Segundo, mientras los corintios se meten en el juicio de las intenciones de los corazones de los predicadores, una evaluación que no les pertenece, dejan de juzgar en algo que de veras les pertenece, en el caso de un miembro de la iglesia que anda en fornicación: De cierto se oye que hay entre vosotros fornicación, y tal fornicación cual ni aun se nombra entre los gentiles; tanto que alguno tiene la mujer de su padre. Y vosotros estáis envanecidos. ¿No debierais más bien haberos lamentado, para que fuese quitado de en medio de vosotros el que cometió tal acción? (1 Corintios 5:1-2) De nuevo Pablo corrige su juicio errado. Que dejen que Dios juzgue a los que están fuera de la iglesia, pero que ellos juzguen a los que están dentro para quitar la levadura de la perversión de su iglesia y para llamar a los hermanos a mantener vivo su arrepentimiento del pecado.
Tercero, además de no juzgar a los hermanos que persisten en el pecado, los corintios erran por no juzgar en los desacuerdos y pleitos que existen entre ellos. No sólo esto, sino que pasan a la vergüenza de llevar sus discusiones y sus pleitos delante de los jueces no conversos para que los juzguen (1 Corintios 6:1). Para avergonzaros lo digo. ¿Pues qué, no hay entre vosotros sabio, ni aun uno, que pueda juzgar entre sus hermanos, sino que el hermano con el hermano pleitea en juicio, y esto ante los incrédulos? (1 Corintios 6:5-6)
En todo, los corintios demuestran un juicio errado. Se meten en asuntos que no les pertenece (la evaluación de los ministerios de los siervos de Cristo) y descuidan los asuntos que sí les pertenece (la disciplina de miembros de la iglesia que practican el pecado y la resolución de los conflictos entre ellos). Su juicio evalúa a los siervos de Dios, el pecado de los miembros y sus conflictos según los ojos del mundo. Deben aprender a mirarlos según los ojos del Espíritu.
De nuevo, la correctiva a estos males se encuentra en reconocer la prioridad de Cristo Jesús. Él evalúa a sus siervos (1 Corintios 4:4-5). Él fue sacrificado para que su iglesia anduviera en santidad, sinceridad y verdad (1 Corintios 5:7-8). Murió para que cada uno de su reino fuera lavado, santificado y justificado en su nombre (1 Corintios 6:11). Murió para que cada uno de nosotros los creyentes participáramos en su resurrección (1 Corintios 6:14). Y por eso, nuestra forma de ver y evaluar ha cambiado por completo. En vez de opinar sobre todo, reconocemos los límites de nuestro juicio. En vez de callarnos sobre los pecados de nuestros hermanos, los amonestamos al arrepentimiento por amor. En vez de anunciar las injusticias que un hermano ha cometido contra nosotros, buscamos el resolverlas en humildad, por amor, prefiriendo sufrir el agravio que avergonzar al hermano públicamente. Y si andamos así, demostramos el verdadero poder del Espíritu en nuestro juicio.