Salmo 63; Juan 7 - 9 y Salmo 119:41-48
En resumen:
Jesús continúa a revelar su identidad y aun hace un milagro como testimonio, pero la oposición contra él se endurece más y permanece en su pecado.
Jesús continúa a revelar su identidad y aun hace un milagro como testimonio, pero la oposición contra él se endurece más y permanece en su pecado.
En más detalle:
Algo notable en el evangelio y las cartas de Juan es su declaración de verdades profundas por medio de frases muy concisas y un vocabulario simple. Por ejemplo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida (Juan 8:12).
“Yo soy la luz del mundo.” Gramáticamente la frase es bastante simple, ¿verdad? Pero encierra verdades profundas. Esperamos que Jesús diga: Tengo la luz, o les muestro la luz, pero Jesús nos sorprende por hablar de la luz no como algo separado de él sino algo que lo define, algo asociado tan de cerca con él que revela su esencia.
No definimos a la gente así. Decimos que son mexicanos o argentinos o colombianos; decimos que son de carne y hueso, o que son seres vivientes o almas; decimos que son hombres y mujeres; tal vez en alguna ocasión decimos que son luces, pero no decimos que son luz. Por esta frase simple pero sorprendente Jesús nos lleva fuera de todas las categorías terrenales con que nos describimos. Implica que las definiciones terrenales son insuficientes para encajarlo. Implica que él es de un rango diferente que nosotros, que es de los cielos mientras nosotros somos de la tierra.
Pensemos en la luz natural. La luz que alumbra, la luz que revela nuestro ambiente y hace que sea entendible, la luz que hace huir las tinieblas y descubre y revela los colores, los matices y las texturas, la luz que baña la creación para hacerla lucir, la luz que alegra el corazón… todas estas características revelan la esencia de Jesús en relación con nosotros. Jesús alumbra. Jesús revela nuestro ambiente y hace que sea entendible. Jesús hace huir las tinieblas y descubre y revela los colores, los matices y las texturas de la vida espiritual… Él es luz.
Y no sólo es luz sino que es la luz. No hay otra luz. Es la luz única y exclusiva; no comparte su gloria con ningún otro; no hay ninguna luz en competencia con él. Con Jesús, uno tiene la luz. Sin él, uno se queda solo en las tinieblas.
Además, Jesús no es la luz sólo de una región o pueblo. Es la luz del mundo, del mundo entero, de cada tribu, nación y lengua. Es la luz no importa a dónde uno va, ni con quiénes vive ni qué declaran sobre él. Igual como la luz natural existe sin que controlemos ni su intensidad ni su venida ni salida, igual existe y luce Jesús sin dejarse ser controlado por los seres humanos. Es la luz del mundo, y supera a todo lo que existe en el mundo.
Es la luz, y en esta descripción no se agota su esencia. Todavía nos revela mucho más: es el Verbo (Juan 1:1) y el unigénito Hijo que está en el seno del Padre (Juan 1:18) y que da libertad a los esclavos del pecado (Juan 8:34-36). Es el Cordero de Dios (Juan 1:29). Es el que descendió del cielo (Juan 3:13), el Mesías (Juan 4:25-26), el pan de vida (Juan 6:35, 48), el buen pastor (Juan 10:11), la resurrección y la vida (Juan 11:25), el camino, la verdad y la vida (Juan 14:6). Es la vid verdadera, y su Padre es el labrador (Juan 15:1). Es uno con el Padre (Juan 10:30). Todas estas descripciones fuera de lo normal nos revelan más sobre esta Persona incomparable, el por quien tenemos vida eterna si descansa nuestra seguridad en él.
Jesús es la luz del mundo pero, ¿qué evidencia hay de que dice la verdad? Aprecie de nuevo la sanidad del ciego de nacimiento en Juan 9, donde Jesús repite: Entre tanto que estoy en el mundo, luz soy del mundo (Juan 9:5) y como evidencia escupe en tierra, hace lodo con la saliva, unta los ojos del ciego y lo manda al estanque de Siloé para que regrese sanado. Otra vez Juan sigue una verdad sobre Jesucristo con el testimonio de los que la experimentaron.
Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida (Juan 8:12). Juan revela la esencia de Jesucristo y presenta la evidencia milagrosa de que es verdad. Y al final nos dirige a confiar en Jesucristo por vida eterna por presentarnos el ejemplo del ciego que por fin ve al Hijo de Dios que lo sanó: Él dijo: Creo, Señor; y le adoró (Juan 9:38). ¿También adoraremos? ¿Cree en Jesús, la luz del mundo?
Algo notable en el evangelio y las cartas de Juan es su declaración de verdades profundas por medio de frases muy concisas y un vocabulario simple. Por ejemplo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida (Juan 8:12).
“Yo soy la luz del mundo.” Gramáticamente la frase es bastante simple, ¿verdad? Pero encierra verdades profundas. Esperamos que Jesús diga: Tengo la luz, o les muestro la luz, pero Jesús nos sorprende por hablar de la luz no como algo separado de él sino algo que lo define, algo asociado tan de cerca con él que revela su esencia.
No definimos a la gente así. Decimos que son mexicanos o argentinos o colombianos; decimos que son de carne y hueso, o que son seres vivientes o almas; decimos que son hombres y mujeres; tal vez en alguna ocasión decimos que son luces, pero no decimos que son luz. Por esta frase simple pero sorprendente Jesús nos lleva fuera de todas las categorías terrenales con que nos describimos. Implica que las definiciones terrenales son insuficientes para encajarlo. Implica que él es de un rango diferente que nosotros, que es de los cielos mientras nosotros somos de la tierra.
Pensemos en la luz natural. La luz que alumbra, la luz que revela nuestro ambiente y hace que sea entendible, la luz que hace huir las tinieblas y descubre y revela los colores, los matices y las texturas, la luz que baña la creación para hacerla lucir, la luz que alegra el corazón… todas estas características revelan la esencia de Jesús en relación con nosotros. Jesús alumbra. Jesús revela nuestro ambiente y hace que sea entendible. Jesús hace huir las tinieblas y descubre y revela los colores, los matices y las texturas de la vida espiritual… Él es luz.
Y no sólo es luz sino que es la luz. No hay otra luz. Es la luz única y exclusiva; no comparte su gloria con ningún otro; no hay ninguna luz en competencia con él. Con Jesús, uno tiene la luz. Sin él, uno se queda solo en las tinieblas.
Además, Jesús no es la luz sólo de una región o pueblo. Es la luz del mundo, del mundo entero, de cada tribu, nación y lengua. Es la luz no importa a dónde uno va, ni con quiénes vive ni qué declaran sobre él. Igual como la luz natural existe sin que controlemos ni su intensidad ni su venida ni salida, igual existe y luce Jesús sin dejarse ser controlado por los seres humanos. Es la luz del mundo, y supera a todo lo que existe en el mundo.
Es la luz, y en esta descripción no se agota su esencia. Todavía nos revela mucho más: es el Verbo (Juan 1:1) y el unigénito Hijo que está en el seno del Padre (Juan 1:18) y que da libertad a los esclavos del pecado (Juan 8:34-36). Es el Cordero de Dios (Juan 1:29). Es el que descendió del cielo (Juan 3:13), el Mesías (Juan 4:25-26), el pan de vida (Juan 6:35, 48), el buen pastor (Juan 10:11), la resurrección y la vida (Juan 11:25), el camino, la verdad y la vida (Juan 14:6). Es la vid verdadera, y su Padre es el labrador (Juan 15:1). Es uno con el Padre (Juan 10:30). Todas estas descripciones fuera de lo normal nos revelan más sobre esta Persona incomparable, el por quien tenemos vida eterna si descansa nuestra seguridad en él.
Jesús es la luz del mundo pero, ¿qué evidencia hay de que dice la verdad? Aprecie de nuevo la sanidad del ciego de nacimiento en Juan 9, donde Jesús repite: Entre tanto que estoy en el mundo, luz soy del mundo (Juan 9:5) y como evidencia escupe en tierra, hace lodo con la saliva, unta los ojos del ciego y lo manda al estanque de Siloé para que regrese sanado. Otra vez Juan sigue una verdad sobre Jesucristo con el testimonio de los que la experimentaron.
Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida (Juan 8:12). Juan revela la esencia de Jesucristo y presenta la evidencia milagrosa de que es verdad. Y al final nos dirige a confiar en Jesucristo por vida eterna por presentarnos el ejemplo del ciego que por fin ve al Hijo de Dios que lo sanó: Él dijo: Creo, Señor; y le adoró (Juan 9:38). ¿También adoraremos? ¿Cree en Jesús, la luz del mundo?