En capítulo 3, parece que el rey rebela contra la interpretación de su sueño anterior: El rey Nabucodonosor hizo una estatua de oro cuya altura era de sesenta codos, y su anchura de seis codos (Daniel 3:1). ¿Desea fabricar una estatua suya que va a ser mejor que la de los reinos después de él? ¿Desea hacer permanente la gloria de su reino? Pues, Nabucodonosor puede imponer su justicia en Babilonia pero, ¡no puede salvar como el Dios de Sadrac, Mesac y Abed-nego!
En capítulo 4, el rey luce en su soberbia: ¿No es ésta la gran Babilonia que yo edifiqué para casa real con la fuerza de mi poder, y para gloria de mi majestad? (Daniel 4:30) Pero al final del capítulo tiene que testificar: Ahora yo Nabucodonosor alabo, engrandezco y glorifico al Rey del cielo, porque todas sus obras son verdaderas, y sus caminos justos; y él puede humillar a los que andan en soberbia (Daniel 4:37).
En capítulo 5, Daniel anuncia de forma inolvidable la llegada del juicio divino contra Belsasar y los caldeos por resistir las lecciones sobre el arrepentimiento de la soberbia.
Y en capítulo 6, la salvación por Jehová de su siervo inocente demuestra que la ley suya aún supera “la ley de Media y de Persia, la cual no puede ser abrogada” (Daniel 6:8, 12, 15). Por eso: Que en todo el dominio de mi reino todos teman y tiemblen ante la presencia del Dios de Daniel; porque él es el Dios viviente y permanece por todos los siglos, y su reino no será jamás destruido, y su dominio perdurará hasta el fin. El salva y libra, y hace señales y maravillas en el cielo y en la tierra (Daniel 6:26-27).
Que nuestro Dios sea glorificado en su pueblo, en los que no necesitan ningún edicto de reyes para motivarlos a temblar delante de él, en los que lo adoran por haber escuchado su evangelio y confiado únicamente en su Hijo Jesucristo por la salvación.