Su constancia: Vosotros sabéis cómo me he comportado entre vosotros todo el tiempo, desde el primer día que entré en Asia (Hechos 20:18).
Su reconocimiento de que él no es dueño de la iglesia, sino que la iglesia pertenece al Señor: Sirviendo al Señor con toda humildad (Hechos 20:19). Mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos (Hechos 20:28). Mirad por vosotros, y por todo el rebaño… para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre (Hechos 20:28).
Su compromiso completo de predicar y enseñar toda la palabra de Dios con énfasis en el arrepentimiento y la fe en Jesucristo: Nada que fuese útil he rehuido de anunciaros y enseñaros (Hechos 20:20); testificando… acerca del arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo (Hechos 20:21). De ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios (Hechos 20:24). Yo os protesto en el día de hoy, que estoy limpio de la sangre de todos; porque no he rehuido anunciaros todo el consejo de Dios (Hechos 20:26-27).
Su compromiso de predicar y enseñarla en cualquier lugar y a cualquier persona: Públicamente y por las casas, testificando a judíos y a gentiles (Hechos 20:20-21).
Su compromiso de predicarla a pesar de los sufrimientos personales: Pruebas que me han venido por las asechanzas de los judíos (Hechos 20:18); me esperan prisiones y tribulaciones (Hechos 20:23); sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño. Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos (Hechos 20:29-30).
Su seguridad en el poder de Dios y su palabra: Y ahora, hermanos, os encomiendo a Dios, y a la palabra de su gracia, que tiene poder para sobreedificaros y daros herencia con todos los santificados (Hechos 20:32).
Su deseo de dejar un ejemplo intachable a los hermanos de la iglesia: Vosotros sabéis como me he comportado (Hechos 20:18). Por tanto, velad, acordándoos que por tres años, de noche y de día, no he cesado de amonestar (Hechos 20:31). Antes vosotros sabéis que para lo que me ha sido necesario a mí y a los que están conmigo, estas manos me han servido (Hechos 20:34). En todo os he enseñado que, trabajando así… (Hechos 20:35)
Su inversión personal y emocional en el rebaño: Sirviendo al Señor con toda humildad, y con muchas lágrimas (Hechos 20:18). No he cesado de amonestar con lágrimas a cada uno (Hechos 20:31). Entonces hubo gran llanto de todos; y echándose al cuello de Pablo, le besaban, doliéndose en gran manera por la palabra que dijo, de que no verían más su rostro (Hechos 20:37-38).
Su ministerio sin deseo de enriquecerse: Ni plata ni oro ni vestido de nadie he codiciado. Antes vosotros sabéis que para lo que me ha sido necesario a mí y a los que están conmigo, estas manos me han servido (Hechos 20:33-34).
Su atención a los pobres: En todo os he enseñado que, trabajando así, se debe ayudar a los necesitados, y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: Más bienaventurado es dar que recibir (Hechos 20:35).
Su seguridad en el Dios que escucha y responde a la oración: Y ahora, hermanos, os encomiendo a Dios (Hechos 20:32). Cuando hubo dicho estas cosas, se puso de rodillas, y oró con todos ellos (Hechos 20:36).
Hermano pastor, ponga al lado por unos días el libro recién publicado del pastor de una mega-iglesia que le cuenta cómo tener el éxito numeroso y material en su ministerio. Lea y medite unos días primero en Hechos 20:17-38, y luego vuelva a leer el otro. Fíjese bien en las diferencias entre las prioridades, y luego decida qué patrón ministerial va a seguir. Espero que las palabras de nuestro Señor le hablen más claramente que las de cualquier pastor celebrado por el mundo.
Hermanos del rebaño, oren por favor por sus pastores y por mí, que cada una de estas características resalten en nuestros ministerios, que nunca jamás perdamos la pasión por tener un ministerio aprobado por el Señor.