El primer versículo identifica el tema del capítulo para el profeta, pero los oyentes no saben esta información todavía. Los oyentes empiezan a escuchar en versículo 2 una endecha que se convierte en parábola; hay una leona que: crió sus cachorros, e hizo subir uno de sus cachorros; vino a ser leoncillo, y aprendió a arrebatar la presa (Ezequiel 19:2-3). Hasta el momento no hay nada extraño… pero el resto del versículo nos debe preocupar: y a devorar hombres (19:3). ¡Este
leoncillo es un peligro que debe ser exterminado! Pasó fuera de los límites del orden natural para cazar a seres humanos.
El próximo versículo nos da la resolución: Y las naciones oyeron de él; fue tomado en la trampa de ellas (19:4). En este momento los oyentes se tranquilizan y dejan escapar de los labios un ¡gracias a Dios!... cuando de repente el profeta les sorprende con el resto de la frase: Y lo llevaron con grillos a la tierra de Egipto
(19:4).
¿¡Lo llevaron con grillos a la tierra de Egipto!? Todos los exiliados habrán reconocido la referencia a Joacaz, el hijo del amado rey Josías que reinó después de la muerte de su padre por sólo tres meses, el a quien el Faraón Necao llevó cautivo
a Egipto para acabar de allí en adelante la independencia del reino de Judá, el
evento que empezó la época de la vergüenza nacional (2 Reyes 23:31-33; 2
Crónicas 36:1-3; Jeremías 22:10-12). Pero por la sorpresa de verlo comparado con un leoncillo que devora a hombres, ¡los oyentes se encuentran en la vergüenza de celebrar la captura y el exilio de uno de sus reyes!
Pero el profeta no pausa: Viendo ella [la leona] que había esperado mucho tiempo, y que se perdía su esperanza (acuérdese de que Jeremías profetizó 22:10-12
precisamente para apagar esta falsa esperanza), tomó otro de sus cachorros, y lo
puso por leoncillo (Ezequiel 19:5). Irritados ahora, los oyentes escuchan de otro rey peor (posiblemente Joacim, cuya carga tomó Joaquín también brevemente antes de sufrir el exilio en Babilonia; pero Ezequiel probablemente salta por los dos históricamente para hablar del rey contemporáneo y último, Sedequías): Y él andaba entre los leones; se hizo leoncillo, aprendió a arrebatar la presa, devoró hombres. Saqueó fortalezas, y asoló ciudades; y la tierra fue desolada, y cuanto
había en ella, al estruendo de sus rugidos (Ezequiel 19:6-7).
Y profetiza el juicio a ese leoncillo descontrolado: Arremetieron contra él las gentes de las provincias de alrededor, y extendieron sobre él su red, y en el foso fue apresado. Y lo pusieron en una jaula y lo llevaron con cadenas, y lo llevaron al rey de Babilonia; lo pusieron en las fortalezas, para que su voz no se oyese más sobre los montes de Israel (Ezequiel 19:8-9). Si están de acuerdo con el mensaje o no, los oyentes por lo menos tienen que enfrentar su significado: Jehová ha juzgado a los últimos reyes de Judá y a la sociedad que los produjo por su violencia sin límites; la destrucción venidera de Jerusalén será un acto de justicia para acabar con esos reyes desbordados. En vez de confiar en ellos, ¡el pueblo de Jehová debe respirar más profundo, agradecido que las naciones se los hayan quitado! Así el profeta mezcla la ironía y la endecha para despertar a los oyentes a examinar el caminar diario de los líderes en quienes confían.
De repente el profeta cambia los símbolos: Tu madre fue como una vid en medio de la viña, plantada junto a las aguas, dando fruto y echando vástagos a causa de las muchas aguas (Ezequiel 19:10). Aquí podemos acordarnos de Ezequiel 15 y el estudio que hicimos de Israel como la vid. El profeta sigue: Y ella tuvo varas fuertes para cetros de reyes; y se elevó su estatura por encima entre las ramas, y fue vista por causa de su altura y la multitud de sus sarmientos (Ezequiel 19:11). En el pasado había reyes justos como David y Salomón, Josafat y Ezequías, como el rey Josías a quienes Jehová bendijo: Pero fue arrancada con ira, derribada en tierra, y el viento solano secó su fruto; sus ramas fuertes fueron quebradas y se secaron; las consumió el fuego (Ezequiel 19:12). Y ahora en referencia al exilio sin rey en la tierra cálida de Babilonia: Y ahora está plantada en el desierto, en tierra de sequedad y de aridez. Y ha salido fuego de la vara de sus ramas, que ha consumido su fruto, y no ha quedado en ella vara fuerte para cetro de rey. Endecha es esta, y de endecha servirá (Ezequiel 19:13-14). Por la injusticia de esos reyes, el pueblo de Jehová ha perdido la tierra prometida y la autoridad para gobernarse a sí mismo.
Aunque aquí termina Ezequiel 19, no lo podemos dejar sin una observación más: el profeta no refiere a leones, ni a una vid ni a cetros de reyes por accidente. Sus símbolos y su vocabulario vienen directamente de Génesis 49:8-12 donde Jacob profetizó sobre Judá de forma muy positiva: Judá, te alabarán tus hermanos; tu mano en la cerviz de tus enemigos… Cachorro de león, Judá; de la presa subiste, hijo mío. Se encorvó, se echó como león, así como león viejo: ¿quién lo despertará? No será quitado el cetro de Judá… Atando a la vid su pollino, y a la cepa el hijo de su asna, lavó en el vino su vestido, y en la sangre de uvas su manto…
¡El patriarca Jacob, antes de morirse, profetizó con gozo del futuro reinado seguro y de la prosperidad de Judá! Pero más de mil años e innumerables pecados después, al llegar al fin de generaciones que se han endurecido contra la palabra de Dios, Ezequiel toma los mismos símbolos de prosperidad utilizados por Jacob y los convierte en una profecía del juicio divino, de la pérdida de gobierno, de endecha.
Debemos pausar y reflexionar con mucha atención al reconocer que Jehová cambió los mismos símbolos proféticos entre Génesis 49 y Ezequiel 19: una profecía para bendición y prosperidad no quiere decir que Jehová va a tolerar el pecado, la
infidelidad, la violencia y la falta de atención a su palabra. En cambio, el Señor puede quitar el candelero de la iglesia que no se arrepiente (Apocalipsis 2:5); puede condenar al justo que se ha apartado de su justicia (Ezequiel 18:24-26). Por Ezequiel 19 vemos que la inatención al arrepentimiento puede convertir las
profecías positivas a profecías de condenación.