Jeremías 21 - 23:8
En resumen:
Después de la muerte de Josías, el anhelo profundo por un rey justo nunca se cumplió. Pero Jehová promete levantar a David un renuevo justo, uno que reinará como Rey y que hará justicia y juicio en la tierra.
Después de la muerte de Josías, el anhelo profundo por un rey justo nunca se cumplió. Pero Jehová promete levantar a David un renuevo justo, uno que reinará como Rey y que hará justicia y juicio en la tierra.
En más detalle:
En la introducción al libro de Jeremías (Jeremías 1 – 4:4) fechamos esta profecía a Sedequías en Jeremías 21 al año 589 o 588 a.C. Ocurre cuando Nabucodonosor marcha contra Jerusalén para sitiarla y destruirla por completo. En Jeremías 21:2 es notable la ignorancia del rey Sedequías: Consulta ahora acerca de nosotros a Jehová, porque Nabucodonosor rey de Babilonia hace guerra contra nosotros; quizá Jehová hará con nosotros según todas sus maravillas, y aquel se irá de sobre nosotros (Jeremías 21:2). Para nosotros que hemos leído todo el libro de Jeremías hasta este punto, que hemos escuchado repetidas veces la seguridad del juicio por esta invasión del norte, la esperanza del rey Sedequías es ridícula. Sedequías es un ejemplo destacado de uno que sabe de Jehová (sabe la historia de sus maravillas; sabe que tiene poder sobre las naciones; sabe que controla el futuro; está dispuesto a tener fe en Él y aún reconoce a su profeta) pero desconoce por completo su camino (o no se le habría pedido: ¿Qué hará Jehová ahora?) Ha ignorado a largo plazo la palabra de Jehová – hasta el día que se ve sin otras opciones.
Note que el Pasur hijo de Malaquías a quien el rey manda a Jeremías en 21:1-2 no es el mismo Pasur hijo de Imer que azotó al profeta en Jeremías 20:1-6. Recibe una respuesta inesperada – no sólo Nabucodonosor sino Jehová hace guerra contra ellos (Jeremías 21:3-6). La derrota de Sedequías y Jerusalén será completa, dolorosa, vergonzosa, sin misericordia (Jeremías 21:7). Anuncia al pueblo lo que habría parecido un mensaje de traición en este tiempo de guerra: El que quedare en esta ciudad morirá a espada, de hambre o de pestilencia; mas el que saliere y se pasare a los caldeos que os tienen situados, vivirá, y su vida le será por despojo (Jeremías 21:9). Que no haya duda sobre la política de Jehová en esta guerra: Mi rostro he puesto contra esta ciudad para mal, y no para bien, dice Jehová; en mano del rey de Babilonia será entregada, y la quemará a fuego (Jeremías 21:10). Y continúa la profecía en dos direcciones más: 1) a la casa de David, la familia real, que haga justicia y dé libertad a los oprimidos para no sufrir la ira de Jehová, y 2) a los moradores de los lugares más remotos y difíciles de acceder; la ira de Jehová los alcanzará también.
En Jeremías 22:1-9 aparece otra profecía a la casa de David anterior a la de Jeremías 21, una en que todavía hay tiempo para arrepentirse. Jehová les señala en qué se tienen que arrepentir: Haced juicio y justicia, y librad al oprimido de mano del opresor, y no engañéis ni robéis al extranjero, ni al huérfano ni a la viuda, ni derraméis sangre inocente en este lugar (Jeremías 22:3). Es decir, tienen que gobernar en justicia, de acuerdo con la ley de Jehová. Si la cumplen, recibirán la bendición ya profetizada al pueblo por guardar el día de reposo en Jeremías 17:24-25: Porque si efectivamente obedeciereis esta palabra, los reyes que en lugar de David se sientan sobre su trono, entrarán montados en carros y en caballos por las puertas de esta casa; ellos, y sus criados y su pueblo (Jeremías 22:4). Volviendo al tema de oír / no oír, dice: Mas si no oyereis estas palabras, por mí mismo he jurado, dice Jehová, que esta casa será desierta (Jeremías 22:5). Les comunica su aprecio por describirles como los lugares naturales cercanos más bellos y prósperos: Así ha dicho Jehová acerca de la casa del rey de Judá: Como Galaad eres tú para mí, y como la cima del Líbano; sin embargo, te convertiré en soledad, y como ciudades deshabitadas (Jeremías 22:6). Por temas que ya reconocemos de los capítulos anteriores, les anuncia la invasión del norte, el sitio y la vergüenza que les esperan si no atienden el pacto (Jeremías 22:7-9).
Por la breve profecía sobre Salum, también llamado Joacaz, acuérdese de 2 Reyes 23:31-33. Reinó sólo tres meses después de la muerte de su padre Josías que murió en batalla contra el Faraón y luego fue llevado a Egipto. Probablemente algunos esperaban su vuelta, pensando que con él volverían la independencia de Judá y la justicia que disfrutaban bajo el reinado de su padre Josías. Jehová bruscamente apaga cualquiera esperanza semejante: No volverá más aquí, sino que morirá en el lugar adonde lo llevaron cautivo, y no verá más esta tierra (Jeremías 22:11, 12).
Luego aparece una profecía sobre Joacim, el rey que fue puesto por Faraón para reemplazar a Joacaz. Sirve como un ejemplo destacado de la avaricia y la injusticia en que se había caído la casa de David en contraste con la justicia de su padre fallecido, Josías (Jeremías 22:13-17). Según 2 Crónicas 35:24-25, todo Judá y Jerusalén hicieron duelo por el justo rey Josías, Jeremías lo endechó en memoria, y los cantores y cantoras recitaban las lamentaciones sobre Josías por generaciones. Pero Joacaz no será recordado así: En sepultura de asno será enterrado, arrastrándole y echándole fuera de las puertas de Jerusalén (Jeremías 22:19).
En Jeremías 22:20 la profecía a Joacim se extiende a Jerusalén para expresar el juicio que sufrirá junto con su rey: Sube al Líbano y clama, y en Basán da tu voz, y grita hacia todas partes; porque todos tus enamorados son destruidos (Jeremías 22:20). Ya no se queda nadie con quien hacer alianza para proteger a Jerusalén de la invasión del norte; todos han sido destruidos. Ya pasó la amplia oportunidad para arrepentirse (Jeremías 22:21). Sólo le espera a todos los que pastorean a Jerusalén el cautiverio (Jeremías 22:22), una profecía que se cumplió con el exilio de 598 a.C., el segundo de esa época, en que llevaron cautivos a diez mil de la familia real, sus siervos, los príncipes, los hombres valientes, los artesanos y los herreros (2 Reyes 24:12-16). Jerusalén estaba llena de casas costosas de cedro como si fuera un nido entre los cedros de Líbano, pero la codicia que la motivó a construirlas será juzgada: ¡Cómo gemirás cuando te vinieren dolores, dolor como de mujer que está de parto! (Jeremías 22:23) Sus casas preciosas serán destruidas o pasadas a otros mientras los dueños son llevados al cautiverio.
Luego viene una profecía sobre Conías, también llamado Jeconías (Jeremías 24:1; 27:20; 28:4; 29:2) o Joaquín (2 Reyes 24:8; 2 Crónicas 36:9; Jeremías 52:31). Anuncia el fin de su breve reinado en el exilio (2 Reyes 24:8-9; 2 Crónicas 36:9-10; Jeremías 22:25-26). Entendemos que la profecía sobre el rey y la reina humillados fue declarada sobre él y su madre (Jeremías 13:15-20); aquí Jeremías anuncia la permanencia de su exilio: A la tierra a la cual ellos con toda el alma anhelan volver, allá no volverán (Jeremías 22:27). Estas tristes noticias provocan el lamento: ¿Es este hombre Conías una vasija despreciada y quebrada? ¿Es un trasto que nadie estima? ¿Por qué fueron arrojados él y su generación, y echados a tierra que no habían conocido? (Jeremías 22:28) Están viviendo el cumplimiento de la profecía de la vasija quebrada de Jeremías 19. El profeta lamenta profundamente el castigo que padecerá la tierra (Jeremías 22:29) y anuncia: Escribid lo que sucederá a este hombre privado de descendencia, hombre a quien nada próspero sucederá en todos los días de su vida; porque ninguno de su descendencia logrará sentarse sobre el trono de David, ni reinar sobre Judá (Jeremías 22:30). Ninguno de sus hijos (1 Crónicas 3:17-18) llegará a ser rey. ¡El tronco del árbol de David ha sido cortado! La tierra prometida entra en una época sin gobierno de acuerdo con el pacto entre Jehová y David (2 Samuel 7:12-16).
La culpa por este castigo severo es de los reyes y príncipes: ¡Ay de los pastores que destruyen y dispersan las ovejas de mi rebaño! dice Jehová. Por tanto, así ha dicho Jehová Dios de Israel a los pastores que apacientan mi pueblo: Vosotros dispersasteis mis ovejas, y las espantasteis, y no las habéis cuidado. He aquí que yo castigo la maldad de vuestras obras, dice Jehová (Jeremías 23:1-2). Pero donde abunda el pecado, sobreabunda la gracia de Jehová; no va a abandonar a su rebaño: Y yo mismo recogeré el remanente de mis ovejas de todas las tierras adonde las eché, y las haré volver a sus moradas; y crecerán y se multiplicarán (Jeremías 23:3). Jehová por su gracia va a preservar un remanente, un grupo reducido que pastoreará para volver del exilio y establecerse de nuevo en la tierra abandonada. Y disfrutarán un gobierno justo, muy diferente que los reinados de Sedequías, de Salum, de Joacim o de Jeconías: Y pondré sobre ellas pastores que las apacienten; y no temerán más, ni se amedrentarán, ni serán menoscabadas, dice Jehová (Jeremías 23:4).
En particular señala a un Rey justo: He aquí que vienen días, dice Jehová, en que levantaré a David un renuevo justo, y reinará como Rey, el cual será dichoso, y hará juicio y justicia en la tierra (Jeremías 23:5). El tronco cortado de David se retoñará, y el Rey justo que viene no va a duplicar la injusticia de sus antepasados. En sus días será salvo Judá, e Israel habitará confiado; y este será su nombre con el cual le llamarán: Jehová, justicia nuestra (Jeremías 23:6). Habrá una salvación más completa y extensa que la salvación de la invasión de los caldeos; habrá una salvación del pecado y de la injusticia, una salvación para vivir de acuerdo con la justicia de Jehová. Y esta salvación será tan gloriosa que va a superar la salvación del éxodo: Por tanto, he aquí que vienen días, dice Jehová, en que no dirán más: Vive Jehová que hizo subir a los hijos de Israel de la tierra de Egipto, sino: Vive Jehová que hizo subir y trajo la descendencia de la casa de Israel de tierra del norte, y de todas las tierras adonde yo los había echado; y habitarán en su tierra (Jeremías 23:8).
Las lamentables noticias del juicio por los reinados de los reyes injustos no indican el fin de la relación entre Jehová y su pueblo. En el exilio va a preservar a un remanente que regresará para disfrutar por fin el reinado del Rey justo, el que por fin llega en el Nuevo Testamento, nuestro Señor Jesucristo.
En la introducción al libro de Jeremías (Jeremías 1 – 4:4) fechamos esta profecía a Sedequías en Jeremías 21 al año 589 o 588 a.C. Ocurre cuando Nabucodonosor marcha contra Jerusalén para sitiarla y destruirla por completo. En Jeremías 21:2 es notable la ignorancia del rey Sedequías: Consulta ahora acerca de nosotros a Jehová, porque Nabucodonosor rey de Babilonia hace guerra contra nosotros; quizá Jehová hará con nosotros según todas sus maravillas, y aquel se irá de sobre nosotros (Jeremías 21:2). Para nosotros que hemos leído todo el libro de Jeremías hasta este punto, que hemos escuchado repetidas veces la seguridad del juicio por esta invasión del norte, la esperanza del rey Sedequías es ridícula. Sedequías es un ejemplo destacado de uno que sabe de Jehová (sabe la historia de sus maravillas; sabe que tiene poder sobre las naciones; sabe que controla el futuro; está dispuesto a tener fe en Él y aún reconoce a su profeta) pero desconoce por completo su camino (o no se le habría pedido: ¿Qué hará Jehová ahora?) Ha ignorado a largo plazo la palabra de Jehová – hasta el día que se ve sin otras opciones.
Note que el Pasur hijo de Malaquías a quien el rey manda a Jeremías en 21:1-2 no es el mismo Pasur hijo de Imer que azotó al profeta en Jeremías 20:1-6. Recibe una respuesta inesperada – no sólo Nabucodonosor sino Jehová hace guerra contra ellos (Jeremías 21:3-6). La derrota de Sedequías y Jerusalén será completa, dolorosa, vergonzosa, sin misericordia (Jeremías 21:7). Anuncia al pueblo lo que habría parecido un mensaje de traición en este tiempo de guerra: El que quedare en esta ciudad morirá a espada, de hambre o de pestilencia; mas el que saliere y se pasare a los caldeos que os tienen situados, vivirá, y su vida le será por despojo (Jeremías 21:9). Que no haya duda sobre la política de Jehová en esta guerra: Mi rostro he puesto contra esta ciudad para mal, y no para bien, dice Jehová; en mano del rey de Babilonia será entregada, y la quemará a fuego (Jeremías 21:10). Y continúa la profecía en dos direcciones más: 1) a la casa de David, la familia real, que haga justicia y dé libertad a los oprimidos para no sufrir la ira de Jehová, y 2) a los moradores de los lugares más remotos y difíciles de acceder; la ira de Jehová los alcanzará también.
En Jeremías 22:1-9 aparece otra profecía a la casa de David anterior a la de Jeremías 21, una en que todavía hay tiempo para arrepentirse. Jehová les señala en qué se tienen que arrepentir: Haced juicio y justicia, y librad al oprimido de mano del opresor, y no engañéis ni robéis al extranjero, ni al huérfano ni a la viuda, ni derraméis sangre inocente en este lugar (Jeremías 22:3). Es decir, tienen que gobernar en justicia, de acuerdo con la ley de Jehová. Si la cumplen, recibirán la bendición ya profetizada al pueblo por guardar el día de reposo en Jeremías 17:24-25: Porque si efectivamente obedeciereis esta palabra, los reyes que en lugar de David se sientan sobre su trono, entrarán montados en carros y en caballos por las puertas de esta casa; ellos, y sus criados y su pueblo (Jeremías 22:4). Volviendo al tema de oír / no oír, dice: Mas si no oyereis estas palabras, por mí mismo he jurado, dice Jehová, que esta casa será desierta (Jeremías 22:5). Les comunica su aprecio por describirles como los lugares naturales cercanos más bellos y prósperos: Así ha dicho Jehová acerca de la casa del rey de Judá: Como Galaad eres tú para mí, y como la cima del Líbano; sin embargo, te convertiré en soledad, y como ciudades deshabitadas (Jeremías 22:6). Por temas que ya reconocemos de los capítulos anteriores, les anuncia la invasión del norte, el sitio y la vergüenza que les esperan si no atienden el pacto (Jeremías 22:7-9).
Por la breve profecía sobre Salum, también llamado Joacaz, acuérdese de 2 Reyes 23:31-33. Reinó sólo tres meses después de la muerte de su padre Josías que murió en batalla contra el Faraón y luego fue llevado a Egipto. Probablemente algunos esperaban su vuelta, pensando que con él volverían la independencia de Judá y la justicia que disfrutaban bajo el reinado de su padre Josías. Jehová bruscamente apaga cualquiera esperanza semejante: No volverá más aquí, sino que morirá en el lugar adonde lo llevaron cautivo, y no verá más esta tierra (Jeremías 22:11, 12).
Luego aparece una profecía sobre Joacim, el rey que fue puesto por Faraón para reemplazar a Joacaz. Sirve como un ejemplo destacado de la avaricia y la injusticia en que se había caído la casa de David en contraste con la justicia de su padre fallecido, Josías (Jeremías 22:13-17). Según 2 Crónicas 35:24-25, todo Judá y Jerusalén hicieron duelo por el justo rey Josías, Jeremías lo endechó en memoria, y los cantores y cantoras recitaban las lamentaciones sobre Josías por generaciones. Pero Joacaz no será recordado así: En sepultura de asno será enterrado, arrastrándole y echándole fuera de las puertas de Jerusalén (Jeremías 22:19).
En Jeremías 22:20 la profecía a Joacim se extiende a Jerusalén para expresar el juicio que sufrirá junto con su rey: Sube al Líbano y clama, y en Basán da tu voz, y grita hacia todas partes; porque todos tus enamorados son destruidos (Jeremías 22:20). Ya no se queda nadie con quien hacer alianza para proteger a Jerusalén de la invasión del norte; todos han sido destruidos. Ya pasó la amplia oportunidad para arrepentirse (Jeremías 22:21). Sólo le espera a todos los que pastorean a Jerusalén el cautiverio (Jeremías 22:22), una profecía que se cumplió con el exilio de 598 a.C., el segundo de esa época, en que llevaron cautivos a diez mil de la familia real, sus siervos, los príncipes, los hombres valientes, los artesanos y los herreros (2 Reyes 24:12-16). Jerusalén estaba llena de casas costosas de cedro como si fuera un nido entre los cedros de Líbano, pero la codicia que la motivó a construirlas será juzgada: ¡Cómo gemirás cuando te vinieren dolores, dolor como de mujer que está de parto! (Jeremías 22:23) Sus casas preciosas serán destruidas o pasadas a otros mientras los dueños son llevados al cautiverio.
Luego viene una profecía sobre Conías, también llamado Jeconías (Jeremías 24:1; 27:20; 28:4; 29:2) o Joaquín (2 Reyes 24:8; 2 Crónicas 36:9; Jeremías 52:31). Anuncia el fin de su breve reinado en el exilio (2 Reyes 24:8-9; 2 Crónicas 36:9-10; Jeremías 22:25-26). Entendemos que la profecía sobre el rey y la reina humillados fue declarada sobre él y su madre (Jeremías 13:15-20); aquí Jeremías anuncia la permanencia de su exilio: A la tierra a la cual ellos con toda el alma anhelan volver, allá no volverán (Jeremías 22:27). Estas tristes noticias provocan el lamento: ¿Es este hombre Conías una vasija despreciada y quebrada? ¿Es un trasto que nadie estima? ¿Por qué fueron arrojados él y su generación, y echados a tierra que no habían conocido? (Jeremías 22:28) Están viviendo el cumplimiento de la profecía de la vasija quebrada de Jeremías 19. El profeta lamenta profundamente el castigo que padecerá la tierra (Jeremías 22:29) y anuncia: Escribid lo que sucederá a este hombre privado de descendencia, hombre a quien nada próspero sucederá en todos los días de su vida; porque ninguno de su descendencia logrará sentarse sobre el trono de David, ni reinar sobre Judá (Jeremías 22:30). Ninguno de sus hijos (1 Crónicas 3:17-18) llegará a ser rey. ¡El tronco del árbol de David ha sido cortado! La tierra prometida entra en una época sin gobierno de acuerdo con el pacto entre Jehová y David (2 Samuel 7:12-16).
La culpa por este castigo severo es de los reyes y príncipes: ¡Ay de los pastores que destruyen y dispersan las ovejas de mi rebaño! dice Jehová. Por tanto, así ha dicho Jehová Dios de Israel a los pastores que apacientan mi pueblo: Vosotros dispersasteis mis ovejas, y las espantasteis, y no las habéis cuidado. He aquí que yo castigo la maldad de vuestras obras, dice Jehová (Jeremías 23:1-2). Pero donde abunda el pecado, sobreabunda la gracia de Jehová; no va a abandonar a su rebaño: Y yo mismo recogeré el remanente de mis ovejas de todas las tierras adonde las eché, y las haré volver a sus moradas; y crecerán y se multiplicarán (Jeremías 23:3). Jehová por su gracia va a preservar un remanente, un grupo reducido que pastoreará para volver del exilio y establecerse de nuevo en la tierra abandonada. Y disfrutarán un gobierno justo, muy diferente que los reinados de Sedequías, de Salum, de Joacim o de Jeconías: Y pondré sobre ellas pastores que las apacienten; y no temerán más, ni se amedrentarán, ni serán menoscabadas, dice Jehová (Jeremías 23:4).
En particular señala a un Rey justo: He aquí que vienen días, dice Jehová, en que levantaré a David un renuevo justo, y reinará como Rey, el cual será dichoso, y hará juicio y justicia en la tierra (Jeremías 23:5). El tronco cortado de David se retoñará, y el Rey justo que viene no va a duplicar la injusticia de sus antepasados. En sus días será salvo Judá, e Israel habitará confiado; y este será su nombre con el cual le llamarán: Jehová, justicia nuestra (Jeremías 23:6). Habrá una salvación más completa y extensa que la salvación de la invasión de los caldeos; habrá una salvación del pecado y de la injusticia, una salvación para vivir de acuerdo con la justicia de Jehová. Y esta salvación será tan gloriosa que va a superar la salvación del éxodo: Por tanto, he aquí que vienen días, dice Jehová, en que no dirán más: Vive Jehová que hizo subir a los hijos de Israel de la tierra de Egipto, sino: Vive Jehová que hizo subir y trajo la descendencia de la casa de Israel de tierra del norte, y de todas las tierras adonde yo los había echado; y habitarán en su tierra (Jeremías 23:8).
Las lamentables noticias del juicio por los reinados de los reyes injustos no indican el fin de la relación entre Jehová y su pueblo. En el exilio va a preservar a un remanente que regresará para disfrutar por fin el reinado del Rey justo, el que por fin llega en el Nuevo Testamento, nuestro Señor Jesucristo.