Acuérdese de que leímos las instrucciones por la consagración de Aarón y sus hijos como sacerdotes en Éxodo 29; ahora las cumplen. Note que Moisés los prepara por lavarlos, vestirlos y por ungir a Aarón (junto con el tabernáculo), todo en obediencia a lo que Jehová mandó (Éxodo 29:4-9; Levítico 8:5-13).
El primer día, empiezan los sacrificios con un becerro por el sacrificio por el pecado (Levítico 8:14-17). ¡Es el primer sacrificio en toda la historia del tabernáculo! Continúa su consagración con el carnero del holocausto (Levítico 8:18-21), seguido por el carnero de las consagraciones. En este último, Aarón y sus hijos son consagrados con sangre igual como el altar de bronce, y Moisés ofrenda el animal como un sacrificio de paz (pero comido sólo por los consagrados, y con el aceite de la unción y la sangre rociados sobre ellos; Levítico 8:22-32).
De acuerdo con lo que Jehová mandó en Éxodo 29, los nuevos sacerdotes no saldrán de la puerta del tabernáculo de la reunión por 7 días. Cada día de esos siete ofrecerán un becerro por sacrificio por el pecado para santificarlos a ellos y el altar (Éxodo 29:35-37).
El octavo día es una gran ocasión con todo Israel presente. Moisés da las instrucciones para los sacrificios, pero Aarón sirve como sacerdote por primera vez: Acércate al altar, y haz tu expiación y tu holocausto, y haz la reconciliación por ti y por el pueblo; haz también la ofrenda del pueblo, y haz la reconciliación por ellos, como ha mandado Jehová (Levítico 9:7).
Aarón obedece todo en orden: el sacrificio por el pecado por sí mismo (Levítico 9:8-11), luego el holocausto por sí mismo (Levítico 9:12-14); luego el sacrificio por el pecado por el pueblo (Levítico 9:15) y el holocausto por el pueblo (Levítico 9:16). Presenta la ofrenda de granos del pueblo, y cumple el holocausto diario de la mañana (Levítico 9:17). Y para cerrar, presenta el buey y el carnero por sacrificio de paz por el pueblo (Levítico 9:18-21). Se han cumplido todas las facetas de expiación, santificación, entrega total, agradecimiento, consagración y celebración, y: Después alzó Aarón sus manos hacia el pueblo y lo bendijo; y después de hacer la expiación, el holocausto y el sacrificio de paz, descendió (Levítico 9:22).
Y Jehová manifiesta su aprobación: La gloria de Jehová se apareció a todo el pueblo. Y salió fuego de delante de Jehová, y consumió el holocausto con las grosuras sobre el altar; y viéndolo todo el pueblo, alabaron, y se postraron sobre sus rostros (Levítico 9:23-24). ¡Gloria a Jehová!
Queremos pausar un momento para marcar el significado de este evento. En Éxodo 40 Jehová llenó el tabernáculo después de su construcción. Ahora Aarón y sus hijos son consagrados como sacerdotes, y Jehová da su aprobación por aparecer y consumir los sacrificios que han puesto. Son consagrados para garantizar una relación continua y viva entre Jehová y su pueblo. Son mediadores aceptables entre El Santísimo y su pueblo que necesita perdón por sus pecados y contaminaciones. Son guías aprobados para dirigir a la comunidad en santidad, agradecimiento y celebración santa a Jehová. Sin los sacerdotes, el tabernáculo es un lugar santo y bonito que sirve de morada a la Presencia de Jehová; ahora con los sacerdotes consagrados, todo el pueblo puede entrar en una relación viva, continua y santa con Él.
Todo eso hace más chocantes las muertes de Nadab y Abiú en Levítico 10. En el mismo día de su consagración, sale el fuego del juicio de Jehová para consumirlos por su desobediencia. Aarón y sus hijos que se quedan no pueden acercarlos ni tocar sus cadáveres ni llorarlos: su mediación por el pueblo de Israel tiene que superar aún los sentimientos y las obligaciones familiares más profundos.
En la conversación entre Aarón y Moisés al final de Levítico 10, vemos el impacto de la contaminación del pecado. Según Moisés, los hijos de Aarón que se quedan, Eleazar e Itamar, deben haber comido una parte del macho cabrío de la expiación por el pecado del pueblo (Levítico 10:16). Tiene razón en insistir en esta regla (Levítico 6:25-26; note que la frase “Ved que la sangre no fue llevada dentro del santuario” en Levítico 10:18 no implica ninguna falta de parte de Eleazar e Itamar, como si debieran haber llevado la sangre allá pero no lo hicieran, sino que indica la falta de cualquier obstáculo para no comer el sacrificio, según Levítico 6:30). Su enojo está de acuerdo al pie de la letra con Levítico 6:25-30.
Pero Aarón insiste en que no lo deben comer. Muchos hoy toman el silencio de Eleazar e Itamar y la frase de Aarón “pero a mí me han sucedido estas cosas” (Levítico 10:19) como entrada por una interpretación sicológica del versículo: Aarón y sus hijos no comieron por tristeza. Pero creo que son más acertadas algunas observaciones de Jacob Milgrom en su comentario Leviticus: A Book of Ritual and Ethics (2004, Augsburg Fortress). El sacrificio de la expiación y el holocausto fueron recibidos por Jehová, pero las muertes de Nadab y Abiú ocurrieron después, y su pecado contaminó el tabernáculo. ¿Cómo podían comer el sacrificio de la expiación cuando al fin y al cabo, el tabernáculo se quedó inmundo por este pecado tan reciente? ¿Cómo podría ser grato a Jehová el comer del sacrificio que santifica el altar de bronce cuando el altar de incienso, que es más santo, se queda contaminado? Ahora tienen que presentar un sacrificio más eficaz, precisamente lo que Jehová va a mandar en Levítico 16 (Milgrom, Leviticus, 100). Moisés se queda satisfecho con la respuesta (Levítico 10:20).
¡Qué glorioso y peligroso es acercarnos a la santidad de Jehová! Con razón nos dice el Nuevo Testamento: Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación. Porque todos ofendemos muchas veces (Santiago 3:1-2). De acuerdo con el temor por Jehová que demuestra Aarón al final de Levítico 10, que la santidad de Jehová sea una consideración principal en cada faceta de nuestros ministerios, y que no hagamos nada fuera de la sangre del Sustituto que nos cubre.