tampoco ejerce David la justicia contra Absalón, y 2 Samuel 13 termina con un
David no decisivo otra vez, con deseos de recibir a Absalón pero sin salida de
la ley para hacerlo (2 Samuel 13:37-39).
Joab piensa resolver la situación en la lectura que empieza hoy. Probablemente se quedó muy impresionado por la parábola de Natán y cómo prendió a David para que reconociera su pecado, y por eso intenta a hacer lo mismo. Dirige a una mujer astuta para que se presente al rey una parábola en
vivo (2 Samuel 14:2-3). Pero la parábola inventada por Joab no tiene en nosotros los lectores el mismo impacto como la palabra de Jehová por Natán. Hay varios detalles que no concuerdan con el caso de David y Absalón. Por ejemplo, a la mujer
sólo le queda un hijo que merece morir pero por quien pide perdón para que no se
le apague la descendencia de su esposo… pero David tiene muchos hijos más que
Absalón; su descendencia no se le va a apagar al ejercer la justicia contra él. Los dos hijos de la mujer riñeron en el campo cuando, por no tener a nadie para separarlos, uno mató al otro (2 Samuel 14:6); pero Absalón premeditó la muerte de Amnón, alimentando sus planes con dos años de amargura (2 Samuel 13:22-28). Al revelar su parábola, Natán pudo tronar: Así ha dicho Jehová, Dios de Israel (2 Samuel 12:7); pero la parábola de capítulo 14 viene sólo con la autoridad de Joab (2 Samuel 14:19). Al fin y al cabo, aunque Joab se queda muy contento con la recepción de su parábola (2 Samuel 14:22), los lectores no estamos persuadidos de la necesidad ni la sabiduría de esta decisión.
Y resulta que en permitir la vuelta de Absalón, David y Joab han soltado al tigre. David reconoce que la venida de Absalón no cumple la justicia que merecen
sus acciones y por eso intenta a poner un límite a su recepción: Váyase a su casa, y no vea mi rostro (2 Samuel 14:24). Pero en dos años Absalón se atreve a sobrepasar ese límite, prendiendo con fuego al campo de Joab para llamarle la atención y desafiando a su padre que tome una decisión directa acerca de él: Vea yo ahora el rostro del rey; y si hay en mi pecado, máteme (2 Samuel 14:32). El capítulo 14 termina con una paz aparente (2 Samuel 14:33), pero a los lectores nos debe preocupar que no veamos la mano directa de Jehová en ninguno de estos
acontecimientos.
Cuando Absalón se hace de carros y caballos y 50 hombres que corran delante de él, no podemos evitar de pensar en Abimelec, otro joven que tenía deseos de reinar sobre todo Israel (Jueces 9:1-4). Empieza a manipular los corazones de los israelitas por denigrar al rey y elevar las expectativas de los que buscaban la justicia: Entonces Absalón le decía: Mira, tus palabras son buenas y justas; mas no tienes de quien te oiga del parte del rey. Y decía Absalón: ¡Quién me pusiera por juez en la tierra, para que viniesen a mí todos los que tienen pleito o negocio, que yo les haría justicia! (2 Samuel 15:3-4) De esta manera hacía con todos los israelitas que venían al rey a juicio; y así robaba Absalón el corazón de los de Israel (2 Samuel 15:6). Y otra vez David es manipulado como títere –sin enterarse de lo que hacía
Absalón o sin deseo de tomar alguna decisión en contra él, le da permiso a ir a Hebrón… donde Absalón se proclama rey (2 Samuel 15:7-10).
En vez de poner a toda la capital a riesgo de ser destruida, David decide huir de la ciudad (2 Samuel 15:14). También le da la seguridad de que todos los que huyen con él de veras lo desean servir (2 Samuel 15:15); ningún enemigo se va a enlistar para compartir las tribulaciones cuando parece que está por ser derrotado. De allí se dividen todos según su fidelidad al ungido de Jehová o según el manipulador atractivo que promete mucho pero que no ha sido levantado por
Jehová.
Y esta es la única esperanza que tiene David, de que Jehová va a proteger y a exaltar a su ungido, porque según todas las apariencias, Jehová le ha abandonado y Absalón va a ganar el trono: Decía Simei, maldiciéndole: ¡Fuera, fuera, hombre sanguinario y perverso! Jehová te ha dado el pago de toda la sangre de la casa de Saúl, en lugar del cual tú has reinado, y Jehová ha entregado el reino en mano de tu hijo Absalón; y hete aquí sorprendido en tu maldad, porque eres hombre sanguinario (2 Samuel 16:8). Y el consejo que daba Ahitofel en aquellos días, era como si se consultase la palabra de Dios (2 Samuel 16:23). Aunque reforzado por sus siervos fieles, David claramente está a la desventaja.
Por eso es impresionante leer con estos capítulos el Salmo 3, el salmo que escribió David cuando huía de Absalón. Los primeros cuatro versículos describen la misma situación de que acabamos de leer – la multiplicación de los enemigos y su percepción de que Dios lo ha abandonado (Salmo 3:1-2). Pero cuando David levanta la vista de los enemigos alrededor hacia Él que reina en los cielos, todo el ambiente del salmo cambia: Mas tú, Jehová, eres escudo alrededor de mí; mi gloria, y el que levanta mi cabeza (Salmo 3:3). En su desesperación el ungido clama a Jehová, y siguen las palabras de gran gracia: Él me respondió desde su monte santo (Salmo 3:4).
La bendición que sigue parece tan simple, pero es a la vez tan profunda. Mientras sufre David esta gran tribulación, puede decir: Yo me acosté y dormí, y desperté (Salmo 3:5). Los enemigos no lo alcanzaron en la noche; no le quitaron la vida cuando menos esperaba. No se dormía levantándose cada cinco minutos para ver quién se acercaba ni se dormía rechinándose los dientes por ansiedad. Pudo dormir tranquilo, sin píldoras ni medicinas: Porque Jehová me sustentaba (Salmo 3:5). ¡Todo esto sin que Jehová le haya dado victoria ni tregua con los enemigos que se multiplicaban alrededor!
Por esta seguridad en la misericordia presente de Jehová, por saber que está en el hueco de su mano divino aunque rodeado de tribulaciones, puede declarar David tranquilamente: No temeré a diez millares de gente, que pusieren sitio contra mí (Salmo 3:6). Y por eso puede ver por fe cumplida la victoria que tiene delante: Levántate, Jehová; sálvame, Dios mío; porque tú heriste a todos mis enemigos en la mejilla; los dientes de los perversos quebrantaste (Salmo 3:7). El arma más eficaz que han ejercido contra el ungido de Jehová será quebrado – el arma de la mandíbula que contra David proclamó: No hay para él salvación en Dios
(Salmo 3:2). No va a poder rugir más contra él; quebrado, su silencio testificará que Jehová salva a su ungido.
Y por eso David puede proclamar otra frase tan simple pero a la vez significativa: La salvación es de Jehová (Salmo 3:8). No viene de los méritos de David ni de su sabiduría ni su destreza diplomática - ¡acuérdese cuán desubicado está David en la sabiduría y la justicia en 2 Samuel 13 – 16! La salvación de Jehová es por Él y por su gracia, dada libre y abundantemente al que quiere darla. Y David mira más allá de sus propias tribulaciones para ver y pedir la llegada de esta gracia a muchos más en Israel: Sobre tu pueblo sea tu bendición (Salmo 3:8). Que la misma gracia de Jehová que sostiene a David llegue a sostener y a bendecir a todos los que le claman en fe.