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3 videos nuevos

30/9/2011

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         Doy gracias a Dios por 3 nuevos videos que pude subir anoche y esta mañana.
         Dos de ellos son estudios breves sobre la Biblia en general.  Uno contesta la pregunta: ¿Cómo se revela Dios a nosotros? y examina lo que los teólogos cristianos llaman la revelación general y la revelación específica.  El otro examina las características de la Biblia y explica por qué los cristianos la valoramos tanto y la estudiamos.
         El tercer video es sobre Juan 20:27 y es una serie de observaciones del puritano inglés Thomas Goodwin que en su libro El corazón de Cristo en el cielo hacia pecadores en la tierra (Londres, 1651) compara el amor de Jesucristo con el amor de José, hijo de Jacob, a base de ese versículo.
         Para encontrarlos, vaya arriba a donde dice "Videos" y en la lista que baja verá una categoría nueva que dice "Juan 20:27" y otra que dice "Estudios generales de la Biblia".   Espero que los tres videos y los demás sean de bendición en su caminar de amor con Cristo Jesús.
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Hechos 1 - 4

28/9/2011

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¡Qué diferencia hace el Espíritu Santo!
         Los mismos discípulos estaban confundidos tantas veces por las palabras de Jesús pero ahora, llenos del Espíritu, entienden su significado y las predican en voz alta.  Los que antes discutían constantemente sobre quién entre ellos fuera mayor, ahora con el Espíritu viven y ministran en unanimidad.  Los que huyeron la noche del arresto de Jesús, ahora por el Espíritu se reúnen abiertamente en el templo y proclaman a los demás que necesitan arrepentirse y ser bautizados en su nombre.  El Espíritu les ha dado sabiduría, amor y denuedo en abundancia para predicar y ministrar la palabra.
         Entre las obras impresionantes del Espíritu en estos capítulos es la transformación de Pedro.  Hace unos pocos meses que negó a Jesús tres veces; ahora empoderado por el Espíritu se presenta delante de los mismos que lo mandaron a ser crucificado y les dice con denuedo: Sea notorio a todos vosotros, y a todo el pueblo de Israel, que en el nombre de Jesucristo de Nazaret, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de los muertos, por él este hombre está en vuestra presencia sano.  Este Jesús es la piedra reprobada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo.  Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos (Hechos 4:10-12).
         Que nosotros no sólo nos quedemos maravillados por la transformación que obró el Espíritu Santo en los discípulos.  Que oigamos también el mensaje que el Espíritu nos predica hoy por medio de ellos: En ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos (Hechos 4:12).  ¿Reconoce usted lo que el Espíritu predica, que únicamente en Jesucristo es su salvación?
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Juan 20 - 21

26/9/2011

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         Igual como hizo en los primeros 12 capítulos, Juan nos presenta varios testimonios para convencernos a poner nuestra seguridad espiritual en Cristo Jesús.  Entre ellos se presenta el testimonio de Tomás, el discípulo que estaba resuelto a morir con Jesús cuando éste anunció que iba a volver a Judea (Juan 11:16).  Es el testimonio más llamativo porque empieza con una negación fuerte contra las noticias de la resurrección, y ésta de un discípulo que en un momento estaba decidido a dar su vida por Jesús: Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré (Juan 20:25).
         Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro, y con ellos Tomás (Juan 20:26).  Se supone que la convicción de Tomás se quedaba firme en esos ocho días.  No importaba cuántas veces le hablaba de la resurrección, ni que le invitara a pasar a ver la tumba vacía; respondería: ¿dónde está la evidencia de su resurrección?  Cuando me lo presentan en carne y hueso, voy a creer.  Y ocho días pasaron sin ningún Jesús.  Toda una semana él se creía más razonable y más sabio que sus compañeros.
         Note que su incredulidad no es una oposición agresiva contra los otros discípulos.  Todavía se reúne con ellos.  No los abandona ni los traiciona como Judas Iscariote.  Aparentemente continúa a asir de muchas doctrinas que había enseñado Jesús, sólo que la resurrección no era una de ellas.  Se contenta con una doctrina cristiana ortodoxa en muchos puntos pero sin lugar por el poder, la gloria y la esperanza de la resurrección.
         Llegó Jesús, estando las puertas cerradas, y se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros.  Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente (Juan 20:27).  ¡Qué vergüenza!  En un momento se cae del “más razonable” y “más sabio” al más imbécil y más ciego.  Es el más lento de todos.  La comunión que Tomás pensaba tener con los demás toda esa semana es revelada como una farsa; este grupo de discípulos acaba de ser transformado a una nueva comunidad basada sobre todo en el hecho de la resurrección de Jesucristo.  Físicamente parte de ellos, Tomás no era parte de ellos en espíritu; no tenía lugar.  Y Jesús lo reprende por ser “incrédulo”, de igual rango que los fariseos y las multitudes que tanto discutían con ellos antes de su crucifixión.
         Rápidamente se arrepiente Tomás con una declaración de fe que debe ser repetida por cada lector y oyente hoy: Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío, y Dios mío! (Juan 20:28)  Y responde Jesús con la restauración de Tomás y una bendición a los lectores y oyentes de fe: Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron (Juan 20:29).  Y termina Juan este testimonio por subrayar la importancia de la fe en la resurrección de Jesucristo: Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro.  Pero éstas se han escrito para que creías que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre (Juan 20:30-31).
         Una fe en Jesucristo sin la resurrección no es fe sino incredulidad.  ¿Qué lugar ocupa la resurrección en su fe en Jesucristo?
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Juan 17 - 19

25/9/2011

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         Si entendemos la rotación de temas descrita en la lectura ayer sobre Juan 13 – 16, es más fácil entender la oración de Jesús en Juan 17.
         Note los temas principales de su oración:
         1) la unión entre el Padre y el Hijo y su glorificación mutua (Juan 17:1-5);
         2) que los discípulos, los que reconocen la unión entre el Padre y el Hijo, los glorifiquen también (Juan 17:6-10);
         3) Entonces vuelve al tema de la unión: que el Padre guarde a los discípulos para que reflejen la unión entre el Padre y el Hijo (Juan 17:11-12);
         4) que sean santificados, guardados como instrumentos escogidos del Padre y del Hijo en el mundo que no los reconoce, en el mundo donde son enviados (Juan 17:13-19).
         Cuando Jesús ora por sus discípulos futuros en la última parte del capítulo (Juan 17:20), no nos sorprende que vuelva a orar de los mismos temas:
         1)  Hace referencia otra vez a la unión entre el Padre y el Hijo (Juan 17:21, 22).
         2)  Desea que los discípulos los glorifiquen y aún participen en esta unión (Juan 17:21, 23, 26).
         3)  Desea que el Padre los guarde en unidad (Juan 17:21-23),
         4)  y que sean santificados en el mundo, especialmente por ser la reflexión del amor que hay entre Padre e Hijo (Juan 17:24-26).
         Ahora que entendemos la estructura de la oración en Juan 17 y de la enseñanza en la lectura anterior (Juan 13 – 16), ¡tenemos mucho en que meditar!  Si estos temas son las prioridades en la oración de Jesús, deben ser nuestras prioridades en la oración y en nuestro diario vivir también:
         1) la alabanza y la adoración al Padre y al Hijo por la unión entre ellos;
         2) el profundo agradecimiento por poder participar en esta unión por la crucifixión de Jesucristo y por el Espíritu Santo que nos envió;
         3) que oremos a Dios que guarde la unidad con nuestros hermanos en Cristo Jesús, y que sea un reflejo del amor que existe entre el Padre y el Hijo;
         4) que andemos santificados en este mundo que nos malentiende y nos persigue, instrumentos escogidos para demostrar el amor a nuestros hermanos en Cristo Jesús y al mundo que necesita el mensaje de la salvación.
         Al orar esta semana, permitamos que estas prioridades en la oración de Jesús transformen las nuestras.  Que adoremos al Padre y al Hijo por la unión y el amor mutuo que hay entre ellos.  Que oremos y pongamos en práctica este amor con nuestros hermanos, un amor único que el mundo no conoce y no puede reflejar.  Me entusiasmo a pensar cómo Dios nos puede transformar a nosotros y nuestras iglesias si oramos de acuerdo con su palabra en Juan 13 – 17.
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Juan 13 - 16

24/9/2011

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         ¿Se acuerda de las enseñanzas de Jesús sobre la destrucción del templo y la señal de su venida en Mateo 24 – 25, Marcos 13 y Lucas 21?  Ahora en Juan 13 – 16 el propósito de la enseñanza de Jesucristo es parecido: la preparación de sus discípulos por el tiempo después de su arresto, crucifixión, resurrección y ascensión al Padre.  Aunque aquí en la noche de la Última Cena no enseña sobre eventos y señales futuros específicos, Jesús todavía prepara a sus discípulos por las pruebas, tribulaciones y gozos futuros que les esperan.
         Uno de los temas principales de este discurso es: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros (Juan 13:34).  Se lo enseña por ejemplo (Juan 13:4-17; 15:13) y por enseñanza directa (Juan 13:34-35; 14:21-25; 15:9-17).
         Otro tema es la unión entre Jesús, sus discípulos y su Padre (Juan 13:20, 31-32; 14:6-14, 19-25; 15:1-10; 16:27-30).  Va a ser muy importante esta lección especialmente cuando no ven a Jesús directamente.
         Se va a efectuar esta relación por medio del Consolador, el Espíritu Santo (Juan 14:16-18, 26; 15:26-27; 16:7-15).  ¡Su relación con él va a ser de tanta bendición que Jesús les dice: Os conviene que yo me vaya (Juan 16:7)!  Ausente físicamente de sus discípulos, va a poder enviarles el Espíritu Santo para que more en ellos.
         También les prepara por las tribulaciones y las persecuciones que les esperan (13:38; 14:27-31; 15:18-25; 16:1-4, 16-24, 31-33).  Termina por su declaración famosa que será evidente en su resurrección y luego en su segunda venida: En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo (Juan 16:33).
         En resumen, los temas más importantes que Jesús desea comunicar a sus discípulos en estos capítulos antes de su crucifixión son:
         1.       Que pongan en práctica el amor entre ellos;
         2.      Que reconozcan y vivan en unión con Jesús y su Padre por guardar su palabra;
         3.      Que conozcan al Espíritu Santo que va a morar en ellos para efectuar esta unión;
         4.      Que se preparen por las tribulaciones que vienen.
         Note también cómo el apóstol Juan enseña estos temas.  No los explica en una serie, explicándolos uno por uno completa y sistemáticamente.  No empieza: “Número 1…” para explicarlo completamente antes de seguir con punto número 2.  Enseña de ellos en rotación.  Generalmente en estos capítulos, presenta la enseñanza sobre el amor, luego enseña sobre la unión, luego sobre el Consolador, luego sobre las tribulaciones… y vuelve al tema del amor para enseñar algo más, para luego volver a la unión, y otra vez al Consolador y de nuevo a las tribulaciones… para volver otra vez al amor para profundizar un poco más, de nuevo a la unión, luego al Espíritu y también a las tribulaciones, etc.  Esta forma de enseñar los temas por rotación nos puede dejar desubicados si estamos acostumbrados a la exposición formal y sistemática de los temas como nos enseñan en la educación formal del Occidente.  Juan simplemente tiene otra forma de organizar sus temas.  El reconocer esta organización va a ser muy importante para entender no sólo su evangelio sino sus cartas y el libro de Apocalipsis también.
         Que andemos hoy en reconocimiento del amor por los otros, en unión con Jesús y el Padre por medio del Espíritu y en paz y victoriosos en medio de las tribulaciones.
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Juan 10 - 12

23/9/2011

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         Jesús hace la última señal pública en el evangelio de Juan por resucitar a Lázaro en Juan 11, dando evidencia por su declaración: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá (Juan 11:25).
         Mientras tanto se endurece la oposición contra Jesús.  No sólo intentan a apedrearlo (Juan 8:59; 10:31) sino que los principales sacerdotes y los fariseos deciden matarlo (Juan 11:47-53).  Y luego ocurren dos eventos que proclaman que la hora de su muerte se está acercando rápidamente.
         Primero, sin saber todo su significado, María lo unge con una libra de perfume de nardo puro; en esta acción Jesús reconoce la preparación para el día de su sepultura (Juan 12:1-8).  Segundo, unos griegos desean ver a Jesús.  No sabemos si los vio o no, pero sí podemos ver que este detalle le indicó a Jesús que la hora de su crucifixión había llegado: Jesús les respondió diciendo: Ha llegado la hora para que el Hijo del Hombre sea glorificado.  De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto (Juan 12:23-24).
         Todo esto hace destacar las palabras de Jesús al final de capítulo 12, las palabras con que se despide de las multitudes del templo, las palabras con que clama una vez más al incrédulo para que le ponga toda su fe en él: El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me envió; y el que me ve, ve al que me envió.  Yo, la luz, he venido al mundo, para que todo aquel que cree en mí no permanezca en tinieblas.  Al que oye mis palabras, y no las guarda, yo no le juzgo; porque no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo.  El que me rechaza, y no recibe mis palabras, tiene quien le juzgue; la palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrero (Juan 12:44-48).
         De nuevo Juan nos llama a examinar nuestra fe en Jesucristo.  ¿Entregamos toda nuestra seguridad espiritual en lo que Juan nos ha revelado sobre Jesucristo, el único Hijo de Dios?  ¿Seguimos la luz espiritual?  ¿Guardamos las palabras del Único que ha venido de los cielos?
         Para Juan, la fe en Jesucristo no es algo demostrado una sola vez al levantarse la mano en una reunión evangelística, ni al pasar para la frente de un auditorio para que un pastor ore por uno, ni al firmar un documento diciendo que uno es salvo.  La fe en Jesucristo es algo dinámico, algo en crecimiento, algo que profundiza sus raíces cada vez más en el alma de uno mientras contempla las palabras de Jesús y los testimonios bíblicos sobre él.  Nace al escuchar el evangelio y creer, pero no se queda inmóvil.  Crece, se ejerce y madura según ve la gloria viva de Jesús en medio de nuevas situaciones y pruebas.  Así es la fe que vemos en los verdaderos discípulos del evangelio de Juan.
         Si nos ha acompañado en la lectura de la Biblia todo este año, ¿está en crecimiento su fe en Jesucristo?  Espero que cada uno de nosotros apreciemos y obedezcamos más a nuestro Salvador mientras más experiencia y tiempo tenemos en su palabra.
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Juan 7 - 9

23/9/2011

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         Algo notable en el evangelio y las cartas de Juan es su capacidad por declarar verdades profundas por medio de frases muy concisas y un vocabulario simple.  Por ejemplo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida (Juan 8:12).
         “Yo soy la luz del mundo.”  Gramáticamente la frase es bastante simple, ¿verdad?  Pero encierra verdades profundas.  Esperamos que Jesús diga: Tengo la luz, o les muestro la luz, pero Jesús nos sorprende por hablar de la luz no como algo separado de él sino algo que lo define, algo asociado tan de cerca con él que revela su esencia.
         No definimos a la gente así.  Decimos que son mexicanos o argentinos o colombianos; decimos que son de carne y hueso, o que son seres vivientes o almas; decimos que son hombres y mujeres; tal vez en alguna ocasión decimos que son luces, pero no decimos que son luz.  Por esta frase simple pero sorprendente Jesús nos lleva fuera de todas las categorías terrenales con que nos describimos.  Implica que las definiciones terrenales son insuficientes para encajarlo.  Implica que él es de un rango diferente que nosotros, que es de los cielos mientras nosotros somos de la tierra.
         Pensemos en la luz natural.  La luz que alumbra, la luz que revela nuestro ambiente y hace que sea entendible, la luz que hace huir las tinieblas y descubre y revela los colores, los matices y las texturas, la luz que baña la creación para hacerla lucir, la luz que alegra el corazón… todas estas características revelan la esencia de Jesús en relación con nosotros.  Jesús alumbra.  Jesús revela nuestro ambiente y hace que sea entendible.  Jesús hace huir las tinieblas y descubre y revela los colores, los matices y las texturas de la vida espiritual… Él es luz.
         Y no sólo es luz sino que es la luz.  No hay otra luz.  Es la luz única y exclusiva; no comparte su gloria con ningún otro; no hay ninguna luz en competencia con él.  Con Jesús, uno tiene la luz.  Sin él, uno se queda solo en las tinieblas.
         Además, Jesús no es la luz sólo de una región o pueblo.  Es la luz del mundo, del mundo entero, de cada tribu, nación y lengua.  Es la luz no importa a dónde uno va, ni con quiénes vive ni qué declaran sobre él.  Igual como la luz natural existe sin que controlemos ni su intensidad ni su venida ni salida, igual existe y luce Jesús sin dejarse ser controlado por los seres humanos.  Es la luz del mundo, y supera a todo lo que existe en el mundo.
         Es la luz, y en esta descripción no se agota su esencia.  Juan todavía nos revela mucho, mucho más: es el Verbo (Juan 1:1) y el unigénito Hijo que está en el seno del Padre (Juan 1:18) y que da libertad a los esclavos del pecado (Juan 8:34-36).  Es el Cordero de Dios (Juan 1:29).  Es el que descendió del cielo (Juan 3:13), el Mesías (Juan 4:25-26), el pan de vida (Juan 6:35, 48), el buen pastor (Juan 10:11), la resurrección y la vida (Juan 11:25), el camino, la verdad y la vida (Juan 14:6).  Es la vid verdadera, y su Padre es el labrador (Juan 15:1).  Es uno con el Padre (Juan 10:30).  Todas estas descripciones fuera de lo normal nos revelan más sobre esta Persona incomparable, el por quien tenemos vida eterna si descansa nuestra seguridad en él.
         Jesús es la luz del mundo pero, ¿qué evidencia hay de que dice la verdad?  Aprecie de nuevo la sanidad del ciego de nacimiento en Juan 9, donde Jesús repite: Entre tanto que estoy en el mundo, luz soy del mundo (Juan 9:5) y como evidencia escupe en tierra, hace lodo con la saliva, unta los ojos del ciego y lo manda al estanque de Siloé para que regrese sanado.  Otra vez Juan sigue una verdad sobre Jesucristo con el testimonio de los que la experimentaron.
         Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida (Juan 8:12).  Juan revela la esencia de Jesucristo y presenta la evidencia milagrosa de que es verdad.  Y al final nos dirige a confiar en Jesucristo por vida eterna por presentarnos el ejemplo del ciego que por fin ve al Hijo de Dios que lo sanó: Él dijo: Creo, Señor; y le adoró (Juan 9:38).  ¿También adoraremos?  ¿Cree en Jesús, la luz del mundo?
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Juan 4 - 6

22/9/2011

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         El desfile de testigos sobre la identidad de Jesucristo continúa en Juan 4 – 5 y aumenta en autoridad.  Incluye a una mujer samaritana y muchos de su ciudad, un oficial del rey en Capernaum y un hombre sanado en Jerusalén después de 38 años de parálisis.
         Pero el testimonio de tantos aún no se compara con los que cita Jesús al final de Juan 5: Vosotros enviasteis mensajeros a Juan, y él dio testimonio de la verdad (Juan 5:33).  Acuérdese que Jesús había dicho de él: Entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista (Mateo 11:11).  Pero aquí continúa: Mas yo tengo mayor testimonio que el de Juan; porque las obras que el Padre me dio para que cumpliese, las mismas obras que yo hago, dan testimonio de mí, que el Padre me ha enviado (Juan 5:36).  Los testimonios del mayor profeta mandado por Dios y de las obras milagrosas de Jesucristo deben ser decisivos para cualquier persona que con sinceridad desea identificarlo y conocerlo.
         Pero testimonios de más peso y autoridad nos esperan todavía: También el Padre que me envió ha dado testimonio de mí (Juan 5:37).  Y confirma: Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí (Juan 5:39).  No penséis que yo voy a acusaros delante del Padre; hay quien os acusa, Moisés, en quien tenéis vuestra esperanza.  Porque si creyeseis a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él (Juan 5:45-46).
         Primero, pause un momento y deje que estas declaraciones le impacten.  ¿Quién de nosotros podemos decir lo que Jesús acaba de declarar?
         1)      Que Dios ha levantado el mayor profeta en toda la historia humana para testificar precisamente de uno mismo;
         2)     Que nuestras obras milagrosas demuestran que no somos de este mundo sino de los cielos;
         3)     Que el Padre celestial da testimonio de que entre todos los seres humanos, uno mismo es el único escogido por él para ser su Mediador entre el cielo y la tierra;
         4)     Que las Sagradas Escrituras fueron escritas para identificar y testificar de uno mismo.
         ¿Se da cuenta de qué atrevidas son estas declaraciones?
         Estos primeros cinco capítulos enfatizan los testimonios que apoyan los primeros versículos del evangelio: En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios.  Este era en el principio con Dios.  Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho (Juan 1:1-3).  Y todas las demás declaraciones únicas y atrevidas que estamos por leer en el evangelio de Juan sobre Jesucristo son apoyadas por los mismos testimonios.
         ¿Cómo responde usted a estos testimonios sobre Cristo Jesús?
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Juan 1 - 3

21/9/2011

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         El evangelio de Juan nos cuenta: Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo.  En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció.  A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron.  Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios (Juan 1:9-12).  Por eso, dos temas principales que encontramos en Juan 1 – 3 (y en el resto del evangelio) son la revelación de la identidad de Jesucristo y el llamado de creer en él por vida eterna.
         Aun en estos tres primeros capítulos tenemos casi un desfile de personas que dan testimonio acerca de Jesucristo.  Empieza con el mismo apóstol Juan: Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo (Juan 1:17).  Luego testifica Juan el bautista: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo (Juan 1:29).  Andrés le cuenta a su hermano Simón Pedro: Hemos hallado al Mesías (Juan 1:41), y Felipe le dice a Natanael: Hemos hallado a aquel de quien escribió Moisés en la ley, así como los profetas: a Jesús, el hijo de José, de Nazaret (Juan 1:45).
         No sólo los hombres testifican de Jesucristo sino que sus milagros lo revelan también.  Por eso en el evangelio de Juan muchos son llamados “señales”: Este principio de señales hizo Jesús en Caná de Galilea, y manifestó su gloria; y sus discípulos creyeron el él (Juan 2:11).  Y aun aquí temprano en su ministerio se hace referencia al milagro más glorioso que va a revelar su identidad: Y los judíos respondieron y le dijeron: ¿Qué señal nos muestras, ya que haces esto?  Respondió Jesús y les dijo: Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.  Dijeron luego los judíos: En cuarenta y seis años fue edificado este templo, ¿y tú en tres días lo levantarás?  Mas él hablaba del templo de su cuerpo (Juan 2:18-21).
         Y todos estos testimonios y milagros son dirigidos al fin de que el lector (u oyente) crea en él: Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.  Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él (Juan 3:16-17).  El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él (Juan 3:36).
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Lucas 24

20/9/2011

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         Acuérdese de uno de los propósitos de Lucas en escribir su evangelio fue la instrucción de un creyente: Me ha parecido también a mí, después de haber investigado con diligencia todas las cosas desde su origen, escribírtelas por orden, oh excelentísimo Teófilo, para que conozcas bien la verdad de las cosas en las cuales has sido instruido (Lucas 1:3-4).
         Por eso un tema repetido en la resurrección de Jesucristo en Lucas 24 es su confirmación en la palabra profética.  El nuevo creyente no es testigo de vista de la resurrección de Jesucristo, pero su fe puede descansar segura en tres testimonios: el de Jesús, el de sus discípulos y el de la Sagrada Escritura.
         Primero, el testimonio de Jesús convence a las mujeres que llegaron a la tumba aun antes de que vieran a Jesús: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?  No está aquí, sino que ha resucitado.  Acordaos de lo que os habló, cuando aún estaba en Galilea, diciendo: Es necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de hombres pecadores, y que sea crucificado, y resucite al tercer día (Lucas 24:5-7).  La reacción del nuevo creyente debe concordar con la de las mujeres: Entonces ellas se acordaron de sus palabras (Lucas 24:8), y salieron convencidas de que el significado de la tumba vacía era que Jesús había resucitado.
         Segundo, hay el testimonio de sus discípulos: Eran María Magdalena, y Juana, y María madre de Jacobo, y las demás con ellas, quienes dijeron estas cosas a los apóstoles (Lucas 24:10).  Levantándose Pedro, corrió al sepulcro; y cuando miró dentro, vio los lienzos solos, y se fue a casa maravillándose de lo que había sucedido (Lucas 24:12).  Levantándose en la misma hora, volvieron a Jerusalén, y hallaron a los once reunidos, y a los que estaban con ellos, que decían: Ha resucitado el Señor verdaderamente, y ha aparecido a Simón.  Entonces ellos contaban las cosas que les habían acontecido en el camino, y cómo le habían reconocido al partir el pan (Lucas 24:33-35).  Así fue necesario… que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén.  Y vosotros sois testigos de estas cosas (Lucas 24:46, 47-48).
         Tercero, el testimonio más significativo es de Dios mismo por su Sagrada Escritura: ¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho!  ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria?  Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían (Lucas 24:25-27).  Y les dijo: Estas son las palabras que os hablé, estando aún con vosotros: que era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos.  Entonces les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las Escrituras (Lucas 24:44-45).
         Hoy estamos en la misma situación que Teófilo.  No somos testigos de vista de la resurrección de Jesucristo.  Entonces, ¿en qué descansa nuestra fe?  ¿Por qué creemos que resucitó de los muertos?  Nos hablan el testimonio de Jesús, el testimonio de sus discípulos y el testimonio de Dios por la ley de Moisés, los profetas y los salmos (lo que nosotros llamamos el Antiguo Testamento).  Los tres testifican que su resurrección ocurrió.  Y como veremos pronto en el libro de Hechos, las cartas del Nuevo Testamento y el libro de Apocalipsis, su resurrección lleva grandes consecuencias no sólo en nuestra relación con Dios, sino con la relación de todo el universo con él.
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    Autor

    Rev. Ken Kytle, pastor de la Iglesia bautista La fe en Cristo cerca de Atlanta, Georgia, EEUU.

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