Debemos controlar nuestras lenguas (Santiago 3:1-12). Con ella bendecimos al Dios y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, que están hechos a la semejanza de Dios. De una misma boca proceden bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así. ¿Acaso alguna fuente echa por una misma abertura agua dulce y amarga? Hermanos míos, ¿puede acaso la higuera producir aceitunas, o la vid higos? Así también ninguna fuente puede dar agua salada y dulce (Santiago 3:9-12). En cambio, la lengua dirigida por la sabiduría de lo alto sabe sembrar paz (Santiago 3:18). Nuestra dirección de la lengua importa porque revela mucho sobre la verdadera dirección de nuestros corazones, si es por el amor a lo terrenal o la fe viva en Cristo Jesús.
Por ejemplo, la lengua dirigida por las pasiones y las codicias siembra guerra; ¡aún su oración es dirigida por la codicia! (Santiago 4:1-3) Pero la lengua dirigida por un corazón purificado y humilde sabe lamentar y llorar por sus pecados (Santiago 4:7-9). Siembra paz entre los hermanos en vez de juzgarlos (Santiago 3:18; 4:11-12).
La lengua dirigida por la codicia se jacta en su soberbia y se confía en todo lo que va a lograr (Santiago 4:13-17); en cambio, la lengua humilde reconoce su dependencia en el Señor (Santiago 4:15). Si el Señor le bendice con riquezas, sabe lamentar y aullar por el temor de que su corazón se apegue a ellas (Santiago 5:1).
La lengua dirigida por lo terrenal se queja contra los hermanos (Santiago 5:9); pero la que es dirigida por el Señor sabe esperar con paciencia y se confía en la llegada de su día cuando vendrá como Juez para juzgar la tierra (Santiago 5:7-11). No jura, sino que habla claramente y en verdad (Santiago 5:12).
La lengua dirigida por la humildad ora por un corazón firme en la justicia y la fe, canta alabanzas y reprende con amor a los hermanos que se han extraviado de la fe verdadera para que sean restaurados con el Señor. Se revela que su afán es por la salud física y sobre todo espiritual cada uno de sus hermanos (Santiago 5:13-20).
Con todo, vemos que la carta de Santiago es una regla muy precisa para medir nuestras lenguas e identificar la raíz de que viene. Que volvamos a visitarla y a meditarla para asegurar que nuestra comunicación nazca de un corazón humilde y purificado con una fe viva en el Señor Jesucristo.