Doy gracias a Dios por el poder grabar y subir 4 videos sobre el Salmo 19. Me encanta este salmo por su descripción de la gloria de Dios ambos por la creación y por su palabra revelada, la Biblia. Espero que les sirva el estudio para bendición también. De nuevo, los pueden encontrar al pasar por la palabra "Videos" arriba; en las opciones que bajan va a aparecer una página
0 Comentarios
El libro de Joel no tiene la ubicación histórica clara que tienen los otros libros proféticos; por ejemplo, no empieza con ninguna lista de reyes que reinaron durante su ministerio. Pero sí, fue motivado por un suceso histórico, por una plaga de langostas, un insecto saltador que invadió y destruyó todas las plantas y toda la producción agrícola del país, parecida a la plaga de langostas que azotó a Egipto en Éxodo 10:1-20.
Joel 1:1-13 describe el impacto de la destrucción que aun hizo parar la ofrenda diaria en el templo. Joel 1:14 – 2:17 le llama al pueblo a la lamentación y al arrepentimiento por reconocer en esta destrucción una manifestación del día de Jehová, el día de juicio contra el pecado y los enemigos de Dios. Joel 2:18 – 3:21 da la respuesta de Jehová al lamento y al arrepentimiento de su pueblo, una respuesta basada en la abundancia de su gracia y la promesa de juzgar a los enemigos de su pueblo. Mientras lee el libro de Joel, aprecie la relación entre Jehová y su pueblo, entre el Dios que disciplina a su pueblo en amor y su pueblo que se arrepiente y encuentra gracia en abundancia. Oseas 4 retrata un punto sumamente peligroso en la relación de un pueblo (o una persona) con Dios, un retrato que debe motivarnos al arrepentimiento urgente si atesoramos un pecado con familiaridad.
Oseas anuncia: Oíd palabra de Jehová, hijos de Israel, porque Jehová contiende con los moradores de la tierra (Oseas 4:1). Jehová va a presentar su caso jurídico contra el reino del norte, contra Israel. Al llamarles “moradores de la tierra”, trae a la mente 1) su gracia y bondad en haberles dado la tierra de Israel, y 2) su pacto por el cual se la dio. Acuérdese que les había dicho: La tierra no se venderá a perpetuidad, porque la tierra mía es; pues vosotros forasteros y extranjeros sois para conmigo (Levítico 25:23). Les había prometido: Ejecutad, pues, mis estatutos y guardad mis ordenanzas, y ponedlos por obra, y habitaréis en la tierra seguros; y la tierra dará su fruto, y comeréis hasta saciaros, y habitaréis en ella con seguridad (Levítico 25:18-19). También les había amonestado: Guardad, pues, todos mis estatutos y todas mis ordenanzas, y ponedlos por obra, no sea que os vomite la tierra en la cual yo os introduzco para que habitéis en ella. Y no andéis en las prácticas de las naciones que yo echaré de delante de vosotros; porque ellos hicieron todas estas cosas, y los tuve en abominación (Levítico 20:22-23). Ahora al llamarles a los israelitas “moradores de la tierra” en Oseas 4:1, trae a la memoria todas las obligaciones del pacto que debían haber respetado pero que no han cumplido. Por eso viene Jehová a presentar su caso jurídico contra ellos. Y la lista de cargos que les presenta es devastadora: No hay verdad, ni misericordia, ni conocimiento de Dios en la tierra (Oseas 4:1). ¿Se puede encontrar otra descripción más directa sobre la condición espiritual de un pueblo que no lo conoce? ¡Ni hay la muestra más pequeña ni de la justicia, ni de la misericordia ni de la obediencia a Jehová entre todos los que tienen el nombre de su pueblo! Luego especifica sus pecados: Perjurar, mentir, matar, hurtar y adulterar prevalecen (Oseas 4:2). Todos estos pecados contra lo más principal del pacto, contra los diez mandamientos, ahora prevalecen, o son tan comunes y corrientes que llegaron a ser aceptables como normas en la sociedad. ¡Debemos temblar cuando vemos que la comunidad de Dios, la congregación o las iglesias que se identifican con su nombre, aceptan como normas el jurar en falso, el mentir, la violencia entre familiares, el robar y el adulterio! Dios no tolera el pecado en ninguna época, bajo ningún pacto. Pero en la tolerancia de Israel al pecado en esa época, ya llegó al punto de que Jehová pudo declarar: Y homicidio tras homicidio se suceden (Oseas 4:2). Fueron tan comunes que no había ningún momento de descanso entre un pecado y otro. Por eso declara sentencia Jehová: Por lo cual se enlutará la tierra, y se extenuará todo morador de ella, con las bestias del campo y las aves del cielo; aun los peces del mar morirán (Oseas 4:3). Todos los seres vivientes sufrirán un juicio más fuerte que el diluvio en los días de Noé; se extenderá aun a los peces, a todo que está bajo el dominio del hombre. A esa extensión llegará el juicio justo de Dios por los pecados de su pueblo. El pueblo debe estremecer porque ya no menciona ninguna posibilidad de arrepentimiento: Ciertamente hombre no contienda ni reprenda a hombre, porque tu pueblo es como los que resisten al sacerdote (Oseas 4:4). Los sacerdotes y los levitas eran los que instruían al pueblo en la ley. Además: Cuando alguna cosa te fuere difícil en el juicio, entre una clase de homicidio y otra, entre una clase de derecho legal y otra… vendrás a los sacerdotes levitas, y al juez que hubiere en aquellos días, y preguntarás; y ellos te enseñarán la sentencia del juicio. Y harás según la sentencia que te indiquen los del lugar que Jehová escogiere, y cuidarás de hacer según todo lo que te manifiesten. Según la ley que te enseñen, y según el juicio que te digan, harás; no te apartarás ni a diestra ni a siniestra de la sentencia que te declaren. Y el hombre que procediere con soberbia, no obedeciendo al sacerdote que está para ministrar allí delante de Jehová tu Dios, o al juez, el tal morirá; y quitarás el mal de en medio de Israel. Y todo el pueblo oirá, y temerá, y no se ensoberbecerá (Deuteronomio 17:8-13). Ahora en Oseas 4:4, la soberbia del pueblo ha crecido al punto que las autoridades ni quieren malgastar sus palabras en la reprensión por el pecado. Ni tampoco va a perder sus palabras Jehová Dios. Simplemente reconfirma su sentencia contra ellos: Caerás por tanto en el día, y caerá también contigo el profeta de noche; y a tu madre destruiré (Oseas 4:5). No habrá misericordia por ninguna persona en autoridad que ha dado la espalda a la palabra de Jehová. De nuevo en versículo 6, no escuchamos ningún llamado al arrepentimiento sino una evaluación del pueblo ya juzgado: Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento (Oseas 4:6). Esta falta de conocimiento no es simplemente un desconocimiento de la ley por la falta de instrucción. El versículo continúa: Por cuanto desechaste el conocimiento… Es decir, los israelitas son culpables porque se les presentó la ley, pero no querían prestar atención. Escucharon, pero no querían obedecer. Así que al decir: “Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento,” les culpa de una resistencia a la palabra de Dios que se demostró en desobedecer lo que sabían, en cubrir los oídos y en alargarse para no escuchar más. Por eso aparecen las consecuencias de su desobediencia: Por cuanto desechaste el conocimiento, yo te echaré del sacerdocio (Oseas 4:6). Esta frase no refiere a los sacerdotes solamente sino, como dice versículo 1, a todo el pueblo. Acuérdese que en una de las promesas principales a todo el pueblo de Israel, Jehová les había dicho: Vosotros me seréis un reino de sacerdotes (Éxodo 19:6). En Oseas 4:6 pierden este privilegio por haber rechazado la ley que les comunicaba todo lo necesario para vivir en santidad y disfrutar el sacerdocio entre las naciones. Es tan grave su pecado que tendrá un impacto de por las generaciones: Y porque olvidaste de la ley de tu Dios, también yo me olvidaré de tus hijos (Oseas 4:6). Debemos pensar en los nombres de los hijos de Oseas de capítulo 1, “Lo-ruhama” que significa “Sin compasión” y “Lo-ammi” que significa “No es mi pueblo”. En 2:2 y 2:23 Jehová cambia este rechazo y les comunica la compasión y el reconocimiento familiar. Pero aquí en 4:6, no hay esta misericordia al pueblo de Israel, porque: Conforme a su grandeza, así pecaron contra mí; también yo cambiaré su honra en afrenta (Oseas 4:7). Versículos 8-13 ponen en lista los pecados del pueblo. Entra una sorpresa cuando Jehová dice: No castigaré a vuestras hijas cuando forniquen, ni a vuestras nueras cuando adulteren (Oseas 4:14). ¿Por qué no? Porque sus hijos y toda la sociedad hacen lo mismo: Porque ellos mismos se van con rameras, y con malas mujeres sacrifican (Oseas 4:14). Pero no quiere decir que simplemente pueden continuar en sus pecados sin ninguna consecuencia. Jehová no les va a permitir que malgasten el resto de sus vidas en fornicación e idolatría: Por tanto, el pueblo sin entendimiento caerá (Oseas 4:14). Antes de terminar el capítulo, la falta de corrección de parte de Jehová a Israel nos sorprende otra vez: Efraín es dado a ídolos, déjalo (Oseas 4:17). ¿Déjalo? ¿Cómo es posible que Jehová deje que su pueblo ande en idolatría? ¡Parece una contradicción a todo lo que dicen la ley y los profetas! Pero Jehová nos explica que se han corrompido al punto de que ya no es su pueblo: Su bebida se corrompió; fornicaron sin cesar; sus príncipes amaron lo que avergüenza (Oseas 4:18). Es decir, hay un punto cuando Jehová deja de castigar, deja de reprender, y deja de llamar al arrepentimiento. Eventualmente permite que uno revuelque satisfecho en su pecado. Pero de todas formas, el juicio vendrá y será reconocido: El viento los ató en sus alas, y de sus sacrificios serán avergonzados (Oseas 4:19). Para resumir, los pecados de Israel eran obvios. Incluían transgresiones a las partes más básicas de la ley. Pero se habían acostumbrado tanto a los pecados que les parecían normales. Ya no los escandalizaban; en cambio, ¡les habría escandalizado una persona que siguiera la ley! Se acostumbraron a su pecado a tal punto que ninguna reprensión, ningún castigo ni ninguna amenaza los iba a cambiar. Por eso, Jehová simplemente los dejó al juicio que los esperaba. Nosotros que servimos el mismo Dios por el nuevo pacto por la sangre de Jesucristo queremos poner nuestra atención en por lo menos tres aplicaciones: 1) Que nunca dejemos de prestar atención a la palabra de Dios como hizo el reino de Israel. Puede haber un día cuando Dios mismo en su juicio justo nos quite este privilegio. Antes bien, que la palabra del Señor siempre encuentre un lugar sensible en nuestros corazones, junto con una mente y un cuerpo listos a obedecerle con diligencia. 2) Que nos arrepintamos de nuestros pecados tan pronto como los identificamos, antes de que nos acostumbremos a ponerlos en práctica. Que nunca llegue el día cuando nuestro Señor diga: Déjalo, cansado de corregirnos, reprendernos y castigarnos, para dejar que deslicemos a la condenación. En cambio, que reconozcamos en su disciplina el hecho de que somos hijos suyos, y que no nos desanimemos en poner en práctica la justicia (Hebreos 12:7-13). 3) Que no caigamos a la tentación de la hermosura del pecado, la hermosura falsa que viene cuando la gente que lo practica y lo disfruta sin sufrir ningún castigo. Es fácil malinterpretar la falta de corrección del Señor como permiso o tolerancia al pecado. En cambio, que pensemos en el pecado de acuerdo con el vocabulario de Jehová (fornicación, idolatría, mentira, falso testimonio, etc.) y sus consecuencias justas, no en las descripciones inadecuadas de los impíos (desliz, costumbre, tradición, indiscreción, etc.) Que Dios bendiga nuestra atención a su palabra. Al terminar Daniel y empezar el libro de Oseas, cambiamos a las profecías de los 12 profetas menores (llamados “menores” no por ninguna falta de importancia sino por la brevedad de sus profecías en comparación con Isaías, Jeremías y Ezequiel).
Aquí hacemos otro ajuste cronológico. Al leer Jeremías, Ezequiel y Daniel concentramos en la destrucción del templo de Jerusalén en 586 a.C. y en el exilio de los judíos en Babilonia; ahora con el inicio de los 12 profetas menores volvemos unos 150 – 200 años atrás al reino dividido de Israel y Judá. Vamos a pasar otra vez por el trasfondo de las tensiones del reino dividido (Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás) y la caída de Samaria, la capital del reino de Israel en 722 a.C. (Miqueas), por las generaciones en Judá antes de la destrucción de Jerusalén (Nahum, Habacuc, Sofonías) hasta la reedificación de Jerusalén por los que volvieron del exilio (Hageo, Zacarías, Malaquías). Es decir, estamos por pasar por esta época histórica por la cuarta vez. Lo hicimos la primera vez en 1 y 2 Reyes, la segunda vez en 1 y 2 Crónicas hasta Ester, la tercera vez de Isaías a Daniel y ahora de nuevo en los profetas menores. No nos debe molestar la repetición de las épocas históricas si nos acordamos de que el propósito principal de la Biblia no es el narrar una historia cronológica sino el describir la gloria del Dios que dirigió e intervino repetidas veces en la historia de su pueblo. Con Oseas 1 – 3 volvemos al tema del adulterio espiritual como en Ezequiel 16 y 23 pero sin las imágenes pornográficas fuertes; también vemos el perdón sorprendente e inmerecido como en Ezequiel 16:60-63 pero en el trasfondo del matrimonio mismo entre el profeta y su esposa infiel. Que nos quedemos sorprendidos y que renazca nuestro amor también por la fidelidad y perdón de nuestro Señor Jesucristo, el esposo a quien hemos ofendido con nuestras iniquidades también. Nuestra interpretación de Daniel 7 probablemente va a concordar mucho con nuestra interpretación de Daniel 2. En Daniel 2 vimos cuatro reinos juzgados y destruidos por la piedra no cortada con mano de hombre que luego crece y llena todo la tierra; aquí en Daniel 7 tenemos cuatro reinos superados y juzgados por uno como un hijo de hombre que recibe dominio eterno del Anciano de Días. Si seguimos nuestra interpretación de Daniel 2, nos acordaremos de estas observaciones:
1) El propósito más importante del capítulo no es la identificación de los cuatro reinos tanto como el reconocimiento del último, del reino levantado por Jehová Dios. 2) La degeneración de la sociedad va a continuar a tal punto que se levantará uno que: Hablará palabras contra el Altísimo, y a los santos del Altísimo quebrantará, y pensará en cambiar los tiempos y la ley; y serán entregados en su mano (Daniel 7:25). 3) Aun en esta persecución, Jehová manifestará su soberanía, su justicia y su salvación fiel por cortar la persecución y responder de acuerdo con su justicia: serán entregados en su mano hasta tiempo, y tiempos, y medio tiempo. Pero se sentará el Juez, y le quitarán su dominio para que sea destruido y arruinado hasta el fin, y que el reino, y el dominio y la majestad de los reinos debajo de todo el cielo, sea dado al pueblo de los santos del Altísimo, cuyo reino es reino eterno, y todos los dominios le servirán y obedecerán (Daniel 7:25-27). 4) También vamos a notar en el Nuevo Testamento que Jesucristo se identifica como el Hijo de Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, viniendo en las nubes del cielo de Daniel 7:13, y por eso el sumo sacerdote le acusa de blasfemia (Mateo 26:63-66; Marcos 14:61-64; Lucas 22:66-71). Hasta el momento no veo ninguna dificultad en nuestra interpretación. Empieza una si intentamos a identificar a las cuatro bestias. Si seguimos nuestra interpretación de Daniel 2, ahora en Daniel 7 vemos al león con alas de águila como Babilonia (una imagen que concuerda muy bien con la iconografía de ese reino), al oso que se alzaba de un costado más que del otro como el reino medo-persa y al leopardo con cuatro alas y cuatro cabezas como el reino griego. No veo nada que contradiría estas identificaciones. Pero cuando llegamos a la cuarta bestia se presentan dos opciones, y ninguna de las dos parece perfecta. Por un lado, hay semejanzas obvias entre el reino fuerte como hierro que desmenuza y rompe todas las cosas en Daniel 2:40 y la cuarta bestia de dientes grandes de hierro que devoraba y desmenuzaba y las sobras hollaba con sus pies en Daniel 7:7. De acuerdo con estas semejanzas identificamos la cuarta bestia de Daniel 7 como el imperio romano. Pero la aplicación histórica no parece perfecta. Si es el imperio romano, ¿quiénes son los 10 reyes que se levantarán de aquel reino? (Daniel 7:24) ¿Se levantan seguidos, uno tras otro, o son contemporáneos, o hay mucho tiempo entre sus reinados? ¿Se ha presentado el cuerno pequeño que hablaba grandes cosas, y si sí, quién fue? Si es de la época romana, ¿por qué los santos no hemos recibido el reino, el dominio y la majestad todavía, o sólo hablaba Daniel 7:27 de un reino espiritual? Por otro lado, hay algunos que insisten que la cuarta bestia de Daniel 7 es distinta al cuarto reino de Daniel 2. El reino de Daniel 2 puede ser el imperio romano, pero hacen énfasis en que la cuarta bestia de Daniel 7 es “muy diferente de todas las bestias que vi antes de ella” (Daniel 7:7), que es un reino aún futuro a nosotros que no será revelado hasta poco antes de la segunda venida de Jesucristo. Tampoco es perfecta esta identificación. ¿Por qué se parecen tanto el cuarto reino de Daniel 2 y la cuarta bestia de Daniel 7 si en realidad son distintos? ¿Por qué no nos dijo más el profeta para diferenciarlos mejor? ¿Por qué soñaba el profeta de las cuatro bestias en una noche sin ninguna indicación que iba a haber un espacio de más de 2000 años entre la tercera y la cuarta? En resumen, vemos las dos opciones imperfectas: 1) la cuarta bestia es la Roma antigua, o 2) la cuarta bestia es un reino todavía futuro. ¿Hay otras opciones? ¿Cómo respondemos a esta incertidumbre? Por ahora, vamos a optar por la opción de que la identificación del cuarto reino no es necesaria para entender lo más importante de la profecía. Glorificamos a Dios por lo que entendemos bien. Este es el camino que tomamos por ahora en reconocimiento de nuestro deseo de leer toda la Biblia en un año y para que esta entrada de blog no continúe por docenas de páginas más. Pero junta con nuestra lectura de la Biblia queremos edificar un sistema de interpretación profética fuera del libro de Daniel que nos ayude a entenderlo. Será posible si lo edificamos de acuerdo con la Biblia y en reconocimiento de nuestros límites de entendimiento. Así que por ahora, vamos a imitar a Daniel. Aunque turbados, sin tener todas las respuestas, vamos a guardar el asunto en nuestro corazón y continuar a cumplir las tareas diarias que nos han dado el Señor. Vamos a pedirle la sabiduría mientras leemos para que estas profecías se descubran poco a poco por la gloria de nuestro Rey. De Daniel 3 a 6 surgen temas sobre la rebelión contra el gobierno y la justicia de Jehová.
En capítulo 3, parece que el rey rebela contra la interpretación de su sueño anterior: El rey Nabucodonosor hizo una estatua de oro cuya altura era de sesenta codos, y su anchura de seis codos (Daniel 3:1). ¿Desea fabricar una estatua suya que va a ser mejor que la de los reinos después de él? ¿Desea hacer permanente la gloria de su reino? Pues, Nabucodonosor puede imponer su justicia en Babilonia pero, ¡no puede salvar como el Dios de Sadrac, Mesac y Abed-nego! En capítulo 4, el rey luce en su soberbia: ¿No es ésta la gran Babilonia que yo edifiqué para casa real con la fuerza de mi poder, y para gloria de mi majestad? (Daniel 4:30) Pero al final del capítulo tiene que testificar: Ahora yo Nabucodonosor alabo, engrandezco y glorifico al Rey del cielo, porque todas sus obras son verdaderas, y sus caminos justos; y él puede humillar a los que andan en soberbia (Daniel 4:37). En capítulo 5, Daniel anuncia de forma inolvidable la llegada del juicio divino contra Belsasar y los caldeos por resistir las lecciones sobre el arrepentimiento de la soberbia. Y en capítulo 6, la salvación por Jehová de su siervo inocente demuestra que la ley suya aún supera “la ley de Media y de Persia, la cual no puede ser abrogada” (Daniel 6:8, 12, 15). Por eso: Que en todo el dominio de mi reino todos teman y tiemblen ante la presencia del Dios de Daniel; porque él es el Dios viviente y permanece por todos los siglos, y su reino no será jamás destruido, y su dominio perdurará hasta el fin. El salva y libra, y hace señales y maravillas en el cielo y en la tierra (Daniel 6:26-27). Que nuestro Dios sea glorificado en su pueblo, en los que no necesitan ningún edicto de reyes para motivarlos a temblar delante de él, en los que lo adoran por haber escuchado su evangelio y confiado únicamente en su Hijo Jesucristo por la salvación. ¿Se encuentra confundido al leer las profecías del libro de Daniel?
No está solo. Sobre Daniel y sus compañeros dieron testimonio: En todo asunto de sabiduría e inteligencia que el rey les consultó, los halló diez veces mejores que todos los magos y astrólogos que había en todo su reino (Daniel 1:20), y sobre Daniel: Yo he oído de ti que el espíritu de los dioses santos está en ti, y que en ti se halló luz, entendimiento y mayor sabiduría (Daniel 5:14). Y cuando este sabio ve la visión de capítulo 8, responde: Y yo Daniel quedé quebrantado, y estuve enfermo algunos días, y cuando convalecí, atendí los negocios del rey; pero estaba espantado a causa de la visión, y no la entendía (Daniel 8:27). Si así fue la reacción de Daniel, ¿cómo pensamos entender estas visiones fácilmente? Por eso, tenga cuidado de cualquier maestro que llegue confiado, seguro de sí mismo, sólo para repetir las mismas explicaciones de los misterios del libro de Daniel que él había escuchado de otro maestro en alguna conferencia. Si un maestro no ha temblado al leer estas visiones sin entenderlas, si no ha pasado por desubicación, incomodidad y aun enfermedad al querer entenderlas, dudo de su capacidad para poder explicarlas adecuadamente. No pretendo tener la inteligencia y la sabiduría para explicarlas completamente. Lo que intento a hacer aquí es presentar algunos puntos claves para leerlas, entenderlas, trazar algunas posibilidades para el estudio futuro y para ver algunas aplicaciones útiles a nuestro diario vivir. No me molesta el andar todavía sin el conocimiento perfecto de su significado con tal que pueda continuar a atender los negocios del rey (Daniel 8:27). Veo que un capítulo clave para nuestra interpretación de las profecías de Daniel es el capítulo 2. Por lo menos, nuestra interpretación de capítulo 2 nos dice mucho sobre cómo vamos a interpretar el resto del libro. Acuérdese de la imagen cuya cabeza es de oro fino, su pecho y brazos de plata, su vientre y sus muslos de bronce y sus piernas de hierro y sus pies en parte de hierro y en parte de barro cocido (Daniel 2:33). La Biblia misma nos explica el significado. Nabucodonosor es la cabeza de oro, y luego: Después de ti se levantará otro reino inferior al tuyo; y luego un tercer reino de bronce, el cual dominará sobre toda la tierra. Y el cuarto reino será fuerte como hierro; y como el hierro desmenuza y rompe todas las cosas, desmenuzará y quebrantará todo. Y lo que viste de los pies y los dedos, en parte de barro cocido de alfarero y en parte de hierro, será un reino dividido; mas habrá en él algo de la fuerza del hierro, así como viste hierro mezclado con barro cocido. Y por ser los dedos de los pies en parte de hierro y en parte de barro cocido, el reino será en parte fuerte, y en parte frágil. Así como viste el hierro mezclado con barro, se mezclarán por medio de alianzas humanas; pero no se unirán el uno con el otro, como el hierro no se mezcla con el barro (Daniel 2:39-43). Acuérdese que vimos el cambio entre metales preciosos en el tabernáculo. Lo que estaba más cerca al Lugar Santísimo fue hecho de oro; lo que tocaba la tierra del Lugar Santo fue de plata; mientras más lejos se retiraba del Lugar Santísimo, más se encontraba el bronce. En las descripciones del tabernáculo no había ninguna referencia al hierro y al barro cocido sólo como posibilidad para las ollas en que cocían la porción de la carne para los sacerdotes, pero tenían que quebrarlas después. No nos sorprende entonces una observación parecida en Daniel 2: vamos de lo más valioso a lo más común, de lo que más refleja la gloria de Dios a lo que menos la refleja, de lo superior al inferior y frágil. Daniel 2:38 identifica la cabeza de oro como Nabucodonosor; los versículos que siguen identifican las otras partes de la estatua como otros reinos que lo seguirán. No nos dicen directamente quiénes son. Algunos comentaristas excelentes sobre Daniel (como Iain Duguid y John Goldingay) opinan que no se debe gastar mucho tiempo en identificarlos, pero creo que la interpretación directa de Nabucodonosor con la cabeza nos invita a hacer el esfuerzo. Sin entrar en muchos detalles, estoy satisfecho con la explicación protestante tradicional de que son Babilonia (oro), luego el imperio medo-persa (plata), Grecia (bronce) y Roma (hierro y barro cocido). Note otra vez que esta interpretación no surge del texto mismo sino de la observación histórica aplicada mucho después de la época de Daniel. Nuestra tarea no termina simplemente al identificar estos reinos. Nos preguntamos: ¿Cómo habrían entendido Daniel, Nabucodonosor y los judíos exiliados esta visión y su interpretación, aun sin poder identificar esos reinos futuros? ¿Qué quería comunicarles Dios en su época, antes de saltar a ver el cumplimiento en el futuro? Creo que dos observaciones sobresalen. Primero, la sociedad humana tiende al declive y la degeneración. Mientras pasa el tiempo, no nos desarrollamos en un progreso cada vez más victorioso sino que degeneramos cada vez más lejos de la gloria de Dios. Los exiliados israelitas no se deben sorprender al ver que sus sueños por el Jerusalén reconstruido no se cumplan inmediatamente. La batalla para tener una sociedad más justa, más de acuerdo con la justicia de Jehová, va a parecer como el querer hacer retroceder las olas del mar. Pero segundo, Dios invade la historia humana y crea algo completamente contrario a este declive, algo totalmente distinto que ni se puede comparar con nuestros conceptos de la civilización. Parte del propósito de las cuatro partes de la estatua es para hacer lucir la obra de Dios que viene: Estabas mirando, hasta que una piedra fue cortada, no con mano, e hirió a la imagen en sus pies de hierro y de barro cocido, y los desmenuzó. Entonces fueron desmenuzados también el hierro, el barro cocido, el bronce, la plata y el oro, y fueron como tamo de las eras del verano, y se los llevó el viento sin que de ellos quedara rastro alguno. Mas la piedra que hirió a la imagen fue hecha un gran monte que llenó toda la tierra (Daniel 2:34-35). Luego viene la explicación: En los días de estos reyes el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre (Daniel 2:44). ¿Será que Daniel habría entendido una referencia a Isaías 28:16-17? Jehová el Señor dice así: He aquí que yo he puesto [así que no fue cortada con mano] en Sion por fundamento una piedra, piedra probada, angular, preciosa, de cimiento estable; el que creyere, no se apresure [es decir, el que cree en esta piedra sólida puesta por Jehová no tiene que alterarse ni dudar]. Y ajustaré el juicio a cordel, y a nivel la justicia [este reino puesto por Jehová en Sion será de una justicia perfecta, delineada por Jehová mismo]; y granizo barrerá el refugio de la mentira, y aguas arrollarán el escondrijo [es decir, todo lo que no concuerda con la justicia de Jehová, como la mentira y los pecados cometidos a escondidas, será juzgado y destruido] (Isaías 28:16-17). Aquí encontramos, como en Daniel 2:34-35, una piedra puesta no por mano, una piedra superior a cualquier otro reino humano, una que llega no a continuar ni a reemplazar sino a juzgar a los reinos anteriores. Y Daniel 2:44 identifica algunas características más: jamás será destruido; no será dejado a otro pueblo; permanecerá para siempre. Y estas noticias son motivos de gran gozo y celebración al pueblo exiliado. A pesar de su exilio, a pesar de los sufrimientos presentes y futuros, a pesar de tener que vivir el declive de la sociedad a largo plazo, su Dios es fiel a sus promesas y en el momento perfecto va a levantar su propio reino justo y perfecto que nunca será derrocado. Va a juzgar a sus enemigos, los va a recompensar por sus injusticias, y el pueblo de Dios nunca más tendrá que sufrir ni exilio ni derrota otra vez. Que los reinos futuros sean dirigidos o por persas o griegos, o por romanos o quienes sean: la piedra puesta por Jehová y su reino es el anhelo, el gozo y la esperanza de cada uno de los suyos. Ahora nos adelantamos al futuro para ver en Jesucristo la piedra preciosa puesta por Dios, por quien adoramos a Dios como en ninguna época anterior (1 Pedro 2:5-6). Empezó su reino por su muerte en la cruz por nuestros pecados, por su resurrección que proclama su justicia y nos da vida eterna y por derramar su Espíritu sobre nosotros desde el día de Pentecostés para que anunciemos su reino y vivamos con ferviente amor entre nosotros. Pero aunque ha llegado el reino, no vemos su cumplimiento perfecto todavía, y por eso miramos hacia arriba por su segunda venida en espera de: la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios (Hebreos 11:10). Y mientras este reino es anunciado por todas partes de la tierra, sufrimos todavía el declive general de la sociedad, lamentamos los dolores de vivir en una civilización en degeneración, pero seguimos adelante con la fe firme de que él que está en nosotros es superior a él que está en el mundo (1 Juan 4:4), y reinaremos juntos con Jesucristo en toda justicia y verdad en un reino que nunca será derrocado ni nunca será llevado al exilio. Y por eso, la profecía de Daniel 2 es de gran consuelo y gozo a nosotros también. Daniel y sus compañeros fueron llevados a Babilonia en la primera ola del exilio, en el año 605 a.C., cuando la autoridad sobre Judá pasó de las manos de los egipcios a las de los caldeos: En el año tercero del reinado de Joacim rey de Judá, vino Nabucodonosor rey de Babilonia a Jerusalén, y la sitió (Daniel 1:1; ve también 2 Reyes 23:36 – 24:4; 2 Crónicas 36:7).
Entonces, cronológicamente el libro de Daniel se inicia antes del libro de Ezequiel, del sacerdote y profeta que fue llevado en la segunda ola del exilio. Por eso Ezequiel puede hacer referencia a Daniel como un justo y sabio reconocido entre los otros exiliados (Ezequiel 14:14, 20; 28:3). Por eso nos sorprende la falta de profecías sobre la destrucción de Jerusalén que ocuparon tanta de nuestra lectura en los libros de Jeremías y Ezequiel. Por muchos años los tres profetizaron simultáneamente, pero en Daniel parece que estamos en otro mundo: en la estabilidad, el poder y la abundancia de Babilonia, la capital del reino más poderoso de la época. Pero no quiere decir que las profecías de Daniel no tengan ninguna aplicación a los exiliados de Judá. Al contrario, demuestran que su Dios Jehová continúa a reinar aun sobre los reinos más poderosos en todos sus detalles. Daniel sirve como ventana para dejar que los exiliados miren a Jehová, el mismo Dios que reinó sobre todos los eventos en Israel y Judá en los libros de Reyes y de Crónicas, ahora gobernando en soberanía y gloria aun sobre los reyes paganos que los tenían encorralados en el exilio. Lejos de desesperarse, deben celebrar el hecho de que conocían mejor que los reyes paganos al Ser que les ha dado poder y autoridad. Y es muy importante reconocer que el libro de Daniel, como el resto de la Biblia, se nos dio para glorificar a Jehová. Al leer las narrativas fascinantes de los primeros 6 capítulos, estamos impresionados por los ejemplos de Daniel y sus compañeros, y queremos parar a admirarlos como ejemplos para nosotros y en especial para los jóvenes de nuestras iglesias de la vida comprometida a Jehová en medio de las influencias paganas del mundo. Son válidas estas observaciones y aplicaciones pero si paramos en éstas, hemos pasado por encima de lo más importante del libro de Daniel: el testimonio de la gloria de Jehová que gobierna sobre principados y potestades y toda la historia, la gloria del Dios que no encuentra ningún estorbo en manifestar su justicia y su misericordia en toda la tierra. Por eso, que nos acordemos de leer el libro de Daniel con el enfoque en la gloria de Jehová más que en la gloria de sus siervos que, en su servicio justo, sabio y fiel, le rindieron todo honor y gloria a Él. |
AutorRev. Ken Kytle, pastor de la Iglesia bautista La fe en Cristo cerca de Atlanta, Georgia, EEUU. Archivos
Abril 2014
Categorías
Todo
|