Jesús les enseña a sus discípulos algunas de las actitudes sorprendentes que
guardarán en esta comunidad.
En más detalle: Jesús enseña varias lecciones inesperadas y sorprendentes en Mateo 18 – 20 para preparar a sus discípulos por la nueva sociedad en que van a vivir. La primera aparece inmediatamente con la pregunta de los discípulos: ¿Quién es el mayor en el reino de los cielos? (Mateo 18:1) Si esta prioridad fuera dada por la bienaventuranza declarada en Mateo 16:17, Jesús podría haber contestado: Pedro. Si fuera por la relación familiar o alguna obra de piedad, podría haber nombrado a algún apóstol o pariente. Si le hubieran preguntado lo mismo a un rey terrenal, habría nombrado a algún general o consejero. Pero Jesús les da una respuesta casi inimaginable: Llamando Jesús a un niño, lo puso en medio de
ellos, y dijo: De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos (Mateo 18:2-3). ¡Ni entrarán en el reino de los cielos si no imitan la dependencia de un niño en el sentido espiritual! El reino de los cielos y la iglesia (su manifestación en la tierra) no es un lugar para la ambición, la competencia o la promoción de agendas terrenales. Esas actitudes son de los excluidos del reino, de los a quienes el Señor dirá: Nunca os conocí (Mateo 7:23).
En cambio, esa clase de promoción no caracteriza el reino de los cielos ni entra en la agenda de sus participantes: Así que, cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos (Mateo 18:4).
Al decir Jesús: Cualquier que se humille como este niño (Mateo 18:4), tenemos que reconocer que refiere a cualquier adulto o niño, hombre o mujer, que confía en Jesucristo con una fe o dependencia humilde de un niño. Y siendo así, podemos
aplicar los versículos que siguen a cualquier miembro del reino de los cielos:
Cualquiera que reciba en mi nombre a un niño como este, a mí me recibe. Y cualquier que haga tropezar a alguno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le colgase al cuello una piedra de molino de asno, y que se le hundiese en lo profundo del mar (Mateo 18:5-6). Los miembros de la iglesia no sólo protegerán de forma especial a los niños sino que buscarán la protección y tratarán con un cariño especial a todos los suyos que guardan una fe humilde y dependiente en el Señor Jesucristo. Uno preferiría perder una parte del cuerpo que tener que responder al Padre celestial por un tropiezo puesto en sus caminos (Mateo 18:7-10).
En vez de promocionarse, los miembros de la iglesia van a concentrarse en la protección y el desarrollo espiritual de todos los demás, especialmente a los que son débiles y se apartan fácilmente de los caminos del Señor: Porque el Hijo del Hombre ha venido para salvar lo que se había perdido (Mateo 18:11). ¿Qué os
parece? Si un hombre tiene cien ovejas, y se descarría una de ellas, ¿no deja las noventa y nueve y va por los montes a buscar la que se había descarriado? Y si acontece que la encuentra, de cierto os digo que se regocija más por aquella, que por las noventa y nueve que no se descarriaron (Mateo 18:12-13). Otra vez, esta actitud se demuestra no sólo a los niños sino a todos los que guardan la fe humilde en Él: No es la voluntad de vuestro Padre que está en los cielos, que se pierda uno de estos pequeños (Mateo 18:14).
Pero a veces uno de ellos se va a descarriar por sus propios pecados. ¿Qué hacen los miembros de una iglesia entonces para guiarlos de nuevo al rebaño?
Jesús explica todo un proceso de cuatro pasos posibles para que la iglesia alcanzara a los descarriados, siempre con amor y deseo de restauración (Mateo 18:15-17). Y les da autoridad para ejercer la justicia y la restauración a la persona que se
descarría por sus pecados (Mateo 18:18-19), a tal punto que Jesús mismo estará
presente aún en el primer paso, cuando un creyente le habla a otro a solas para
llevarlo al arrepentimiento con amor y guiarlo a la restauración: Porque donde
están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos (Mateo 18:20).
Pedro reconoce que si la meta de este proceso es la restauración, habrá la necesidad de perdonar a algunos hermanos varias veces, tal vez por la misma clase de ofensa si vuelven a descarriarse: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? (Mateo 18:21) El perdonar siete veces probablemente es muy generoso según la enseñanza de la época. Hay evidencia del
mundo antiguo de que los rabinos judíos enseñaban que uno era obligado a perdonar hasta tres veces por la misma clase de transgresión (notado por Leon
Morris, The Gospel According to Matthew, The Pillar New Testament Commentary; 1992; Grand Rapids, Eerdmans; pág. 471). Pedro ha aprendido algo sobre el perdón abundante que enseñaba Jesús para proponer siete veces. Pero Jesús les revela a los discípulos otra sorpresa sobre la actitud que guardarán como iglesia. Tomó la expresión de soberbia y violencia en extremo que anunció Lamec en Génesis 4:24 y la convierte en una expresión del abundante perdón con que un discípulo va a tratar a otro: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete (Mateo 18:22). Y no lo propone como sugerencia sino que lo impone de obligación; al final de la parábola del siervo que rehusó perdonar a su consiervo, dice: Su señor, enojado, le entregó a los verdugos, hasta que pagase todo lo que le debía. Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas (Mateo 18:35). Por todo Mateo 18 Jesús subraya la gravedad y la urgencia con que todos sus discípulos guarden la fe humilde y la dependencia en Él, que eviten cualquier estorbo a los demás, que guíen los unos a los otros al arrepentimiento con amor, cariño y deseo de compañerismo y que perdonen frecuente y abundantemente. El reino de los cielos en la tierra – la iglesia – será una comunidad incomparable, completamente distinta a cualquier otra que ha existido. Se someterá gozosa y humildemente al dominio de su Señor y pondrá en práctica las mismas características de compasión, amor, celo por la santidad y perdón que Él puso en evidencia en la tierra.
Las sorpresas continúan en Mateo 19 cuando Jesús enseña del divorcio. En una sociedad en que el divorcio llegó a ser común y corriente (¿Es lícito al hombre repudiar a su mujer por cualquier causa?... ¿Por qué, pues, mandó Moisés dar carta de divorcio, y repudiarla? (Mateo 19:3, 7)), Jesús vuelve a la fundación bíblica del matrimonio: ¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo, y dijo: Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne? (Mateo 19:4-5) Por su cita de Génesis 1:27 y 2:24, Jesús llega a su conclusión: Así que no son ya más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre (Mateo 19:6). Y aunque Moisés permitió al
pueblo de Dios que repudiara a sus mujeres, la nueva comunidad en Cristo Jesús
no iría por ese rumbo: Yo os digo que cualquiera que repudia a su mujer, salvo por causa de fornicación, y se casa con otra, adultera; y el que se casa con la repudiada, adultera (Mateo 19:9).
Pero las sorpresas no paran allí. Jesús bendice a los niños cuando los demás los ven como una interrupción o inconveniencia (Mateo 19:13-15). Enseña que las riquezas materiales son un estorbo para entrar el reino de los cielos en vez de la evidencia de la aprobación de Dios (Mateo 19:21-24). En su reino, muchos primeros serán postreros, y postreros, primeros (Mateo 19:30), y las bendiciones de su reino serán por gracia, no en recompensa por el trabajo que han hecho (Mateo 20:1-16). Como Él sufrió, fue crucificado y resucitó, así sus discípulos estarán listos a sufrir por Él y a morir con la seguridad en la resurrección. Mantendrán la misma actitud de su Señor: El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos (Mateo 20:28).
Y la lectura de enseñanzas sorprendentes termina con otra evidencia más de la compasión inaudita del Señor. Jesús está en marcha hasta el momento culminante de su ministerio. Se acerca a Jerusalén donde será torturado hasta la muerte. Dos ciegos sirven de distracción a los demás en camino, clamando por su atención aunque todos les dicen que se callen. Y en misericordia, Jesús detiene la marcha, les pone atención y les dice: ¿Qué queréis que os haga? Ellos le dijeron: Señor, que sean abiertos nuestros ojos. Entonces Jesús, compadecido, les tocó los ojos, y en seguida recibieron la vista; y le siguieron (Mateo 20:32-34). Jesús nunca es “demasiado ocupado” para no atender el clamor de los necesitados.
¡Que comunidad tan bella la que pone en práctica las actitudes y las acciones de su Señor!