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Hechos 19 - 20

11/10/2011

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         En estos capítulos sobre la fundación de la iglesia en Éfeso, encontramos uno de los discursos más bellos sobre la obra de un pastor del rebaño del Señor.  Acuérdese de que lo que leímos sobre este tema en Ezequiel 34, Juan 10 y el famoso Salmo 23.  Ahora el apóstol Pablo da testimonio del mismo en su obra en pastorear la nueva iglesia en Éfeso.  Note las siguientes características:
         Su constancia: Vosotros sabéis cómo me he comportado entre vosotros todo el tiempo, desde el primer día que entré en Asia (Hechos 20:18).
         Su reconocimiento de que él no es dueño de la iglesia, sino que la iglesia pertenece al Señor: Sirviendo al Señor con toda humildad (Hechos 20:19).  Mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos (Hechos 20:28).  Mirad por vosotros, y por todo el rebaño… para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre (Hechos 20:28).
         Su compromiso completo de predicar y enseñar toda la palabra de Dios con énfasis en el arrepentimiento y la fe en Jesucristo: Nada que fuese útil he rehuido de anunciaros y enseñaros (Hechos 20:20); testificando… acerca del arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo (Hechos 20:21).  De ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios (Hechos 20:24).  Yo os protesto en el día de hoy, que estoy limpio de la sangre de todos; porque no he rehuido anunciaros todo el consejo de Dios (Hechos 20:26-27).
         Su compromiso de predicar y enseñarla en cualquier lugar y a cualquier persona: Públicamente y por las casas, testificando a judíos y a gentiles (Hechos 20:20-21).
         Su compromiso de predicarla a pesar de los sufrimientos personales: Pruebas que me han venido por las asechanzas de los judíos (Hechos 20:18); me esperan prisiones y tribulaciones (Hechos 20:23); sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño.  Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos (Hechos 20:29-30).
         Su seguridad en el poder de Dios y su palabra: Y ahora, hermanos, os encomiendo a Dios, y a la palabra de su gracia, que tiene poder para sobreedificaros y daros herencia con todos los santificados (Hechos 20:32).
         Su deseo de dejar un ejemplo intachable a los hermanos de la iglesia: Vosotros sabéis como me he comportado (Hechos 20:18).  Por tanto, velad, acordándoos que por tres años, de noche y de día, no he cesado de amonestar (Hechos 20:31).  Antes vosotros sabéis que para lo que me ha sido necesario a mí y a los que están conmigo, estas manos me han servido (Hechos 20:34).  En todo os he enseñado que, trabajando así… (Hechos 20:35)
         Su inversión personal y emocional en el rebaño: Sirviendo al Señor con toda humildad, y con muchas lágrimas (Hechos 20:18).  No he cesado de amonestar con lágrimas a cada uno (Hechos 20:31).  Entonces hubo gran llanto de todos; y echándose al cuello de Pablo, le besaban, doliéndose en gran manera por la palabra que dijo, de que no verían más su rostro (Hechos 20:37-38).
         Su ministerio sin deseo de enriquecerse: Ni plata ni oro ni vestido de nadie he codiciado.  Antes vosotros sabéis que para lo que me ha sido necesario a mí y a los que están conmigo, estas manos me han servido (Hechos 20:33-34).
         Su atención a los pobres: En todo os he enseñado que, trabajando así, se debe ayudar a los necesitados, y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: Más bienaventurado es dar que recibir (Hechos 20:35).
         Su seguridad en el Dios que escucha y responde a la oración: Y ahora, hermanos, os encomiendo a Dios (Hechos 20:32).  Cuando hubo dicho estas cosas, se puso de rodillas, y oró con todos ellos (Hechos 20:36).
         Hermano pastor, ponga al lado por unos días el libro recién publicado del pastor de una mega-iglesia que le cuenta cómo tener el éxito numeroso y material en su ministerio.  Lea y medite unos días primero en Hechos 20:17-38, y luego vuelva a leer el otro.  Fíjese bien en las diferencias entre las prioridades, y luego decida qué patrón ministerial va a seguir.  Espero que las palabras de nuestro Señor le hablen más claramente que las de cualquier pastor celebrado por el mundo.
         Hermanos del rebaño, oren por favor por sus pastores y por mí, que cada una de estas características resalten en nuestros ministerios, que nunca jamás perdamos la pasión por tener un ministerio aprobado por el Señor.
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Juan 20 - 21

26/9/2011

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         Igual como hizo en los primeros 12 capítulos, Juan nos presenta varios testimonios para convencernos a poner nuestra seguridad espiritual en Cristo Jesús.  Entre ellos se presenta el testimonio de Tomás, el discípulo que estaba resuelto a morir con Jesús cuando éste anunció que iba a volver a Judea (Juan 11:16).  Es el testimonio más llamativo porque empieza con una negación fuerte contra las noticias de la resurrección, y ésta de un discípulo que en un momento estaba decidido a dar su vida por Jesús: Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré (Juan 20:25).
         Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro, y con ellos Tomás (Juan 20:26).  Se supone que la convicción de Tomás se quedaba firme en esos ocho días.  No importaba cuántas veces le hablaba de la resurrección, ni que le invitara a pasar a ver la tumba vacía; respondería: ¿dónde está la evidencia de su resurrección?  Cuando me lo presentan en carne y hueso, voy a creer.  Y ocho días pasaron sin ningún Jesús.  Toda una semana él se creía más razonable y más sabio que sus compañeros.
         Note que su incredulidad no es una oposición agresiva contra los otros discípulos.  Todavía se reúne con ellos.  No los abandona ni los traiciona como Judas Iscariote.  Aparentemente continúa a asir de muchas doctrinas que había enseñado Jesús, sólo que la resurrección no era una de ellas.  Se contenta con una doctrina cristiana ortodoxa en muchos puntos pero sin lugar por el poder, la gloria y la esperanza de la resurrección.
         Llegó Jesús, estando las puertas cerradas, y se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros.  Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente (Juan 20:27).  ¡Qué vergüenza!  En un momento se cae del “más razonable” y “más sabio” al más imbécil y más ciego.  Es el más lento de todos.  La comunión que Tomás pensaba tener con los demás toda esa semana es revelada como una farsa; este grupo de discípulos acaba de ser transformado a una nueva comunidad basada sobre todo en el hecho de la resurrección de Jesucristo.  Físicamente parte de ellos, Tomás no era parte de ellos en espíritu; no tenía lugar.  Y Jesús lo reprende por ser “incrédulo”, de igual rango que los fariseos y las multitudes que tanto discutían con ellos antes de su crucifixión.
         Rápidamente se arrepiente Tomás con una declaración de fe que debe ser repetida por cada lector y oyente hoy: Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío, y Dios mío! (Juan 20:28)  Y responde Jesús con la restauración de Tomás y una bendición a los lectores y oyentes de fe: Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron (Juan 20:29).  Y termina Juan este testimonio por subrayar la importancia de la fe en la resurrección de Jesucristo: Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro.  Pero éstas se han escrito para que creías que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre (Juan 20:30-31).
         Una fe en Jesucristo sin la resurrección no es fe sino incredulidad.  ¿Qué lugar ocupa la resurrección en su fe en Jesucristo?
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Juan 17 - 19

25/9/2011

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         Si entendemos la rotación de temas descrita en la lectura ayer sobre Juan 13 – 16, es más fácil entender la oración de Jesús en Juan 17.
         Note los temas principales de su oración:
         1) la unión entre el Padre y el Hijo y su glorificación mutua (Juan 17:1-5);
         2) que los discípulos, los que reconocen la unión entre el Padre y el Hijo, los glorifiquen también (Juan 17:6-10);
         3) Entonces vuelve al tema de la unión: que el Padre guarde a los discípulos para que reflejen la unión entre el Padre y el Hijo (Juan 17:11-12);
         4) que sean santificados, guardados como instrumentos escogidos del Padre y del Hijo en el mundo que no los reconoce, en el mundo donde son enviados (Juan 17:13-19).
         Cuando Jesús ora por sus discípulos futuros en la última parte del capítulo (Juan 17:20), no nos sorprende que vuelva a orar de los mismos temas:
         1)  Hace referencia otra vez a la unión entre el Padre y el Hijo (Juan 17:21, 22).
         2)  Desea que los discípulos los glorifiquen y aún participen en esta unión (Juan 17:21, 23, 26).
         3)  Desea que el Padre los guarde en unidad (Juan 17:21-23),
         4)  y que sean santificados en el mundo, especialmente por ser la reflexión del amor que hay entre Padre e Hijo (Juan 17:24-26).
         Ahora que entendemos la estructura de la oración en Juan 17 y de la enseñanza en la lectura anterior (Juan 13 – 16), ¡tenemos mucho en que meditar!  Si estos temas son las prioridades en la oración de Jesús, deben ser nuestras prioridades en la oración y en nuestro diario vivir también:
         1) la alabanza y la adoración al Padre y al Hijo por la unión entre ellos;
         2) el profundo agradecimiento por poder participar en esta unión por la crucifixión de Jesucristo y por el Espíritu Santo que nos envió;
         3) que oremos a Dios que guarde la unidad con nuestros hermanos en Cristo Jesús, y que sea un reflejo del amor que existe entre el Padre y el Hijo;
         4) que andemos santificados en este mundo que nos malentiende y nos persigue, instrumentos escogidos para demostrar el amor a nuestros hermanos en Cristo Jesús y al mundo que necesita el mensaje de la salvación.
         Al orar esta semana, permitamos que estas prioridades en la oración de Jesús transformen las nuestras.  Que adoremos al Padre y al Hijo por la unión y el amor mutuo que hay entre ellos.  Que oremos y pongamos en práctica este amor con nuestros hermanos, un amor único que el mundo no conoce y no puede reflejar.  Me entusiasmo a pensar cómo Dios nos puede transformar a nosotros y nuestras iglesias si oramos de acuerdo con su palabra en Juan 13 – 17.
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Juan 13 - 16

24/9/2011

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         ¿Se acuerda de las enseñanzas de Jesús sobre la destrucción del templo y la señal de su venida en Mateo 24 – 25, Marcos 13 y Lucas 21?  Ahora en Juan 13 – 16 el propósito de la enseñanza de Jesucristo es parecido: la preparación de sus discípulos por el tiempo después de su arresto, crucifixión, resurrección y ascensión al Padre.  Aunque aquí en la noche de la Última Cena no enseña sobre eventos y señales futuros específicos, Jesús todavía prepara a sus discípulos por las pruebas, tribulaciones y gozos futuros que les esperan.
         Uno de los temas principales de este discurso es: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros (Juan 13:34).  Se lo enseña por ejemplo (Juan 13:4-17; 15:13) y por enseñanza directa (Juan 13:34-35; 14:21-25; 15:9-17).
         Otro tema es la unión entre Jesús, sus discípulos y su Padre (Juan 13:20, 31-32; 14:6-14, 19-25; 15:1-10; 16:27-30).  Va a ser muy importante esta lección especialmente cuando no ven a Jesús directamente.
         Se va a efectuar esta relación por medio del Consolador, el Espíritu Santo (Juan 14:16-18, 26; 15:26-27; 16:7-15).  ¡Su relación con él va a ser de tanta bendición que Jesús les dice: Os conviene que yo me vaya (Juan 16:7)!  Ausente físicamente de sus discípulos, va a poder enviarles el Espíritu Santo para que more en ellos.
         También les prepara por las tribulaciones y las persecuciones que les esperan (13:38; 14:27-31; 15:18-25; 16:1-4, 16-24, 31-33).  Termina por su declaración famosa que será evidente en su resurrección y luego en su segunda venida: En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo (Juan 16:33).
         En resumen, los temas más importantes que Jesús desea comunicar a sus discípulos en estos capítulos antes de su crucifixión son:
         1.       Que pongan en práctica el amor entre ellos;
         2.      Que reconozcan y vivan en unión con Jesús y su Padre por guardar su palabra;
         3.      Que conozcan al Espíritu Santo que va a morar en ellos para efectuar esta unión;
         4.      Que se preparen por las tribulaciones que vienen.
         Note también cómo el apóstol Juan enseña estos temas.  No los explica en una serie, explicándolos uno por uno completa y sistemáticamente.  No empieza: “Número 1…” para explicarlo completamente antes de seguir con punto número 2.  Enseña de ellos en rotación.  Generalmente en estos capítulos, presenta la enseñanza sobre el amor, luego enseña sobre la unión, luego sobre el Consolador, luego sobre las tribulaciones… y vuelve al tema del amor para enseñar algo más, para luego volver a la unión, y otra vez al Consolador y de nuevo a las tribulaciones… para volver otra vez al amor para profundizar un poco más, de nuevo a la unión, luego al Espíritu y también a las tribulaciones, etc.  Esta forma de enseñar los temas por rotación nos puede dejar desubicados si estamos acostumbrados a la exposición formal y sistemática de los temas como nos enseñan en la educación formal del Occidente.  Juan simplemente tiene otra forma de organizar sus temas.  El reconocer esta organización va a ser muy importante para entender no sólo su evangelio sino sus cartas y el libro de Apocalipsis también.
         Que andemos hoy en reconocimiento del amor por los otros, en unión con Jesús y el Padre por medio del Espíritu y en paz y victoriosos en medio de las tribulaciones.
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Juan 10 - 12

23/9/2011

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         Jesús hace la última señal pública en el evangelio de Juan por resucitar a Lázaro en Juan 11, dando evidencia por su declaración: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá (Juan 11:25).
         Mientras tanto se endurece la oposición contra Jesús.  No sólo intentan a apedrearlo (Juan 8:59; 10:31) sino que los principales sacerdotes y los fariseos deciden matarlo (Juan 11:47-53).  Y luego ocurren dos eventos que proclaman que la hora de su muerte se está acercando rápidamente.
         Primero, sin saber todo su significado, María lo unge con una libra de perfume de nardo puro; en esta acción Jesús reconoce la preparación para el día de su sepultura (Juan 12:1-8).  Segundo, unos griegos desean ver a Jesús.  No sabemos si los vio o no, pero sí podemos ver que este detalle le indicó a Jesús que la hora de su crucifixión había llegado: Jesús les respondió diciendo: Ha llegado la hora para que el Hijo del Hombre sea glorificado.  De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto (Juan 12:23-24).
         Todo esto hace destacar las palabras de Jesús al final de capítulo 12, las palabras con que se despide de las multitudes del templo, las palabras con que clama una vez más al incrédulo para que le ponga toda su fe en él: El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me envió; y el que me ve, ve al que me envió.  Yo, la luz, he venido al mundo, para que todo aquel que cree en mí no permanezca en tinieblas.  Al que oye mis palabras, y no las guarda, yo no le juzgo; porque no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo.  El que me rechaza, y no recibe mis palabras, tiene quien le juzgue; la palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrero (Juan 12:44-48).
         De nuevo Juan nos llama a examinar nuestra fe en Jesucristo.  ¿Entregamos toda nuestra seguridad espiritual en lo que Juan nos ha revelado sobre Jesucristo, el único Hijo de Dios?  ¿Seguimos la luz espiritual?  ¿Guardamos las palabras del Único que ha venido de los cielos?
         Para Juan, la fe en Jesucristo no es algo demostrado una sola vez al levantarse la mano en una reunión evangelística, ni al pasar para la frente de un auditorio para que un pastor ore por uno, ni al firmar un documento diciendo que uno es salvo.  La fe en Jesucristo es algo dinámico, algo en crecimiento, algo que profundiza sus raíces cada vez más en el alma de uno mientras contempla las palabras de Jesús y los testimonios bíblicos sobre él.  Nace al escuchar el evangelio y creer, pero no se queda inmóvil.  Crece, se ejerce y madura según ve la gloria viva de Jesús en medio de nuevas situaciones y pruebas.  Así es la fe que vemos en los verdaderos discípulos del evangelio de Juan.
         Si nos ha acompañado en la lectura de la Biblia todo este año, ¿está en crecimiento su fe en Jesucristo?  Espero que cada uno de nosotros apreciemos y obedezcamos más a nuestro Salvador mientras más experiencia y tiempo tenemos en su palabra.
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Juan 7 - 9

23/9/2011

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         Algo notable en el evangelio y las cartas de Juan es su capacidad por declarar verdades profundas por medio de frases muy concisas y un vocabulario simple.  Por ejemplo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida (Juan 8:12).
         “Yo soy la luz del mundo.”  Gramáticamente la frase es bastante simple, ¿verdad?  Pero encierra verdades profundas.  Esperamos que Jesús diga: Tengo la luz, o les muestro la luz, pero Jesús nos sorprende por hablar de la luz no como algo separado de él sino algo que lo define, algo asociado tan de cerca con él que revela su esencia.
         No definimos a la gente así.  Decimos que son mexicanos o argentinos o colombianos; decimos que son de carne y hueso, o que son seres vivientes o almas; decimos que son hombres y mujeres; tal vez en alguna ocasión decimos que son luces, pero no decimos que son luz.  Por esta frase simple pero sorprendente Jesús nos lleva fuera de todas las categorías terrenales con que nos describimos.  Implica que las definiciones terrenales son insuficientes para encajarlo.  Implica que él es de un rango diferente que nosotros, que es de los cielos mientras nosotros somos de la tierra.
         Pensemos en la luz natural.  La luz que alumbra, la luz que revela nuestro ambiente y hace que sea entendible, la luz que hace huir las tinieblas y descubre y revela los colores, los matices y las texturas, la luz que baña la creación para hacerla lucir, la luz que alegra el corazón… todas estas características revelan la esencia de Jesús en relación con nosotros.  Jesús alumbra.  Jesús revela nuestro ambiente y hace que sea entendible.  Jesús hace huir las tinieblas y descubre y revela los colores, los matices y las texturas de la vida espiritual… Él es luz.
         Y no sólo es luz sino que es la luz.  No hay otra luz.  Es la luz única y exclusiva; no comparte su gloria con ningún otro; no hay ninguna luz en competencia con él.  Con Jesús, uno tiene la luz.  Sin él, uno se queda solo en las tinieblas.
         Además, Jesús no es la luz sólo de una región o pueblo.  Es la luz del mundo, del mundo entero, de cada tribu, nación y lengua.  Es la luz no importa a dónde uno va, ni con quiénes vive ni qué declaran sobre él.  Igual como la luz natural existe sin que controlemos ni su intensidad ni su venida ni salida, igual existe y luce Jesús sin dejarse ser controlado por los seres humanos.  Es la luz del mundo, y supera a todo lo que existe en el mundo.
         Es la luz, y en esta descripción no se agota su esencia.  Juan todavía nos revela mucho, mucho más: es el Verbo (Juan 1:1) y el unigénito Hijo que está en el seno del Padre (Juan 1:18) y que da libertad a los esclavos del pecado (Juan 8:34-36).  Es el Cordero de Dios (Juan 1:29).  Es el que descendió del cielo (Juan 3:13), el Mesías (Juan 4:25-26), el pan de vida (Juan 6:35, 48), el buen pastor (Juan 10:11), la resurrección y la vida (Juan 11:25), el camino, la verdad y la vida (Juan 14:6).  Es la vid verdadera, y su Padre es el labrador (Juan 15:1).  Es uno con el Padre (Juan 10:30).  Todas estas descripciones fuera de lo normal nos revelan más sobre esta Persona incomparable, el por quien tenemos vida eterna si descansa nuestra seguridad en él.
         Jesús es la luz del mundo pero, ¿qué evidencia hay de que dice la verdad?  Aprecie de nuevo la sanidad del ciego de nacimiento en Juan 9, donde Jesús repite: Entre tanto que estoy en el mundo, luz soy del mundo (Juan 9:5) y como evidencia escupe en tierra, hace lodo con la saliva, unta los ojos del ciego y lo manda al estanque de Siloé para que regrese sanado.  Otra vez Juan sigue una verdad sobre Jesucristo con el testimonio de los que la experimentaron.
         Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida (Juan 8:12).  Juan revela la esencia de Jesucristo y presenta la evidencia milagrosa de que es verdad.  Y al final nos dirige a confiar en Jesucristo por vida eterna por presentarnos el ejemplo del ciego que por fin ve al Hijo de Dios que lo sanó: Él dijo: Creo, Señor; y le adoró (Juan 9:38).  ¿También adoraremos?  ¿Cree en Jesús, la luz del mundo?
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Juan 4 - 6

22/9/2011

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         El desfile de testigos sobre la identidad de Jesucristo continúa en Juan 4 – 5 y aumenta en autoridad.  Incluye a una mujer samaritana y muchos de su ciudad, un oficial del rey en Capernaum y un hombre sanado en Jerusalén después de 38 años de parálisis.
         Pero el testimonio de tantos aún no se compara con los que cita Jesús al final de Juan 5: Vosotros enviasteis mensajeros a Juan, y él dio testimonio de la verdad (Juan 5:33).  Acuérdese que Jesús había dicho de él: Entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista (Mateo 11:11).  Pero aquí continúa: Mas yo tengo mayor testimonio que el de Juan; porque las obras que el Padre me dio para que cumpliese, las mismas obras que yo hago, dan testimonio de mí, que el Padre me ha enviado (Juan 5:36).  Los testimonios del mayor profeta mandado por Dios y de las obras milagrosas de Jesucristo deben ser decisivos para cualquier persona que con sinceridad desea identificarlo y conocerlo.
         Pero testimonios de más peso y autoridad nos esperan todavía: También el Padre que me envió ha dado testimonio de mí (Juan 5:37).  Y confirma: Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí (Juan 5:39).  No penséis que yo voy a acusaros delante del Padre; hay quien os acusa, Moisés, en quien tenéis vuestra esperanza.  Porque si creyeseis a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él (Juan 5:45-46).
         Primero, pause un momento y deje que estas declaraciones le impacten.  ¿Quién de nosotros podemos decir lo que Jesús acaba de declarar?
         1)      Que Dios ha levantado el mayor profeta en toda la historia humana para testificar precisamente de uno mismo;
         2)     Que nuestras obras milagrosas demuestran que no somos de este mundo sino de los cielos;
         3)     Que el Padre celestial da testimonio de que entre todos los seres humanos, uno mismo es el único escogido por él para ser su Mediador entre el cielo y la tierra;
         4)     Que las Sagradas Escrituras fueron escritas para identificar y testificar de uno mismo.
         ¿Se da cuenta de qué atrevidas son estas declaraciones?
         Estos primeros cinco capítulos enfatizan los testimonios que apoyan los primeros versículos del evangelio: En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios.  Este era en el principio con Dios.  Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho (Juan 1:1-3).  Y todas las demás declaraciones únicas y atrevidas que estamos por leer en el evangelio de Juan sobre Jesucristo son apoyadas por los mismos testimonios.
         ¿Cómo responde usted a estos testimonios sobre Cristo Jesús?
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Juan 1 - 3

21/9/2011

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         El evangelio de Juan nos cuenta: Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo.  En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció.  A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron.  Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios (Juan 1:9-12).  Por eso, dos temas principales que encontramos en Juan 1 – 3 (y en el resto del evangelio) son la revelación de la identidad de Jesucristo y el llamado de creer en él por vida eterna.
         Aun en estos tres primeros capítulos tenemos casi un desfile de personas que dan testimonio acerca de Jesucristo.  Empieza con el mismo apóstol Juan: Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo (Juan 1:17).  Luego testifica Juan el bautista: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo (Juan 1:29).  Andrés le cuenta a su hermano Simón Pedro: Hemos hallado al Mesías (Juan 1:41), y Felipe le dice a Natanael: Hemos hallado a aquel de quien escribió Moisés en la ley, así como los profetas: a Jesús, el hijo de José, de Nazaret (Juan 1:45).
         No sólo los hombres testifican de Jesucristo sino que sus milagros lo revelan también.  Por eso en el evangelio de Juan muchos son llamados “señales”: Este principio de señales hizo Jesús en Caná de Galilea, y manifestó su gloria; y sus discípulos creyeron el él (Juan 2:11).  Y aun aquí temprano en su ministerio se hace referencia al milagro más glorioso que va a revelar su identidad: Y los judíos respondieron y le dijeron: ¿Qué señal nos muestras, ya que haces esto?  Respondió Jesús y les dijo: Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.  Dijeron luego los judíos: En cuarenta y seis años fue edificado este templo, ¿y tú en tres días lo levantarás?  Mas él hablaba del templo de su cuerpo (Juan 2:18-21).
         Y todos estos testimonios y milagros son dirigidos al fin de que el lector (u oyente) crea en él: Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.  Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él (Juan 3:16-17).  El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él (Juan 3:36).
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Lucas 10 - 12

14/9/2011

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         Mientras lee las muchas instrucciones de Jesús a sus discípulos y la reprensión a los fariseos y los escribas, no pase por encima de las declaraciones sobre la gloria de Jesús.
         Note la autoridad de Jesús en mandar a los setenta con poder para echar a los demonios y sanar a los enfermos (Lucas 10:1, 3, 9, 17).  Note también su autoridad para anunciar el juicio divino contra ciudades enteras (Lucas 10:13-15).  Note que se describe como “más que Salomón” y “más que Jonás” (Lucas 11:31, 32).  Y sobre todo, note la relación única y exclusiva que tiene con el Padre, una relación que ningún otro puede declarar.
         “Todas las cosas me fueron entregados por mi Padre” (Lucas 10:22).  ¡Es una autoridad completa y única sobre todo el universo!  ¿Quién más podría atreverse a declarar eso?
         “Y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre” (Lucas 10:22).  Aquí no habla Jesús como nosotros tendemos a decir: Sólo Dios conoce los pensamientos de uno.  Habla de un conocimiento exclusivo entre el Hijo y el Padre que no se compara con la relación de ningún otro con Dios.  Y vemos que este conocimiento exclusivo es mutuo también, porque Jesús continúa por decir: Ni [nadie conoce] quién es el Padre, sino el Hijo (Lucas 10:22).  Es decir, el conocimiento de Jesús del Padre es superior al de cualquier profeta, sabio o varón de Dios.
         Y este conocimiento exclusivo y mutuo está disponible a los demás… pero sólo por medio de Jesucristo: Ni [nadie conoce] quién es el Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar (Lucas 10:22).  Aquí Jesús anuncia de acuerdo con sus palabras en el evangelio de Juan: Yo soy el camino, la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí (Juan 14:6).
         ¿Reconoce usted en Jesús la autoridad no sólo de un profeta, ni sólo de un hombre bueno, sino del Hijo de Dios, el único por quien conocemos al Padre?
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Ezequiel 34 y más

28/7/2011

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         Casi 900 años antes de Ezequiel, cuando los israelitas recibían la ley en el monte Sinaí en preparación para entrar la tierra prometida, Jehová les profetizó lo que se iba a realizar en la generación de Ezequiel: Y pereceréis entre las naciones, y la tierra de vuestros enemigos os consumirá.  Y los que queden de vosotros decaerán en las tierra de vuestros enemigos por su iniquidad; y por la iniquidad de sus padres decaerán con ellos (Levítico 26:38-39).
         Pero su relación no se iba a parar en ese momento.  Su profecía continuó: Y confesarán su iniquidad, y la iniquidad de sus padres, por su prevaricación con que prevaricaron contra mí; y también porque anduvieron conmigo en oposición, yo también habré andado en contra de ellos, y los habré hecho entrar en la tierra de sus enemigos; y entonces se humillará su corazón incircunciso, y reconocerán su pecado (Levítico 26:40-41).
         Luego prometió: Entonces yo me acordaré de mi pacto con Jacob, y asimismo de mi pacto con Isaac, y también de mi pacto con Abraham me acordaré, y haré memoria de la tierra (Levítico 26:42).
         Los israelitas iban a pasar tiempo en el exilio, un tiempo que Jeremías señaló que sería 70 años: Pero la tierra será abandonada por ellos, y gozará sus días de reposo, estando desierta a causa de ellos; y entonces se someterán al castigo de sus iniquidades; por cuanto menospreciaron mis ordenanzas, y su alma tuvo fastidio de mis estatutos (Levítico 26:43).
         Pero Jehová promete por sí mismo ser fiel a los israelitas aun en medio del castigo: Y aun con todo esto, estando ellos en tierra de sus enemigos, yo no los desecharé, ni los abandonaré para consumirlos, invalidando mi pacto con ellos; porque yo Jehová soy su Dios.  Antes me acordaré de ellos por el pacto antiguo, cuando los saqué de la tierra de Egipto a los ojos de las naciones, para ser su Dios.  Yo Jehová (Levítico 26:44-45).
         Casi 900 años después, la fidelidad de Jehová, la fidelidad que se mantiene firme aun en medio del castigo más fuerte, ahora se manifiesta y luce en las profecías de Ezequiel.  Les llegan las noticias de la destrucción de Jerusalén a la comunidad de los exiliados en Ezequiel 33, y en este punto más bajo de la historia de Israel, parece que todo va a continuar como antes.  Capítulo 34 parece iniciar otra serie de profecías de destrucción: Hijo de hombre, profetiza contra los pastores de Israel; profetiza, y di a los pastores: Así ha dicho Jehová el Señor: ¡Ay de los pastores de Israel, que se apacientan a sí mismos! (Ezequiel 34:2)  Y sí, los primeros diez versículos de la profecía son muy fuertes.
         Pero en medio de la reprensión surge una promesa gloriosa: Porque así ha dicho Jehová el Señor: He aquí yo, yo mismo iré a buscar mis ovejas, y las reconoceré (Ezequiel 34:11).  ¡Jehová mismo entrará a pastorear personalmente a sus ovejas!
         Y en el resto del capítulo se juntan una tras otra profecía de bendición ministradas personalmente por Jehová a su rebaño maltratado y humilde de corazón, promesas que culminan en los últimos versículos: Y sabrán que yo Jehová su Dios estoy con ellos, y ellos son mi pueblo, la casa de Israel, dice Jehová el Señor.  Y vosotras, ovejas mías, ovejas de mi pasto, hombres sois, y yo vuestro Dios, dice Jehová el Señor (Ezequiel 34:30-31).
         De allí el resto del libro de Ezequiel se despega en un vuelo de profecías gloriosas que incluyen la restauración del pueblo por Jehová (Ezequiel capítulo 37); la restauración de su tierra (Ezequiel 36); la intervención de Jehová para destruir a los enemigos de Israel (Ezequiel 35, 38 y 39); el nuevo templo (Ezequiel 40 – 42); la vuelta de la gloria de Jehová al templo (Ezequiel 43; acuérdese de cómo había abandonado el templo anterior en capítulos 9 – 11); y un liderazgo purificado (Ezequiel 44) que dirige al pueblo a adorar y a vivir en santidad (Ezequiel 45 – 48).  Todas estas bendiciones de restauración, justicia y santidad se inician por la gracia de Jehová cuando dice: He aquí yo, yo mismo iré a buscar mis ovejas, y las reconoceré (Ezequiel 34:11).
         Mientras lee estos capítulos, no deje de pensar y glorificarle a Dios por el Prometido que dijo: Yo soy el buen pastor (Juan 10:11), el que dio su vida por las ovejas para santificarlas, el que las reúne en un rebaño bajo un pastor (Juan 10:11, 16).  Todo el cumplimiento de estas profecías se encuentra en Jesucristo, nuestro buen Pastor a quien servimos con corazones arrepentidos, perdonados y justificados por la gracia del Padre, por medio de la fe en Jesucristo y por el poder del Espíritu Santo.
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    Rev. Ken Kytle, pastor de la Iglesia bautista La fe en Cristo cerca de Atlanta, Georgia, EEUU.

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