No se expresa nada de la lucha interna del profeta al escuchar estas noticias. Como Abraham simplemente obedeció cuando Jehová le mandó que sacrificara a su hijo Isaac, Ezequiel solamente nos dice: Hablé al pueblo por la mañana, y a la tarde murió mi mujer; y a la mañana hice como me fue mandado (Ezequiel 24:18).
Los exiliados están acostumbrados al hecho de que las acciones raras de Ezequiel tienen un significado profético: Y me dijo el pueblo: ¿No nos enseñarás qué significan para nosotros estas cosas que haces? (Ezequiel 24:19).
Igual como a Ezequiel se le perdió su esposa, el deleite de sus ojos, así los israelitas perderán su templo y sus hijos, el deleite de sus ojos: de un golpe, de repente por Jehová. Y cuando les lleguen las noticias, su reacción no será el dolor de la pérdida ni el llanto por la tragedia sino el reconocimiento de la justicia de Jehová que los castigó con justicia por los pecados que cometieron y su falta de atención al arrepentimiento.
Será para un estudio futuro el ver la muerte de la esposa de Ezequiel entre los otros sufrimientos de los profetas, un sufrimiento no por ninguna falta suya sino por identificarse con su pueblo pecaminoso. Podemos identificar los sufrimientos de Moisés al profetizar a Israel, los sufrimientos de Elías, las lágrimas de Eliseo, lo que pasó a Jeremías, todo en anticipación de lo que iba a sufrir Jesucristo, el profeta por excelencia, por nuestros pecados.
Ezequiel 24:27 dice: En aquel día se abrirá tu boca para hablar con el fugitivo, y
hablarás, y no estarás más mudo. Callado en su tristeza internalizada, Ezequiel volverá a hablar y a profetizar cuando le lleguen las noticias de la destrucción de Jerusalén. Con ese evento las profecías de la primera parte de su ministerio se cumplen. Ahora, de capítulo 25 en adelante, se le abre una nueva época de profecías caracterizada por el juicio divino contra la soberbia de las naciones, y la salvación que Jehová va a obrar por su pueblo.