Génesis 12 - 15 y Salmo 33
En resumen:
Abram nos enseña la respuesta correcta a las promesas de Jehová.
Abram nos enseña la respuesta correcta a las promesas de Jehová.
En más detalle:
Génesis 11 termina con una introducción al hombre clave en los planes de Jehová para las naciones. Abram era de la descendencia de Sem y era hijo de Taré, hermano de Nacor y esposo de Sarai. Vivía en una condición que va a ser de tensión en los próximos capítulos: Mas Sarai era estéril, y no tenía hijo (Génesis 11:30). Después de la muerte de Taré, la voz de Jehová brota con claridad en la narrativa:
1) Pero Jehová había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré (Génesis 12:1). Note la provisión de la tierra, un lugar no mencionado todavía, que será el centro de la atención geográfica por toda la Biblia. Es un lugar que va a remplazar algunos de los elementos del huerto de Edén, un lugar donde el linaje escogido de Jehová va a poder vivir en una relación estrecha con Él parecida a lo que se perdió en la desobediencia de Adán y Eva. Note también que casi al final de la Biblia, el autor de la carta a los hebreos se queda impresionado por la respuesta de Abram a esta llamada: Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba (Hebreos 11:8). Como veremos, el alcance de esta tierra y su población por fe en Jehová va a ser un tema predominante en los próximos libros de la Biblia y fundamental para entender toda la Biblia.
2) Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición (Génesis 12:2). Es una promesa impresionante a un hombre de 75 años de edad que tiene una esposa estéril – no sólo tendrá un hijo sino que será padre de una nación grande. Se cumplirá esta promesa por el poder de Jehová (“te bendeciré”). Abram tendrá una fama y una influencia que no ha tenido hasta el momento en todos sus 75 años (“engrandeceré tu nombre”), y por medio de él, el plan de Jehová alcanzará a todas las naciones indicadas en Génesis 10 y dispersadas en Génesis 11 (“serás bendición”).
3) Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra (Génesis 12:3). Jehová va a elevar a Abram y su descendencia al ápice de su plan por la humanidad; tendrán un papel clave en la mediación de su dominio justo de Jehová sobre toda la tierra.
En la próxima lectura y su explicación veremos cómo estas promesas fueron formalizadas por Jehová en un pacto. Por ahora, vamos a concentrar en la respuesta de Abram a este llamado. Ya vimos que el autor de la carta a los hebreos se quedó impresionado de su fe en obedecer al llamado: Y se fue Abram, como Jehová le dijo… Tomó, pues, Abram a Sarai su mujer, y a Lot hijo de su hermano, y todos sus bienes que habían ganado y las personas que habían adquirido en Harán, y salieron para la tierra de Canaán; y a tierra de Canaán llegaron (Génesis 12:5). Identifica la tierra no nombrada en versículo 1, una región pequeña pero de gran variedad geográfica ubicada entre el Mar Mediterráneo y el desierto, donde pasan casi todos los caminantes entre Egipto y el Medio Oriente, un lugar que une los continentes de África y Asia. Son poblados por los descendientes de Canaán, el nieto a quien Noé maldijo en Génesis 9:25-27. Y son mucho más numerosos que el pequeño grupo de Abram, su esposa, su sobrino y sus siervos: Pasó Abram por aquella tierra hasta el lugar de Siquem, hasta el encino de Moré; y el cananeo estaba entonces en la tierra (Génesis 12:6). Pero Abram tiene algo que no tienen ellos – la promesa de Jehová: Apareció Jehová a Abram, y le dijo: A tu descendencia daré esta tierra (Génesis 12:7). Como es su costumbre, Abram responde por fe y adoración: Y edificó allí un altar a Jehová, quien le había aparecido (Génesis 12:7).
Casi al final de la lectura para hoy vemos un ejemplo destacado de la fe de Abraham. Después de los viajes y los eventos de capítulos 12 – 14: Vino la palabra de Jehová a Abram en visión, diciendo: No temas, Abram; yo soy tu escudo, y tu galardón será sobremanera grande (Génesis 15:1). Note que “yo soy tu escudo” es una confirmación personal de la protección que Jehová le había prometido en 12:2-3, la protección que Abram experimentó en Egipto en capítulo 12 y en su victoria sobre Quedorlaomer y los otros reyes en capítulo 14. Note también que “tu galardón será sobremanera grande” es una bendición generosa y de mucho consuelo considerando que Abram rehusó tomar el botín del rey de Sodoma al final de capítulo 14.
Pero Abram se queda perplejo: Señor Jehová, ¿qué me darás, siendo así que ando sin hijo, y el mayordomo de mi casa es ese damasceno Eliezer? Dijo también Abram: Mira que no me has dado prole, y he aquí que será mi heredero un esclavo nacido en mi casa (Génesis 15:2-3).
Luego vino a él palabra de Jehová, diciendo: No te heredará este, sino un hijo tuyo será el que te heredará. Y lo llevó fuera, y le dijo: Mira ahora los cielos, y cuenta las estrellas, si las puedes contar. Y le dijo: Así será tu descendencia (Génesis 15:4-5).
El versículo siguiente declara dos pasos sorprendentes. Primero: Y creyó a Jehová (Génesis 15:6). Como observa el apóstol Pablo muchas generaciones después en la carta a los romanos: Él creyó en esperanza contra esperanza, para llegar a ser padre de muchas gentes, conforme a lo que se le había dicho: Así será tu descendencia. Y no se debilitó en la fe al considerar su cuerpo, que estaba ya como muerto (siendo de casi cien años), o la esterilidad de la matriz de Sara. Tampoco dudó, por incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios, plenamente convencido de que era también poderoso para hacer todo lo que había prometido (Romanos 4:18-21).
En el segundo paso sorprendente: Creyó a Jehová, y le fue contado por justicia (Génesis 15:6). La justicia, el estado legal de la aprobación completa de Jehová, le fue acreditado a Abram por fe, no por ninguna obra. Y como el apóstol Pablo nos va a explicar en Romanos 4, sirve de ejemplo a nosotros también, que nuestra justicia delante Dios no viene por obras sino por fe, por fe en Jesucristo que murió en la cruz por nuestros pecados.
Entonces, en la lectura para hoy vemos no sólo las promesas de Jehová a Abram que pronto serán formalizadas en el pacto sino la respuesta correcta a ellas – el creerlas, confiando en el Ser fiel y poderoso que las declaró. Y así hacemos a las promesas de Dios dadas en Jesucristo. También nos enseña que Jehová justifica al que confía firmemente sus promesas.
1) Pero Jehová había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré (Génesis 12:1). Note la provisión de la tierra, un lugar no mencionado todavía, que será el centro de la atención geográfica por toda la Biblia. Es un lugar que va a remplazar algunos de los elementos del huerto de Edén, un lugar donde el linaje escogido de Jehová va a poder vivir en una relación estrecha con Él parecida a lo que se perdió en la desobediencia de Adán y Eva. Note también que casi al final de la Biblia, el autor de la carta a los hebreos se queda impresionado por la respuesta de Abram a esta llamada: Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba (Hebreos 11:8). Como veremos, el alcance de esta tierra y su población por fe en Jehová va a ser un tema predominante en los próximos libros de la Biblia y fundamental para entender toda la Biblia.
2) Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición (Génesis 12:2). Es una promesa impresionante a un hombre de 75 años de edad que tiene una esposa estéril – no sólo tendrá un hijo sino que será padre de una nación grande. Se cumplirá esta promesa por el poder de Jehová (“te bendeciré”). Abram tendrá una fama y una influencia que no ha tenido hasta el momento en todos sus 75 años (“engrandeceré tu nombre”), y por medio de él, el plan de Jehová alcanzará a todas las naciones indicadas en Génesis 10 y dispersadas en Génesis 11 (“serás bendición”).
3) Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra (Génesis 12:3). Jehová va a elevar a Abram y su descendencia al ápice de su plan por la humanidad; tendrán un papel clave en la mediación de su dominio justo de Jehová sobre toda la tierra.
En la próxima lectura y su explicación veremos cómo estas promesas fueron formalizadas por Jehová en un pacto. Por ahora, vamos a concentrar en la respuesta de Abram a este llamado. Ya vimos que el autor de la carta a los hebreos se quedó impresionado de su fe en obedecer al llamado: Y se fue Abram, como Jehová le dijo… Tomó, pues, Abram a Sarai su mujer, y a Lot hijo de su hermano, y todos sus bienes que habían ganado y las personas que habían adquirido en Harán, y salieron para la tierra de Canaán; y a tierra de Canaán llegaron (Génesis 12:5). Identifica la tierra no nombrada en versículo 1, una región pequeña pero de gran variedad geográfica ubicada entre el Mar Mediterráneo y el desierto, donde pasan casi todos los caminantes entre Egipto y el Medio Oriente, un lugar que une los continentes de África y Asia. Son poblados por los descendientes de Canaán, el nieto a quien Noé maldijo en Génesis 9:25-27. Y son mucho más numerosos que el pequeño grupo de Abram, su esposa, su sobrino y sus siervos: Pasó Abram por aquella tierra hasta el lugar de Siquem, hasta el encino de Moré; y el cananeo estaba entonces en la tierra (Génesis 12:6). Pero Abram tiene algo que no tienen ellos – la promesa de Jehová: Apareció Jehová a Abram, y le dijo: A tu descendencia daré esta tierra (Génesis 12:7). Como es su costumbre, Abram responde por fe y adoración: Y edificó allí un altar a Jehová, quien le había aparecido (Génesis 12:7).
Casi al final de la lectura para hoy vemos un ejemplo destacado de la fe de Abraham. Después de los viajes y los eventos de capítulos 12 – 14: Vino la palabra de Jehová a Abram en visión, diciendo: No temas, Abram; yo soy tu escudo, y tu galardón será sobremanera grande (Génesis 15:1). Note que “yo soy tu escudo” es una confirmación personal de la protección que Jehová le había prometido en 12:2-3, la protección que Abram experimentó en Egipto en capítulo 12 y en su victoria sobre Quedorlaomer y los otros reyes en capítulo 14. Note también que “tu galardón será sobremanera grande” es una bendición generosa y de mucho consuelo considerando que Abram rehusó tomar el botín del rey de Sodoma al final de capítulo 14.
Pero Abram se queda perplejo: Señor Jehová, ¿qué me darás, siendo así que ando sin hijo, y el mayordomo de mi casa es ese damasceno Eliezer? Dijo también Abram: Mira que no me has dado prole, y he aquí que será mi heredero un esclavo nacido en mi casa (Génesis 15:2-3).
Luego vino a él palabra de Jehová, diciendo: No te heredará este, sino un hijo tuyo será el que te heredará. Y lo llevó fuera, y le dijo: Mira ahora los cielos, y cuenta las estrellas, si las puedes contar. Y le dijo: Así será tu descendencia (Génesis 15:4-5).
El versículo siguiente declara dos pasos sorprendentes. Primero: Y creyó a Jehová (Génesis 15:6). Como observa el apóstol Pablo muchas generaciones después en la carta a los romanos: Él creyó en esperanza contra esperanza, para llegar a ser padre de muchas gentes, conforme a lo que se le había dicho: Así será tu descendencia. Y no se debilitó en la fe al considerar su cuerpo, que estaba ya como muerto (siendo de casi cien años), o la esterilidad de la matriz de Sara. Tampoco dudó, por incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios, plenamente convencido de que era también poderoso para hacer todo lo que había prometido (Romanos 4:18-21).
En el segundo paso sorprendente: Creyó a Jehová, y le fue contado por justicia (Génesis 15:6). La justicia, el estado legal de la aprobación completa de Jehová, le fue acreditado a Abram por fe, no por ninguna obra. Y como el apóstol Pablo nos va a explicar en Romanos 4, sirve de ejemplo a nosotros también, que nuestra justicia delante Dios no viene por obras sino por fe, por fe en Jesucristo que murió en la cruz por nuestros pecados.
Entonces, en la lectura para hoy vemos no sólo las promesas de Jehová a Abram que pronto serán formalizadas en el pacto sino la respuesta correcta a ellas – el creerlas, confiando en el Ser fiel y poderoso que las declaró. Y así hacemos a las promesas de Dios dadas en Jesucristo. También nos enseña que Jehová justifica al que confía firmemente sus promesas.
Citas de otros autores:
Esta escena es el centro temático del Pentateuco. El llamado de Abraham a la tierra prometida, con su promesa de darle esa tierra, explica el movimiento geográfico al final de cada uno de los cinco libros del Pentateuco. Génesis termina cuando José hace que sus hermanos juren a llevar sus huesos con ellos cuando salgan de Egipto para cumplir la promesa de Dios a Abraham, Isaac y Jacob (Génesis 50:22-26). Éxodo termina con la expectativa de que la nube de la gloria de Dios los guiará de Sinaí a la tierra prometida (Éxodo 40:34-38). Levítico se concluye con el resumen: Estos son los mandamientos que ordenó Jehová a Moisés para los hijos de Israel, en el monte Sinaí (Levítico 27:34). Se repite esta frase en Números 36:13, sustituyendo “los campos de Moab” por Sinaí. Deuteronomio también termina en los campos de Moab, pero se ha designado a Josué por líder para cumplir la promesa (Deuteronomio 34).
El llamado de Dios a Abraham es anticipo por el resto de la Biblia. Es la historia de Dios que salva de todas las tribus y las naciones por su nación santa, administrada primero por el pacto mosaico y luego por el Señor Cristo Jesús por el nuevo pacto. Los elementos del llamado de Abraham son reafirmados a Abraham (Génesis 12:7; 15:5-21; 17:4-8; 18:18-19; 22:17-18), a Isaac (26:24), a Jacob (28:13-15; 35:11-12; 46:3), a Judá (49:8-12), a Moisés (Éxodo 3:6-8; Deuteronomio 34:4) y a las diez tribus de Israel (Deuteronomio 33). Son reafirmados por José (Génesis 50:24), por Pedro a los judíos (Hechos 3:25) y por Pablo a los gentiles (Gálatas 3:8).
La extensión de la promesa de 12:1-3 desde la salvación individual a la nacional y a la universal es el movimiento esencial de la Escritura. La Biblia es un guía misionero que se trata de la salvación de todas las familias de la tierra. Abraham como portador de la bendición de la salvación es en anticipación del Cristo que viene con bendición también.
(De Bruce K. Waltke, Genesis: A Commentary. Grand Rapids, MI, Zondervan, 2001, pág. 208-09)
La parte significativa de los patriarcas en la historia de la redención se destaca en Génesis por el énfasis constante en la promesa divina. Todo empieza con Abraham, Isaac, y Jacob, pero nada termina con ellos. Todos los tres son medios a un fin que se extiende mucho después de sus vidas terrenales. Son catalizadores, no conclusiones. Por eso, leemos las narrativas de Abraham en Génesis no principalmente para ganar una perspectiva en la vida diaria en el segundo milenio antes de Cristo, sino para ser informados de las promesas de Dios para el futuro. Al final, nuestro interés [principal] es profético, no histórico. (Hamilton, Handbook, pág. 84).
Esta escena es el centro temático del Pentateuco. El llamado de Abraham a la tierra prometida, con su promesa de darle esa tierra, explica el movimiento geográfico al final de cada uno de los cinco libros del Pentateuco. Génesis termina cuando José hace que sus hermanos juren a llevar sus huesos con ellos cuando salgan de Egipto para cumplir la promesa de Dios a Abraham, Isaac y Jacob (Génesis 50:22-26). Éxodo termina con la expectativa de que la nube de la gloria de Dios los guiará de Sinaí a la tierra prometida (Éxodo 40:34-38). Levítico se concluye con el resumen: Estos son los mandamientos que ordenó Jehová a Moisés para los hijos de Israel, en el monte Sinaí (Levítico 27:34). Se repite esta frase en Números 36:13, sustituyendo “los campos de Moab” por Sinaí. Deuteronomio también termina en los campos de Moab, pero se ha designado a Josué por líder para cumplir la promesa (Deuteronomio 34).
El llamado de Dios a Abraham es anticipo por el resto de la Biblia. Es la historia de Dios que salva de todas las tribus y las naciones por su nación santa, administrada primero por el pacto mosaico y luego por el Señor Cristo Jesús por el nuevo pacto. Los elementos del llamado de Abraham son reafirmados a Abraham (Génesis 12:7; 15:5-21; 17:4-8; 18:18-19; 22:17-18), a Isaac (26:24), a Jacob (28:13-15; 35:11-12; 46:3), a Judá (49:8-12), a Moisés (Éxodo 3:6-8; Deuteronomio 34:4) y a las diez tribus de Israel (Deuteronomio 33). Son reafirmados por José (Génesis 50:24), por Pedro a los judíos (Hechos 3:25) y por Pablo a los gentiles (Gálatas 3:8).
La extensión de la promesa de 12:1-3 desde la salvación individual a la nacional y a la universal es el movimiento esencial de la Escritura. La Biblia es un guía misionero que se trata de la salvación de todas las familias de la tierra. Abraham como portador de la bendición de la salvación es en anticipación del Cristo que viene con bendición también.
(De Bruce K. Waltke, Genesis: A Commentary. Grand Rapids, MI, Zondervan, 2001, pág. 208-09)
La parte significativa de los patriarcas en la historia de la redención se destaca en Génesis por el énfasis constante en la promesa divina. Todo empieza con Abraham, Isaac, y Jacob, pero nada termina con ellos. Todos los tres son medios a un fin que se extiende mucho después de sus vidas terrenales. Son catalizadores, no conclusiones. Por eso, leemos las narrativas de Abraham en Génesis no principalmente para ganar una perspectiva en la vida diaria en el segundo milenio antes de Cristo, sino para ser informados de las promesas de Dios para el futuro. Al final, nuestro interés [principal] es profético, no histórico. (Hamilton, Handbook, pág. 84).