Específicamente, tenemos que acordarnos de la santidad perfecta y abrasadora de Jehová. Acuérdese, por ejemplo, de la tensión y la angustia en si la santidad de Jehová iba a aguantar el morar entre los israelitas o no después de su idolatría con el becerro de oro en Éxodo 32 – 33. Acuérdese también de las muertes de Nadab y Abiú el día de su consagración por presentar fuego extraño delante de Jehová en Levítico 10. Acuérdese de cómo su falta de respeto a la santidad de Jehová no sólo llegó a su propia muerte sino que puso en riesgo a todo el pueblo de Israel por contaminar el tabernáculo. Acuérdese de la seriedad con que tienen que celebrar los israelitas el Día de la expiación de Levítico 16 para quitar toda la inmundicia de todos los pecados de Israel una vez por año. Acuérdese además de que el propósito de los levitas no es sólo para ayudar a los sacerdotes en el tabernáculo sino para servir como un amortiguador entre la santidad de Jehová y su pueblo santo: para que no haya plaga en los hijos de Israel, al acercarse los hijos de Israel al santuario (Números 8:19). Acuérdese de cómo la rebelión de Coré causó una rotura en este amortiguador y murieron más de 14.700 en Números 16. Piense otra vez en cómo Moisés y Aarón no pudieron entrar en la tierra prometida: Por cuanto no creísteis en mí, para santificarme delante de los hijos de Israel (Números 20:12). Acuérdese de que 24.000 murieron en la idolatría de Baal-peor hasta que
Finees hizo expiación por el pueblo. Hoy vemos que Jehová no es menos santo ahora en el libro de Josué. Su santidad es igual de perfecta, intolerante del pecado y abrasadora que en los libros de Levítico y Números.
Por eso es tan serio lo que nos anuncia al principio de la lectura: Pero los hijos de Israel cometieron una prevaricación en cuanto al anatema; porque Acán hijo de Carmi, hijo de Zabdi, hijo de Zera, de la tribu de Judá, tomó del anatema; y la ira de Jehová se encendió contra los hijos de Israel (Josué 7:1). La codicia de uno puso a toda la nación en peligro; el realidad, los israelitas deben estar agradecidos que sólo 36 hombres murieron en la primera batalla de Hai. Por eso Josué intercede
desesperadamente por Israel, Jehová les urge la resolución inmediata del asunto
y toda la nación participa en ejecutar a Acán. No se puede tolerar ni un momento más bajo la ira justa de Jehová por ofender su santidad.
Por eso es apropiado también que terminemos la lectura con el cumplimiento de la renovación del pacto en los montes Ebal y Gerizim mandado en Deuteronomio 11:26-32 y todo capítulo 27. Al condenar el pecado de entre ellos por ejecutar a Acán, al ser restaurado con Jehová y al en obediencia con Él en la segunda batalla de Hai, los israelitas reconfirman el pacto con Jehová. Y lo hacen completamente: No hubo palabra alguna de todo cuanto mandó Moisés, que Josué no hiciese leer delante de toda la congregación de Israel, y de las mujeres, de los niños, y de los extranjeros que moraban entre ellos (Josué 8:35).
Que nuestra reacción al pecado en nuestras vidas sean igual de decisiva en
arrepentimiento e inmediata en reconfirmación y obediencia a Jehová.