En más detalle: Al leer Mateo 21 – 23, no pase por encima del hecho de que estos eventos pasan en Jerusalén y en el templo. No se le olvide de la historia de esta ciudad central en la relación entre Jehová y su pueblo.
Acuérdese de que esta ciudad de los jebuseos no fue conquistada completamente hasta que el recién ungido rey David, el antepasado de Jesucristo,
la conquistó hace siglos en 2 Samuel 5:3-9 (Josué 12:7, 10; 15:63; Jueces 1:8, 21).
Acuérdese que el sitio del templo fue determinado por el rey David cuando vio que en la era de Arauna jebuseo, Jehová detuvo la mano del ángel destructor y oyó las súplicas de su pueblo para terminar la plaga (2 Samuel 24:11-25; 1 Crónicas 21:14 – 22:1).
Piense en la maravillosa construcción del templo y la oración de Salomón en agradecimiento por lo pactos mosaico y davídico, dedicando el templo como el lugar donde Jehová escucharía la oración de su pueblo y perdonaría sus pecados (1 Reyes 5 – 8; 2 Crónicas 3 – 7). Acuérdese también de la respuesta de Jehová: Yo he santificado esta casa que tú has edificado, para poner mi nombre en ella para siempre; y en ella estarán mis ojos y mi corazón todos los días… Mas si obstinadamente os apartareis de mí vosotros y vuestros hijos, y no guardareis mis mandamientos y mis estatutos que yo he puesto delante de vosotros, sino que fuereis y sirviereis a dioses ajenos, y los adorareis; yo cortaré a Israel sobre la faz de
la tierra que les he entregado; y esta casa que he santificado a mi nombre, yo la echaré de delante de mí (1 Reyes 9:3, 6, 7).
Piense en el gozo del pueblo de Jehová en Jerusalén en el Salmo 48. Piense también en el abandono del templo por la gloria de Jehová en Ezequiel 8 – 11 y la destrucción de ese lugar sagrado por los caldeos y los pecados del pueblo de Jehová según 2 Reyes, 2 Crónicas, Jeremías, Lamentaciones y Ezequiel. Acuérdese de la pasión por ver su reconstrucción en Esdras, Hageo y Zacarías. Lleve a la mente otra vez las profecías de Isaías, Ezequiel, Hageo y Zacarías sobre su restablecimiento como el punto sagrado de la relación entre Jehová y su pueblo.
A ese lugar sagrado y profundamente significativo llega Jesucristo, el Ungido de Dios, en Mateo 21 – 23. Note que Jesús ha visitado Jerusalén en otras ocasiones durante su ministerio público (en Juan 2:13-14 y 7:10-14, por ejemplo), pero es la primera vez que Mateo lo menciona allí. Nos ha preparado por su llegada a la ciudad en 16:21 y 20:17-19, pero ha pasado por encima de sus otras visitas. Quiere que nosotros los lectores nos fijemos en la importancia de su entrada y los capítulos siguientes como el colmo, el desarrollo completo, del ministerio público de Jesucristo. Además, por su lugar en la Biblia al principio del Nuevo Testamento,
podemos verlos como un paso decisivo en el plan de Dios por la salvación de todo
su pueblo que abarca ambos testamentos.
Ese punto decisivo señala Mateo cuando describe la entrada de Jesucristo a la ciudad como el cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento: Decid a la hija de Sion: He aquí, tu Rey viene a ti, manso, y sentado sobre una asna, sobre un pollino, hijo de animal de carga (Mateo 21:5), una combinación de Isaías 62:11 y Zacarías 9:9. ¡El Rey viene en paz para ejercer dominio sobre su pueblo santo!
Pero la recepción a su llegada es escandalosa. Una gran parte de la población de Jerusalén no sabe quién es (Mateo 21:10); y otra parte lo reconoce como un profeta solamente, no como rey (Mateo 21:11). ¡Todavía predomina la confusión de los capítulos anteriores acerca de la identidad y el ministerio de Jesús! Entra el templo y encuentra que los intereses económicos han superado a los espirituales; entonces, establece su justicia por echar a los mercaderes y su mercancía (Mateo
21:12-13). Y en una manifestación de misericordia incomparable con toda la historia del templo, ¡recibe a los ciegos y los cojos, y los sana (Mateo 21:14)! Las profecías sobre el reino de los cielos declaradas en Isaías 29:18 y 35:5-6 son cumplidas delante de los ojos del pueblo en el eje geográfico de su relación con Jehová. Los niños reconocen y celebran, pero los líderes del templo, los que
deben dirigir al pueblo a reconocer la gloria del Hijo de David, en cambio se
indignan contra Jesús (Mateo 21:15-16). Por una parte Mateo 21:17 parece un detalle geográfico: Y dejándolos, salió fuera de la ciudad a Betania, y posó allí. Pero por otra, vemos el escándalo en que el Rey prometido de justicia y misericordia ni tiene lugar en Jerusalén donde recostar la cabeza.
De allí viene el juicio. Jesús condena la higuera, una acción simbólica de su condenación de Jerusalén (Mateo 21:18-19). Al llegar Jesús al templo, los principales sacerdotes y los ancianos del pueblo lo demandan: ¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿Y quién te dio esta autoridad? (Mateo 21:23) Jesús les hace una pregunta para que se les revele su capacidad de discernir la autoridad espiritual o no: El bautismo de Juan, ¿de dónde era? ¿Del cielo, o de los hombres? (Mateo 21:25). Por su respuesta, los principales sacerdotes y los ancianos demuestran
que no son capaces ni de identificar las credenciales espirituales del hombre de
mayor importancia nacido de mujer en toda la historia de su religión (Mateo
11:11; 21:27); por eso, de acuerdo con su práctica de no enseñar nueva revelación donde la previa se ha rechazado (Mateo 13:12), dice: Tampoco yo os digo con qué autoridad hago estas cosas (Mateo 21:27).
De la respuesta vergonzosa de los principales sacerdotes y los ancianos del pueblo se les brotan 2 capítulos y medio del juicio divino por su rechazo del Rey ungido de Dios y la hipocresía con que sostienen la apariencia de una relación verdadera con él. Jesús los denuncia por tres parábolas de juicio. Primero, la parábola de los dos hijos los denuncia por su rechazo de Juan el Bautista: De cierto os digo, que los publicanos y las rameras van delante de vosotros al reino de Dios. Porque vino a vosotros Juan en camino de justicia, y no le creísteis; pero los
publicanos y las rameras le creyeron; y vosotros, viendo esto, no os arrepentisteis después para creerle (Mateo 21:31-32). Segundo, la parábola del dueño de la vina y los labradores malvados confirma su culpabilidad de su propia boca y por la Sagrada Escritura y decreta su condenación: Por tanto, os digo, que el reino de Dios será quitado de vosotros, y será dado a gente que produzca los frutos de él (Mateo 21:43). Tercero, la parábola del rey y los convidados desagradecidos les anuncia su fin y la obligación de todos de rendir al Rey y a su Hijo el debido respeto.
Pero en vez de arrepentirse: Se fueron los fariseos y consultaron cómo sorprenderle en alguna palabra (Mateo 22:15). Es decir, aunque vieron con sus propios ojos las señales milagrosas de la llegada del Mesías (Mateo 21:14), aunque vieron la llegada de su reino en justicia (Mateo 21:4-9, 12-13), aunque acaban de escuchar la sabiduría con que juzga a su pueblo (Mateo 21:23 – 22:14; una sabiduría más alta que la de Salomón, Mateo 12:42), responden con una incredulidad descarada por intentar a demostrar que sean más sabios que Él, que sepan gobernar y juzgar al pueblo mejor que el Ungido de Dios.
Jesús les revela a todos la sabiduría insuficiente de los líderes religiosos al responderles sus preguntas sobre el tributo a César (Mateo 22:16-22) y sobre la resurrección (Mateo 22:23-33). Demuestra su conocimiento que abarca toda la ley (Mateo 22:34-40). Y les deja con una pregunta sobre la identidad del Mesías que no pueden contestar (Mateo 22:41-45). Frente a tanta sabiduría, los principales sacerdotes, los ancianos del pueblo, los fariseos y los saduceos deben responder de acuerdo por lo menos con el centurión en unos capítulos: Verdaderamente éste era Hijo de Dios (Mateo 27:54). Pero se callan en el endurecimiento de su rebelión: Nadie le podía responder palabra; ni osó alguno desde aquel día preguntarle más (Mateo 22:46).
Por eso se despierta un capítulo entero de denuncia contra la hipocresía y la rebelión de los fariseos. Como han recibido más revelación que todas las generaciones anteriores por poder escuchar la voz del Mesías y ver su justicia delante de sus ojos y como han rechazado y rechazarán a sus embajadores, la condenación de esos líderes será a acumulativa: Por tanto, he aquí yo os envío profetas y sabios y escribas; y de ellos, a unos mataréis y crucificaréis, y a otros azotaréis en vuestras sinagogas, y perseguiréis de ciudad en ciudad; para que venga sobre vosotros toda la sangre justa que se ha derramado sobre la tierra, desde la sangre de Abel el justo hasta la sangre de Zacarías hijo de Berequías, a quien matasteis entre el templo y el altar. De cierto os digo que todo esto vendrá sobre esta generación (Mateo 23:34-36).
Pero en medio de este juicio devastador, todavía suena la misericordia inagotable de Jehová: ¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de sus alas, y no quisiste! He aquí vuestra casa os
es dejada desierta. Porque os digo que desde ahora no me veréis, hasta que digáis: Bendito el que viene en el nombre del Señor (Mateo 23:37-39).