Jeremías 40 - 43
En resumen:
El ministerio de Jeremías continúa entre el remanente que se queda en Judá después de la destrucción de Jerusalén… un remanente que persiste en rebelión contra Jehová.
El ministerio de Jeremías continúa entre el remanente que se queda en Judá después de la destrucción de Jerusalén… un remanente que persiste en rebelión contra Jehová.
En más detalle:
Jerusalén no se destruyó en una noche. Costó tiempo conquistar la ciudad sección por sección; capturar, identificar y juzgar a los culpables; catalogar y desmantelar los tesoros en el templo; derrumbar los muros de la ciudad; quemar las casas y prepararles a todos los que iban al exilio en Babilonia. Como leímos ayer, Sedequías fue capturado en los llanos de Jericó (a unos 35 kilómetros de Jerusalén) y luego fue llevado con la familia real y los nobles unos 400 kilómetros al norte a Ribla en tierra de Hamat, en el centro de Siria, para ser juzgado personalmente por Nabucodonosor (Jeremías 39:5). Un solo versículo resume todo este tiempo y distancia. Pasó un mes entre la entrada al muro de Jerusalén y la llegada de Nabuzaradán, capitán de la guardia, para dirigir la destrucción de la ciudad y el exilio (2 Reyes 25:3-4, 8-9); si sólo leemos Jeremías 39, podemos equivocarnos por imaginar que la liberación de Jeremías, la destrucción de la ciudad y la transportación de los exiliados ocurrieron dentro de unos pocos días. Al contrario, parece que Jeremías se quedó en la cárcel por lo menos un mes y probablemente más mientras la ciudad alrededor fue sojuzgada y desmantelada.
Cuando encontramos al profeta otra vez en Jeremías 40:1, se encuentra encadenado entre los cautivos en Ramá, a 5 kilómetros al norte de Jerusalén, en preparación para caminar al exilio. No sabemos qué error ocurrió para que el encarcelado liberado para vivir entre el pueblo (Jeremías 39:14) ahora sea encadenado para el exilio (Jeremías 40:4). Hay una opinión que imagina que Jeremías quería identificarse con el pueblo derrotado y voluntariamente se puso las cadenas para participar en el exilio; otros dicen que de sus propias profecías reconoció que Jehová iba a estar presente con los exiliados y por eso se entregó para acompañarlos. Pero Jeremías 40 desmiente estas ideas. Es soltado de las cadenas (Jeremías 40:4). Al tener la opción de acompañar a los exiliados, prefiere quedarse en la tierra prometida (Jeremías 40:4, 6). Parece otro ejemplo en que Jeremías sufre una persecución injusta o errónea y otra ocasión cuando un gentil (como los recabitas o Ebed-melec el etíope) sabe responder mejor a la palabra de Jehová que su propio pueblo (Jeremías 40:2-3).
Gedalías hijo de Ahicam fue puesto para gobernar al remanente en la tierra prometida (Jeremías 39:14; 40:7). Su abuelo Safán era escriba del rey Josías; leyó el libro de la ley al rey cuando rompió sus vestidos (2 Reyes 22:3-11; 2 Crónicas 34:14-19; Jeremías 39:14). Su padre Ahicam acompañó al abuelo a la casa de la profetisa Hulda para pedir la palabra de Jehová por el rey Josías acerca de las palabras del libro (2 Reyes 22:12-20; 2 Crónicas 34:20-28). Su padre también protegió a Jeremías de la ira del pueblo que quería matarlo después de su prédica sobre la destrucción del templo (Jeremías 26:24). Su tío Gemarías protestó cuando el rey Joacim cortaba y quemaba el rollo de las profecías de Jeremías; era su aposento a la entrada de la puerta nueva de la casa de Jehová donde Baruc primero leyó el rollo a oídos del pueblo (Jeremías 36:10, 25). Elasa, otro tío de Gedalías, fue enviado en una misión diplomática de Sedequías a Nabucodonosor; en ese viaje llevó la carta de Jeremías a los exiliados en Babilonia (Jeremías 29:3). Es decir, la familia de Gedalías estaba muy involucrada en la política real en las décadas antes de la destrucción de Jerusalén. Tenía una larga historia de atención a la palabra de Jehová y de compromiso con su palabra por medio de su siervo Jeremías. Ahora se ve que tiene la confianza de Nabucodonosor para dirigir los próximos pasos del cambio de Judá de un reino semiautónomo a una mera provincia.
Se establece en Mizpa (probablemente unos 13 kilómetros al norte de las ruinas de Jerusalén) y le anima al remanente del pueblo que no fue llevado al exilio que vuelva a poblar los lugares todavía habitables después de la invasión (Jeremías 40:7-10). Entre ellos mandó a las bandas de guerrilleros que se habían escondido en las cuevas y el desierto de Judá que dejaran sus armas y se sometieran pacíficamente al rey de Babilonia (Jeremías 40:8-9). Vuelven muchos refugiados judíos de los países vecinos, y encuentran una provisión abundante de lo que creció de la tierra abandonada (Jeremías 40:11-12). Pero todo no anda en paz; hay rumores de que Ismael hijo de Netanías, de descendencia real (Jeremías 41:1), se ha comprometido a asesinar a Gedalías. Los guerrilleros ofrecen eliminarlo, pero Gedalías no los cree (Jeremías 40:13-16).
Los próximos eventos demuestran no sólo que la tierra no se ha pacificado después de la destrucción de Jerusalén y el exilio sino que el pueblo se ha degenerado a niveles no visto desde los últimos reyes de Israel. Sin la justicia de Jehová mediada por su pacto con la casa de David, se degenera toda la sociedad del remanente. Ismael hijo de Netanías y diez otros traicionan y matan al hombre que representa el enlace con la fidelidad a la palabra de Jehová y la sumisión respetuosa a su siervo Nabucodonosor (Jeremías 41:1-2). Exterminan a grupos grandes de gente (Jeremías 41:3). Engañan a 80 hombres que vienen a adorar a Jehová en las ruinas del templo y les roban las provisiones a los pocos a quienes les permiten quedarse con vida (Jeremías 41:4-9). Llevan cautivo al pueblo que se queda en Mizpa, incluyendo a las hijas del rey, e intentan a pasar a los amonitas en una traición que hace eco de las invasiones en la época de los jueces (Jeremías 41:10).
Se levanta Johanán hijo de Carea para rescatar al pueblo que Ismael hijo de Netanías robó (Jeremías 41:11-14). Pero a diferencia de las grandes batallas en la época de los jueces, el malo principal se escapa (Jeremías 41:15), y el salvador no piensa en la vindicación de Jehová ni en el gobierno de la tierra en paz sino en una ruta de escape de la ira del rey de Babilonia (Jeremías 41:16-18).
Pero primero se reúne todo el remanente no exiliado de Judá para inquirir de Jeremías la palabra de Jehová (Jeremías 42:1-3). El profeta se compromete a comunicarles toda la palabra de Jehová completamente, y ellos se comprometen a obedecerla: Jehová sea entre nosotros testigo de la verdad y de la lealtad, si no hiciéremos conforme a todo aquello para lo cual Jehová tu Dios te enviare a nosotros. Sea bueno, sea malo, a la voz de Jehová nuestro Dios al cual te enviamos, obedeceremos, para que obedeciendo a la voz de Jehová nuestro Dios nos vaya bien (Jeremías 42:5-6). ¿Será que el pueblo juzgado, castigado, humillado y reducido se ha arrepentido de su falta de atención a la palabra de Jehová? ¿Será que confirman el pacto de sus antepasados con Jehová?
Jeremías anuncia las lindas profecías de restauración que han aparecido pocas y apreciadas veces por todo el libro:
1. Serán plantados y edificados en la tierra (Jeremías 42:10).
2. La ira justa de Jehová contra ellos se ha acabado (Jeremías 42:10).
3. Jehová mismo estará presente con ellos. Por consecuencia, no tienen que temer más al rey de Babilonia; Jehová está presente y actuará para protegerlos y salvarlos de él (Jeremías 42:11).
4. Jehová tendrá misericordia de ellos otra vez. Y su misericordia experimentarán cuando regresan a su tierra (Jeremías 42:12).
Pero si deciden esconderse en Egipto, el juicio severo que han experimentado hasta ese día los consumirá por completo (Jeremías 42:13-18). Implora Jeremías apasionadamente que no tomen el camino de desastre (Jeremías 42:19-22).
Lejos del ejemplo de los jueces, Johanán hijo de Carea y los otros principales temen a los caldeos más que a Jehová (Jeremías 43:1-3). Repiten unánimes las acciones que empujaron a todos a la destrucción de Jerusalén: No obedeció… sino que tomó… a todo el remanente de Judá… porque no obedecieron a la voz de Jehová (Jeremías 43:4, 5, 7). Y provocan otra profecía visible sobre el juicio venidero, declarada por la misma boca y las manos que años antes estrelló una vasija de barro en el valle del hijo de Hinom delante de los ojos de los ancianos del pueblo y de los sacerdotes, los que ahora son muertos o exiliados (Jeremías 19:1-2, 10-11). En Tafnes a la puerta de la casa de Faraón y a la vista de los hombres de Judá pone dos piedras grandes. Edifica… pero no para el beneficio de los refugiados de Judá. Las piedras servirán de fundación al trono y el pabellón de Nabucodonosor cuando se establezca en la casa del Faraón mismo para asolar la tierra de Egipto (Jeremías 43:8-11). La ira justa de la espada de Jehová no se había saciado todavía, y lejos de encontrar un refugio y la salvación, el remanente desobediente de Judá se ha apurado en camino a su próximo destino, para su propia destrucción.
Jerusalén no se destruyó en una noche. Costó tiempo conquistar la ciudad sección por sección; capturar, identificar y juzgar a los culpables; catalogar y desmantelar los tesoros en el templo; derrumbar los muros de la ciudad; quemar las casas y prepararles a todos los que iban al exilio en Babilonia. Como leímos ayer, Sedequías fue capturado en los llanos de Jericó (a unos 35 kilómetros de Jerusalén) y luego fue llevado con la familia real y los nobles unos 400 kilómetros al norte a Ribla en tierra de Hamat, en el centro de Siria, para ser juzgado personalmente por Nabucodonosor (Jeremías 39:5). Un solo versículo resume todo este tiempo y distancia. Pasó un mes entre la entrada al muro de Jerusalén y la llegada de Nabuzaradán, capitán de la guardia, para dirigir la destrucción de la ciudad y el exilio (2 Reyes 25:3-4, 8-9); si sólo leemos Jeremías 39, podemos equivocarnos por imaginar que la liberación de Jeremías, la destrucción de la ciudad y la transportación de los exiliados ocurrieron dentro de unos pocos días. Al contrario, parece que Jeremías se quedó en la cárcel por lo menos un mes y probablemente más mientras la ciudad alrededor fue sojuzgada y desmantelada.
Cuando encontramos al profeta otra vez en Jeremías 40:1, se encuentra encadenado entre los cautivos en Ramá, a 5 kilómetros al norte de Jerusalén, en preparación para caminar al exilio. No sabemos qué error ocurrió para que el encarcelado liberado para vivir entre el pueblo (Jeremías 39:14) ahora sea encadenado para el exilio (Jeremías 40:4). Hay una opinión que imagina que Jeremías quería identificarse con el pueblo derrotado y voluntariamente se puso las cadenas para participar en el exilio; otros dicen que de sus propias profecías reconoció que Jehová iba a estar presente con los exiliados y por eso se entregó para acompañarlos. Pero Jeremías 40 desmiente estas ideas. Es soltado de las cadenas (Jeremías 40:4). Al tener la opción de acompañar a los exiliados, prefiere quedarse en la tierra prometida (Jeremías 40:4, 6). Parece otro ejemplo en que Jeremías sufre una persecución injusta o errónea y otra ocasión cuando un gentil (como los recabitas o Ebed-melec el etíope) sabe responder mejor a la palabra de Jehová que su propio pueblo (Jeremías 40:2-3).
Gedalías hijo de Ahicam fue puesto para gobernar al remanente en la tierra prometida (Jeremías 39:14; 40:7). Su abuelo Safán era escriba del rey Josías; leyó el libro de la ley al rey cuando rompió sus vestidos (2 Reyes 22:3-11; 2 Crónicas 34:14-19; Jeremías 39:14). Su padre Ahicam acompañó al abuelo a la casa de la profetisa Hulda para pedir la palabra de Jehová por el rey Josías acerca de las palabras del libro (2 Reyes 22:12-20; 2 Crónicas 34:20-28). Su padre también protegió a Jeremías de la ira del pueblo que quería matarlo después de su prédica sobre la destrucción del templo (Jeremías 26:24). Su tío Gemarías protestó cuando el rey Joacim cortaba y quemaba el rollo de las profecías de Jeremías; era su aposento a la entrada de la puerta nueva de la casa de Jehová donde Baruc primero leyó el rollo a oídos del pueblo (Jeremías 36:10, 25). Elasa, otro tío de Gedalías, fue enviado en una misión diplomática de Sedequías a Nabucodonosor; en ese viaje llevó la carta de Jeremías a los exiliados en Babilonia (Jeremías 29:3). Es decir, la familia de Gedalías estaba muy involucrada en la política real en las décadas antes de la destrucción de Jerusalén. Tenía una larga historia de atención a la palabra de Jehová y de compromiso con su palabra por medio de su siervo Jeremías. Ahora se ve que tiene la confianza de Nabucodonosor para dirigir los próximos pasos del cambio de Judá de un reino semiautónomo a una mera provincia.
Se establece en Mizpa (probablemente unos 13 kilómetros al norte de las ruinas de Jerusalén) y le anima al remanente del pueblo que no fue llevado al exilio que vuelva a poblar los lugares todavía habitables después de la invasión (Jeremías 40:7-10). Entre ellos mandó a las bandas de guerrilleros que se habían escondido en las cuevas y el desierto de Judá que dejaran sus armas y se sometieran pacíficamente al rey de Babilonia (Jeremías 40:8-9). Vuelven muchos refugiados judíos de los países vecinos, y encuentran una provisión abundante de lo que creció de la tierra abandonada (Jeremías 40:11-12). Pero todo no anda en paz; hay rumores de que Ismael hijo de Netanías, de descendencia real (Jeremías 41:1), se ha comprometido a asesinar a Gedalías. Los guerrilleros ofrecen eliminarlo, pero Gedalías no los cree (Jeremías 40:13-16).
Los próximos eventos demuestran no sólo que la tierra no se ha pacificado después de la destrucción de Jerusalén y el exilio sino que el pueblo se ha degenerado a niveles no visto desde los últimos reyes de Israel. Sin la justicia de Jehová mediada por su pacto con la casa de David, se degenera toda la sociedad del remanente. Ismael hijo de Netanías y diez otros traicionan y matan al hombre que representa el enlace con la fidelidad a la palabra de Jehová y la sumisión respetuosa a su siervo Nabucodonosor (Jeremías 41:1-2). Exterminan a grupos grandes de gente (Jeremías 41:3). Engañan a 80 hombres que vienen a adorar a Jehová en las ruinas del templo y les roban las provisiones a los pocos a quienes les permiten quedarse con vida (Jeremías 41:4-9). Llevan cautivo al pueblo que se queda en Mizpa, incluyendo a las hijas del rey, e intentan a pasar a los amonitas en una traición que hace eco de las invasiones en la época de los jueces (Jeremías 41:10).
Se levanta Johanán hijo de Carea para rescatar al pueblo que Ismael hijo de Netanías robó (Jeremías 41:11-14). Pero a diferencia de las grandes batallas en la época de los jueces, el malo principal se escapa (Jeremías 41:15), y el salvador no piensa en la vindicación de Jehová ni en el gobierno de la tierra en paz sino en una ruta de escape de la ira del rey de Babilonia (Jeremías 41:16-18).
Pero primero se reúne todo el remanente no exiliado de Judá para inquirir de Jeremías la palabra de Jehová (Jeremías 42:1-3). El profeta se compromete a comunicarles toda la palabra de Jehová completamente, y ellos se comprometen a obedecerla: Jehová sea entre nosotros testigo de la verdad y de la lealtad, si no hiciéremos conforme a todo aquello para lo cual Jehová tu Dios te enviare a nosotros. Sea bueno, sea malo, a la voz de Jehová nuestro Dios al cual te enviamos, obedeceremos, para que obedeciendo a la voz de Jehová nuestro Dios nos vaya bien (Jeremías 42:5-6). ¿Será que el pueblo juzgado, castigado, humillado y reducido se ha arrepentido de su falta de atención a la palabra de Jehová? ¿Será que confirman el pacto de sus antepasados con Jehová?
Jeremías anuncia las lindas profecías de restauración que han aparecido pocas y apreciadas veces por todo el libro:
1. Serán plantados y edificados en la tierra (Jeremías 42:10).
2. La ira justa de Jehová contra ellos se ha acabado (Jeremías 42:10).
3. Jehová mismo estará presente con ellos. Por consecuencia, no tienen que temer más al rey de Babilonia; Jehová está presente y actuará para protegerlos y salvarlos de él (Jeremías 42:11).
4. Jehová tendrá misericordia de ellos otra vez. Y su misericordia experimentarán cuando regresan a su tierra (Jeremías 42:12).
Pero si deciden esconderse en Egipto, el juicio severo que han experimentado hasta ese día los consumirá por completo (Jeremías 42:13-18). Implora Jeremías apasionadamente que no tomen el camino de desastre (Jeremías 42:19-22).
Lejos del ejemplo de los jueces, Johanán hijo de Carea y los otros principales temen a los caldeos más que a Jehová (Jeremías 43:1-3). Repiten unánimes las acciones que empujaron a todos a la destrucción de Jerusalén: No obedeció… sino que tomó… a todo el remanente de Judá… porque no obedecieron a la voz de Jehová (Jeremías 43:4, 5, 7). Y provocan otra profecía visible sobre el juicio venidero, declarada por la misma boca y las manos que años antes estrelló una vasija de barro en el valle del hijo de Hinom delante de los ojos de los ancianos del pueblo y de los sacerdotes, los que ahora son muertos o exiliados (Jeremías 19:1-2, 10-11). En Tafnes a la puerta de la casa de Faraón y a la vista de los hombres de Judá pone dos piedras grandes. Edifica… pero no para el beneficio de los refugiados de Judá. Las piedras servirán de fundación al trono y el pabellón de Nabucodonosor cuando se establezca en la casa del Faraón mismo para asolar la tierra de Egipto (Jeremías 43:8-11). La ira justa de la espada de Jehová no se había saciado todavía, y lejos de encontrar un refugio y la salvación, el remanente desobediente de Judá se ha apurado en camino a su próximo destino, para su propia destrucción.