En más detalle: Al empezar a leer el libro de Jueces, nos damos cuenta de que estamos en territorio familiar – suena como la obediencia a Jehová y las victorias gloriosas del libro de Josué: Aconteció después de la muerte de Josué, que los hijos de Israel consultaron a Jehová, diciendo: ¿Quién de nosotros subirá primero a pelear contra los cananeos? (Jueces 1:1) Jehová manda primero a la tribu de Judá de acuerdo con su puesto en la primera fila en sus marchas en el desierto: Y subió Judá, y Jehová entregó en sus manos al cananeo y al ferezeo; e hirieron de ellos en Bezec a diez mil hombres (Jueces 1:4).
Y así continúa la narrativa… pero surgen algunos detalles que nos deben preocupar. La historia de Adoni-bezec por un lado suena como un buen ejemplo de la justicia retributiva: Adoni-bezec huyó; y le siguieron y le prendieron, y le
cortaron los pulgares de las manos y de los pies. Entonces dijo Adoni-bezec: Setenta reyes, cortados los pulgares de sus manos y de sus pies, recogían las migajas debajo de mi mesa; como yo hice, así me ha pagado Dios (Jueces 1:6-7).
Pero por otro lado, Jehová no les mandó a los israelitas a ejecutar la justicia retributiva en los cananeos sino a destruirlos. Si ya hemos leído las consecuencias de la desobediencia de Saúl en no matar a Agag, el rey de Amalec en 1 Samuel 15 o las de Acab en no matar a Ben-hadad, el rey de Siria en 1 Reyes 20, no podemos evitar a leer la historia de Adoni-bezec con la inquietud de que la tribu de Judá no cumple totalmente lo que le ha mandado Jehová.
Surge de nuevo la inquietud al leer el próximo versículo: Combatieron los hijos de Judá a Jerusalén y la tomaron, y pasaron a sus habitantes a filo de espada y pusieron fuego a la ciudad (Jueces 1:8). Pero no hay ninguna noticia sobre la
reconstrucción y la población de la ciudad que siglos después va a ser su capital gloriosa, la residencia real y el lugar del templo de Jehová. En cambio, los cananeos vuelven a ocupar las ruinas de la ciudad tan pronto como salen los israelitas, porque leemos después en el mismo capítulo: Mas al jebuseo que habitaba en Jerusalén no lo arrojaron los hijos de Benjamín, y el jebuseo habitó con los hijos de
Benjamín en Jerusalén hasta hoy (Jueces 1:21). Les falta mucho todavía aún a los más exitosos de los israelitas para captar todas las bendiciones que Jehová les ha
regalado con la tierra prometida.
Volviendo a los primeros versículos de Jueces 1 leemos una historia de esperanza y promesa – Otoniel hijo de Cenaz gana a la hija de su tío abuelo Caleb por mujer. Ella pide y recibe fuentes de agua para poblar a largo plazo su heredad
en el Neguev (Jueces 1:12-15). Los cuñados de Moisés reconocen la seguridad y la oportunidad en el lugar para radicarse allí también (Jueces 1:16). Pero a la vez vemos los límites de la conquista en esta generación: Tomó también Judá a Gaza con su territorio, Ascalón con su territorio y Ecrón con su territorio (Jueces 1:18). Los que han leído más adelante en la Biblia van a reconocer estas ciudades como tres de las ciudades principales de los filisteos. Es decir, la tribu de Judá las
conquistó ahora pero no las dominó; poco después volverán a las manos de los
filisteos que las van a gobernar y que de allí afligirán a Israel por muchos siglos más.
Aparecen otras evidencias de los límites de la conquista: Jehová estaba con Judá, quien arrojó a los de las montañas; mas no pudo arrojar a los que habitaban en los llanos, los cuales tenían carros herrados (Jueces 1:19). El cananeo que revela la entrada a Bet-el recibe su vida en recompensa… y se va para edificar otra ciudad para remplazarla (Jueces 1:22-26). La lista de Manasés es una de fracasos, no de victorias (Jueces 1:27), e Israel se complace no en arrojar a los cananeos sino en hacerlos tributarios (Jueces 1:28). Llega a tal punto que hay una “nación” cananea dentro del territorio de la tierra prometida (Jueces 1:36).
Aunque los israelitas se habrían quejado de su tecnología limitada que no competía con los carros herrados o los supuestos beneficios de tener a los cananeos como tributarios para llenar las tesorerías locales en vez de muertos, Jehová no ve la situación así: Yo os saqué de Egipto, y os introduje en la tierra de la cual había jurado a vuestros padres, diciendo: No invalidaré jamás mi pacto con vosotros, con tal que vosotros no hagáis pacto con los moradores de esta tierra, cuyos altares habéis de derribar; mas vosotros no habéis atendido a mi voz. ¿Por qué habéis hecho esto? (Jueces 2:1-2) Para Jehová es pura desobediencia. En vez de verse como una nación santa, escogida para ejercer el dominio justo de Jehová sobre la tierra prometida, han querido acomodarse a la economía, la cultura y más que toda, la religión de la gente a que debía haber arrojado. Por eso el ángel de
Jehová les anuncia que el tiempo de la conquista se les ha terminado: Por tanto,
yo también digo: No los echaré de delante de vosotros, sino que serán azotes
para vuestros costados, y sus dioses os serán tropezadero (Jueces 2:3). A estas noticias sólo se puede llorar, y así hacen los israelitas hasta que el nombre del lugar del anuncio se llama Boquim que significa: Llanto (Jueces 2:1, 4-5).
Al anunciar el fin de la conquista, el narrador entra en una explicación de las diferencias entre la generación de fe en que gobernó Josué y la generación que la siguió: Toda aquella generación también fue reunida a sus padres. Y se levantó
después de ellos otra generación que no conocía a Jehová, ni la obra que él había hecho por Israel (Jueces 2:10). Y al desconocer a Jehová, sigue la atracción de lo más inmediato, de la religión de sus vecinos que no arrojaron de la tierra: Después los hijos de Israel hicieron lo malo ante los ojos de Jehová, y sirvieron a los baales. Dejaron a Jehová el Dios de sus padres, que los había sacado de la tierra de Egipto, y se fueron tras otros dioses, los dioses de los pueblos que estaban en sus alrededores, a los cuales adoraron; y provocaron a ira a Jehová (Jueces 2:11-12). El próximo versículo pone en resumen la gravedad de sus acciones, algo casi inimaginable durante nuestra lectura de tantos detalles de la ley y el caminar diario con Jehová en el desierto: Dejaron a Jehová, y adoraron a Baal y a Astarot (Jueces 2:13).
Cuando uno entra en pacto con Jehová, no hay salida; no hay otra opción mejor que una relación viva y diaria con Él. Por eso la reacción de Jehová a la nueva generación no es de una despedida triste, consolándose por las memorias de
los dorados tiempos pasados mientras Israel se aleja al horizonte, felizmente
caminando mano en mano con Baal y Asterot. En su celo por el pueblo de su pacto,
Jehová disciplina a la nueva generación: Se encendió contra Israel el furor de Jehová (Jueces 2:14). Dios ama ardientemente a su pueblo y no permite que su corazón sea engañado por dioses falsos.
El primer paso de su disciplina es quitarle el gozo de su pecado: Los entregó en manos de robadores que los despojaron, y los vendió en mano de sus enemigos de alrededor; y no pudieron ya hacer frente a sus enemigos. Por dondequiera que
salían, la mano de Jehová estaba contra ellos para mal, como Jehová había dicho, y como Jehová se lo había jurado; y tuvieron gran aflicción (Jueces 2:14-15). Note que esta disciplina no es ninguna novedad que se le ocurrió al Todopoderoso al momento. Es el cumplimiento de la palabra del pacto en Sinaí. Entre las maldiciones por no seguir el pacto les dijo: Si no me oyereis, ni hiciereis todos estos mis mandamientos, y si desdeñareis mis decretos, y vuestra alma menospreciare mis estatutos, no ejecutando todos mis mandamientos, e invalidando mi pacto… pondré mi rostro contra vosotros, y seréis heridos delante de vuestros enemigos; y los que os aborrecen se enseñorearán de vosotros, y huiréis sin que haya quien os persiga (Levítico 26:14-15, 17). Traeré sobre vosotros espada vengadora, en vindicación del pacto (Levítico 26:25). Jehová te entregará derrotado delante de tus enemigos; por un camino saldrás contra ellos, y por siete caminos huirás delante de ellos; y serás vejado por todos los reinos de la tierra (Deuteronomio 28:25). El fruto de tu tierra y de todo tu trabajo comerá pueblo que no conociste; y no serás sino oprimido y quebrantado todos los días (Deuteronomio 28:33). El extranjero que estará en medio de ti se elevará sobre ti muy alto, y tú descenderás muy abajo (Deuteronomio 28:43). Todo esto se cumplirá en la opresión extranjera que manda Jehová para disciplinar a su pueblo en el libro de Jueces.
Pero note bien que el motivo de ese dolor no es la amargura ni la crueldad sino la restauración – que se desliguen del gozo en la injusticia para ver otra vez el gozo en la sumisión al dominio de Jehová. Por eso en el segundo paso de su disciplina es proveerles el rescate, la redención: Y Jehová levantó jueces que los librasen de mano de los que les despojaban… Y cuando Jehová les levantaba jueces, Jehová estaba con el juez, y los libraba de mano de los enemigos todo el tiempo de aquel juez; porque Jehová era movido a misericordia por sus gemidos a causa de los que los oprimían y afligían (Jueces 2:16, 18). Jehová disciplina a su pueblo siempre con misericordia. No se goza en el hacerlos llorar sino que les aplica la medicina de mal sabor y dolor con el deseo que se mejore al final.
En el tercero paso de la disciplina, los israelitas deben responder al castigo en arrepentimiento y en restauración. Desafortunadamente responden a la disciplina por endurecerse más en sus pecados: Tampoco oyeron a sus jueces, sino que fueron tras dioses ajenos, a los cuales adoraron… Acontecía que al morir el juez, ellos volvían atrás, y se corrompían más que sus padres, siguiendo a dioses ajenos para servirles, e inclinándose delante de ellos; y no se apartaban de sus obras, ni de su obstinado camino (Jueces 2:17, 19). Y así en vez de la disciplina restaurativa, el pueblo se desliza en un ciclo de declive espiritual. (Puede ver otra descripción de este declive como observación clave en la introducción al libro de Jueces, la sexta unidad de la Biblia.)
Por eso se termina la conquista e Israel entra una época de prueba: Por cuanto este pueblo traspasa mi pacto que ordené a sus padres, y no obedece a mi voz, tampoco yo volveré más a arrojar de delante de ellos a ninguna de las naciones que dejó Josué cuando murió; para probar con ellas a Israel, si procurarían o no seguir el camino de Jehová, andando en él, como lo siguieron sus padres. Por esto dejó Jehová a aquellas naciones, sin arrojarlas de una vez, y no las entregó en mano de Josué (Jueces 2:20-23). ¿De veras será que Israel luchará contra ellos por amor a Jehová, o se dejará ser incorporado en sus idolatrías e inmundicias? (Jueces 3:1-2) Así va a ser una pregunta principal no sólo del libro de Jueces sino en todos los
libros históricos y los profetas del Antiguo Testamento. Por ahora note la reacción de esta generación (y la reacción principal de los israelitas por toda la historia del Antiguo Testamento): Los hijos de Israel habitaban entre los cananeos, heteos, amorreos, ferezeos, heveos y jebuseos. Y tomaron de sus hijas por mujeres, y dieron sus hijas a los hijos de ellos, y sirvieron a sus dioses (Jueces 3:5-6).
Lea hoy también de los jueces Otoniel, Aod y Samgar cuando Jehová pone en movimiento la disciplina descrita en Jueces 2:14 – 3:6. Los veremos en más detalle en la explicación de la próxima lectura juntos con Débora y Barac porque hay muchas semejanzas entre todos ellos. Mientras tanto, pídale a Jehová que nos alumbre de las formas en que hemos permitido que las influencias del mundo alrededor entre en nuestras vidas para que dejemos el pacto de nuestro Dios para ser asimilados y andar en comunión con las prioridades y los afanes de los que no lo conocen ni lo desean conocer. Pídale que le muestre para luchar decisivamente contra esas influencias corruptas y para dirigirse otra vez a nuestro único y santo Dios. Que aprendamos del ejemplo de los israelitas en Jueces 1 – 3 para evitar la
disciplina que Jehová pone a los que desatienden el gran amor de su pacto.