Pero ahora se le ha quitado la honra a tal punto que es deshonrado aún por la gente más vil (Job 30:1-10). Para Job, la responsabilidad de este cambio aterrador cae en el Todopoderoso: Porque Dios desató su cuerda, y me afligió, por eso se
desenfrenaron delante de mi rostro (Job 30:11). No sabe por qué Dios repentinamente le cambió su actitud de favor a maldición: Cuando esperaba yo el bien, entonces vino el mal; y esperaba luz, vino la oscuridad (Job 30:26). Sólo insiste en su justicia, evaluado no por los hombres sino a la vista de Dios (Job 31:1-34). Si Dios lo evaluaría, saldría justificado: He aquí mi confianza es que el Omnipotente testificará por mí, aunque mi adversario me forme proceso (Job 31:35). Con esta seguridad cierra su discurso.
Al leer de la justicia de Job, debemos tener por lo menos dos reacciones. Primero, ¿cómo se compara nuestra justicia con la de Job? ¿Queremos que nuestras acciones sean evaluadas tan precisamente como las de Job a la vista de Dios? Segundo, ¿nos podemos sentir junto con Job la revulsión al sufrimiento,
especialmente al sufrimiento de gente que no merece sufrir? Job era próspero, honrado… y sobre todo, justo. ¡Qué horror que un hombre así tiene que sufrir, y de una forma tan inhumana! Al leer estos capítulos, debemos por lo menos entender por qué Job declara que su sufrimiento es una injusticia.
Y si en nuestra mente nos adelantamos al Nuevo Testamento, debemos sentirnos la revulsión también por el sufrimiento y la muerte de otro Hombre justo, por la crucifixión de Jesucristo. No existe ninguna injusticia más grave
que la ejecución del Autor de la vida. Y su muerte en tortura no ocurrió por ningún pecado que Él había cometido… sino por los pecados de usted y de mí.
A la vez, por esta injusticia cometida por los hombres, Dios nos regaló la verdadera justicia, intercambiando nuestro pecado por la justicia de Jesucristo: Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu (Romanos 8:3-4). Al que no conoció pecado, por nosotros [Dios] lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él (2 Corintios 5:21).
¿Se compara la justicia de usted a la de Job en capítulo 31? ¿Se compara con la de Jesucristo? Si no, arrepiéntase de sus pecados y confíe únicamente en la crucifixión de Jesucristo por el pago completo de sus injusticias. Confíe y reciba de
Dios la justicia que Él regala a los que están en Cristo Jesús por fe.