En más detalle: Casi 900 años antes de Ezequiel, cuando los israelitas recibieron la ley en el monte Sinaí en preparación para entrar la tierra prometida, Jehová les profetizó lo que se realizó en la generación de Ezequiel: Y pereceréis entre las naciones, y la tierra de vuestros enemigos os consumirá. Y los que queden de vosotros decaerán en las tierra de vuestros enemigos por su iniquidad; y por la iniquidad de sus padres decaerán con ellos (Levítico 26:38-39).
Pero su profecía continuó: Y confesarán su iniquidad, y la iniquidad de sus padres, por su prevaricación con que prevaricaron contra mí; y también porque anduvieron conmigo en oposición, yo también habré andado en contra de ellos, y los habré hecho entrar en la tierra de sus enemigos; y entonces se humillará su corazón incircunciso, y reconocerán su pecado (Levítico 26:40-41).
Luego prometió: Entonces yo me acordaré de mi pacto con Jacob, y asimismo de mi pacto con Isaac, y también de mi pacto con Abraham me acordaré, y haré memoria de la tierra (Levítico 26:42).
Los israelitas iban a pasar tiempo en el exilio, un tiempo que Jeremías señaló que sería 70 años: Pero la tierra será abandonada por ellos, y gozará sus días de reposo, estando desierta a causa de ellos; y entonces se someterán al castigo de sus iniquidades; por cuanto menospreciaron mis ordenanzas, y su alma tuvo fastidio de mis estatutos (Levítico 26:43).
Pero Jehová promete ser fiel a los israelitas aun en medio del castigo: Y aun con todo esto, estando ellos en tierra de sus enemigos, yo no los desecharé, ni los abandonaré para consumirlos, invalidando mi pacto con ellos; porque yo Jehová soy su Dios. Antes me acordaré de ellos por el pacto antiguo, cuando los saqué de la tierra de Egipto a los ojos de las naciones, para ser su Dios. Yo Jehová (Levítico 26:44-45).
Casi 900 años después, la fidelidad de Jehová, la fidelidad que se mantiene firme aun en medio del castigo más fuerte, ahora se manifiesta y luce en las profecías de Ezequiel. Les llegan las noticias de la destrucción de Jerusalén a la comunidad de los exiliados: Aconteció en el año duodécimo de nuestro cautiverio, en el mes décimo, a los cinco días del mes, que vino a mí un fugitivo de Jerusalén, diciendo: La ciudad ha sido conquistada (Ezequiel 33:21). Es precisamente en este punto más bajo de la historia de Israel, cuando parece que toda esperanza por el pueblo de Jehová se ha acabado, que el Espíritu de Jehová habla por su profeta otra vez (Ezequiel 33:22). Capítulo 34 parece iniciar otra serie de profecías de destrucción: Hijo de hombre, profetiza contra los pastores de Israel; profetiza, y di a los pastores: Así ha dicho Jehová el Señor: ¡Ay de los pastores de Israel, que se
apacientan a sí mismos! (Ezequiel 34:2) Y sí, los primeros diez versículos de la profecía son muy fuertes.
Pero en medio de la reprensión surge una promesa gloriosa: Porque así ha dicho Jehová el Señor: He aquí yo, yo mismo iré a buscar mis ovejas, y las reconoceré (Ezequiel 34:11). ¡Jehová mismo entrará a pastorear personalmente a sus ovejas!
Y en el resto del capítulo se junta una tras otra profecía de bendición ministrada personalmente por Jehová a su rebaño maltratado y humilde de corazón, promesas que culminan en los últimos versículos: Y sabrán que yo
Jehová su Dios estoy con ellos, y ellos son mi pueblo, la casa de Israel, dice
Jehová el Señor. Y vosotras, ovejas mías, ovejas de mi pasto, hombres sois, y yo vuestro Dios, dice Jehová el Señor (Ezequiel 34:30-31).
Y de allí el resto del libro de Ezequiel se despega en un vuelo de profecías gloriosas que incluyen la restauración del pueblo por Jehová (Ezequiel capítulo 37); la restauración de su tierra (Ezequiel 36); la intervención de Jehová para destruir a los enemigos de Israel (Ezequiel 35, 38 y 39); el nuevo templo (Ezequiel 40 – 42); la vuelta de la gloria de Jehová al templo (Ezequiel 43; acuérdese de cómo había abandonado el templo anterior en capítulos 9 – 11); y un liderazgo purificado (Ezequiel 44) que dirige al pueblo adorar y a vivir en santidad (Ezequiel 45 – 48).
Todas estas bendiciones de restauración, justicia y santidad se inician por la gracia de Jehová cuando dice: He aquí yo, yo mismo iré a buscar mis ovejas, y las reconoceré (Ezequiel 34:11).
Mientras lee estos capítulos, no deje de pensar y glorificarle a Dios por el Ungido que dijo: Yo soy el buen pastor (Juan 10:11), el que dio su vida por las ovejas para santificarlas, el que las reúne en un rebaño bajo un pastor (Juan 10:11, 16). Todo el cumplimiento de estas profecías se encuentra en Jesucristo, nuestro buen Pastor a quien servimos con corazones arrepentidos, perdonados y justificados por la gracia del Padre, por medio de la fe en Jesucristo y por el poder del Espíritu Santo.