Por eso, Pablo los asegura: Nadie os engañe en ninguna manera (2 Tesalonicenses 2:3). Y les enseña que, aunque no sabemos ni el día ni la hora (acuérdese que les dijo en 1 Tesalonicenses 5:2: Vosotros sabéis perfectamente que el día del Señor vendrá así como ladrón en la noche), sí sabemos que hay algunos eventos que van a ocurrir antes de su segunda venida: Porque no vendrá sin que antes venga la apostasía, y se manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición (2 Tesalonicenses 2:3). Primero, muchos que se declararon cristianos van a apostatar; es decir, van a abandonar la fe cristiana. Y luego se manifestará el hombre de pecado, el hijo de perdición cuya manifestación será evidente: El cual se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios o es objeto de culto; tanto que se sienta en el templo de Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios (2 Tesalonicenses 2:4). Ese hombre va a requerir la adoración de todos, no importa si uno es cristiano, musulmán, hindú, budista o de la religión que sea; va a oponer la devoción de todas las religiones y ponerse a sí mismo como el único objeto de adoración, a ser no sólo un representativo de Dios sino Dios mismo sobre cualquier otro.
Note cuán diferente será la llegada de este hombre en comparación con el Hijo del Hombre de quien leímos en Daniel 7: Miraba yo en la visión de la noche, y he aquí con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre, que vino hasta el Anciano de días, y le hicieron acercarse delante de él. Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido (Daniel 7:13-14).
Uno opone a Dios y se esfuerza para tomar para sí mismo la adoración que cree que merece. El Otro recibe el dominio eterno justa y legítimamente. La diferencia es impresionante también cuando consideramos la descripción de Jesucristo que nos dio el apóstol Pablo en Filipenses 2: Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre (Filipenses 2:5-11).
Pablo nos informa lo que pasará en el conflicto futuro entre el que desea aferrarse a toda adoración como su deber y el Señor Jesucristo, el que se despojó a sí mismo y a quien es dado el dominio eterno: Se manifestará aquel inicuo, a quien el Señor matará con el espíritu de su boca, y destruirá con el resplandor de su venida; inicuo cuyo advenimiento es por obra de Satanás, con gran poder y señales y prodigios mentirosos, y con todo engaño de iniquidad para los que se pierden, por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos (2 Tesalonicenses 2:8-10).
Por versículo 10 vemos otra vez la centralidad del evangelio (llamado aquí “el amor de la verdad”) para determinar quiénes van a ser castigados con el inicuo y quiénes van a celebrar la venida del verdadero Salvador, el Señor Jesucristo. Y se hace énfasis en la reacción presente al evangelio: Por esto Dios les envía un poder engañoso, para que crean la mentira, a fin de que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la injusticia (2 Tesalonicenses 2:11-12). Es decir, uno no se puede tranquilizar por pensar: No creo el evangelio hoy; habrá otra oportunidad, tal vez en unos años, cuando puedo decidir a seguir a Jesús. Al no recibir con fe las buenas noticias sobre Jesucristo, uno se ha puesto como enemigo de Dios y está en peligro de ser engañado, de creer firme y sinceramente una mentira que lo llevará a la condenación.
Pero en las vidas de los tesalonicenses, Pablo ve la evidencia de la salvación, no de la condenación: Nosotros debemos dar siempre gracias a Dios respecto a vosotros, hermanos amados por el Señor, de que Dios os haya escogido desde el principio para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad, a lo cual os llamó mediante nuestro evangelio, para alcanzar la gloria de nuestro Señor Jesucristo (2 Tesalonicenses 2:13-14).
La predicación de Pablo es urgente: ¿Qué es la reacción de usted hoy al evangelio de Jesucristo?