Salmo 39 y Eclesiastés 5 - 8
En resumen:
El Predicador de Eclesiastés nos retrata el mundo desesperadamente en necesidad de la redención para dirigir al lector a temer a Dios.
El Predicador de Eclesiastés nos retrata el mundo desesperadamente en necesidad de la redención para dirigir al lector a temer a Dios.
En más detalle:
Uno por uno, el libro de Eclesiastés derroca las metas que establece el ser humano mundano para dar significado a la vida. En la lectura de ayer vimos:
La búsqueda de sabiduría, aún de locuras y desvaríos, es aflicción de espíritu (Eclesiastés 1:17).
La alegría y el gozo de los bienes es vanidad (Eclesiastés 2:1).
Ambos la construcción y la búsqueda de placeres son vanidad y aflicción de espíritu, y sin provecho debajo del sol (Eclesiastés 2:11).
Ambos el sabio y el necio tienen el mismo fin (Eclesiastés 2:15-16).
El trabajo es molestia y afán, y aun de noche su corazón no reposa (Eclesiastés 3:23).
En lugar del juicio, allí impiedad; y en lugar de la justicia, allí iniquidad (Eclesiastés 3:16).
La opresión no encuentra consolación (Eclesiastés 4:1), y la esperanza política también termina en desilusión (Eclesiastés 4:13-16).
El único valor que encuentra el Predicador de Eclesiastés en la vida es el disfrutar de las cosas que acaba de describir como vanidad: Yo he conocido que no hay para ellos cosa mejor que alegrarse, y hacer bien en su vida (Eclesiastés 3:12). ¿Cómo puede recomendar la valorización de cosas que acaba de describir como vanidad? Porque reconoce otro factor en su logro – la presencia y la aprobación de Dios: Es don de Dios que todo hombre coma y beba, y goce el bien de toda su labor (Eclesiastés 3:13). Dios es el único que da valor en esta vida; ningún pasatiempo ni acción en sí misma lo puede hacer.
Por eso, en la lectura para hoy el Predicador recomienda:
Un solemne y quieto temor a Dios (Eclesiastés 5:1-7).
La desilusión con los bienes materiales (Eclesiastés 5:8 – 6:2).
El vivir en reconocimiento de la muerte que viene (Eclesiastés 6:3-12).
Un aprecio por las cosas que el ser humano normalmente evita o intenta a cambiar (Eclesiastés 7:1-14).
La vida sin extremos (Eclesiastés 7:15-22).
La vida sin confiar en los otros (Eclesiastés 7:23-29).
La obediencia a las autoridades para preservar su propia vida (Eclesiastés 8:1-14).
Un respeto a la sabiduría sin esperanza de alcanzarla completamente (Eclesiastés 8:16-17).
Sería una filosofía muy pesimista, aun deprimente, si no fuera por el reconocimiento de Dios, el único que en su benevolencia da valor a la vida: He aquí, pues, el bien que yo he visto: que lo bueno es comer y beber, y gozar uno del bien de todo su trabajo con que se fatiga debajo del sol, todos los días de su vida que Dios le ha dado; porque esta es su parte (Eclesiastés 5:18). Asimismo, a todo hombre a quien Dios da riquezas y bienes, y le da también facultad para que coma de ellas, y tome su parte, y goce de su trabajo, esto es don de Dios (Eclesiastés 5:19) Por tanto, alabé yo la alegría; que no tiene el hombre bien debajo del sol, sino que coma y beba y se alegre; y que esto le quede de su trabajo los días de su vida que Dios le concede debajo del sol (Eclesiastés 8:15).
Además de la benevolencia, el Predicador de Eclesiastés también hace referencia a otros atributos de Dios de forma breve, concisa e indirecta. Es soberano, y el hombre va a sentir su soberanía: En el día del bien goza del bien; y en el día de la adversidad considera. Dios hizo tanto lo uno como lo otro, a fin de que el hombre nada halle después de él (Eclesiastés 7:14). Dios es justo: Aquel que a Dios teme, saldrá bien en todo (Eclesiastés 7:18). Aunque el pecador haga mal cien veces, y prolongue sus días, con todo yo también sé que les irá bien a los que a Dios temen, los que temen ante su presencia; y que no le irá bien al impío, ni le serán prolongados los días, que son como sombra; por cuanto no teme delante de la presencia de Dios (Eclesiastés 8:12-13). Dios es protector: He hallado más amarga que la muerte a la mujer cuyo corazón es lazos y redes, y sus manos ligaduras. El que agrada a Dios escapará de ella; mas el pecador quedará en ella preso (Eclesiastés 7:26). Dios es excelso: He visto todas las obras de Dios, que el hombre no puede alcanzar la obra que debajo del sol se hace (Eclesiastés 8:17).
Así obra la estrategia literaria del Predicador de Eclesiastés – que el lector se desespere del mundo sin significado en sí mismo para mirar hacia el Único que da valor a la vida del hombre. Es la tarea de otras partes de la Biblia la expresión más extensa y completa de la gloria de este Dios y su maravillosa redención del mundo caído. El Predicador de Eclesiastés no se dirige hacia esa meta; sólo quiere que el corazón del lector no se engañe por afanarse por las vanidades del mundo sin Dios.
Uno por uno, el libro de Eclesiastés derroca las metas que establece el ser humano mundano para dar significado a la vida. En la lectura de ayer vimos:
La búsqueda de sabiduría, aún de locuras y desvaríos, es aflicción de espíritu (Eclesiastés 1:17).
La alegría y el gozo de los bienes es vanidad (Eclesiastés 2:1).
Ambos la construcción y la búsqueda de placeres son vanidad y aflicción de espíritu, y sin provecho debajo del sol (Eclesiastés 2:11).
Ambos el sabio y el necio tienen el mismo fin (Eclesiastés 2:15-16).
El trabajo es molestia y afán, y aun de noche su corazón no reposa (Eclesiastés 3:23).
En lugar del juicio, allí impiedad; y en lugar de la justicia, allí iniquidad (Eclesiastés 3:16).
La opresión no encuentra consolación (Eclesiastés 4:1), y la esperanza política también termina en desilusión (Eclesiastés 4:13-16).
El único valor que encuentra el Predicador de Eclesiastés en la vida es el disfrutar de las cosas que acaba de describir como vanidad: Yo he conocido que no hay para ellos cosa mejor que alegrarse, y hacer bien en su vida (Eclesiastés 3:12). ¿Cómo puede recomendar la valorización de cosas que acaba de describir como vanidad? Porque reconoce otro factor en su logro – la presencia y la aprobación de Dios: Es don de Dios que todo hombre coma y beba, y goce el bien de toda su labor (Eclesiastés 3:13). Dios es el único que da valor en esta vida; ningún pasatiempo ni acción en sí misma lo puede hacer.
Por eso, en la lectura para hoy el Predicador recomienda:
Un solemne y quieto temor a Dios (Eclesiastés 5:1-7).
La desilusión con los bienes materiales (Eclesiastés 5:8 – 6:2).
El vivir en reconocimiento de la muerte que viene (Eclesiastés 6:3-12).
Un aprecio por las cosas que el ser humano normalmente evita o intenta a cambiar (Eclesiastés 7:1-14).
La vida sin extremos (Eclesiastés 7:15-22).
La vida sin confiar en los otros (Eclesiastés 7:23-29).
La obediencia a las autoridades para preservar su propia vida (Eclesiastés 8:1-14).
Un respeto a la sabiduría sin esperanza de alcanzarla completamente (Eclesiastés 8:16-17).
Sería una filosofía muy pesimista, aun deprimente, si no fuera por el reconocimiento de Dios, el único que en su benevolencia da valor a la vida: He aquí, pues, el bien que yo he visto: que lo bueno es comer y beber, y gozar uno del bien de todo su trabajo con que se fatiga debajo del sol, todos los días de su vida que Dios le ha dado; porque esta es su parte (Eclesiastés 5:18). Asimismo, a todo hombre a quien Dios da riquezas y bienes, y le da también facultad para que coma de ellas, y tome su parte, y goce de su trabajo, esto es don de Dios (Eclesiastés 5:19) Por tanto, alabé yo la alegría; que no tiene el hombre bien debajo del sol, sino que coma y beba y se alegre; y que esto le quede de su trabajo los días de su vida que Dios le concede debajo del sol (Eclesiastés 8:15).
Además de la benevolencia, el Predicador de Eclesiastés también hace referencia a otros atributos de Dios de forma breve, concisa e indirecta. Es soberano, y el hombre va a sentir su soberanía: En el día del bien goza del bien; y en el día de la adversidad considera. Dios hizo tanto lo uno como lo otro, a fin de que el hombre nada halle después de él (Eclesiastés 7:14). Dios es justo: Aquel que a Dios teme, saldrá bien en todo (Eclesiastés 7:18). Aunque el pecador haga mal cien veces, y prolongue sus días, con todo yo también sé que les irá bien a los que a Dios temen, los que temen ante su presencia; y que no le irá bien al impío, ni le serán prolongados los días, que son como sombra; por cuanto no teme delante de la presencia de Dios (Eclesiastés 8:12-13). Dios es protector: He hallado más amarga que la muerte a la mujer cuyo corazón es lazos y redes, y sus manos ligaduras. El que agrada a Dios escapará de ella; mas el pecador quedará en ella preso (Eclesiastés 7:26). Dios es excelso: He visto todas las obras de Dios, que el hombre no puede alcanzar la obra que debajo del sol se hace (Eclesiastés 8:17).
Así obra la estrategia literaria del Predicador de Eclesiastés – que el lector se desespere del mundo sin significado en sí mismo para mirar hacia el Único que da valor a la vida del hombre. Es la tarea de otras partes de la Biblia la expresión más extensa y completa de la gloria de este Dios y su maravillosa redención del mundo caído. El Predicador de Eclesiastés no se dirige hacia esa meta; sólo quiere que el corazón del lector no se engañe por afanarse por las vanidades del mundo sin Dios.