El principio que informa y motiva las respuestas a todas estas preguntas y a las otras que aparecen en estas dos lecturas es el mismo: el amor. El amor por el hermano por quien murió Jesucristo y por la persona no convertida dirige nuestras respuestas a todas estas preguntas y más.
Por el amor la esposa recién convertida no se separa de su esposo no creyente; por amor el esposo cristiano no abandona a su esposa incrédula. Por amor el padre o la madre creyente instruye a sus hijos en el evangelio aun cuando su cónyuge no lo cree. Por amor la cristiana no se permite enamorar del incrédulo, y el cristiano no sale en citas con la no creyente. Por amor el cristiano no come ni toma lo que sería de ofensa a su hermano; por amor los cristianos no se peinan ni se visten de una forma que escandaliza a los demás. Por amor el cristiano no menosprecia los dones espirituales de su hermano; por amor los cristianos aseguran de que el otro tiene suficiente de comer y beber antes que uno mismo. En toda su vida diaria el cristiano se dirige por el lema: Ninguno busque su propio bien, sino el del otro (1 Corintios 10:24).
El amor que llevó a nuestro Señor a la cruz para morir por nuestros pecados es el amor que inunda nuestros cuerpos, almas y espíritus por el poder del Espíritu Santo para amar al hermano y al incrédulo en nuestras decisiones diarias. No nos preguntamos: “¿Qué prefiero? ¿Qué me da gusto?” antes de contestar primero: “¿Qué desea mi esposo / mi esposa / mis hermanos / mi Señor?” Que hoy examinemos cada decisión a la luz del amor por nuestros hermanos y sobre todo por nuestro Señor Jesucristo. ¡Y que nos maravillemos cuán diferentes sean nuestras formas de pensar y de tomar decisiones cuando sean dirigidas de veras por el amor al Señor!