Amos 4 empieza con una reprensión a las mujeres de la sociedad alta de Samaria a quienes llama “vacas de Basán” en 4:1 por ser consentidas y engordadas en la prosperidad como los animales en esa región en la época bíblica. Su consentimiento se logra a expensas de los necesitados y por invitar a sus esposos a participar en su ocio y la vergüenza. Les falta el reconocimiento del día de juicio, el día cuando tendrán que rendir cuentas por su pecado y su tratamiento de los necesitados. Jehová les revela a las israelitas que serán tratadas como animales cuando llegue ese día, por el juicio divino por parte de los asirios que en realidad practicaban la tortura a los cautivos en guerra descrita en 4:2. Por el ejemplo de las israelitas vamos a identificar el primer fruto de la religión falsa: el no mencionar, ni predicar, ni vivir en reconocimiento del juicio divino.
Mientras tanto, las israelitas y sus esposos continúan sus prácticas religiosas que son identificados con Jehová por nombre solamente. En Amós 4:4 van a Bet-el, el sitio donde Jacob soñó con la escalera entre el cielo y la tierra (Génesis 28:10-22) y donde regresó muchos años después para agradecer a Jehová y dirigir a su familia en adoración (Génesis 35:1-15). A pesar de estas credenciales religiosas, Jehová nunca les dirigió a sus descendientes que lo adoraran en ese sitio. Cuando el reino unido se dividió, Jeroboam puso un becerro de oro en Bet-el para que Israel no fuera al templo en Jerusalén más para adorar (1 Reyes 12:26-33). Por eso, la supuesta adoración de los israelitas en Bet-el es en realidad otra ofensa más a Jehová. Pero como no desean cambiar sus tradiciones falsas, antes bien desean practicarlas con más fervor, Jehová con sarcasmo les invita: Id a Bet-el, y prevaricad (Amós 4:4); les invita a que aumenten la condenación que les espera. El segundo fruto de la religión falsa: su adoración enfoca en las tradiciones de los hombres, no en los mandamientos de Dios.
Más adelante en Amós 4:4 vemos que igual condenación les espera en Gilgal, el lugar donde los israelitas entraron en la tierra prometida del desierto, levantaron las 12 piedras por memorial al milagro de cruzar el río Jordán, se circuncidaron y celebraron la primera Pascua en su nueva heredad (Josué 4:1 – 5:12). Pero no tienen corazones circuncidados como sus antepasados que entraron por fe bajo Josué; por eso reciben otra invitación sarcástica: Aumentad en Gilgal la rebelión (Amós 4:4). Por un lado el reino de Israel demuestra un gran afán por las cosas de Dios. Por ejemplo, la ley pidió que presentaran el diezmo una vez cada tres años (Deuteronomio 14:28); ellos lo presentan cada tres días (Amós 4:4). Pero por otro lado, todas sus ofrendas son como ellos quieren, no como Jehová les ha mandado (Amós 4:5). Y en esto está la ofensa. La adoración consiste no en lo que uno quiere ofrendar a Jehová, sino en lo que Jehová nos ha pedido. Hay oportunidad por las ofrendas voluntarias, pero sólo cuando las involuntarias se han cumplido. Y como evidencia de que los israelitas se han alejado muy lejos de los mandamientos de Jehová por la adoración, note que en la multiplicación de sus ofrendas, no se menciona ni una por el pecado (Amós 4:4-5). Así vemos el tercer fruto de la religión falsa: mucha adoración y ofrendas pero sin ninguna mención de la sangre por el perdón de pecados.
Jehová intentó a llamarles la atención a sus pecados de muchas formas diferentes en Amós 4:6-11, pero ningún efecto tuvo: No os volvisteis a mí (Amós 4:6, 8, 9, 10, 11). La historia del reino de Israel según Jehová en estos versículos es muy diferente de la historia que habrían narrado los israelitas. Imagino que ellos habrían narrado sus victorias, su prosperidad, su religiosidad… Jehová en cambio pone en lista sus derrotas y sus castigos que evitan a mirar para no tener que pensar en sus pecados. El cuarto fruto de la religión falsa: la narración de su historia o su testimonio personal sin mencionar ni el pecado ni el arrepentimiento.
Entonces, Israel va a tener un encuentro con Jehová. No será como el encuentro que esperaban por sus ofrendas y alabanzas abundantes en Bet-el o en Gilgal, sino un encuentro verdadero con Jehová de los ejércitos que viene para juzgar (Amós 4:12-13). Los resultados de este encuentro explica Jehová en Amós 5:1-3.
Aunque son del Antiguo Testamento, estos versículos tienen una aplicación a la adoración en nuestras iglesias cristianas hoy. ¿A quién adoramos en realidad en la multitud de nuestros cánticos y ofrendas? ¿Un dios de nuestra fabricación, que existe sólo para consentirnos y enseñarnos a superar todas nuestras fallas como nosotros las definimos? ¿O el Dios viviente que se reveló en la Biblia, el que no tolera el pecado y viene para juzgar a los pecadores, entre quienes estaremos todos si no nos arrepentimos y confiamos únicamente en su Hijo Jesucristo, el que nos demostró el verdadero amor, no por consentirnos sino por derramar su sangre y morir en propiciación de la ira justa de Dios por nuestros pecados? ¿Adoramos al Dios verdadero, el Dios que juzga el pecado y salva por la sangre de nuestro Redentor, o como los israelitas reprendidos por Amós, adoramos sólo una fabricación de nuestros impulsos religiosos?