De parte de los seguidores de Jesús hay confusión. Juan el Bautista, el que lo presentó al público y lo bautizó, le pregunta: ¿Eres tú aquel que había de venir, o esperaremos a otro? (Mateo 11:3) Los discípulos le preguntan: ¿Por qué les hablas por parábolas? (Mateo 13:10) Los de la sinagoga de Nazaret dicen: ¿De dónde tiene éste esta sabiduría y estos milagros? (Mateo 13:54)
De parte de sus enemigos hay oposición y rechazo. Los pueblos donde hizo muchos de sus milagros no se arrepintieron (Mateo 11:20). Los fariseos se quejan de sus discípulos y buscan alguna forma de acusarle (Mateo 12:2, 10). Deciden unirse para destruirlo y le acusan de hacer sus obras de misericordia por el poder del diablo (Mateo 12:14, 24).
En medio de todo, Jesús continúa a manifestar su gloria real. Responde a la confusión de Juan por milagros inauditos que anuncian la llegada del reino (Mateo 11:4-6). Profetiza la destrucción a los pueblos que no se arrepintieron (Mateo 11:20-24). Atrevidamente declara que es Señor del día de reposo, más que Jonás y más que Salomón (Mateo 12:8, 41-42). Y revela que la oposición y la incredulidad van a intentar a estorbar el reino de los cielos hasta el día de juicio (Mateo 13).
Y mientras gobierna y ministra por medio de la confusión y la oposición, glorifica a su Padre por su soberanía: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó (Mateo 11:25-26).
Que nuestra reacción a Jesús no sea de confusión ni de oposición sino de fe y descanso en el que es más que Jonás y más que Salomón, en el Señor del día de reposo, Cristo Jesús.