Jeremías 37 - 39 y Salmo 69
En resumen:
El ejemplo de Sedequías nos enseña que no sólo tenemos que escuchar la palabra de Dios sino obedecerla también.
El ejemplo de Sedequías nos enseña que no sólo tenemos que escuchar la palabra de Dios sino obedecerla también.
En más detalle:
Del reinado de Jeconías / Joacim en Jeremías 36, Jeremías 37 nos hace saltar cronológicamente otra vez al fin del reinado de Sedequías, poco antes de la destrucción de Jerusalén.
Sedequías no ha reaccionado tan atrevidamente contra la palabra de Jehová como Joacim al quemar el rollo (Jeremías 36:22-23); en cambio, buscó al profeta Jeremías cuando Nabucodonosor primero invadió la tierra desde el norte (Jeremías 21:1-2). Ha escuchado profecías del juicio severo e inescapable (Jeremías 21:3-7; 32:3-5; 34:1-6) y llamados al arrepentimiento que le advertían del peligro de los falsos profetas (Jeremías 27:12-22). Por eso tal vez interpretamos por buen señal su petición a Jeremías: Ruega ahora por nosotros a Jehová nuestro Dios (Jeremías 37:3). ¿Será que por fin se ha humillado delante de Jehová? Por lo menos no consulta a ningún dios falso. Y Nabucodonosor se retira de Jerusalén para responder a la ofensiva de Faraón. ¿Será que la mano de Jehová está por liberar a Jerusalén?
Jehová contesta claramente: He aquí que el ejército de Faraón que había salido en vuestro socorro, se volvió a su tierra en Egipto. Y volverán los caldeos y atacarán esta ciudad, y la tomarán y la pondrán a fuego (Jeremías 37:7-8). El juicio ya está decidido: Aun cuando hirieseis a todo el ejército de los caldeos que pelean contra vosotros, y quedasen de ellos solamente hombres heridos, cada uno se levantará de su tienda, y pondrán esta ciudad a fuego (Jeremías 37:10). Vencerán no por su propia fuerza sino porque Jehová está luchando por ellos.
Después de que Jeremías injustamente es echado en la casa de la cisterna del escriba Jonatán, Sedequías lo saca… pero lo hace para hablarle secretamente y pedirle la palabra de Jehová, no por reprender a sus oficiales y restaurar la justicia (Jeremías 37:17). Otra vez se le repite la misma profecía: En mano del rey de Babilonia serás entregado (Jeremías 37:17). Recibe la petición de Jeremías para rescatarle de la casa de Jonatán y la muerte que le esperaba si se quedaba allá… pero sólo lo transfiere a una cárcel mejor y le da una ración de comida mientras hay (Jeremías 37:20-21). ¿Será que sólo quiere proteger a Jeremías de sus enemigos… o que vacila entre la palabra de Jehová y la palabra de sus príncipes sin comprometerse con ninguna?
Cuando los enemigos de Jeremías falsamente lo acusan de traición, Sedequías admite su falta de mando: He aquí que él está en vuestras manos, pues el rey nada puede hacer contra vosotros (Jeremías 38:5). Su vacilación se destaca más cuando llega un extranjero para exigir la justicia y sacar a Jeremías de la cisterna (Jeremías 38:7-13). Encarcelado en la indecisión, el rey Sedequías pide otra vez la palabra de Jehová (Jeremías 38:14).
Y Jehová en su misericordia le da una oportunidad más para arrepentirse: Si te entregas en seguida a los príncipes del rey de Babilonia, tu alma vivirá, y esta ciudad no será puesta a fuego, y vivirás tú y tu casa (Jeremías 38:17). Note la urgencia de decidir por el buen camino. La indecisión en cambio es una decisión para el juicio: Si no te entregas a los príncipes del rey de Babilonia, esta ciudad será entregada en mano de los caldeos, y la pondrán a fuego, y tú no escaparás de sus manos (Jeremías 38:18).
Sedequías revela que teme a algunos más que a Jehová y aún más que al rey de Babilonia: Tengo temor de los judíos que se han pasado a los caldeos, no sea que me entreguen en sus manos y me escarnezcan (Jeremías 38:19). Responde Jeremías por indicar que hay que temer más a Jehová y refugiarse en Él: No te entregarán. Oye ahora la voz de Jehová que yo te hablo, y te irá bien y vivirás (Jeremías 38:20). Otra vez, la indecisión será una decisión por el juicio (Jeremías 38:21-23).
Pero Sedequías no puede soltarse del temor al hombre: Y dijo Sedequías a Jeremías: Nadie sepa estas palabras, y no morirás. Y si los príncipes oyeren que yo he hablado contigo, y vinieren a ti y te dijeren: Decláranos ahora qué hablaste con el rey, no nos lo encubras, y no te mataremos; asimismo qué te dijo el rey; les dirás: Supliqué al rey que no me hiciese volver a casa de Jonatán para que no me muriese allí (Jeremías 38:24-26). Si no teme a los judíos que se han pasado a los caldeos, teme a los que se han quedado. Para Sedequías, todos se ven más grandes a sus ojos que Jehová, el instrumento de su juicio Nabucodonosor y su portavoz Jeremías.
El rey Sedequías tomó su decisión de indecisión, y Jeremías, encarcelado espera el fin (Jeremías 38:27-28).
Y el fin viene rápida y decisivamente (Jeremías 39:1-10). Esta narrativa concentra en el juicio de Jerusalén experimentado por Sedequías. A la vez describe la protección dada a Jeremías y al etíope Ebed-melec por su compromiso con la palabra de Jehová, el que se arriesgó para salvar a Jeremías de la cisterna la segunda vez cuando Sedequías no quiso protegerlo más. Pasará por el juicio también, pero como los otros gentiles creyentes de quienes leímos recientemente (los recabitas), será preservado en medio del juicio: He aquí yo traigo mis palabras sobre esta ciudad para mal, y no para bien; y sucederá esto en aquel día en presencia tuya. Pero en aquel día yo te libraré, dice Jehová, y no serás entregado en manos de aquellos a quienes tú temes. Porque ciertamente te libraré, y no caerás a espada, sino que tu vida te será por botín, porque tuviste confianza en mí, dice Jehová (Jeremías 39:16-18). Un gentil es preservado en medio del juicio mientras la casa de David lo sufre horriblemente, todo por el compromiso o la indecisión a la palabra de Jehová.
Del reinado de Jeconías / Joacim en Jeremías 36, Jeremías 37 nos hace saltar cronológicamente otra vez al fin del reinado de Sedequías, poco antes de la destrucción de Jerusalén.
Sedequías no ha reaccionado tan atrevidamente contra la palabra de Jehová como Joacim al quemar el rollo (Jeremías 36:22-23); en cambio, buscó al profeta Jeremías cuando Nabucodonosor primero invadió la tierra desde el norte (Jeremías 21:1-2). Ha escuchado profecías del juicio severo e inescapable (Jeremías 21:3-7; 32:3-5; 34:1-6) y llamados al arrepentimiento que le advertían del peligro de los falsos profetas (Jeremías 27:12-22). Por eso tal vez interpretamos por buen señal su petición a Jeremías: Ruega ahora por nosotros a Jehová nuestro Dios (Jeremías 37:3). ¿Será que por fin se ha humillado delante de Jehová? Por lo menos no consulta a ningún dios falso. Y Nabucodonosor se retira de Jerusalén para responder a la ofensiva de Faraón. ¿Será que la mano de Jehová está por liberar a Jerusalén?
Jehová contesta claramente: He aquí que el ejército de Faraón que había salido en vuestro socorro, se volvió a su tierra en Egipto. Y volverán los caldeos y atacarán esta ciudad, y la tomarán y la pondrán a fuego (Jeremías 37:7-8). El juicio ya está decidido: Aun cuando hirieseis a todo el ejército de los caldeos que pelean contra vosotros, y quedasen de ellos solamente hombres heridos, cada uno se levantará de su tienda, y pondrán esta ciudad a fuego (Jeremías 37:10). Vencerán no por su propia fuerza sino porque Jehová está luchando por ellos.
Después de que Jeremías injustamente es echado en la casa de la cisterna del escriba Jonatán, Sedequías lo saca… pero lo hace para hablarle secretamente y pedirle la palabra de Jehová, no por reprender a sus oficiales y restaurar la justicia (Jeremías 37:17). Otra vez se le repite la misma profecía: En mano del rey de Babilonia serás entregado (Jeremías 37:17). Recibe la petición de Jeremías para rescatarle de la casa de Jonatán y la muerte que le esperaba si se quedaba allá… pero sólo lo transfiere a una cárcel mejor y le da una ración de comida mientras hay (Jeremías 37:20-21). ¿Será que sólo quiere proteger a Jeremías de sus enemigos… o que vacila entre la palabra de Jehová y la palabra de sus príncipes sin comprometerse con ninguna?
Cuando los enemigos de Jeremías falsamente lo acusan de traición, Sedequías admite su falta de mando: He aquí que él está en vuestras manos, pues el rey nada puede hacer contra vosotros (Jeremías 38:5). Su vacilación se destaca más cuando llega un extranjero para exigir la justicia y sacar a Jeremías de la cisterna (Jeremías 38:7-13). Encarcelado en la indecisión, el rey Sedequías pide otra vez la palabra de Jehová (Jeremías 38:14).
Y Jehová en su misericordia le da una oportunidad más para arrepentirse: Si te entregas en seguida a los príncipes del rey de Babilonia, tu alma vivirá, y esta ciudad no será puesta a fuego, y vivirás tú y tu casa (Jeremías 38:17). Note la urgencia de decidir por el buen camino. La indecisión en cambio es una decisión para el juicio: Si no te entregas a los príncipes del rey de Babilonia, esta ciudad será entregada en mano de los caldeos, y la pondrán a fuego, y tú no escaparás de sus manos (Jeremías 38:18).
Sedequías revela que teme a algunos más que a Jehová y aún más que al rey de Babilonia: Tengo temor de los judíos que se han pasado a los caldeos, no sea que me entreguen en sus manos y me escarnezcan (Jeremías 38:19). Responde Jeremías por indicar que hay que temer más a Jehová y refugiarse en Él: No te entregarán. Oye ahora la voz de Jehová que yo te hablo, y te irá bien y vivirás (Jeremías 38:20). Otra vez, la indecisión será una decisión por el juicio (Jeremías 38:21-23).
Pero Sedequías no puede soltarse del temor al hombre: Y dijo Sedequías a Jeremías: Nadie sepa estas palabras, y no morirás. Y si los príncipes oyeren que yo he hablado contigo, y vinieren a ti y te dijeren: Decláranos ahora qué hablaste con el rey, no nos lo encubras, y no te mataremos; asimismo qué te dijo el rey; les dirás: Supliqué al rey que no me hiciese volver a casa de Jonatán para que no me muriese allí (Jeremías 38:24-26). Si no teme a los judíos que se han pasado a los caldeos, teme a los que se han quedado. Para Sedequías, todos se ven más grandes a sus ojos que Jehová, el instrumento de su juicio Nabucodonosor y su portavoz Jeremías.
El rey Sedequías tomó su decisión de indecisión, y Jeremías, encarcelado espera el fin (Jeremías 38:27-28).
Y el fin viene rápida y decisivamente (Jeremías 39:1-10). Esta narrativa concentra en el juicio de Jerusalén experimentado por Sedequías. A la vez describe la protección dada a Jeremías y al etíope Ebed-melec por su compromiso con la palabra de Jehová, el que se arriesgó para salvar a Jeremías de la cisterna la segunda vez cuando Sedequías no quiso protegerlo más. Pasará por el juicio también, pero como los otros gentiles creyentes de quienes leímos recientemente (los recabitas), será preservado en medio del juicio: He aquí yo traigo mis palabras sobre esta ciudad para mal, y no para bien; y sucederá esto en aquel día en presencia tuya. Pero en aquel día yo te libraré, dice Jehová, y no serás entregado en manos de aquellos a quienes tú temes. Porque ciertamente te libraré, y no caerás a espada, sino que tu vida te será por botín, porque tuviste confianza en mí, dice Jehová (Jeremías 39:16-18). Un gentil es preservado en medio del juicio mientras la casa de David lo sufre horriblemente, todo por el compromiso o la indecisión a la palabra de Jehová.
Citas de otros autores:
La escena es tan emotiva como históricamente interesante; por un lado está el profeta, desfigurado por el maltrato, el ambiente de la cárcel y las privaciones pero firme en sus profecías, sin vituperio contra sus perseguidores, sin resistencia, exageración o fanatismo, sencillo, físicamente humilde y manso; por el otro lado está el rey que, obviamente contra su propia voluntad fue llevado por sus príncipes a la aventura de la guerra, ansiosamente mirando los labios del mártir por una palabra favorable para sí mismo, susurrando secretamente con un hombre a quien sus oficiales han encarcelado por la traición; débil, una criatura pobre pero no malvado, un rey pero mucho más encadenado que el encarcelado parado delante de él (B. Duhm, Das Buch Jeremia (1901), pág. 301. Traducido al inglés en J.P. Hyatt, “Jeremiah,” Interpreter’s Bible. Vol. 5 (1956), pág. 73. Citado en J.A. Thompson, The Book of Jeremiah. 1980: Grand Rapids, Eerdmans, pág. 630-31).
La escena es tan emotiva como históricamente interesante; por un lado está el profeta, desfigurado por el maltrato, el ambiente de la cárcel y las privaciones pero firme en sus profecías, sin vituperio contra sus perseguidores, sin resistencia, exageración o fanatismo, sencillo, físicamente humilde y manso; por el otro lado está el rey que, obviamente contra su propia voluntad fue llevado por sus príncipes a la aventura de la guerra, ansiosamente mirando los labios del mártir por una palabra favorable para sí mismo, susurrando secretamente con un hombre a quien sus oficiales han encarcelado por la traición; débil, una criatura pobre pero no malvado, un rey pero mucho más encadenado que el encarcelado parado delante de él (B. Duhm, Das Buch Jeremia (1901), pág. 301. Traducido al inglés en J.P. Hyatt, “Jeremiah,” Interpreter’s Bible. Vol. 5 (1956), pág. 73. Citado en J.A. Thompson, The Book of Jeremiah. 1980: Grand Rapids, Eerdmans, pág. 630-31).