Jeremías 10 - 12
En resumen:
La idolatría y la falta de atención al pacto despiertan el juicio severo de Jehová contra su pueblo y contra las naciones… y también motiva la persecución que sufre su profeta fiel.
La idolatría y la falta de atención al pacto despiertan el juicio severo de Jehová contra su pueblo y contra las naciones… y también motiva la persecución que sufre su profeta fiel.
En más detalle:
Igual como en Jeremías 10:1-16, aparece en varias lecturas el tema de la vanidad de la idolatría como punto de partida para reflexionar en la incomparabilidad de Jehová. Acuérdese de que lo vimos más recientemente en Isaías 40:18-31; 41:21-29 y especialmente en 44:6-23. También lo leímos en el Salmo 115 (que leímos con Éxodo 25 – 26) y el Salmo 135 (que leímos con Deuteronomio 12 – 14). Como en estos otros ejemplos, note que Jehová es Dios sobre todas las naciones, no sólo sobre Israel. Las naciones viven de su benevolencia aunque no lo conocen. Siguen la vanidad de sus ídolos y al final se quedan embrutecidas y en vanidad como ellos. Por eso, ¡qué privilegio tiene el pueblo de Jehová! Porque: No es así la porción de Jacob; porque él es el Hacedor de todo, e Israel es la vara de su heredad; Jehová de los ejércitos es su nombre (Jeremías 10:16). Entre todas las naciones Jehová ha escogido a Israel, le ha dado autoridad y lo utiliza como instrumento de justicia para todas las naciones; es Israel el que lo conoce por su nombre de supremo justicia y poder: Jehová de los ejércitos.
…Y por eso es tan triste, aún asombrador, leer los próximos versículos: Recoge de las tierras tus mercaderías, la que moras en lugar fortificado. Porque así ha dicho Jehová: He aquí que esta vez arrojaré con honda a los moradores de la tierra, y los afligiré, para que lo sientan (Jeremías 10:17-18). Del lugar fortificado (Jerusalén) donde esperan, sitiados por el enemigo, recogerán sus pocas pertinencias para empezar la larga caminata a su tierra de exilio. Como piedras en una honda serán lanzados entre las naciones, lejos de la tierra donde deben haber seguido a Jehová. La generación de Jeremías ha menospreciado y perdido la gran oportunidad de participar en la justicia mundial de Jehová, y por eso recibirán un castigo ejemplar.
Por eso se despierta el llanto del profeta: ¡Ay de mí, por mi quebrantamiento! Mi llaga es muy dolorosa (Jeremías 10:19). Y a la vez reconoce que es un castigo justo: Pero dije: Ciertamente enfermedad mía es esta, y debo sufrirla (Jeremías 10:19). Aquí reconocemos que el profeta no sólo está lamentando personalmente sino que da voz al llanto de Judá y Jerusalén por sufrir el castigo justo de Jehová (Jeremías 10:20). Concuerda con Jehová que sus pastores (el rey, los príncipes, los sacerdotes y los demás líderes del pueblo) son responsables por este juicio, y su ganado se esparció (la gente mandada al exilio; Jeremías 10:21). Aparentemente Jeremías declaró esta profecía antes de una de las invasiones, tal vez en una época de relativa paz, seguridad y prosperidad en Jerusalén y Judá, porque vuelve otra vez al tema de la olla que hierve con faz hacia el norte de Jeremías 1:13: He aquí que voz de rumor viene, y alboroto grande de la tierra del norte, para convertir en soledad todas las ciudades de Judá, en morada de chacales (Jeremías 10:22).
Vuelve luego el profeta a comunicar personalmente con Jehová en Jeremías 10:23. Reconoce que las fuerzas del juicio son mucho más grandes que el poder individual. La respuesta correcta al juicio es la sumisión y la humildad, no la soberbia: Conozco, oh Jehová, que el hombre no es señor de su camino, ni del hombre que camina es el ordenar sus pasos (Jeremías 10:23). Pero no es la resignación al destino sino la sumisión y la fe en que la mano que castiga es también una perdonadora; la mano que castiga luego restaura: Castígame, oh Jehová, mas con juicio; no con tu furor; para que no me aniquiles (Jeremías 10:24). Le clama en petición por la misericordia con que escogió a Israel de entre las naciones, la misericordia que lo rescató del embrutecimiento de las naciones que siguen la idolatría, la misericordia que restaura después de la disciplina: Derrama tu enojo sobre los pueblos que no te conocen, y sobre las naciones que no invocan tu nombre; porque se comieron a Jacob, lo devoraron, le han consumido, y han asolado su morada (Jeremías 10:25).
La razón principal por la llegada del juicio de Jehová se encuentra en la violación de su pacto, descrito en Jeremías 11. Ayer leímos sobre la necesidad de prestar atención a la palabra de Jehová para disfrutar la relación estrecha y única descrita en el pacto: Mas esto les mandé, diciendo: Escuchad mi voz, y seré a vosotros por Dios, y vosotros me seréis por pueblo; y andad en todo camino que os mande, para que os vaya bien (Jeremías 7:23). Repite la invitación y el mandamiento en la lectura para hoy: Oíd mi voz, y cumplid mis palabras, conforme a todo lo que os mando; y me seréis por pueblo, y yo seré a vosotros por Dios (Jeremías 11:4). También anuncia el castigo por no cumplirlo: Maldito el varón que no obedeciere las palabras de este pacto (Jeremías 11:3). Y se puede resumir toda la obligación del pacto en unas pocas palabras: Oíd las palabras de este pacto (Jeremías 11:2); oíd mi voz (Jeremías 11:4); oíd las palabras de este pacto (Jeremías 11:6); oíd mi voz (Jeremías 11:7).
La respuesta apropiada es la breve del profeta: Amén, oh Jehová (Jeremías 11:5). Pero la desobediencia de Judá y Jerusalén también se reúne en unas pocas palabras: Pero no oyeron, ni inclinaron su oído (Jeremías 11:8). El pueblo escogió el camino de la maldición, más que todo por la idolatría: Se fueron cada uno tras la imaginación de su malvado corazón (Jeremías 11:8). Se ha multiplicado a tal punto que dice: Según el número de tus ciudades fueron tus dioses, oh Judá; y según el número de tus calles, oh Jerusalén, pusiste los altares de ignominia, altares para ofrecer incienso a Baal (Jeremías 11:13). Ese pecado enlaza al pueblo con las generaciones anteriores rebeldes (Jeremías 11:10). Por ser tan descarado e infame su pecado, su castigo será inescapable: He aquí yo traigo sobre ellos mal del que no podrán salir (Jeremías 11:11). Se manifestará de una forma irónicamente apropiada: Clamarán a mí, y no los oiré. E irán las ciudades de Judá y los moradores de Jerusalén, y clamarán a los dioses a quienes queman ellos incienso, los cuales no los podrán salvar en el tiempo de su mal (Jeremías 11:11, 12). Se revela la vanidad de la idolatría condenada en el capítulo anterior: esos dioses no pueden salvar. Y su llegada es tan cierta que otra vez le manda al profeta que no ore por el pueblo (Jeremías 11:14).
Como en Jeremías 7:21, el profeta anuncia la incapacidad de los sacrificios de quitar su culpa (Jeremías 11:15). Compara a Judá a un hermoso olivo verde… quemado y con las ramas quebradas (Jeremías 11:16), igual como se quedarán los árboles productivos de la tierra en la invasión. No hay duda quién manda este juicio severo: Porque Jehová de los ejércitos que te plantó ha pronunciado mal contra ti (Jeremías 11:17). No hay duda sobre la razón por la cual viene: A causa de la maldad que la casa de Israel y la casa de Judá han hecho, provocándome a ira con incensar a Baal (Jeremías 11:17). No hay duda de quién viene esta profecía: Y Jehová me lo hizo saber, y lo conocí; entonces me hiciste ver sus obras (Jeremías 11:18).
A pesar de la autoridad y la certeza de la profecía y la fidelidad de Jeremías al anunciarla, una sorpresa viene en la reacción de sus familiares y vecinos: ¡Quieren matarlo como el olivo verde destruido de su última profecía! (Jeremías 11:19) Jeremías busca refugio en el que le ha dado las profecías: Pero, oh Jehová de los ejércitos, que juzgas con justicia, que escudriñas la mente y el corazón, vea yo tu venganza de ellos; porque ante ti he expuesto mi causa (Jeremías 11:20). Y así le confirma Jehová de los ejércitos (Jeremías 11:21-23).
El tema de la persecución al profeta nos lleva a Jeremías 12. ¿Por qué la protección del profeta contra sus enemigos y el castigo de los malos no se hace más rápida y decisivamente? (Jeremías 12:1-4). Jehová le informa que la persecución que le ha tocado sufrir no es nada en comparación con lo que le espera: Si corriste con los de a pie, y te cansaron, ¿cómo contenderás con los caballos? Y si en la tierra de paz no estabas seguro, ¿cómo harás en la espesura del Jordán? (Jeremías 12:5; en referencia al valle del río Jordán, en esa época notable por la falta de caminos y la imposibilidad de cruzarlo en muchas partes) Hasta los más cercanos están en su contra (Jeremías 12:6), y la situación va a empeorar.
La persecución de Jeremías y los otros fieles del remanente va a empeorar por la maldad del pueblo de Jehová, el pueblo descrito en el resto del capítulo como la heredad de Jehová. Jehová ha abandonado su heredad a sus enemigos (Jeremías 12:7); por eso la persecución presente será peor. Su heredad está arruinada (Jeremías 12:8-11), y lo peor todavía le espera (Jeremías 12:12). En resumen: Sembraron trigo, y segaron espinos; tuvieron la heredad, mas no aprovecharon nada; se avergonzarán de sus frutos, a causa de la ardiente ira de Jehová (Jeremías 12:13).
Pero el juicio severo de Jehová contra Judá y Jerusalén no será el final de la historia. Su juicio caerá también sobre las naciones alrededor, los malos vecinos de Jeremías 12:14: He aquí que yo los arrancaré de su tierra, y arrancaré de en medio de ellos a la casa de Judá. Y luego: Y después que los haya arrancado, volveré y tendré misericordia de ellos, y los haré volver cada uno a su heredad y cada cual a su tierra (Jeremías 12:15). A través del juicio severo todavía luce la esperanza: Y si cuidadosamente aprendieren los caminos de mi pueblo, para jurar en mi nombre, diciendo: Vive Jehová, así como enseñaron a mi pueblo a jurar por Baal, ellos serán prosperados en medio de mi pueblo (Jeremías 12:16). ¡Jehová todavía será fiel a su pacto! Israel otra vez será la vara de su heredad (Jeremías 10:16). Y las naciones serán juzgadas por si someten o no a Jehová, el Dios de Israel: Mas si no oyeren, arrancaré esa nación, sacándola de raíz y destruyéndola, dice Jehová (Jeremías 12:17). Para contestar las preguntas del profeta en Jeremías 12:1-4, sí, los malos serán juzgados decisivamente… a una extensión y profundidad más allá de lo que pueda imaginar.
Igual como en Jeremías 10:1-16, aparece en varias lecturas el tema de la vanidad de la idolatría como punto de partida para reflexionar en la incomparabilidad de Jehová. Acuérdese de que lo vimos más recientemente en Isaías 40:18-31; 41:21-29 y especialmente en 44:6-23. También lo leímos en el Salmo 115 (que leímos con Éxodo 25 – 26) y el Salmo 135 (que leímos con Deuteronomio 12 – 14). Como en estos otros ejemplos, note que Jehová es Dios sobre todas las naciones, no sólo sobre Israel. Las naciones viven de su benevolencia aunque no lo conocen. Siguen la vanidad de sus ídolos y al final se quedan embrutecidas y en vanidad como ellos. Por eso, ¡qué privilegio tiene el pueblo de Jehová! Porque: No es así la porción de Jacob; porque él es el Hacedor de todo, e Israel es la vara de su heredad; Jehová de los ejércitos es su nombre (Jeremías 10:16). Entre todas las naciones Jehová ha escogido a Israel, le ha dado autoridad y lo utiliza como instrumento de justicia para todas las naciones; es Israel el que lo conoce por su nombre de supremo justicia y poder: Jehová de los ejércitos.
…Y por eso es tan triste, aún asombrador, leer los próximos versículos: Recoge de las tierras tus mercaderías, la que moras en lugar fortificado. Porque así ha dicho Jehová: He aquí que esta vez arrojaré con honda a los moradores de la tierra, y los afligiré, para que lo sientan (Jeremías 10:17-18). Del lugar fortificado (Jerusalén) donde esperan, sitiados por el enemigo, recogerán sus pocas pertinencias para empezar la larga caminata a su tierra de exilio. Como piedras en una honda serán lanzados entre las naciones, lejos de la tierra donde deben haber seguido a Jehová. La generación de Jeremías ha menospreciado y perdido la gran oportunidad de participar en la justicia mundial de Jehová, y por eso recibirán un castigo ejemplar.
Por eso se despierta el llanto del profeta: ¡Ay de mí, por mi quebrantamiento! Mi llaga es muy dolorosa (Jeremías 10:19). Y a la vez reconoce que es un castigo justo: Pero dije: Ciertamente enfermedad mía es esta, y debo sufrirla (Jeremías 10:19). Aquí reconocemos que el profeta no sólo está lamentando personalmente sino que da voz al llanto de Judá y Jerusalén por sufrir el castigo justo de Jehová (Jeremías 10:20). Concuerda con Jehová que sus pastores (el rey, los príncipes, los sacerdotes y los demás líderes del pueblo) son responsables por este juicio, y su ganado se esparció (la gente mandada al exilio; Jeremías 10:21). Aparentemente Jeremías declaró esta profecía antes de una de las invasiones, tal vez en una época de relativa paz, seguridad y prosperidad en Jerusalén y Judá, porque vuelve otra vez al tema de la olla que hierve con faz hacia el norte de Jeremías 1:13: He aquí que voz de rumor viene, y alboroto grande de la tierra del norte, para convertir en soledad todas las ciudades de Judá, en morada de chacales (Jeremías 10:22).
Vuelve luego el profeta a comunicar personalmente con Jehová en Jeremías 10:23. Reconoce que las fuerzas del juicio son mucho más grandes que el poder individual. La respuesta correcta al juicio es la sumisión y la humildad, no la soberbia: Conozco, oh Jehová, que el hombre no es señor de su camino, ni del hombre que camina es el ordenar sus pasos (Jeremías 10:23). Pero no es la resignación al destino sino la sumisión y la fe en que la mano que castiga es también una perdonadora; la mano que castiga luego restaura: Castígame, oh Jehová, mas con juicio; no con tu furor; para que no me aniquiles (Jeremías 10:24). Le clama en petición por la misericordia con que escogió a Israel de entre las naciones, la misericordia que lo rescató del embrutecimiento de las naciones que siguen la idolatría, la misericordia que restaura después de la disciplina: Derrama tu enojo sobre los pueblos que no te conocen, y sobre las naciones que no invocan tu nombre; porque se comieron a Jacob, lo devoraron, le han consumido, y han asolado su morada (Jeremías 10:25).
La razón principal por la llegada del juicio de Jehová se encuentra en la violación de su pacto, descrito en Jeremías 11. Ayer leímos sobre la necesidad de prestar atención a la palabra de Jehová para disfrutar la relación estrecha y única descrita en el pacto: Mas esto les mandé, diciendo: Escuchad mi voz, y seré a vosotros por Dios, y vosotros me seréis por pueblo; y andad en todo camino que os mande, para que os vaya bien (Jeremías 7:23). Repite la invitación y el mandamiento en la lectura para hoy: Oíd mi voz, y cumplid mis palabras, conforme a todo lo que os mando; y me seréis por pueblo, y yo seré a vosotros por Dios (Jeremías 11:4). También anuncia el castigo por no cumplirlo: Maldito el varón que no obedeciere las palabras de este pacto (Jeremías 11:3). Y se puede resumir toda la obligación del pacto en unas pocas palabras: Oíd las palabras de este pacto (Jeremías 11:2); oíd mi voz (Jeremías 11:4); oíd las palabras de este pacto (Jeremías 11:6); oíd mi voz (Jeremías 11:7).
La respuesta apropiada es la breve del profeta: Amén, oh Jehová (Jeremías 11:5). Pero la desobediencia de Judá y Jerusalén también se reúne en unas pocas palabras: Pero no oyeron, ni inclinaron su oído (Jeremías 11:8). El pueblo escogió el camino de la maldición, más que todo por la idolatría: Se fueron cada uno tras la imaginación de su malvado corazón (Jeremías 11:8). Se ha multiplicado a tal punto que dice: Según el número de tus ciudades fueron tus dioses, oh Judá; y según el número de tus calles, oh Jerusalén, pusiste los altares de ignominia, altares para ofrecer incienso a Baal (Jeremías 11:13). Ese pecado enlaza al pueblo con las generaciones anteriores rebeldes (Jeremías 11:10). Por ser tan descarado e infame su pecado, su castigo será inescapable: He aquí yo traigo sobre ellos mal del que no podrán salir (Jeremías 11:11). Se manifestará de una forma irónicamente apropiada: Clamarán a mí, y no los oiré. E irán las ciudades de Judá y los moradores de Jerusalén, y clamarán a los dioses a quienes queman ellos incienso, los cuales no los podrán salvar en el tiempo de su mal (Jeremías 11:11, 12). Se revela la vanidad de la idolatría condenada en el capítulo anterior: esos dioses no pueden salvar. Y su llegada es tan cierta que otra vez le manda al profeta que no ore por el pueblo (Jeremías 11:14).
Como en Jeremías 7:21, el profeta anuncia la incapacidad de los sacrificios de quitar su culpa (Jeremías 11:15). Compara a Judá a un hermoso olivo verde… quemado y con las ramas quebradas (Jeremías 11:16), igual como se quedarán los árboles productivos de la tierra en la invasión. No hay duda quién manda este juicio severo: Porque Jehová de los ejércitos que te plantó ha pronunciado mal contra ti (Jeremías 11:17). No hay duda sobre la razón por la cual viene: A causa de la maldad que la casa de Israel y la casa de Judá han hecho, provocándome a ira con incensar a Baal (Jeremías 11:17). No hay duda de quién viene esta profecía: Y Jehová me lo hizo saber, y lo conocí; entonces me hiciste ver sus obras (Jeremías 11:18).
A pesar de la autoridad y la certeza de la profecía y la fidelidad de Jeremías al anunciarla, una sorpresa viene en la reacción de sus familiares y vecinos: ¡Quieren matarlo como el olivo verde destruido de su última profecía! (Jeremías 11:19) Jeremías busca refugio en el que le ha dado las profecías: Pero, oh Jehová de los ejércitos, que juzgas con justicia, que escudriñas la mente y el corazón, vea yo tu venganza de ellos; porque ante ti he expuesto mi causa (Jeremías 11:20). Y así le confirma Jehová de los ejércitos (Jeremías 11:21-23).
El tema de la persecución al profeta nos lleva a Jeremías 12. ¿Por qué la protección del profeta contra sus enemigos y el castigo de los malos no se hace más rápida y decisivamente? (Jeremías 12:1-4). Jehová le informa que la persecución que le ha tocado sufrir no es nada en comparación con lo que le espera: Si corriste con los de a pie, y te cansaron, ¿cómo contenderás con los caballos? Y si en la tierra de paz no estabas seguro, ¿cómo harás en la espesura del Jordán? (Jeremías 12:5; en referencia al valle del río Jordán, en esa época notable por la falta de caminos y la imposibilidad de cruzarlo en muchas partes) Hasta los más cercanos están en su contra (Jeremías 12:6), y la situación va a empeorar.
La persecución de Jeremías y los otros fieles del remanente va a empeorar por la maldad del pueblo de Jehová, el pueblo descrito en el resto del capítulo como la heredad de Jehová. Jehová ha abandonado su heredad a sus enemigos (Jeremías 12:7); por eso la persecución presente será peor. Su heredad está arruinada (Jeremías 12:8-11), y lo peor todavía le espera (Jeremías 12:12). En resumen: Sembraron trigo, y segaron espinos; tuvieron la heredad, mas no aprovecharon nada; se avergonzarán de sus frutos, a causa de la ardiente ira de Jehová (Jeremías 12:13).
Pero el juicio severo de Jehová contra Judá y Jerusalén no será el final de la historia. Su juicio caerá también sobre las naciones alrededor, los malos vecinos de Jeremías 12:14: He aquí que yo los arrancaré de su tierra, y arrancaré de en medio de ellos a la casa de Judá. Y luego: Y después que los haya arrancado, volveré y tendré misericordia de ellos, y los haré volver cada uno a su heredad y cada cual a su tierra (Jeremías 12:15). A través del juicio severo todavía luce la esperanza: Y si cuidadosamente aprendieren los caminos de mi pueblo, para jurar en mi nombre, diciendo: Vive Jehová, así como enseñaron a mi pueblo a jurar por Baal, ellos serán prosperados en medio de mi pueblo (Jeremías 12:16). ¡Jehová todavía será fiel a su pacto! Israel otra vez será la vara de su heredad (Jeremías 10:16). Y las naciones serán juzgadas por si someten o no a Jehová, el Dios de Israel: Mas si no oyeren, arrancaré esa nación, sacándola de raíz y destruyéndola, dice Jehová (Jeremías 12:17). Para contestar las preguntas del profeta en Jeremías 12:1-4, sí, los malos serán juzgados decisivamente… a una extensión y profundidad más allá de lo que pueda imaginar.