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2 Tesalonicenses 2

2/11/2011

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         Pablo continúa a escribir sobre la esperanza cristiana en capítulo 2.  Parece que una doctrina falsa sobre la segunda venida de Jesucristo inquietó a los tesalonicenses: Con respecto a la venida de nuestro Señor Jesucristo, y nuestra reunión con él, os rogamos, hermanos, que no os dejéis mover fácilmente de vuestro modo de pensar, ni os conturbéis, ni por espíritu, ni por palabra, ni por carta como si fuera nuestra, en el sentido de que el día del Señor está cerca (2 Tesalonicenses 2:2).  Tal vez alguien les haya declarado a los tesalonicenses una fecha cercana por la segunda venida de Jesús, de tal manera que se quedaran preocupados, aun preguntándose por qué el apóstol Pablo no los había avisado de su cercanía con más urgencia.
         Por eso, Pablo los asegura: Nadie os engañe en ninguna manera (2 Tesalonicenses 2:3).  Y les enseña que, aunque no sabemos ni el día ni la hora (acuérdese que les dijo en 1 Tesalonicenses 5:2: Vosotros sabéis perfectamente que el día del Señor vendrá así como ladrón en la noche), sí sabemos que hay algunos eventos que van a ocurrir antes de su segunda venida: Porque no vendrá sin que antes venga la apostasía, y se manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición (2 Tesalonicenses 2:3).  Primero, muchos que se declararon cristianos van a apostatar; es decir, van a abandonar la fe cristiana.  Y luego se manifestará el hombre de pecado, el hijo de perdición cuya manifestación será evidente: El cual se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios o es objeto de culto; tanto que se sienta en el templo de Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios (2 Tesalonicenses 2:4).  Ese hombre va a requerir la adoración de todos, no importa si uno es cristiano, musulmán, hindú, budista o de la religión que sea; va a oponer la devoción de todas las religiones y ponerse a sí mismo como el único objeto de adoración, a ser no sólo un representativo de Dios sino Dios mismo sobre cualquier otro.
         Note cuán diferente será la llegada de este hombre en comparación con el Hijo del Hombre de quien leímos en Daniel 7: Miraba yo en la visión de la noche, y he aquí con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre, que vino hasta el Anciano de días, y le hicieron acercarse delante de él.  Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido (Daniel 7:13-14).
         Uno opone a Dios y se esfuerza para tomar para sí mismo la adoración que cree que merece.  El Otro recibe el dominio eterno justa y legítimamente.  La diferencia es impresionante también cuando consideramos la descripción de Jesucristo que nos dio el apóstol Pablo en Filipenses 2: Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.  Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre (Filipenses 2:5-11).
         Pablo nos informa lo que pasará en el conflicto futuro entre el que desea aferrarse a toda adoración como su deber y el Señor Jesucristo, el que se despojó a sí mismo y a quien es dado el dominio eterno: Se manifestará aquel inicuo, a quien el Señor matará con el espíritu de su boca, y destruirá con el resplandor de su venida; inicuo cuyo advenimiento es por obra de Satanás, con gran poder y señales y prodigios mentirosos, y con todo engaño de iniquidad para los que se pierden, por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos (2 Tesalonicenses 2:8-10).
         Por versículo 10 vemos otra vez la centralidad del evangelio (llamado aquí “el amor de la verdad”) para determinar quiénes van a ser castigados con el inicuo y quiénes van a celebrar la venida del verdadero Salvador, el Señor Jesucristo.  Y se hace énfasis en la reacción presente al evangelio: Por esto Dios les envía un poder engañoso, para que crean la mentira, a fin de que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la injusticia (2 Tesalonicenses 2:11-12).  Es decir, uno no se puede tranquilizar por pensar: No creo el evangelio hoy; habrá otra oportunidad, tal vez en unos años, cuando puedo decidir a seguir a Jesús.  Al no recibir con fe las buenas noticias sobre Jesucristo, uno se ha puesto como enemigo de Dios y está en peligro de ser engañado, de creer firme y sinceramente una mentira que lo llevará a la condenación.
         Pero en las vidas de los tesalonicenses, Pablo ve la evidencia de la salvación, no de la condenación: Nosotros debemos dar siempre gracias a Dios respecto a vosotros, hermanos amados por el Señor, de que Dios os haya escogido desde el principio para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad, a lo cual os llamó mediante nuestro evangelio, para alcanzar la gloria de nuestro Señor Jesucristo (2 Tesalonicenses 2:13-14).
         La predicación de Pablo es urgente: ¿Qué es la reacción de usted hoy al evangelio de Jesucristo?
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Filipenses 3 - 4

25/10/2011

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         Pablo empieza la lectura hoy con otra declaración del evangelio contra los que insisten en las obras para la justificación con Dios.  Testifica de que antes él, como ellos, confiaba en su carne y sus propias obras para justificarse.  Pero después de conocer el amor de Jesucristo por el evangelio, ve esas obras como pérdida y aún peor: Lo tengo por basura, para ganar a Cristo, y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe (Filipenses 3:8-9).
         Los que piensan justificarse por la ley en realidad son: enemigos de la cruz de Cristo (Filipenses 3:18).  Sólo pueden gloriarse en sus vientres, en la carne terrenal que se va a corromper en la muerte.  En cambio: Nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya (Filipenses 3:20-21).
         El evangelio hace toda la diferencia.  Por eso el cristiano puede gozarse aun en medio de las tribulaciones terrenales: ¡Regocijaos!... El Señor está cerca (Filipenses 4:4-5).  Y mientras esperamos la segunda venida de Jesucristo, obedecemos lo que Pablo nos manda: Todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad (Filipenses 4:8).  Esta lista no es una descripción de la buena moralidad, ni tampoco una descripción bonita de los deberes cívicos que todos debemos poner en práctica.  Es una descripción del evangelio de Jesucristo.  En el evangelio encontramos todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre.  Es el motivo de nuestras oraciones, de las virtudes y toda alabanza, y por eso continuamos a pensar en el evangelio de Jesucristo.  Así guarda Dios nuestros corazones y pensamientos en Cristo Jesús (Filipenses 4:7).  Así nos hace capaces de regocijarnos en su segunda venida que está cerca (Filipenses 4:4-5).
         Por eso, a las preguntas que presentamos por la lectura de Filipenses 1 – 2 podemos añadir algunas más.  ¿En qué encuentra su gozo y paz?  ¿En la seguridad material, en la aprobación de los seres humanos, o en el evangelio?
         ¿En qué medita durante la mayor parte del día cuando no tiene que pensar en los quehaceres del trabajo, de la escuela o de la casa?  ¿Dedica sus pensamientos al deporte, a la última novela, a los eventos de su familia y los amigos de sus redes sociales, o ve todo eso en sumisión a la gloria de Jesucristo por el evangelio?
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Filipenses 1 - 2

25/10/2011

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         Entendemos mejor la carta a los filipenses si nos fijamos en sus referencias al evangelio.  Es el mismo evangelio que Pablo explica en detalle en la carta a los romanos, el que defiende en la carta a los gálatas, el evangelio que informa sus reprensiones y consejos en las cartas a los corintios y que nos une a Cristo Jesús en la carta a los efesios.  Ahora el evangelio une a los filipenses con Pablo en la obra difícil del ministerio y en el crecimiento cristiano con gozo.
         Pablo da gracias y ora con gozo por los filipenses: Por vuestra comunión en el evangelio, desde el primer día hasta ahora (Filipenses 1:5).  Mientras sufren con Pablo en su defensa y confirmación del evangelio, está seguro que por el evangelio Dios los va a perfeccionar hasta la segunda venida de Jesucristo para que sean sinceros e irreprensibles para ese día (Filipenses 1:6-7, 10-11).  Les informa del progreso del evangelio (Filipenses 1:12), y a pesar de los sufrimientos y las contiendas, se goza en que por el evangelio, Cristo es anunciado (Filipenses 1:18).  Aunque ahora no sabe si va a vivir o morir, su anhelo más grande es que los filipenses se comporten como es digno del evangelio, que se queden firmes en un mismo espíritu, combatiendo unánimes por la fe del evangelio (Filipenses 1:27).
         El evangelio les informa cómo vivir firmes en la fe, humildes y sin contiendas ni vanagloria entre ellos (Filipenses 2:1-11).  El poder del evangelio obra en ellos para que se ocupen en su salvación con temor y temblor y resplandezcan como luminares en el mundo, irreprensibles para el día del Señor (Filipenses 2:12-18).  Y mientras tanto, pueden seguir los ejemplos de colaboradores en el evangelio como Timoteo y Epafrodito (Filipenses 2:19-30).
         Es impresionante parar y evaluar nuestras vidas según la centralidad del evangelio en la carta a los filipenses.  Tal vez podemos identificar el día o la época cuando primero escuchamos el evangelio con fe, pero, ¿continuamos a evaluar nuestra vida según este mensaje?
         Es decir, cuando pensamos en el futuro, ¿lo visualizamos a la luz las oportunidades personales, los planes para negociar y estudiar, la pensión y la casa, o lo vemos enteramente a la luz de la segunda venida de Jesucristo?
         Cuando pensamos en nuestro trabajo más esencial y duradero, ¿lo vemos como nuestra carrera, la organización de la casa y la familia, o lo vemos como la participación en la evangelización?
         Cuando pensamos en la gente a quien más admiramos, ¿la admiramos por sus logros atléticos, financieros, políticos y culturales, o la admiramos por su compromiso en evangelizar a pesar de los sufrimientos?
         Cuando evaluamos si vivimos esta vida terrenal exitosamente o en fracaso, ¿la evaluamos según nuestra seguridad material, nuestra reputación con los demás, el número de descendientes que hemos dejado, o según nuestra participación en el evangelio?
         No es que las otras cosas carecen de importancia sino que queremos ver las prioridades en su orden.  Al final de todo, no le va a interesar al Señor cuánto ganamos en una pensión ni cuán grande era la casa que construimos.  Tocamos la eternidad no por manejar los bienes materiales sino por obedecer y comunicar el evangelio, el poder de Dios para salvación.
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Hechos 11 - 14

11/10/2011

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         Después de pasar varios capítulos del libro de Hechos con el enfoque geográfico en Jerusalén y sus alrededores, nos debe impactar la extensión de la iglesia a las regiones de los gentiles.  De hecho, nuestra lectura de gran parte del Antiguo Testamento y todo el Nuevo Testamento hasta este punto está centrada en la región geográfica de la tierra prometida, de Jerusalén y sus alrededores.  Aun cuando se hizo referencia a otras naciones, la perspectiva siempre estaba arraigada firmemente en Jerusalén.  De repente aparece una iglesia numerosa en Antioquía, una ciudad grande e importante para los gentiles pero no para los judíos; una ciudad sin la historia espiritual de Jerusalén, sin la rica herencia de sus promesas y sus profecías, sin el templo, una ciudad donde Jesucristo nunca había caminado.  ¿De veras será aceptable al Señor esta iglesia plantada en tierra ajena?
         Hechos 11 prepara el lugar por la clara respuesta de que sí, la obra del Espíritu entre los gentiles es válida.  Después de que Pedro repasa los detalles de la conversión de Cornelio, pregunta: Si Dios, pues, les concedió también el mismo don que a nosotros que hemos creído en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo que pudiese estorbar a Dios?  Entonces, oídas estas cosas, callaron, y glorificaron a Dios, diciendo: ¡De manera que también a los gentiles ha dado Dios arrepentimiento para vida! (Hechos 11:17-18)  No es por accidente que dice las palabras “Dios” o “Señor” cinco veces en sólo dos versículos.  Que no haya duda de que la extensión del evangelio a los gentiles y esta nueva iglesia es la obra de él.
         Todavía el libro de Hechos nos va a informar de la iglesia en Jerusalén, pero note que la atención relativa que le ponen los capítulos siguientes empieza a disminuir.  Seguimos los viajes de Pablo a más ciudades de los gentiles donde se revela que el poder del Espíritu Santo no encuentra restricciones geográficas.  Aun en una ciudad entregada al paganismo como Corinto, Jesucristo le va a aparecer a Pablo en una visión de noche para decir: No temas, sino habla, y no calles; porque estoy contigo, y ninguno pondrá sobre ti la mano para hacerte mal, porque yo tengo mucho pueblo en esta ciudad (Hechos 18:9-10).  Esta desubicación geográfica es parte del plan del Señor que les había mandado a sus discípulos: Me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra (Hechos 1:8).
         Muchos anhelamos la seguridad geográfica.  Encontramos un lugar que llamamos “hogar”, nos establecemos, lo embellecemos y eventualmente nos identificamos tanto con esas paredes que difícilmente pensamos vivir en otra parte.  No es malo el deseo por la seguridad geográfica: acuérdese que muchas de las promesas de Dios se tratan de plantar a su pueblo en un lugar geográfico estable.  Pero nuestro anhelo aún más básico y profundo es una ciudad mejor, celestial: la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios (Hebreos 11:10, 16).  Allá los cristianos tenemos nuestra verdadera ciudadanía (Filipenses 3:20).  Por eso, nuestra desubicación geográfica, aunque incómoda, no nos desespera, porque puede ser parte del plan de Dios para que testifiquemos de nuestro Señor Jesucristo, aún a lo último de la tierra.
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Abdías

12/8/2011

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         “Reprendiste a las naciones, destruiste al malo, borraste el nombre de ellos eternamente y para siempre.  Los enemigos han perecido; han quedado desolados para siempre; y las ciudades que derribaste, su memoria pereció con ellas.  Pero Jehová permanecerá para siempre; ha dispuesto su trono para juicio.  El juzgará al mundo con justicia, y a los pueblos con rectitud.”  (Salmo 9:5-8)

El libro de Abdías nos hace recordar que Jehová es soberano sobre las naciones.

         Si tenemos experiencia con la Biblia, tal vez nos parece común y corriente el concepto de la soberanía de Jehová sobre las naciones.  Pero si paramos para considerar el tema como si nos lo escucháramos por primera vez, podemos reconocer cuán chocante es.

         ¿Qué derecho tienes para decir que tu Dios es mejor que el mío? diría uno.  ¿Cómo puedes pensar que tu Dios tiene potestad sobre el territorio donde reina mi dios? diría otro.  ¡Imaginen cómo reaccionaríamos si escucháramos la declaración de algún fanático extranjero que nos mirara fijamente a la cara, nos señalara con el dedo y nos dijera: Moloc te va a juzgar, oh ________ (ponga aquí el nombre de su lugar de origen); va a derramar el ardor de su ira sobre tus ancianos y tus jóvenes, sobre tus palacios, tu campo y tus ciudades!  No sabríamos si deberíamos enojarnos con él y pegarle hasta que se callara, o burlarnos y reírnos de él, o simplemente callarnos y alejarnos de él por loco.

         Pero así se atreve a anunciar Abdías a un pueblo extranjero, a Edom: que nuestro Dios es el único que existe, y tú tienes que rendirle cuentas a él, y él te va a castigar a tal punto que dejarás de existir como nación.  “Porque cercano está el día de Jehová sobre todas las naciones” – ¡Qué atrevido! – “como tú hiciste se hará contigo” – no por ninguna ley impersonal de retribución, sino por el decreto del Dios nuestro – “tu recompensa volverá sobre tu cabeza” (Abdías 15).

         Y habrá mucho más que la simple retribución por los pecados con que los edomitas han ofendido al Dios de Israel.  “Y subirán salvadores al monte de Sion para juzgar al monte de Esaú; y el reino será de Jehová” (Abdías 21).  ¡Jehová reinará sobre ellos!  ¡Lo más destacado de su territorio se pondrá sumiso delante de Jehová!  Y en vez de reírnos de ese profeta extranjero Abdías o de despedirlo por loco, decimos: ¡Amén!  ¡Es la verdad, la palabra de Dios!

         ¡Qué atrevido el profeta Abdías, y qué atrevidos somos nosotros que lo creemos!  Cuando escuchamos los discursos sobre la tolerancia hacia todas las religiones, cuando nos predican que todas las religiones tienen algo de luz sobre Dios, cuando insisten en que ninguna religión tenga la verdad exclusiva, que nos acordemos que esas teorías no tienen nada que ver con el Dios de la Biblia.  Jehová no es “tolerante” sino único y excelso: ¿A qué, pues, me haréis semejante o me compararéis? dice el Santo (Isaías 40:25).  No ha esparcido su luz entre muchas religiones sino que ha dicho: Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí (Juan 14:6).  Cuando nos quieren convencer del valor de la tolerancia a todas las religiones, que nos acordemos lo que dice Filipenses 2:9-11: Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.

No se olvide del escándalo de que nuestro Dios reina sobre todas las naciones.
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    Autor

    Rev. Ken Kytle, pastor de la Iglesia bautista La fe en Cristo cerca de Atlanta, Georgia, EEUU.

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