Pedro no acepta la vergüenza y el sufrimiento juntos con la gloria del Mesías, y es inmediatamente reprendido: ¡Quítate de delante de mí, Satanás! Porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres (Marcos 8:33). No existe otra opción; el plan de Dios mismo depende en esta combinación de gloria y sufrimiento.
Jesús también junta la gloria y el sufrimiento en su transfiguración. Es glorificado delante de los ojos de Pedro, Jacobo y Juan, pero después hay una referencia a su muerte: les mandó que a nadie dijesen lo que habían visto, sino cuando el Hijo del Hombre hubiese resucitado de los muertos. Y guardaron la palabra entre sí, discutiendo qué sería aquello de resucitar de los muertos (Marcos 9:9-10).
Les prepara de nuevo en Marcos 9:30-32 y 10:32-34. Su gloria se manifestará no sólo en milagros sino en sufrimiento, tortura y muerte que terminará en su resurrección. Con todo, da una nueva definición de la gloria, una nueva definición que todos los suyos seguimos: El que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos. Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos (Marcos 10:43-45).