Ahora continuamos la historia. En el año 539 a.C., los persas tomaron control de Babilonia y empezaron a permitir que los pueblos exiliados por los caldeos volvieran a sus lugares de origen. El año siguiente les dan permiso a los judíos a regresar a la tierra prometida, y algunos aceptan la oportunidad, regresan y empiezan a reconstruir a Jerusalén y el templo. Los libros de Esdras y Nehemías nos contarán más de estos eventos y las dificultades que enfrentan; por ahora,
simplemente los notamos que las genealogías de 1 Crónicas 9 son del primer grupo
de exiliados que regresaron a la tierra prometida.
Los primeros moradores que entraron en sus posesiones en las ciudades fueron israelitas, sacerdotes, levitas y sirvientes del templo. Habitaron en Jerusalén, de los hijos de Judá, de los hijos de Benjamín, de los hijos de Efraín y Manasés (1 Crónicas 9:2-3). Todavía falta mucho para que se cumpla la visión de que todas las tribus volvieran a la tierra prometida.
Más que todo, el cronista se concentra en las genealogías de los sacerdotes y la repartición de las responsabilidades entre los levitas. Desea que sus lectores se acuerden de que su propósito principal en volver a la tierra prometida era adorar a Jehová en santidad por poner en práctica el culto del templo otra vez de acuerdo con sus antecedentes históricos.
También vuelve a contar la historia de Israel, pero de una forma muy diferente que lo que leímos en 1 y 2 Samuel y 1 y 2 Reyes. Por ejemplo, note que toda la historia de Saúl que llenó 1 Samuel 9 – 31 aquí se reúne en sólo 14 versículos en 1 Crónicas 10. Se fija sólo en la muerte de Saúl: Así murió Saúl por su rebelión con que prevaricó contra Jehová, contra la palabra de Jehová, la cual no guardó, porque consultó a una adivina, y no consultó a Jehová; por esta causa lo mató, y traspasó el reino a David hijo de Isaí (1 Crónicas 10:13-14). No ve la necesidad de repetir toda la historia de Saúl; sólo subraya una lección principal para que sus lectores entiendan las consecuencias de la infidelidad a Jehová.
También pasa por encima de toda la historia temprana de David para llegar directamente a la petición de que sea rey sobre todo Israel (lo que leímos en 2 Samuel 5). No menciona la guerra civil entre la casa de Saúl y la de David, el apoyo de Abner a David y su asesinato injusto después, ni el asesinato de Is-boset ni nada de esos conflictos; sólo desea señalar la unidad que había entre todas las tribus en apoyar a David como rey. Hace destacar aún más la unidad entre todos los israelitas cuando en 1 Crónicas 11 – 12 indica la impresionante variedad de lugares de origen y de tribus de los guerreros principales de David y de sus seguidores originales, aún antes de la muerte de Saúl. Toda esta descripción de la historia llega a su punto culminante cuando dice: Todos estos hombres de guerra,
dispuestos para guerrear, vinieron con corazón perfecto a Hebrón, para poner a
David por rey sobre todo Israel; asimismo todos los demás de Israel estaban de
un mismo ánimo para poner a David por rey (1 Crónicas 12:31). Según el cronista, la paz de Israel sólo se va a lograr cuando todas las tribus se someten en unidad para apoyar a la casa de David.
De forma parecida, los cristianos anhelamos la unidad de todas las naciones bajo la autoridad del descendiente por excelencia de la casa de David, la autoridad de Jesucristo: Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado (Mateo 28:19-20). El reino de Jesucristo disfruta una paz impresionante cuando gente de naciones, tribus y lenguas distintas se someten en unidad bajo su autoridad.