No será como los reyes de las naciones alrededor. Primero que todo, será escogido por Jehová (Deuteronomio 17:15). Su autoridad vendrá de Jehová mismo, en cierto sentido como la autoridad de Adán y Eva fue otorgada por Él que tiene todo dominio y poder (Génesis 1:28). Segundo, será de entre los israelitas (Deuteronomio 17:15). El pacto declaró que las bendiciones saldrían de Abraham a las naciones (Génesis 12:3), así que no tiene sentido que Israel sea gobernado por alguno de entre las naciones.
Tercero, tiene que guardar ciertas leyes especiales: Para que no se eleve su corazón sobre sus hermanos, ni se aparte del mandamiento a diestra ni a siniestra (Deuteronomio 17:20). Igual como los profetas, los reyes tienen que ser caracterizados por la humildad y la obediencia a Jehová. No aumentará para sí caballos (Deuteronomio 17:16), para que no confíe en su fuerza militar sin Jehová, ni que se enorgullezca por pasear con grandes desfiles de soldados y caballería para impresionar al pueblo con su poder. No hará volver el pueblo a Egipto con el fin de aumentar caballos (Deuteronomio 17:16); Israel no se someterá a ninguna nación más fuerte militar o económicamente para sostener su propio poder. Ni tomará para sí muchas mujeres, para que su corazón no se desvíe (Deuteronomio 17:17), ambos para que no se desvíe en placeres carnales y para que no se desvíe a la idolatría, una tentación que vendrán con las mujeres extranjeras como vimos en el caso de Baal-peor en Números 25.
Cuando se siente sobre el trono de su reino, entonces escribirá para sí en un libro una copia de esta ley, del original que está al cuidado de los sacerdotes levitas (Deuteronomio 17:18), que demuestra la sumisión del rey al sacerdocio cuando se trata de la palabra de Jehová. Y sobre todo: Lo tendrá consigo, y leerá en él todos los días de su vida, para que aprenda a temer a Jehová su Dios (Deuteronomio 17:19). De nuevo, la obediencia traerá bendiciones futuras: a fin de que prolongue sus días en su reino, él y sus hijos, en medio de Israel (Deuteronomio 17:20).
Es impresionante ver que nuestro Señor Jesucristo también fue escogido para reinar: Pero yo he puesto mi rey sobre Sion, mi santo monte. Yo publicaré el decreto; Jehová me ha dicho: Mi hijo eres tú; yo te engendré hoy. Pídeme, y te daré por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la tierra (Salmo 2:6-8). Mientras él aún hablaba, una nube de luz los cubrió; y he aquí una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd (Mateo 17:5). Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones (Mateo 28:18-19).
Nuestro Señor Jesucristo nunca quiso impresionar por medio de desfiles de soldados y caballería aunque dijo: ¿Acaso piensas que no puedo ahora orar a mi Padre, y que él no me daría más de doce legiones de ángeles? (Mateo 26:53) En cambio, entró en Jerusalén de acuerdo con las profecías de Isaías 62:11 y Zacarías 9:9: Decid a la hija de Sion: He aquí, tu Rey viene a ti, manso, y sentado sobre una asna, sobre un pollino, hijo de animal de carga (Mateo 21:5). Y este Rey no sólo leyó la ley y citó el libro de Deuteronomio más que cualquier otro libro del Antiguo Testamento sino que la cumplió (Mateo 5:17).
Por eso vemos Deuteronomio 17:14-20 no sólo como instrucciones para los reyes de Israel sino como profecía que prepara al pueblo por la gloria de Jesucristo. Nos profetiza para que nos unamos al coro de toda la creación que dice: Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos (Apocalipsis 5:13).