Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro, y con ellos Tomás (Juan 20:26). Se supone que la convicción de Tomás se quedaba firme en esos ocho días. No importaba cuántas veces le hablaba de la resurrección, ni que le invitara a pasar a ver la tumba vacía; respondería: ¿dónde está la evidencia de su resurrección? Cuando me lo presentan en carne y hueso, voy a creer. Y ocho días pasaron sin ningún Jesús. Toda una semana él se creía más razonable y más sabio que sus compañeros.
Note que su incredulidad no es una oposición agresiva contra los otros discípulos. Todavía se reúne con ellos. No los abandona ni los traiciona como Judas Iscariote. Aparentemente continúa a asir de muchas doctrinas que había enseñado Jesús, sólo que la resurrección no era una de ellas. Se contenta con una doctrina cristiana ortodoxa en muchos puntos pero sin lugar por el poder, la gloria y la esperanza de la resurrección.
Llegó Jesús, estando las puertas cerradas, y se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros. Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente (Juan 20:27). ¡Qué vergüenza! En un momento se cae del “más razonable” y “más sabio” al más imbécil y más ciego. Es el más lento de todos. La comunión que Tomás pensaba tener con los demás toda esa semana es revelada como una farsa; este grupo de discípulos acaba de ser transformado a una nueva comunidad basada sobre todo en el hecho de la resurrección de Jesucristo. Físicamente parte de ellos, Tomás no era parte de ellos en espíritu; no tenía lugar. Y Jesús lo reprende por ser “incrédulo”, de igual rango que los fariseos y las multitudes que tanto discutían con ellos antes de su crucifixión.
Rápidamente se arrepiente Tomás con una declaración de fe que debe ser repetida por cada lector y oyente hoy: Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío, y Dios mío! (Juan 20:28) Y responde Jesús con la restauración de Tomás y una bendición a los lectores y oyentes de fe: Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron (Juan 20:29). Y termina Juan este testimonio por subrayar la importancia de la fe en la resurrección de Jesucristo: Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero éstas se han escrito para que creías que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre (Juan 20:30-31).
Una fe en Jesucristo sin la resurrección no es fe sino incredulidad. ¿Qué lugar ocupa la resurrección en su fe en Jesucristo?