En más detalle: Empezamos con una breve introducción al libro de Daniel, y luego hablamos en más detalle sobre las profecías de los primeros tres capítulos del libro.
El libro de Daniel a veces asusta al lector de la Biblia porque es tan diferente que los libros proféticos que hemos leído hasta el momento. Hemos leído profecías simbólicas antes – piense en la profecía de la cesta de higos buenos y la de higos malos en Jeremías 24, por ejemplo – y no nos han confundido. Normalmente son por medio de objetos o acciones de la vida diaria, como parábolas o breves lecciones, y vienen con la explicación de los símbolos poco después. Pero en el libro de Daniel vamos a ver símbolos de una realidad distorsionada, símbolos difíciles de visualizar como el de una bestia de diez cuernos, o de tiempos difíciles de medir como el tiempo, tiempos y la mitad de un tiempo. En el libro de Daniel tenemos la bienvenida chocante a otra clase de literatura que es la apocalíptica.
La literatura apocalíptica tiene las características que acabamos de mencionar – símbolos distorsionados que revelan una realidad más profunda que la aparente. (De hecho, la palabra “apocalipsis” significa “descubierto” en el sentido de descubrir lo escondido). Y tienen otras características que son importantes de notar: Se escribe en el trasfondo de opresión y crisis, cuando la libre expresión puede traer consecuencias graves (por ejemplo en el libro de Daniel, cuando el pueblo de Jehová está en exilio forzado en Babilonia, o en el libro de Apocalipsis en el Nuevo Testamento cuando el apóstol Juan está en exilio por el imperio romano en la isla de Patmos). Un mensajero celestial explica el significado de los símbolos al que tiene la visión de una forma que tiene sentido para los creyentes sabios, instruidos en los misterios de Dios. El propósito de la visión es animar al pueblo oprimido a perseverar en su fe en Jehová Dios en medio de las tribulaciones que están por venir. Por eso sirven los símbolos raros – son memorables, para que el pueblo, sin los rollos o los manuscritos de la palabra de Jehová a su mano, se pueda
acordar de las realidades divinas que están en marcha a pesar de que no las
visualiza durante su opresión.
Con esta breve introducción a la literatura apocalíptica, podemos notar también que los temas más básicos del libro de Daniel no son diferentes a lo que hemos visto en el resto de la Biblia. Se trata del dominio glorioso de Jehová en toda la creación y su juicio al pecado, la soberbia y la rebelión. Pero en su juicio de la maldad, Jehová va a salvar y preservar a un remanente. Los que forman el remanente deben perseverar en fe por medio de grandes tribulaciones y pruebas
para luego disfrutar el reposo y la paz que Jehová tiene guardado para ellos. Es la misma historia desde Génesis hasta ahora, con el énfasis en el libro de Daniel en la soberanía de Jehová aún sobre los imperios más poderosos en la historia del mundo.
Nos ayuda también notar dos divisiones en el libro de Daniel. Los capítulos 1 – 6 enfatizan a Jehová en su salvación de Daniel y sus amigos del peligro y la muerte, el reconocimiento de los gentiles más poderosos de la gloria de Jehová por medio de ellos y la gran sabiduría del siervo de Jehová, Daniel. Los capítulos 7 – 12 son de visiones apocalípticas que no enfatizan el llamado al arrepentimiento (como tantas veces hacen las profecías de Isaías, Jeremías y Ezequiel) sino la perseverancia al pueblo de Jehová que vive bajo el dominio opresivo extranjero. Le asegura:
1) El reino de Jehová viene, pero no por el poder carnal del remanente: Veía yo que este cuerno hacía guerra contra los santos, y los vencía, hasta que vino el Anciano de días, y se dio el juicio a los santos del Altísimo; y llegó el tiempo, y los santos recibieron el reino (Daniel 7:21-22).
2) Por eso, la responsabilidad del remanente es orar de acuerdo con la palabra revelada de Jehová: Yo Daniel miré atentamente en los libros del número de los años de que habló Jehová al profeta Jeremías, que habían de cumplirse las desolaciones de Jerusalén en setenta años. Y volví mi rostro a Dios el Señor, buscándole en oración y ruego, en ayuno, cilicio y ceniza (Daniel 9:2-3).
3) El remanente también se dedica a la enseñanza de la palabra de Jehová, en medio de gran tribulación aún hasta la muerte: Se levantarán de su parte tropas que profanarán el santuario y la fortaleza, y quitarán el continuo sacrificio, y pondrán la abominación desoladora. Con lisonjas seducirá a los violadores del pacto; mas el pueblo que conoce a su Dios se esforzará y actuará. Y los sabios del pueblo instruirán a muchos; y por algunos días caerán a espada y a fuego, en cautividad y despojo (Daniel 11:31-33).
4) Entonces el lector presente tiene que tomar una decisión – o seguir el camino de la sabiduría o la de la impiedad: Yo oí, mas no entendí. Y dije: Señor mío, ¿cuál será el fin de estas cosas? Él respondió: Anda, Daniel, pues estas palabras están cerradas y selladas hasta el tiempo del fin. Muchos serán limpios, y emblanquecidos y purificados; los impíos procederán impíamente, y ninguno de los impíos entenderá, pero los entendidos comprenderán (Daniel 12:8-10).
5) Sobre todo, el remanente tiene que estar preparado a perseverar en la fe por aún más tiempo que perdure la tribulación: Desde el tiempo que sea quitado el continuo sacrificio hasta la abominación desoladora, habrá mil doscientos noventa días. Bienaventurado el que espere, y llegue a mil trescientos treinta y cinco días (Daniel 12:11-12).
6) El remanente persevera siempre con el anhelo en el reposo que Jehová ha preparado por ellos: Y tú irás hasta el fin, y reposarás, y te levantarás para recibir tu heredad al fin de los días (Daniel 12:13).
Con esta introducción del libro de Daniel, estamos listos a examinar en más detalle los primeros tres capítulos.
En el año tercero del reinado de Joacim rey de Judá, vino Nabucodonosor rey de Babilonia a Jerusalén, y la sitió. Y el Señor entregó en sus manos a Joacim rey de Judá, y parte de los utensilios de la casa de Dios; y los trajo a tierra de Sinar, a la casa de su dios, y colocó los utensilios en la casa del tesoro de su dios (Daniel 1:1-2). De lo que hemos estudiado ya sobre la generación del exilio en 2 Reyes 23:36 – 24:4; 2 Crónicas 36:7; y los libros de Jeremías y Ezequiel, en estos versículos estamos en el año 605 a.C. cuando la autoridad sobre Judá pasó de las manos de los egipcios a las de los caldeos. Es la primera ola del exilio, cuando el rey Nabucodonosor afirma su autoridad sobre su nueva provincia y toma a jóvenes inteligentes para entrenarlos por funcionarios en la administración caldea: Dijo el rey a Aspenaz, jefe de sus eunucos, que trajese de los hijos de Israel, del linaje real de los príncipes, muchachos en quienes no hubiese tacha alguna, de buen parecer, enseñados en toda sabiduría, sabios en ciencia y de buen entendimiento, e idóneos para estar en el palacio del rey; y que les enseñase las letras y la lengua de los caldeos (Daniel 1:3-4). Note por eso que cronológicamente, el libro de Daniel se inicia antes del libro de Ezequiel, del sacerdote y profeta que fue llevado en la segunda ola del exilio. Por eso Ezequiel puede hacer referencia a Daniel como un justo y sabio reconocido entre los otros exiliados (Ezequiel 14:14, 20; 28:3).
Leemos de un choque entre el nuevo régimen y la fe de los exiliados casi inmediatamente: Y Daniel propuso en su corazón no contaminarse con la porción de la comida del rey, ni con el vino que él bebía; pidió, por tanto, al jefe de los eunucos que no se le obligase a contaminarse (Daniel 1:8). Muchos opinan que la comida real contenía carne inmunda (de acuerdo con la lectura de las leyes en Levítico) o que fue sacrificada a los dioses caldeos (de acuerdo con la prohibición en 1 Corintios 10 en el Nuevo Testamento) y por eso Daniel no quería contaminarse. Puede ser. Pero aparentemente Daniel sí pudo comer la carne y tomar el vino en otras ocasiones sin contaminarse: lea Daniel 10:3 en que se da a entender que la comía y lo bebía en otras ocasiones. Prefiero la observación de Iain M. Duguid (Daniel, Reformed Expository Commentary; Phillipsburg, NJ; P&R Publishing, 2008; pág. 13) de que esa comida era contaminada por venir de la mesa real con la idea de que Nabucodonosor era el proveedor de esos jóvenes exiliados, que su sustento dependía de él. En cambio, Daniel quería que fuera evidente que su sustento venía de Dios, en este caso por vegetales y agua que la tierra producía sin que pasara por la mesa real. Lo que sea el motivo, es evidente que Jehová obró en su deseo de no contaminarse y en la aprobación de sus supervisores: Puso Dios a Daniel en gracia y en buena voluntad con el jefe de los eunucos (Daniel 1:9). Por eso, le podemos dar la gloria también cuando al terminar su entrenamiento y empezar sus nuevas responsabilidades: En todo asunto de sabiduría e inteligencia que el rey les consultó, los halló diez veces mejores que todos los magos y astrólogos que había en todo su reino (Daniel 1:20). La gloria no va al sistema educativo de los caldeos sino al Dios que preserva a sus escogidos y que les prometió: Serán benditas en ti todas las familias de la tierra (Génesis 12:3).
En Daniel 2 vemos un ejemplo de la gloria de Jehová en la sabiduría excepcional de siervo Daniel. Acuérdese de la imagen cuya cabeza es de oro fino, su pecho y brazos de plata, su vientre y sus muslos de bronce y sus piernas de hierro y sus pies en parte de hierro y en parte de barro cocido (Daniel 2:33). El libro mismo nos explica el significado. Nabucodonosor es la cabeza de oro, y luego: Después de ti se levantará otro reino inferior al tuyo; y luego un tercer reino de bronce, el cual dominará sobre toda la tierra. Y el cuarto reino será fuerte como hierro; y como el hierro desmenuza y rompe todas las cosas, desmenuzará y quebrantará todo. Y lo que viste de los pies y los dedos, en parte de barro cocido de
alfarero y en parte de hierro, será un reino dividido; mas habrá en él algo de la fuerza del hierro, así como viste hierro mezclado con barro cocido. Y por ser los dedos de los pies en parte de hierro y en parte de barro cocido, el reino será en parte fuerte, y en parte frágil. Así como viste el hierro mezclado con barro, se mezclarán por medio de alianzas humanas; pero no se unirán el uno con el otro, como el hierro no se mezcla con el barro (Daniel 2:39-43).
Acuérdese del cambio que vimos entre los metales preciosos del tabernáculo en el libro de Éxodo. Lo que estaba más cerca al Lugar Santísimo fue hecho de oro; lo que tocaba la tierra del Lugar Santo fue de plata; y mientras más lejos se retiraba
del Lugar Santísimo, más se encontraba el bronce. En las descripciones del tabernáculo no había ninguna referencia al hierro, y las menciones del barro cocido eran sólo como posibilidad para las ollas en que cocían la porción de la carne para los sacerdotes, pero tenían que quebrarlas después. No nos sorprende entonces una observación parecida en Daniel 2: vamos de lo más valioso a lo más común, de lo que más refleja la gloria de Dios a lo que menos la refleja, de lo superior al inferior y frágil.
Daniel 2:38 identifica la cabeza de oro como Nabucodonosor; los versículos que siguen identifican las otras partes de la estatua como otros reinos que lo seguirán. No nos dicen directamente quiénes son. Algunos comentaristas excelentes sobre Daniel (como Iain Duguid y John Goldingay) opinan que no se debe gastar mucho tiempo en identificarlos, pero creo que la interpretación directa de Nabucodonosor con la cabeza nos invita a hacer el esfuerzo. Sin entrar en muchos detalles, estoy satisfecho con la explicación protestante tradicional de que son Babilonia (oro), luego el imperio medo-persa (plata), Grecia (bronce) y Roma (hierro y barro cocido). Note otra vez que esta interpretación no surge del texto mismo sino de la observación histórica aplicada mucho después de la época de Daniel.
Pero nuestra tarea no termina simplemente al identificar estos reinos. Nos preguntamos: ¿Cómo habrían entendido Daniel, Nabucodonosor y los judíos exiliados esta visión y su interpretación, aun sin poder identificar esos reinos futuros? ¿Qué quería comunicarles Dios en su época, antes de saltar a ver su
cumplimiento en el futuro?
Creo que dos observaciones sobresalen. Primero, la sociedad humana tiende al declive y la degeneración. Igual como vimos en el libro de Jueces, mientras pasa el tiempo, no nos desarrollamos en un progreso cada vez más victorioso sino que nos degeneramos cada vez más lejos de la gloria de Dios. Los exiliados israelitas no
se deben sorprender al ver que sus sueños por el Jerusalén reconstruido no se
cumplen inmediatamente. La batalla para tener una sociedad más justa, más de acuerdo con la justicia de Jehová, va a parecer como el querer hacer retroceder las olas del mar.
Pero segundo, Dios invade la historia humana y por medio de su Ungido de la casa de David crea algo completamente contrario a este declive, algo totalmente distinto que ni se puede comparar con nuestros conceptos de la civilización. Parte del propósito de las cuatro partes de la estatua es para hacer lucir la obra de Dios que viene: Estabas mirando, hasta que una piedra fue cortada, no con mano, e hirió a la imagen en sus pies de hierro y de barro cocido, y los desmenuzó. Entonces fueron desmenuzados también el hierro, el barro cocido, el bronce, la plata y el oro, y fueron como tamo de las eras del verano, y se los llevó el viento sin que de ellos quedara rastro alguno. Mas la piedra que hirió a la imagen fue hecha un gran monte que llenó toda la tierra (Daniel 2:34-35). Luego viene la explicación: En los días de estos reyes el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre (Daniel 2:44).
¿Será que Daniel habría entendido aquí una referencia a Isaías 28:16-17? Jehová el Señor dice así: He aquí que yo he puesto [así que no fue cortada con mano] en Sion por fundamento una piedra, piedra probada, angular, preciosa, de cimiento estable; el que creyere, no se apresure [es decir, el que cree en esta piedra sólida puesta por Jehová no tiene que alterarse ni dudar]. Y ajustaré el juicio a cordel, y a nivel la justicia [este reino puesto por Jehová en Sion será de una justicia perfecta, delineada por Jehová mismo]; y granizo barrerá el refugio de la mentira, y aguas arrollarán el escondrijo [es decir, todo lo que no concuerda con la justicia de Jehová, como la mentira y los pecados cometidos a escondidas, será juzgado y destruido] (Isaías 28:16-17). Aquí encontramos, como en Daniel 2:34-35, una piedra puesta no por mano, una piedra superior a cualquier otro reino humano, una que llega no a continuar ni a reemplazar sino a juzgar a los reinos anteriores. Y Daniel 2:44 identifica algunas características más: jamás será destruido; no será dejado a otro pueblo; permanecerá para siempre.
Y estas noticias, declaradas delante un rey pagano y recibidas por él (Daniel 2:47), deben ser de gran gozo y celebración al pueblo exiliado. A pesar de su exilio, a pesar de los sufrimientos presentes y futuros, a pesar de tener que vivir el declive de la sociedad a largo plazo, Jehová es fiel a sus promesas y en el momento perfecto va a levantar su propio reino justo y perfecto que nunca será derrocado. Va a juzgar a sus enemigos, los va a recompensar por sus injusticias, y el pueblo de Dios nunca más tendrá que sufrir ni el exilio ni la derrota otra vez. Que los reinos futuros sean dirigidos o por persas o griegos, o por romanos o quienes sean: la piedra puesta por Jehová y su reino es el anhelo, el gozo y la segura esperanza de cada uno de los suyos.
Ahora nos adelantamos al futuro para ver en Jesucristo la piedra preciosa puesta por Dios, por quien adoramos a Dios como en ninguna época anterior (1 Pedro 2:5-6). Empezó su reino por su muerte en la cruz por nuestros pecados, por su resurrección que proclama su justicia y nos da vida eterna y por derramar su Espíritu sobre nosotros desde el día de Pentecostés para que anunciemos su reino y vivamos con ferviente amor entre nosotros. Pero aunque ha llegado el reino, no vemos su cumplimiento perfecto todavía, y por eso miramos hacia arriba por su segunda venida en espera de: la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios (Hebreos 11:10).
Y mientras este reino es anunciado por todas partes de la tierra, sufrimos todavía el declive general de la sociedad, lamentamos los dolores de vivir en una civilización en degeneración, pero seguimos adelante con la fe firme de que él que está en nosotros es superior a él que está en el mundo (1 Juan 4:4), que reinaremos juntos con Jesucristo en toda justicia y verdad en un reino que nunca será derrocado ni nunca será llevado al exilio. Y por eso, la profecía de Daniel 2 es de gran consuelo y gozo a nosotros hoy en día también.
En Daniel 3, entramos en el tema de la rebelión contra el reino establecido por Jehová. Nos cuenta: El rey Nabucodonosor hizo una estatua de oro cuya altura era de sesenta codos, y su anchura de seis codos; la levantó en el campo de Dura, en la
provincia de Babilonia (Daniel 3:1). Aunque no nos dice directamente el motivo de la construcción de Nabucodonosor, el trasfondo de Daniel 2 nos sugiere que quería mejorar el decreto de Dios – tal vez por insistir que su propio reino iba a ser permanente; tal vez por glorificarse a sí mismo (haciendo toda la estatua de oro, que lo representó en el sueño) – pero es impactante que no repite sino que desea
“mejorar” el decreto de Dios… y desea que todos sus gobernadores y funcionarios
se entreguen al mismo. (¿No suena un poco como los planes de la torre de Babel en Génesis 11, también de la tierra de Sinar?)
Sadrac, Mesac y Abed-nego rehúsan postrarse y arrodillarse delante de la estatua. Podemos ver en su desobediencia al rey no sólo un rechazo de la idolatría sino también una fe firme en el sueño dado y explicado por Jehová en capítulo 2 – no creen que el reino de Nabucodonosor sea el ápice de la justicia y el reposo permanente dado por Dios sino que esperan una ciudad, un reino cuyo arquitecto y
constructor es Dios (Hebreos 11:10). A pesar del poder de Nabucodonosor para juzgar en la tierra, la autoridad de Jehová lo supera: Entonces el rey Nabucodonosor se espantó, y se levantó apresuradamente y dijo a los de su consejo: ¿No echaron a tres varones atados dentro del fuego? Ellos respondieron al rey: Es verdad, oh rey. Y él dijo: He aquí yo veo cuatro varones sueltos, que se pasean en medio del fuego sin sufrir ningún daño; y el aspecto del cuarto es semejante a hijo de los dioses (Daniel 3:24-25). Creo que ve una manifestación del Ungido de Jehová, el que no sólo va a gobernar en cumplimiento de las profecías sobre el Ungido sino que también acompaña a sus siervos en medio de sus tribulaciones y los protege.
Nabucodonosor no tiene poder así para salvar y para acompañar a los suyos por medio de sus tribulaciones. El reino de Otro lo supera. Por eso tiene que reconocer: Bendito sea el Dios de ellos, de Sadrac, Mesac y Abed-nego, que envió su ángel y libró a sus siervos que confiaron en él, y que no cumplieron el edicto del rey, y entregaron sus cuerpos antes que servir y adorar a otro dios que su Dios…
No hay dios que pueda librar como éste (Daniel 3:28, 29).
¿De igual forma estamos convencidos de que no hay otro que salve, que reine, que acompañe a sus siervos por las tribulaciones como nuestro Señor Jesucristo?