Mientras tanto se endurece la oposición contra Jesús. No sólo intentan a apedrearlo (Juan 8:59; 10:31) sino que los principales sacerdotes y los fariseos deciden matarlo (Juan 11:47-53). Y luego ocurren dos eventos que proclaman que la hora de su muerte se está acercando rápidamente.
Primero, sin saber todo su significado, María lo unge con una libra de perfume de nardo puro; en esta acción Jesús reconoce la preparación para el día de su sepultura (Juan 12:1-8). Segundo, unos griegos desean ver a Jesús. No sabemos si los vio o no, pero sí podemos ver que este detalle le indicó a Jesús que la hora de su crucifixión había llegado: Jesús les respondió diciendo: Ha llegado la hora para que el Hijo del Hombre sea glorificado. De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto (Juan 12:23-24).
Todo esto hace destacar las palabras de Jesús al final de capítulo 12, las palabras con que se despide de las multitudes del templo, las palabras con que clama una vez más al incrédulo para que le ponga toda su fe en él: El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me envió; y el que me ve, ve al que me envió. Yo, la luz, he venido al mundo, para que todo aquel que cree en mí no permanezca en tinieblas. Al que oye mis palabras, y no las guarda, yo no le juzgo; porque no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo. El que me rechaza, y no recibe mis palabras, tiene quien le juzgue; la palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrero (Juan 12:44-48).
De nuevo Juan nos llama a examinar nuestra fe en Jesucristo. ¿Entregamos toda nuestra seguridad espiritual en lo que Juan nos ha revelado sobre Jesucristo, el único Hijo de Dios? ¿Seguimos la luz espiritual? ¿Guardamos las palabras del Único que ha venido de los cielos?
Para Juan, la fe en Jesucristo no es algo demostrado una sola vez al levantarse la mano en una reunión evangelística, ni al pasar para la frente de un auditorio para que un pastor ore por uno, ni al firmar un documento diciendo que uno es salvo. La fe en Jesucristo es algo dinámico, algo en crecimiento, algo que profundiza sus raíces cada vez más en el alma de uno mientras contempla las palabras de Jesús y los testimonios bíblicos sobre él. Nace al escuchar el evangelio y creer, pero no se queda inmóvil. Crece, se ejerce y madura según ve la gloria viva de Jesús en medio de nuevas situaciones y pruebas. Así es la fe que vemos en los verdaderos discípulos del evangelio de Juan.
Si nos ha acompañado en la lectura de la Biblia todo este año, ¿está en crecimiento su fe en Jesucristo? Espero que cada uno de nosotros apreciemos y obedezcamos más a nuestro Salvador mientras más experiencia y tiempo tenemos en su palabra.