Deuteronomio 27 - 28 y Salmo 1
Deuteronomio 27 da las instrucciones por una renovación del pacto en el Monte Ebal y el Monte Gerizim. Acuérdese que el pacto fue recibido en el Monte Sinaí en el desierto: Moisés vino y contó al pueblo todas las palabras de Jehová, y todas las leyes; y todo el pueblo respondió a una voz, y dijo: Haremos todas las palabras que Jehová ha dicho (Éxodo 24:3). El resto de Éxodo 24 nos contó de la ceremonia del pacto.
Cuarenta años después en Deuteronomio 11:26-32, Jehová les mandó a los israelitas que reconfirmaran el pacto en dos montes cercanos, el Monte Ebal (pedregosa y con poca vegetación, representando la maldición) y el Monte Gerizim (con mucha vegetación más, representando la bendición). Los dos tienen un anfiteatro natural en las laderas donde los israelitas podrían escucharse a través de la distancia. Este lugar no sólo tiene ventajas geográficas para la ceremonia sino históricas también. Entre los dos montes se encuentra el pueblo de Siquem y el encinar de More donde por primera vez: Apareció Jehová a Abram, y le dijo: A tu descendencia daré esta tierra. Y edificó allí un altar a Jehová, quien le había aparecido (Génesis 12:7).
Es decir, la renovación del pacto en este lugar demuestra la fidelidad de Jehová. Prometió la bendición de la tierra a Abraham y ahora, muchas generaciones después, va a llevar su numerosa descendencia al mismo punto geográfico de la promesa para heredarla.
Deuteronomio 27 describe la ceremonia en más detalle (que será cumplida en Josué 8:30-35) y ahora enfatiza otro aspecto del pacto: la obediencia de los israelitas por tener esta relación privilegiada. Mientras se paran en los montes de bendición y de maldición, mientras proclaman en alta voz las maldiciones por la desobediencia, los israelitas deben sentir el enlace fuerte entre la fidelidad de Jehová a sus promesas pasadas, su obligación presente de obedecerle y las futuras bendiciones o maldiciones que les esperan dependiendo en su obediencia.
Y esto nos lleva a Deuteronomio 28, que personalmente encuentro como uno de los capítulos más difíciles de leer en toda la Biblia. No es difícil de leer en cuanto a su significado – básicamente es una lista de bendiciones y de maldiciones – sino en cuanto al horror del castigo de la desobediencia. No lo puedo leer
sin temblar. No es que la desobediencia a Jehová hace que uno pierda una que otra bendición sino que todas
las bendiciones se deshacen completamente y se transforman en maldiciones horribles. La inestabilidad,
vergüenza, impotencia y pavor asaltan al desobediente hasta que regrese al punto donde empezó: Y Jehová te hará volver a Egipto en naves, por el camino del cual te ha dicho: Nunca más volverás; y allí seréis vendidos a vuestros enemigos por esclavos y por esclavas, y no habrá quien os compre (Deuteronomio 28:68).
Nos inclinamos a poner excusas a nuestra desobediencia rápidamente… pero al leer como Jehová ve nuestra desobediencia en su justicia santa en Deuteronomio 28, mejor sería aprender a arrepentirnos por nuestra desobediencia rápidamente, y clamarle por su misericordia y perdón.
Cuarenta años después en Deuteronomio 11:26-32, Jehová les mandó a los israelitas que reconfirmaran el pacto en dos montes cercanos, el Monte Ebal (pedregosa y con poca vegetación, representando la maldición) y el Monte Gerizim (con mucha vegetación más, representando la bendición). Los dos tienen un anfiteatro natural en las laderas donde los israelitas podrían escucharse a través de la distancia. Este lugar no sólo tiene ventajas geográficas para la ceremonia sino históricas también. Entre los dos montes se encuentra el pueblo de Siquem y el encinar de More donde por primera vez: Apareció Jehová a Abram, y le dijo: A tu descendencia daré esta tierra. Y edificó allí un altar a Jehová, quien le había aparecido (Génesis 12:7).
Es decir, la renovación del pacto en este lugar demuestra la fidelidad de Jehová. Prometió la bendición de la tierra a Abraham y ahora, muchas generaciones después, va a llevar su numerosa descendencia al mismo punto geográfico de la promesa para heredarla.
Deuteronomio 27 describe la ceremonia en más detalle (que será cumplida en Josué 8:30-35) y ahora enfatiza otro aspecto del pacto: la obediencia de los israelitas por tener esta relación privilegiada. Mientras se paran en los montes de bendición y de maldición, mientras proclaman en alta voz las maldiciones por la desobediencia, los israelitas deben sentir el enlace fuerte entre la fidelidad de Jehová a sus promesas pasadas, su obligación presente de obedecerle y las futuras bendiciones o maldiciones que les esperan dependiendo en su obediencia.
Y esto nos lleva a Deuteronomio 28, que personalmente encuentro como uno de los capítulos más difíciles de leer en toda la Biblia. No es difícil de leer en cuanto a su significado – básicamente es una lista de bendiciones y de maldiciones – sino en cuanto al horror del castigo de la desobediencia. No lo puedo leer
sin temblar. No es que la desobediencia a Jehová hace que uno pierda una que otra bendición sino que todas
las bendiciones se deshacen completamente y se transforman en maldiciones horribles. La inestabilidad,
vergüenza, impotencia y pavor asaltan al desobediente hasta que regrese al punto donde empezó: Y Jehová te hará volver a Egipto en naves, por el camino del cual te ha dicho: Nunca más volverás; y allí seréis vendidos a vuestros enemigos por esclavos y por esclavas, y no habrá quien os compre (Deuteronomio 28:68).
Nos inclinamos a poner excusas a nuestra desobediencia rápidamente… pero al leer como Jehová ve nuestra desobediencia en su justicia santa en Deuteronomio 28, mejor sería aprender a arrepentirnos por nuestra desobediencia rápidamente, y clamarle por su misericordia y perdón.