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Ezequiel 33 - 35

11/8/2012

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         En resumen: Aunque estamos en el punto más bajo de la historia de Israel en el Antiguo Testamento, la fidelidad de Jehová resplandece en su celo por pastorear personalmente a su pueblo.

         En más detalle: Casi 900 años antes de Ezequiel, cuando los israelitas recibieron la ley en el monte Sinaí en preparación para entrar la tierra prometida, Jehová les profetizó lo que se realizó en la generación de Ezequiel: Y pereceréis entre las naciones, y la tierra de vuestros enemigos os consumirá.  Y los que queden de vosotros decaerán en las tierra de vuestros enemigos por su iniquidad; y por la iniquidad de sus padres decaerán con ellos (Levítico 26:38-39).
         Pero su profecía continuó: Y confesarán su iniquidad, y la iniquidad de sus padres, por su prevaricación con que prevaricaron contra mí; y también porque anduvieron conmigo en oposición, yo también habré andado en contra de ellos, y los habré hecho entrar en la tierra de sus enemigos; y entonces se humillará su corazón incircunciso, y reconocerán su pecado (Levítico 26:40-41).
         Luego prometió: Entonces yo me acordaré de mi pacto con Jacob, y asimismo de mi pacto con Isaac, y también de mi pacto con Abraham me acordaré, y haré memoria de la tierra (Levítico 26:42).
         Los israelitas iban a pasar tiempo en el exilio, un tiempo que Jeremías señaló que sería 70 años: Pero la tierra será abandonada por ellos, y gozará sus días de reposo, estando desierta a causa de ellos; y entonces se someterán al castigo de sus iniquidades; por cuanto menospreciaron mis ordenanzas, y su alma tuvo fastidio de mis estatutos (Levítico 26:43).
         Pero Jehová promete ser fiel a los israelitas aun en medio del castigo: Y aun con todo esto, estando ellos en tierra de sus enemigos, yo no los desecharé, ni los abandonaré para consumirlos, invalidando mi pacto con ellos; porque yo Jehová soy su Dios.  Antes me acordaré de ellos por el pacto antiguo, cuando los saqué de la tierra de Egipto a los ojos de las naciones, para ser su Dios.  Yo Jehová (Levítico 26:44-45).
         Casi 900 años después, la fidelidad de Jehová, la fidelidad que se mantiene firme aun en medio del castigo más fuerte, ahora se manifiesta y luce en las profecías de Ezequiel.  Les llegan las noticias de la destrucción de Jerusalén a la comunidad de los exiliados: Aconteció en el año duodécimo de nuestro cautiverio, en el mes décimo, a los cinco días del mes, que vino a mí un fugitivo de Jerusalén, diciendo: La ciudad ha sido conquistada (Ezequiel 33:21).  Es precisamente en este punto más bajo de la historia de Israel, cuando parece que toda esperanza por el pueblo de Jehová se ha acabado, que el Espíritu de Jehová habla por su profeta otra vez (Ezequiel 33:22).  Capítulo 34 parece iniciar otra serie de profecías de destrucción: Hijo de hombre, profetiza contra los pastores de Israel; profetiza, y di a los pastores: Así ha dicho Jehová el Señor: ¡Ay de los pastores de Israel, que se
apacientan a sí mismos! (Ezequiel 34:2)  Y sí, los primeros diez versículos de la profecía son muy fuertes.
         Pero en medio de la reprensión surge una promesa gloriosa: Porque así ha dicho Jehová el Señor: He aquí yo, yo mismo iré a buscar mis ovejas, y las reconoceré (Ezequiel 34:11). ¡Jehová mismo entrará a pastorear personalmente a sus ovejas!
         Y en el resto del capítulo se junta una tras otra profecía de bendición ministrada personalmente por Jehová a su rebaño maltratado y humilde de corazón, promesas que culminan en los últimos versículos: Y sabrán que yo
Jehová su Dios estoy con ellos, y ellos son mi pueblo, la casa de Israel, dice
Jehová el Señor.  Y vosotras, ovejas mías, ovejas de mi pasto, hombres sois, y yo vuestro Dios, dice Jehová el Señor (Ezequiel 34:30-31).
         Y de allí el resto del libro de Ezequiel se despega en un vuelo de profecías gloriosas que incluyen la restauración del pueblo por Jehová (Ezequiel capítulo 37); la restauración de su tierra (Ezequiel 36); la intervención de Jehová para destruir a los enemigos de Israel (Ezequiel 35, 38 y 39); el nuevo templo (Ezequiel 40 – 42); la vuelta de la gloria de Jehová al templo (Ezequiel 43; acuérdese de cómo había abandonado el templo anterior en capítulos 9 – 11); y un liderazgo purificado (Ezequiel 44) que dirige al pueblo adorar y a vivir en santidad (Ezequiel 45 – 48). 
Todas estas bendiciones de restauración, justicia y santidad se inician por la gracia de Jehová cuando dice: He aquí yo, yo mismo iré a buscar mis ovejas, y las reconoceré (Ezequiel 34:11).
         Mientras lee estos capítulos, no deje de pensar y glorificarle a Dios por el Ungido que dijo: Yo soy el buen pastor (Juan 10:11), el que dio su vida por las ovejas para santificarlas, el que las reúne en un rebaño bajo un pastor (Juan 10:11, 16).  Todo el cumplimiento de estas profecías se encuentra en Jesucristo, nuestro buen Pastor a quien servimos con corazones arrepentidos, perdonados y justificados por la gracia del Padre, por medio de la fe en Jesucristo y por el poder del Espíritu Santo.
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Ezequiel 8 - 11 y Salmo 11

4/8/2012

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         En resumen: Ezequiel es llevado de regreso a la ciudad de Jerusalén en una visión para que vea su pecado, para que entienda la justicia del juicio que pronto caerá, y que sea testigo de que la Presencia de Jehová ha abandonado la ciudad en preparación por su destrucción.
         En detalle: Ezequiel 8 abre con una nueva visión que continúa por toda la lectura hoy.  Será notable la diferencia entre el templo y la ciudad de Jerusalén en toda su contaminación por un lado y la gloria de Jehová como vio en Ezequiel 1 por el otro lado.
         A pesar del transporte extraño a Jerusalén y los detalles raros, esta visión
sigue las características generales que hemos visto en muchas profecías del juicio divino declaradas por Isaías y Jeremías:
         1) se le descubre al profeta el pecado escondido, pero aquí por un medio llamativo, por cavar en un agujero en la pared (8:5-16);
         2) Jehová decreta y pone en movimiento el juicio contra el pecado.  Aquí toma otro paso llamativo, marcando las frentes de todos los que gimen y claman por las abominaciones que se han permitido en el templo (8:17 – 9:11; 11:1-13);
         3) el profeta clama en intercesión intensa por el pueblo (9:8; 11:13);
         4) Jehová responde a su intercesión y anuncia su misericordia al remanente (11:14-21).

         Se destaca también la visión de la gloria de Jehová igual como la vio junto al río Quebar en los primeros capítulos del libro.  Ahora el profeta entiende mejor los seres vivientes que vio y su función: Conocí que eran querubines (10:20).  Igual como en capítulo 1, los querubines “transportan” la gloria de Jehová, pero su función es más evidente aquí… ¡al llevar la gloria de Jehová paso a paso fuera del templo inmundo!  Los querubines son el patrón celestial del arca del testimonio, dirigidos por Jehová mismo para transportar su gloria como los pies obedientes de los levitas la transportaron en el desierto.  Como los levitas llevaron la gloria de Jehová a la Tierra Prometida y eventualmente a Jerusalén, ahora el arca verdadera la transporta… pero fuera del templo para dejar que sea consumido por el juicio divino.  ¡Es una situación digna de lamento y urgente intercesión!
         Y al leer Ezequiel 8 – 11 hoy, debemos tener en mente que no estamos lejos de la situación descrita aquí.  Piense en las iglesias que encontramos vacías, convertidas en museos, galerías de arte o teatros, iglesias donde tal vez moraba el Espíritu Santo en poder hace generaciones pero que ahora han sido abandonadas ambos por el Espíritu y por los verdaderos creyentes.  ¿Hasta qué punto tolera Dios el pecado en su iglesia?  Que el Señor no nos mande a ser testigos de su abandono de las iglesias.  En cambio, que renovemos nuestro temor a Jehová Dios y andemos en arrepentimiento y en santidad para que el candelero de nuestras iglesias no sea
removido de su lugar (Apocalipsis 2:5).
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Ezequiel 4 - 7

3/8/2012

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         En resumen: Por drama y por profecía, Ezequiel anuncia a los exiliados el juicio de Jehová sobre Jerusalén.
         En más detalle: Jehová le manda a Ezequiel que presente un drama profético entre los exiliados cerca al río Quebar porque: Es señal a la casa de Israel (Ezequiel 4:3).  Se supone que las instrucciones dadas en capítulo 4 – 7 (y probablemente en capítulos 6 y 7 también) se cumplirán en un lugar público como una plaza central en el campamento / pueblo de los exiliados.  Podemos imaginar que un jornalero o vendedor judío sale de su casa para la plaza como de costumbre cuando un día ve a Ezequiel poner en medio un ladrillo con un dibujo de Jerusalén (Ezequiel 4:1). 
Mientras el profeta construye una fortaleza y baluarte contra la ciudad dibujada (Ezequiel 4:2), el jornalero se para por curiosidad para ver qué está haciendo.  Luego el profeta se acuesta sobre el lado izquierdo y afirma su rostro contra el dibujo, con una plancha de hierro entre él y la ciudad (Ezequiel 4:3, 4).
         El jornalero eventualmente sigue en su camino… pero cuando regresa en la tarde, todavía está el profeta acostado en la plaza, y todos los vecinos pasan y conversan sobre la profecía dramática tan rara (Ezequiel 4:4).  Al final del día cuando todos se desocupan la plaza para regresar a sus casas, tal vez el profeta vuelve a la suya.  Pero la mañana siguiente cuando el jornalero pasa por la plaza, allí está el profeta otra vez, sin moverse, con su rostro afirmado contra el dibujo de Jerusalén y su brazo descubierto (Ezequiel 4:7, 8).  Y así continúan los días.  A veces el profeta grita en profecía contra Jerusalén mientras la gente pasa en camino a sus trabajos y quehaceres (Ezequiel 4:7); Ezequiel 6 y 7 probablemente son algunas que declaró Ezequiel a la Jerusalén dibujada.  Hasta su comida mezquina es parte del drama profético, poniendo a la vista de los exiliados la experiencia de sus hermanos en el sitio de Jerusalén (Ezequiel 4:9-17).  Y así sigue la extraña representación día por día sin faltar por 390 días (Ezequiel 4:5).  Probablemente significa el número de años (aproximadamente) desde la dedicación del templo hasta la destrucción de Jerusalén, los años que Jehová ha tenido que sufrir la rebelión endurecida de su pueblo (Daniel I. Block, The Book of Ezekiel: Chapters 1 – 24; Grand Rapids, Eerdmans, pág. 178-79).  Por tanto tiempo y publicidad, todos los habitantes judíos por el río Quebar sabrían y comentarían de esta extraña profecía.
         De repente el profeta cambia al lado derecho, y así se queda por 40 días más (Ezequiel 4:6).  Probablemente es un eco de Números 14:33-35 donde Jehová les prohíbe a la generación del éxodo la entrada a la tierra prometida por causa de su falta de fe y les dice: Vuestros hijos andarán pastoreando en el desierto cuarenta años, y ellos llevarán vuestras rebeldías, hasta que vuestros cuerpos sean consumidos en el desierto.  Conforme al número de los días, de los cuarenta días en que reconocisteis la tierra, llevaréis vuestras iniquidades cuarenta años, un año por cada día; y conoceréis mi castigo (Números 14:33-34).  A los exiliados por el río Quebar les comunicaría que ellos tampoco van a entrar otra vez en la tierra prometida; morirán en el exilio, y sólo sus hijos tendrán la posibilidad de volver (Block, Ezequiel, pág. 179).
         De repente sale otro paso extraño al drama cuando Ezequiel públicamente se afeita la cabeza y la barba al lado del ladrillo de Jerusalén (Ezequiel 5:1).  Imagino que por esta representación tan dramática, todos hasta habrán llamado a sus familiares y vecinos para que se acudan a la plaza para verla.  Delante de todos, Ezequiel quema un tercio de los cabellos.  Otro tercio corta con espada alrededor de la ciudad (representada por el ladrillo).  Otro tercio esparce por el viento.  Pero unos pocos ata en la falda de su manto (Ezequiel 5:2-3).  Los que se quedan serán quemados (Ezequiel 5:4).  Con la atención de todos, Ezequiel explica el drama profético: Así ha dicho Jehová el Señor: Esta es Jerusalén; la puse en medio de las naciones y de las tierras alrededor de ella (Ezequiel 5:5).  Anuncia el juicio de Jehová a Jerusalén por sus pecados (Ezequiel 5:6-11).  Interpreta la representación de este día: Una tercera parte de ti morirá de pestilencia y será consumida de hambre en medio de ti; y una tercera parte caerá a espada alrededor de ti; y una tercera parte esparciré a todos los vientos, y tras ellos desvainaré espada (Ezequiel 5:12).  Y anuncia la vergüenza y la destrucción que pasarán los judíos por el juicio (Ezequiel 5:14-17).
         Y cuando los exiliados volvieron a sus casas esa noche, seguramente resonaba las palabras y las acciones del profeta en las mentes: Se cumplirá mi furor y saciaré en ellos mi enojo, y tomaré satisfacción; y sabrán que yo Jehová he hablado en mi celo, cuando cumpla en ellos mi enojo (Ezequiel 5:13).  Un drama muy largo, que requiere la paciencia de parte del actor y de todo el público (para representar la paciencia con que Jehová ha tolerado sus pecados)... un drama muy triste, con un fin inesperado, no con el propósito de entretener sino de comunicar el juicio de Jehová.  ¿Habrán reconocido el mensaje para arrepentirse de sus pecados?
          ¿Y qué haremos nosotros?  Tanta paciencia nos demuestra Jehová en tolerar nuestros pecados y en darnos tiempo para digerir el llamado al arrepentimiento.  ¿Esperaremos hasta el juicio venidero?  ¿O nos arrepentiremos por fin de nuestros pecados, antes de que venga?
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Ezequiel 1 - 3 y Salmo 29

2/8/2012

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         En resumen: Jehová llama y levanta a su profeta Ezequiel y le manda a predicar un mensaje de juicio a su pueblo rebelde.  Su mensaje no será bien recibido, pero Ezequiel tiene que predicarlo de todas formas, con la posibilidad de que algunos pocos se arrepientan.
         En más detalle: Si usted sigue el calendario de lecturas, acaba de leer el libro de Lamentaciones y los resultados de la destrucción de Jerusalén en 586 a.C.  Pero en Ezequiel volvemos a los años antes de este evento.  Ezequiel fue llevado cautivo a Babilonia en la segunda ola del exilio, la que se describe en 2 Reyes 24:8-17 y 2 Crónicas 36:9-10, unos 12 años antes de la destrucción de Jerusalén.  Sus profecías van a preparar a los exiliados por el trauma de este evento.  Así que mientras Jeremías predica en Jerusalén del juicio a la ciudad, Ezequiel predica el mismo mensaje a los exiliados en Babilonia.  De esta forma, no habrá duda sobre la mano de Jehová en este evento y la seguridad de su venida.
         El libro de Ezequiel empieza con la frase: Aconteció en el año treinta (Ezequiel 1:1).  Probablemente es una referencia a la edad del profeta.  En el mes cuarto, a los cinco días del mes (Ezequiel 1:1).  Note que el evento que está por describir es tan llamativo que no se le olvida de la fecha.
         Estando yo en medio de los cautivos (Ezequiel 1:1).  La llegada de la palabra de
Jehová a los cautivos también es un evento memorable.  Los cautivos parecen malditos porque perdieron sus casas, sus bienes y sus privilegios en Jerusalén a fuerzas.  Tuvieron que empezar sus vidas de nuevo en la vergüenza del exilio
mientras otros menos preparados tomaron sus lugares en Jerusalén.  Pero en la profecía de Jeremías sobre los higos buenos y los higos malos (Jeremías 24), Jehová ha revelado que este grupo de exiliados es la cesta buena… no porque son buenos por sí mismos sino por la gracia de Jehová que dijo: Como a estos higos buenos, así miraré a los transportados de Judá, a los cuales eché de este lugar a la tierra de los caldeos, para bien (Jeremías 24:5).  Como evidencia de esta misericordia anunciada por Jeremías, Jehová ahora levanta a un profeta verdadero en medio del grupo afligido ahora que han cumplido 5 años en el exilio.
         Junto al río Quebar… en la tierra de los caldeos, junto al río Quebar (Ezequiel 1:1, 3).  Era en realidad un canal de irrigación del río Éufrates, lejos de la tierra prometida y de Jerusalén.  Como pastor de una iglesia de inmigrantes, encuentro un consuelo especial en estas palabras, evidencia de la gracia de Jehová a quien no se le olvidan los suyos aun cuando están muy lejos de sus lugares de origen.  A donde sea que estamos, Dios está presente y se relaciona activamente con nosotros.
         Los cielos se abrieron, y vi visones de Dios… vino palabra de Jehová al sacerdote Ezequiel… vino allí sobre él la mano de Jehová (Ezequiel 1:1, 3). Note que
hay tres expresiones diferentes para describir la llegada de la palabra de Jehová a Ezequiel.  Por las tres vemos que no hay duda de que sus profecías provienen de Jehová por su gracia y en poder.  Ezequiel no será como los profetas falsos que se levantaron entre los exiliados, los a quienes Jehová no envió y de quienes Jeremías tuvo que advertir a los exiliados en Jeremías 29:8-10, 20-32.
         Luego en Ezequiel 1:4-28 se describe una de las visiones más extrañas en toda la Biblia.  Si no la entiende ahora, no se preocupe; ¡tampoco la entiende Ezequiel!  Por su propio deseo de comprender la visión, el profeta intenta a capturar cada detalle visual y de movimiento, y con frecuencia se expresa por comparaciones (“como carbones de fuego encendidos” (v. 13); “como rueda en medio de rueda”(v. 16); “como parece el arco iris” (v. 28); etc.)  La identidad y la función de este objeto celestial van a ser más evidentes cuando vuelva a aparecer en el capítulo 10. 
Mientras tanto, participe en la maravilla y el asombro del profeta delante de la gloria de Jehová y la evidencia de su dominio único, completo, soberano, poderoso, santo y en armonía.
         Note que como Isaías y Jeremías, Ezequiel es llamado por Jehová mismo a predicar a los judíos.  Repetidas veces Jehová los caracteriza por rebeldes (Ezequiel 2:3, 5, 6, 7, 8; 3:7, 9, 26, 27).  Le manda con un mensaje de endechas y lamentaciones y ayes (Ezequiel 2:10).  Igual como su público se ha endurecido, Ezequiel se va a endurecer… pero en justicia y en su compromiso de predicar la palabra de Jehová (Ezequiel 3:7-9).
         Pero nos sorprende que en toda esta lectura, Ezequiel no habla.  Aún nos dice: Vine a los cautivos en Tel-abib, que moraban junto al río Quebar, y me senté donde ellos estaban sentados, y allí permanecí siete días atónito entre ellos (Ezequiel 3:15).  Lo que sea la capacidad o la incapacidad del profeta, está obligado a cumplir su comisión (Ezequiel 3:16-21), y por el poder de Jehová la va a hacer: Haré que se pegue tu lengua a tu paladar, y estarás mudo, y no serás a ellos varón que reprende; porque son casa rebelde.  Mas cuando yo te hubiere hablado, abriré tu boca, y les dirás: Así ha dicho Jehová el Señor: El que oye, oiga; y el que no quiera oír, no oiga; porque casa rebelde son (Ezequiel 3:26-27).  Note que el mensaje de
juicio por seguro llegará al pueblo de Jehová, pero sin tono de tolerancia a la
indecisión.  Irremisiblemente viene el juicio – sólo es cuestión si el oyente se va a arrepentir o si se va a endurecer más en su rebelión.
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Hechos 19 - 20

11/10/2011

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         En estos capítulos sobre la fundación de la iglesia en Éfeso, encontramos uno de los discursos más bellos sobre la obra de un pastor del rebaño del Señor.  Acuérdese de que lo que leímos sobre este tema en Ezequiel 34, Juan 10 y el famoso Salmo 23.  Ahora el apóstol Pablo da testimonio del mismo en su obra en pastorear la nueva iglesia en Éfeso.  Note las siguientes características:
         Su constancia: Vosotros sabéis cómo me he comportado entre vosotros todo el tiempo, desde el primer día que entré en Asia (Hechos 20:18).
         Su reconocimiento de que él no es dueño de la iglesia, sino que la iglesia pertenece al Señor: Sirviendo al Señor con toda humildad (Hechos 20:19).  Mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos (Hechos 20:28).  Mirad por vosotros, y por todo el rebaño… para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre (Hechos 20:28).
         Su compromiso completo de predicar y enseñar toda la palabra de Dios con énfasis en el arrepentimiento y la fe en Jesucristo: Nada que fuese útil he rehuido de anunciaros y enseñaros (Hechos 20:20); testificando… acerca del arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo (Hechos 20:21).  De ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios (Hechos 20:24).  Yo os protesto en el día de hoy, que estoy limpio de la sangre de todos; porque no he rehuido anunciaros todo el consejo de Dios (Hechos 20:26-27).
         Su compromiso de predicar y enseñarla en cualquier lugar y a cualquier persona: Públicamente y por las casas, testificando a judíos y a gentiles (Hechos 20:20-21).
         Su compromiso de predicarla a pesar de los sufrimientos personales: Pruebas que me han venido por las asechanzas de los judíos (Hechos 20:18); me esperan prisiones y tribulaciones (Hechos 20:23); sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño.  Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos (Hechos 20:29-30).
         Su seguridad en el poder de Dios y su palabra: Y ahora, hermanos, os encomiendo a Dios, y a la palabra de su gracia, que tiene poder para sobreedificaros y daros herencia con todos los santificados (Hechos 20:32).
         Su deseo de dejar un ejemplo intachable a los hermanos de la iglesia: Vosotros sabéis como me he comportado (Hechos 20:18).  Por tanto, velad, acordándoos que por tres años, de noche y de día, no he cesado de amonestar (Hechos 20:31).  Antes vosotros sabéis que para lo que me ha sido necesario a mí y a los que están conmigo, estas manos me han servido (Hechos 20:34).  En todo os he enseñado que, trabajando así… (Hechos 20:35)
         Su inversión personal y emocional en el rebaño: Sirviendo al Señor con toda humildad, y con muchas lágrimas (Hechos 20:18).  No he cesado de amonestar con lágrimas a cada uno (Hechos 20:31).  Entonces hubo gran llanto de todos; y echándose al cuello de Pablo, le besaban, doliéndose en gran manera por la palabra que dijo, de que no verían más su rostro (Hechos 20:37-38).
         Su ministerio sin deseo de enriquecerse: Ni plata ni oro ni vestido de nadie he codiciado.  Antes vosotros sabéis que para lo que me ha sido necesario a mí y a los que están conmigo, estas manos me han servido (Hechos 20:33-34).
         Su atención a los pobres: En todo os he enseñado que, trabajando así, se debe ayudar a los necesitados, y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: Más bienaventurado es dar que recibir (Hechos 20:35).
         Su seguridad en el Dios que escucha y responde a la oración: Y ahora, hermanos, os encomiendo a Dios (Hechos 20:32).  Cuando hubo dicho estas cosas, se puso de rodillas, y oró con todos ellos (Hechos 20:36).
         Hermano pastor, ponga al lado por unos días el libro recién publicado del pastor de una mega-iglesia que le cuenta cómo tener el éxito numeroso y material en su ministerio.  Lea y medite unos días primero en Hechos 20:17-38, y luego vuelva a leer el otro.  Fíjese bien en las diferencias entre las prioridades, y luego decida qué patrón ministerial va a seguir.  Espero que las palabras de nuestro Señor le hablen más claramente que las de cualquier pastor celebrado por el mundo.
         Hermanos del rebaño, oren por favor por sus pastores y por mí, que cada una de estas características resalten en nuestros ministerios, que nunca jamás perdamos la pasión por tener un ministerio aprobado por el Señor.
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El libro de Daniel

3/8/2011

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         Daniel y sus compañeros fueron llevados a Babilonia en la primera ola del exilio, en el año 605 a.C., cuando la autoridad sobre Judá pasó de las manos de los egipcios a las de los caldeos: En el año tercero del reinado de Joacim rey de Judá, vino Nabucodonosor rey de Babilonia a Jerusalén, y la sitió (Daniel 1:1; ve también 2 Reyes 23:36 – 24:4; 2 Crónicas 36:7).
         Entonces, cronológicamente el libro de Daniel se inicia antes del libro de Ezequiel, del sacerdote y profeta que fue llevado en la segunda ola del exilio.  Por eso Ezequiel puede hacer referencia a Daniel como un justo y sabio reconocido entre los otros exiliados (Ezequiel 14:14, 20; 28:3).
         Por eso nos sorprende la falta de profecías sobre la destrucción de Jerusalén que ocuparon tanta de nuestra lectura en los libros de Jeremías y Ezequiel.  Por muchos años los tres profetizaron simultáneamente, pero en Daniel parece que estamos en otro mundo: en la estabilidad, el poder y la abundancia de Babilonia, la capital del reino más poderoso de la época.
         Pero no quiere decir que las profecías de Daniel no tengan ninguna aplicación a los exiliados de Judá.  Al contrario, demuestran que su Dios Jehová continúa a reinar aun sobre los reinos más poderosos en todos sus detalles.  Daniel sirve como ventana para dejar que los exiliados miren a Jehová, el mismo Dios que reinó sobre todos los eventos en Israel y Judá en los libros de Reyes y de Crónicas, ahora gobernando en soberanía y gloria aun sobre los reyes paganos que los tenían encorralados en el exilio.  Lejos de desesperarse, deben celebrar el hecho de que conocían mejor que los reyes paganos al Ser que les ha dado poder y autoridad.
         Y es muy importante reconocer que el libro de Daniel, como el resto de la Biblia, se nos dio para glorificar a Jehová.  Al leer las narrativas fascinantes de los primeros 6 capítulos, estamos impresionados por los ejemplos de Daniel y sus compañeros, y queremos parar a admirarlos como ejemplos para nosotros y en especial para los jóvenes de nuestras iglesias de la vida comprometida a Jehová en medio de las influencias paganas del mundo.  Son válidas estas observaciones y aplicaciones pero si paramos en éstas, hemos pasado por encima de lo más importante del libro de Daniel: el testimonio de la gloria de Jehová que gobierna sobre principados y potestades y toda la historia, la gloria del Dios que no encuentra ningún estorbo en manifestar su justicia y su misericordia en toda la tierra.
         Por eso, que nos acordemos de leer el libro de Daniel con el enfoque en la gloria de Jehová más que en la gloria de sus siervos que, en su servicio justo, sabio y fiel, le rindieron todo honor y gloria a Él.
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Ezequiel 34 y más

28/7/2011

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         Casi 900 años antes de Ezequiel, cuando los israelitas recibían la ley en el monte Sinaí en preparación para entrar la tierra prometida, Jehová les profetizó lo que se iba a realizar en la generación de Ezequiel: Y pereceréis entre las naciones, y la tierra de vuestros enemigos os consumirá.  Y los que queden de vosotros decaerán en las tierra de vuestros enemigos por su iniquidad; y por la iniquidad de sus padres decaerán con ellos (Levítico 26:38-39).
         Pero su relación no se iba a parar en ese momento.  Su profecía continuó: Y confesarán su iniquidad, y la iniquidad de sus padres, por su prevaricación con que prevaricaron contra mí; y también porque anduvieron conmigo en oposición, yo también habré andado en contra de ellos, y los habré hecho entrar en la tierra de sus enemigos; y entonces se humillará su corazón incircunciso, y reconocerán su pecado (Levítico 26:40-41).
         Luego prometió: Entonces yo me acordaré de mi pacto con Jacob, y asimismo de mi pacto con Isaac, y también de mi pacto con Abraham me acordaré, y haré memoria de la tierra (Levítico 26:42).
         Los israelitas iban a pasar tiempo en el exilio, un tiempo que Jeremías señaló que sería 70 años: Pero la tierra será abandonada por ellos, y gozará sus días de reposo, estando desierta a causa de ellos; y entonces se someterán al castigo de sus iniquidades; por cuanto menospreciaron mis ordenanzas, y su alma tuvo fastidio de mis estatutos (Levítico 26:43).
         Pero Jehová promete por sí mismo ser fiel a los israelitas aun en medio del castigo: Y aun con todo esto, estando ellos en tierra de sus enemigos, yo no los desecharé, ni los abandonaré para consumirlos, invalidando mi pacto con ellos; porque yo Jehová soy su Dios.  Antes me acordaré de ellos por el pacto antiguo, cuando los saqué de la tierra de Egipto a los ojos de las naciones, para ser su Dios.  Yo Jehová (Levítico 26:44-45).
         Casi 900 años después, la fidelidad de Jehová, la fidelidad que se mantiene firme aun en medio del castigo más fuerte, ahora se manifiesta y luce en las profecías de Ezequiel.  Les llegan las noticias de la destrucción de Jerusalén a la comunidad de los exiliados en Ezequiel 33, y en este punto más bajo de la historia de Israel, parece que todo va a continuar como antes.  Capítulo 34 parece iniciar otra serie de profecías de destrucción: Hijo de hombre, profetiza contra los pastores de Israel; profetiza, y di a los pastores: Así ha dicho Jehová el Señor: ¡Ay de los pastores de Israel, que se apacientan a sí mismos! (Ezequiel 34:2)  Y sí, los primeros diez versículos de la profecía son muy fuertes.
         Pero en medio de la reprensión surge una promesa gloriosa: Porque así ha dicho Jehová el Señor: He aquí yo, yo mismo iré a buscar mis ovejas, y las reconoceré (Ezequiel 34:11).  ¡Jehová mismo entrará a pastorear personalmente a sus ovejas!
         Y en el resto del capítulo se juntan una tras otra profecía de bendición ministradas personalmente por Jehová a su rebaño maltratado y humilde de corazón, promesas que culminan en los últimos versículos: Y sabrán que yo Jehová su Dios estoy con ellos, y ellos son mi pueblo, la casa de Israel, dice Jehová el Señor.  Y vosotras, ovejas mías, ovejas de mi pasto, hombres sois, y yo vuestro Dios, dice Jehová el Señor (Ezequiel 34:30-31).
         De allí el resto del libro de Ezequiel se despega en un vuelo de profecías gloriosas que incluyen la restauración del pueblo por Jehová (Ezequiel capítulo 37); la restauración de su tierra (Ezequiel 36); la intervención de Jehová para destruir a los enemigos de Israel (Ezequiel 35, 38 y 39); el nuevo templo (Ezequiel 40 – 42); la vuelta de la gloria de Jehová al templo (Ezequiel 43; acuérdese de cómo había abandonado el templo anterior en capítulos 9 – 11); y un liderazgo purificado (Ezequiel 44) que dirige al pueblo a adorar y a vivir en santidad (Ezequiel 45 – 48).  Todas estas bendiciones de restauración, justicia y santidad se inician por la gracia de Jehová cuando dice: He aquí yo, yo mismo iré a buscar mis ovejas, y las reconoceré (Ezequiel 34:11).
         Mientras lee estos capítulos, no deje de pensar y glorificarle a Dios por el Prometido que dijo: Yo soy el buen pastor (Juan 10:11), el que dio su vida por las ovejas para santificarlas, el que las reúne en un rebaño bajo un pastor (Juan 10:11, 16).  Todo el cumplimiento de estas profecías se encuentra en Jesucristo, nuestro buen Pastor a quien servimos con corazones arrepentidos, perdonados y justificados por la gracia del Padre, por medio de la fe en Jesucristo y por el poder del Espíritu Santo.
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Ezequiel 24, segunda parte

26/7/2011

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         (Lea primero la otra entrada del blog hoy, del 26 de julio, sobre la primera parte de Ezequiel 24).  Si la primera parte de Ezequiel 24 nos ofendió, esta segunda lo hará también porque toca una tragedia humana, pero esta vez aún más personal.  En referencia a la esposa del profeta dice: Hijo de hombre, he aquí que yo te quito de golpe el deleite de tus ojos; no endeches, ni llores, ni corran tus lágrimas (Ezequiel 24:16).  ¡Jehová la va a matar de repente, a la esposa que ama, y no le permite al profeta demostrar ninguna clase de tristeza!
         No se expresa nada de la lucha interna del profeta al escuchar estas noticias.  Como Abraham simplemente obedeció cuando Jehová le mandó que sacrificara a su hijo Isaac, Ezequiel solamente nos dice: Hablé al pueblo por la mañana, y a la tarde murió mi mujer; y a la mañana hice como me fue mandado (Ezequiel 24:18).
         Los exiliados están acostumbrados al hecho de que las acciones raras de Ezequiel tienen un significado profético: Y me dijo el pueblo: ¿No nos enseñarás qué significan para nosotros estas cosas que haces? (Ezequiel 24:19).
         Igual como a Ezequiel se le perdió su esposa, el deleite de sus ojos, así los israelitas perderán su templo y sus hijos, el deleite de sus ojos: de un golpe, de repente por Jehová.  Y cuando les lleguen las noticias, su reacción no será el dolor de la pérdida ni el llanto por la tragedia sino el reconocimiento de la justicia de Jehová que los castigó con justicia por los pecados que cometieron y su falta de atención al arrepentimiento.
         Será para un estudio futuro el ver la muerte de la esposa de Ezequiel entre los otros sufrimientos de los profetas, un sufrimiento no por ninguna falta suya sino por identificarse con su pueblo pecaminoso.  Podemos identificar los sufrimientos de Moisés al profetizar a Israel, los sufrimientos de Elías, las lágrimas de Eliseo, lo que pasó a Jeremías, todo en anticipación de lo que iba a sufrir Jesucristo, el profeta por excelencia, por nuestros pecados.
         Ezequiel 24:27 dice: En aquel día se abrirá tu boca para hablar con el fugitivo, y
hablarás, y no estarás más mudo.  Callado en su tristeza internalizada, Ezequiel volverá a hablar y a profetizar cuando le lleguen las noticias de la destrucción de Jerusalén.  Con ese evento las profecías de la primera parte de su ministerio se cumplen.  Ahora, de capítulo 25 en adelante, se le abre una nueva época de profecías caracterizada por el juicio divino contra la soberbia de las naciones, y la salvación que Jehová va a obrar por su pueblo.
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Ezequiel 24, primera parte

26/7/2011

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         Ezequiel 24 cierra la primera sección del libro, una sección enfocada en las profecías sobre la destrucción justa de Jerusalén.  El propósito de toda esta sección es el dirigir a los exiliados para que se arrepintieran de los pecados que causaron su cautiverio y para que confiaran verdadera y exclusivamente en su Dios misericordioso.  Como hemos visto por las parábolas y las profecías hasta ahora, la manera por la cual Jehová les llama al arrepentimiento es muchas veces chocante, aun ofensiva.  Y ahora en capítulo 24 llegamos a las que tal vez nos hacen sentir una ofensa y un dolor más profundos que en cualquier otra profecía del libro.  Unas observaciones:
         La primera mitad del capítulo cuenta una de las parábolas más escandalosas del libro.  Compara Jerusalén a una olla inmunda y herrumbrosa que no será purificada hasta que sea calentada a alta temperatura.  Nos sorprende y aun nos debe enfermar la completa separación entre los símbolos de la parábola (una olla hervida a alta temperatura, los huesos y la carne y hasta la olla misma quemados) y la tragedia humana de ver su ciudad de origen devastada por el ataque militar y el fuego.  Esos huesos, esa carne… ¡son de sus familiares y sus compañeros!  Y serán consumidos en el fuego con todo el resto de la ciudad con ninguna reacción humana de parte de Dios, como si uno encendiera un fuego para preparar un caldo.
         Me acuerdo de la primera vez que vi las fotos en el internet de la destrucción de Nueva Orleans por el huracán Katrina.  Lloré amarga y profundamente.  Sólo viví en esa ciudad por un año; tenía unos pocos familiares que todavía vivían allá, pero al ver la destrucción me sentí que algo se había desgarrado en mi ser.  Fue una
tragedia más allá de la descripción por los que tenían que sobrevivirla, algo que les marcó de allí en adelante toda la vida.
         También me acuerdo de estar en Honduras pocos meses después del Huracán Mitch.  Las palabras no pueden expresar la destrucción y el sufrimiento de los
que sobrevivieron esa tragedia; diez años después las lágrimas todavía le llegan a los ojos de los que la tuvieron que vivir.
         En Ezequiel 24 tenemos esa clase de tragedia, la misma tragedia que motivó las expresiones de profundo dolor del libro de Lamentaciones, pero aquí… ¡no hay reacción humana de parte de Jehová!  La falta de humanidad en los símbolos de la destrucción de Jerusalén aun ofende.  Y Jehová subraya su reacción justa y dura al decir: Yo Jehová he hablado; vendrá, y yo lo haré.  No me volveré atrás, ni tendré misericordia, ni me arrepentiré; según tus caminos y tus obras te juzgarán, dice Jehová el Señor (Ezequiel 24:14).
         Esta parábola va a provocar una de dos reacciones en nosotros (y en los exiliados): o nos vamos a alejar de Jehová, ofendidos y amargados, o lo vamos a temer más.  O nos vamos a enojar con el Dios que rehúsa ser conformado a nuestra imagen, o vamos a reconocer que es justo: no tolera el pecado, ni hace excepción de personas que lo cometen.  ¿Nos atrevemos a pecar contra el Dios que tiene que castigar el pecado con la justicia imparcial?
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Ezequiel 16 y 23

26/7/2011

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         Ezequiel 16 y 23 nos sorprenden por sus descripciones pornográficas, a tal punto que tal vez nos preguntamos si lo que leemos de veras es parte de la Biblia o no.  Unas observaciones breves:
         1)  Pocas cosas encienden la ira y el llanto profundo en un esposo / en una
esposa tanto como la infidelidad descarada de su cónyuge.  Estas parábolas con sus imágenes chocantes y desconcertantes nos hacen sentir la ira justa del Dios abandonado por su esposa, el pueblo de Israel.
         2)  Al escandalizarnos por los pecados de Jerusalén en capítulo 16 y de Ahola y Aholiba en capítulo 23, pecados que no tienen ninguna lógica posible en el trasfondo de la fidelidad de Jehová, tal vez podemos sentir mejor el escándalo de nuestros propios pecados delante la vista de Dios.
         3)  Estos capítulos sirven de recuerdo, en una sociedad inundada de
pornografía y que la ve como normal o un instrumento válido para excitarse
sexualmente, que toda clase de fornicación y adulterio es inaceptable, digna de
ser consumida bajo la ira justa de Jehová.
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    Rev. Ken Kytle, pastor de la Iglesia bautista La fe en Cristo cerca de Atlanta, Georgia, EEUU.

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