Pero su relación no se iba a parar en ese momento. Su profecía continuó: Y confesarán su iniquidad, y la iniquidad de sus padres, por su prevaricación con que prevaricaron contra mí; y también porque anduvieron conmigo en oposición, yo también habré andado en contra de ellos, y los habré hecho entrar en la tierra de sus enemigos; y entonces se humillará su corazón incircunciso, y reconocerán su pecado (Levítico 26:40-41).
Luego prometió: Entonces yo me acordaré de mi pacto con Jacob, y asimismo de mi pacto con Isaac, y también de mi pacto con Abraham me acordaré, y haré memoria de la tierra (Levítico 26:42).
Los israelitas iban a pasar tiempo en el exilio, un tiempo que Jeremías señaló que sería 70 años: Pero la tierra será abandonada por ellos, y gozará sus días de reposo, estando desierta a causa de ellos; y entonces se someterán al castigo de sus iniquidades; por cuanto menospreciaron mis ordenanzas, y su alma tuvo fastidio de mis estatutos (Levítico 26:43).
Pero Jehová promete por sí mismo ser fiel a los israelitas aun en medio del castigo: Y aun con todo esto, estando ellos en tierra de sus enemigos, yo no los desecharé, ni los abandonaré para consumirlos, invalidando mi pacto con ellos; porque yo Jehová soy su Dios. Antes me acordaré de ellos por el pacto antiguo, cuando los saqué de la tierra de Egipto a los ojos de las naciones, para ser su Dios. Yo Jehová (Levítico 26:44-45).
Casi 900 años después, la fidelidad de Jehová, la fidelidad que se mantiene firme aun en medio del castigo más fuerte, ahora se manifiesta y luce en las profecías de Ezequiel. Les llegan las noticias de la destrucción de Jerusalén a la comunidad de los exiliados en Ezequiel 33, y en este punto más bajo de la historia de Israel, parece que todo va a continuar como antes. Capítulo 34 parece iniciar otra serie de profecías de destrucción: Hijo de hombre, profetiza contra los pastores de Israel; profetiza, y di a los pastores: Así ha dicho Jehová el Señor: ¡Ay de los pastores de Israel, que se apacientan a sí mismos! (Ezequiel 34:2) Y sí, los primeros diez versículos de la profecía son muy fuertes.
Pero en medio de la reprensión surge una promesa gloriosa: Porque así ha dicho Jehová el Señor: He aquí yo, yo mismo iré a buscar mis ovejas, y las reconoceré (Ezequiel 34:11). ¡Jehová mismo entrará a pastorear personalmente a sus ovejas!
Y en el resto del capítulo se juntan una tras otra profecía de bendición ministradas personalmente por Jehová a su rebaño maltratado y humilde de corazón, promesas que culminan en los últimos versículos: Y sabrán que yo Jehová su Dios estoy con ellos, y ellos son mi pueblo, la casa de Israel, dice Jehová el Señor. Y vosotras, ovejas mías, ovejas de mi pasto, hombres sois, y yo vuestro Dios, dice Jehová el Señor (Ezequiel 34:30-31).
De allí el resto del libro de Ezequiel se despega en un vuelo de profecías gloriosas que incluyen la restauración del pueblo por Jehová (Ezequiel capítulo 37); la restauración de su tierra (Ezequiel 36); la intervención de Jehová para destruir a los enemigos de Israel (Ezequiel 35, 38 y 39); el nuevo templo (Ezequiel 40 – 42); la vuelta de la gloria de Jehová al templo (Ezequiel 43; acuérdese de cómo había abandonado el templo anterior en capítulos 9 – 11); y un liderazgo purificado (Ezequiel 44) que dirige al pueblo a adorar y a vivir en santidad (Ezequiel 45 – 48). Todas estas bendiciones de restauración, justicia y santidad se inician por la gracia de Jehová cuando dice: He aquí yo, yo mismo iré a buscar mis ovejas, y las reconoceré (Ezequiel 34:11).
Mientras lee estos capítulos, no deje de pensar y glorificarle a Dios por el Prometido que dijo: Yo soy el buen pastor (Juan 10:11), el que dio su vida por las ovejas para santificarlas, el que las reúne en un rebaño bajo un pastor (Juan 10:11, 16). Todo el cumplimiento de estas profecías se encuentra en Jesucristo, nuestro buen Pastor a quien servimos con corazones arrepentidos, perdonados y justificados por la gracia del Padre, por medio de la fe en Jesucristo y por el poder del Espíritu Santo.