecuencias.
Es un juicio dirigido por Jehová: Extenderé sobre Jerusalén… (2 Reyes 21:13) No hay duda contra quién ha pecado Manasés. Y no será por accidente los eventos en los próximos capítulos. Él que obró tantas veces a favor de Judá ahora va a dirigir su soberanía y poder contra él.
Es un juicio conforme a sus antecedentes históricos: Extenderé sobre Jerusalén el cordel de Samaria y la plomada de la casa de Acab (2 Reyes 21:13). Jehová no actúa de forma arbitraria o incierta; siempre juzga de acuerdo con sus juicios eternos. Si desea ver cómo lo va a castigar, Judá sólo tiene que echar la mirada hacia atrás para ver qué les pasó a las diez tribus del norte en 2 Reyes 17.
Es un juicio completo para quitar la inmundicia: Limpiaré a Jerusalén como se limpia un plato, que se friega y se vuelve boca abajo (2 Reyes 21:13). Como a un plato sucio, la limpieza de Jerusalén será completa, sin dejar rastro de la inmundicia anterior.
Es un juicio en que Judá va a experimentar el abandono del Dios que ellos han abandonado: Desampararé el resto de mi heredad, y lo entregaré en manos de sus enemigos; y serán para presa y despojo de todos sus adversarios (2 Reyes 21:14).
Es un juicio culminante: Por cuanto han hecho lo malo ante mis ojos, y me han provocado a ira, desde el día que sus padres salieron de Egipto hasta hoy (2 Reyes 21:15). Se dirige a la acumulación de pecado por las generaciones porque el pueblo no se ha arrepentido de los pecados pasados sino que los ha guardado y multiplicado.
El anuncio de este juicio seguro, llamativo, nacional, no cambiable, culminante y del abandono de Dios hace impresionante la lectura de 2 Reyes 22 – 23 sobre la reforma durante el reinado de Josías. Como Manasés obró decisivamente para establecer la idolatría, Josías obró para desarraigarla y cimentar la adoración a Jehová. Note la campaña militar de destrucción que emprende Josías en 2 Reyes 23:4-20. ¡Aún sale fuera de las fronteras de Judá para destruir la idolatría! Se compara con las campañas militares de Josué, o de David contra sus enemigos o de Jehú contra la casa de Acab, pero en este caso el blanco de su poder militar no son los cananeos ni los vecinos de Israel ni una casa real condenada sino los ídolos, los lugares de idolatría y los sacerdotes que los promocionan. No sólo los derroca y los polvoriza sino que contamina permanentemente sus lugares para que ninguno vuelva a usarlos.
Junto con la campaña militar contra la idolatría dirige una devoción a Jehová comparable sólo con los mejores momentos del reconocimiento de su gracia: Entonces mandó el rey a todo el pueblo, diciendo: Haced la pascua a Jehová vuestro Dios, conforme a lo que está escrito en el libro de este pacto. No había sido hecha tal pascua desde los tiempos en que los jueces gobernaban a Israel, ni en todos los tiempos de los reyes de Israel y de los reyes de Judá (2 Reyes 23:21-22). No hubo otro rey antes de él, que se convirtiese a Jehová de todo su corazón, de toda su alma y de todas sus fuerzas, conforme a toda la ley de Moisés; ni después de él nació otro igual (2 Reyes 23:25).
Por eso se hacen tan aterradoras los versículos siguientes sobre el juicio: Con todo eso, Jehová no desistió del ardor con que su ira se había encendido contra Judá, por todas las provocaciones con que Manasés le había irritado. Y dijo Jehová: También quitaré de mi presencia a Judá, como quité a Israel, y desecharé a esta ciudad que había escogido, a Jerusalén, y a la casa de la cual había yo dicho: Mi nombre estará allí (2 Reyes 23:26-27). El juicio sobre la casa de Judá es tan seguro que aún un rey tan arrepentido y devoto como Josías no puede apaciguarlo.
Por eso, dos lecciones fuertes se destacan de la lectura hoy: 1) No sabemos en qué día ni con qué acción pasó Manasés el límite para despegar tal clase de juicio contra Judá. Pero cuando lo pasó, no había forma de hacer retroceder las consecuencias. ¿No sería mejor arrepentirnos inmediatamente de nuestro pecado en vez de continuar a consentirlo y a jugar con la iniquidad, sin saber cuándo Jehová dirá: “Basta ya”? 2) ¿Es Jehová digno de devoción, arrepentimiento y adoración… aunque no quite el juicio seguro sobre nuestras sociedades? La vida de Josías demuestra que Jehová es digno de una reforma de todos los aspectos de nuestro diario vivir, aun si aparentemente no quite las consecuencias de nuestros pecados o el juicio recibido por haberlos cometido. Que sea alabado Jehová aun cuando su juicio devastador está por estallar.
No es que desconoce los caminos de Jehová sino que parece contradecirlos de forma sistemática y calculada. Volvió a edificar los lugares altos que Ezequías su padre había derribado, y levantó altares a Baal, e hizo una imagen de Asera, como había hecho Acab rey de Israel; y adoró a todo el ejército de los cielos, y rindió culto a aquellas cosas (2 Reyes 21:3). Profana la casa de Jehová por hacerla un centro de idolatría: Y pasó a su hijo por fuego, y se dio a observar los tiempos, y fue agorero, e instituyó encantadores y adivinos, multiplicando así el hacer lo malo ante los ojos de Jehová, para provocarlo a ira (2 Reyes 21:6). Los peores reyes hasta este punto, los que provocaron más condenación para el pueblo de Jehová (Jeroboam, Acab y Acaz) ni se comparan con Manasés en su maldad. El narrador tiene que remontar a la época pre-israelita para encontrar una comparación con sus iniquidades: Hizo lo malo ante los ojos de Jehová, según las abominaciones de las naciones que Jehová había echado de delante de los hijos de Israel (2 Reyes 21:2).
Y esto nos prepara por la condenación que va a recibir Judá por sus acciones. Repetidas veces leímos las advertencias: Guardad, pues, vosotros mis estatutos y mis ordenanzas, y no hagáis ninguna de estas abominaciones, ni el natural ni el extranjero que mora entre vosotros (porque todas estas abominaciones hicieron los hombres de aquella tierra que fueron antes de vosotros, y la tierra fue contaminada); no sea que la tierra os vomite por haberla contaminado, como vomitó a la nación que la habitó antes de vosotros (Levítico 18:26-28). Guardad, pues, todos mis estatutos y todas mis ordenanzas, y ponedlos por obra, no sea que os vomite la tierra en la cual yo os introduzco para que habitéis en ella. Y no andéis en las prácticas de las naciones que yo echaré de delante de vosotros; porque ellos hicieron todas estas cosas, y los tuve en abominación (Levítico 20:22-23).
Por eso viene el juicio: He aquí yo traigo tal mal sobre Jerusalén y sobre Judá, que al que lo oyere le retiñirán ambos oídos (2 Reyes 21:12). Note que esta frase es una repetición de la introducción al juicio que Jehová le declaró al joven Samuel contra la casa de Elí en 1 Samuel 3:11. Luego le dijo a Samuel: Yo he jurado a la casa de Elí que la iniquidad de la casa de Elí no será expiada jamás, ni con sacrificios ni con ofrendas (1 Samuel 3:14). Nos sugiere que el juicio en 2 Reyes 21:12 será también llamativo, nacional y sin posibilidad de ser cambiado. Como la casa de Elí, Manasés pasó el límite, y toda la nación sufrirá las consecuencias.
Es un juicio dirigido por Jehová: Extenderé sobre Jerusalén… (2 Reyes 21:13) No hay duda contra quién ha pecado Manasés. Y no será por accidente los eventos en los próximos capítulos. Él que obró tantas veces a favor de Judá ahora va a dirigir su soberanía y poder contra él.
Es un juicio conforme a sus antecedentes históricos: Extenderé sobre Jerusalén el cordel de Samaria y la plomada de la casa de Acab (2 Reyes 21:13). Jehová no actúa de forma arbitraria o incierta; siempre juzga de acuerdo con sus juicios eternos. Si desea ver cómo lo va a castigar, Judá sólo tiene que echar la mirada hacia atrás para ver qué les pasó a las diez tribus del norte en 2 Reyes 17.
Es un juicio completo para quitar la inmundicia: Limpiaré a Jerusalén como se limpia un plato, que se friega y se vuelve boca abajo (2 Reyes 21:13). Como a un plato sucio, la limpieza de Jerusalén será completa, sin dejar rastro de la inmundicia anterior.
Es un juicio en que Judá va a experimentar el abandono del Dios que ellos han abandonado: Desampararé el resto de mi heredad, y lo entregaré en manos de sus enemigos; y serán para presa y despojo de todos sus adversarios (2 Reyes 21:14).
Es un juicio culminante: Por cuanto han hecho lo malo ante mis ojos, y me han provocado a ira, desde el día que sus padres salieron de Egipto hasta hoy (2 Reyes 21:15). Se dirige a la acumulación de pecado por las generaciones porque el pueblo no se ha arrepentido de los pecados pasados sino que los ha guardado y multiplicado.
El anuncio de este juicio seguro, llamativo, nacional, no cambiable, culminante y del abandono de Dios hace impresionante la lectura de 2 Reyes 22 – 23 sobre la reforma durante el reinado de Josías. Como Manasés obró decisivamente para establecer la idolatría, Josías obró para desarraigarla y cimentar la adoración a Jehová. Note la campaña militar de destrucción que emprende Josías en 2 Reyes 23:4-20. ¡Aún sale fuera de las fronteras de Judá para destruir la idolatría! Se compara con las campañas militares de Josué, o de David contra sus enemigos o de Jehú contra la casa de Acab, pero en este caso el blanco de su poder militar no son los cananeos ni los vecinos de Israel ni una casa real condenada sino los ídolos, los lugares de idolatría y los sacerdotes que los promocionan. No sólo los derroca y los polvoriza sino que contamina permanentemente sus lugares para que ninguno vuelva a usarlos.
Junto con la campaña militar contra la idolatría dirige una devoción a Jehová comparable sólo con los mejores momentos del reconocimiento de su gracia: Entonces mandó el rey a todo el pueblo, diciendo: Haced la pascua a Jehová vuestro Dios, conforme a lo que está escrito en el libro de este pacto. No había sido hecha tal pascua desde los tiempos en que los jueces gobernaban a Israel, ni en todos los tiempos de los reyes de Israel y de los reyes de Judá (2 Reyes 23:21-22). No hubo otro rey antes de él, que se convirtiese a Jehová de todo su corazón, de toda su alma y de todas sus fuerzas, conforme a toda la ley de Moisés; ni después de él nació otro igual (2 Reyes 23:25).
Por eso se hacen tan aterradoras los versículos siguientes sobre el juicio: Con todo eso, Jehová no desistió del ardor con que su ira se había encendido contra Judá, por todas las provocaciones con que Manasés le había irritado. Y dijo Jehová: También quitaré de mi presencia a Judá, como quité a Israel, y desecharé a esta ciudad que había escogido, a Jerusalén, y a la casa de la cual había yo dicho: Mi nombre estará allí (2 Reyes 23:26-27). El juicio sobre la casa de Judá es tan seguro que aún un rey tan arrepentido y devoto como Josías no puede apaciguarlo.
Por eso, dos lecciones fuertes se destacan de la lectura hoy: 1) No sabemos en qué día ni con qué acción pasó Manasés el límite para despegar tal clase de juicio contra Judá. Pero cuando lo pasó, no había forma de hacer retroceder las consecuencias. ¿No sería mejor arrepentirnos inmediatamente de nuestro pecado en vez de continuar a consentirlo y a jugar con la iniquidad, sin saber cuándo Jehová dirá: “Basta ya”? 2) ¿Es Jehová digno de devoción, arrepentimiento y adoración… aunque no quite el juicio seguro sobre nuestras sociedades? La vida de Josías demuestra que Jehová es digno de una reforma de todos los aspectos de nuestro diario vivir, aun si aparentemente no quite las consecuencias de nuestros pecados o el juicio recibido por haberlos cometido. Que sea alabado Jehová aun cuando su juicio devastador está por estallar.