En más detalle: Al terminar la última enseñanza extendida del evangelio de Mateo en capítulos 24 y 25, Jesús dirige a los discípulos otra vez a la razón principal de su venida a Jerusalén: Cuando hubo acabado Jesús todas estas palabras, dijo a sus discípulos: Sabéis que dentro de dos días se celebra la pascua, y el Hijo del Hombre será entregado para ser crucificado (Mateo 26:1-2). El juicio divino contra el templo en Jerusalén y su segunda venida son para el futuro; hay eventos mucho más urgentes para cumplir. Es impresionante notar que Jesús anda en conformidad completa con su Padre celestial aun cuando sus enemigos no desean: Tuvieron consejo para prender con engaño a Jesús, y matarle. Pero decían: No durante la fiesta, para que no se haga alboroto en el pueblo (Mateo 26:4-5). Los eventos a continuación demuestran que el Padre celestial y Jesús están en control
completo de la situación, no sus enemigos.
La unción de Jesús en Betania resulta ser un punto decisivo en el transcurso de la historia. Otra vez Jesús habla de su muerte, pero en términos aún más concretos: Al derramar este perfume sobre mi cuerpo, lo ha hecho a fin de prepararme para la sepultura (Mateo 26:12). Parece que la realidad carnal impactó a Judas Iscariote – Jesús no habla de reinar ni vencer sino de ser enterrado. No nos describe ninguna deliberación interior; Judas simplemente se mueve al beneficio económico de la situación: ¿Qué me queréis dar, y yo os lo entregaré? (Mateo 26:15)
Jesús está en control aún de los detalles de la pascua (Mateo 26:17-19). La traición que viene no lo toma de sorpresa sino que le indica a Judas mismo lo que va a suceder (Mateo 26:21-25), e informa a los discípulos que lo van a abandonar y negar (Mateo 26:31-35). Pero subraya para los discípulos el significado de los eventos que están por suceder: Esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados (Mateo 26:28). Estudiamos el pacto en detalle en las lecturas del pacto de Jehová con Abraham en Génesis 12– 15 y 16 – 18:15; otra vez le hicimos referencia cuando Jehová entra en pacto con todo Israel en Éxodo 19 – 24 y al ver el pacto con David en 2 Samuel 7. Básicamente, el pacto sella formalmente una relación por gracia que ya existe, una relación iniciada por el amor de Dios en que le regala beneficios al creyente; por agradecimiento, éste le responde en fe, obediencia y devoción. El pacto asegura el cumplimiento continuo de esta relación y, por una ceremonia notable, la sella por el derramamiento de sangre. Así señala Jesús el significado de su crucifixión, para que estemos en un
nuevo pacto con el Padre, sellado con su sangre, que incluye la remisión de los
pecados. Pero la crucifixión no será el fin de Jesús: Os digo que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta aquel día en que lo beba nuevo con vosotros en el reino de mi Padre (Mateo 26:29). La realidad del nuevo pacto por la sangre de Jesús que remitió nuestros pecados celebramos en la Santa Cena, siempre con la mirada hacia el futuro cuando la celebremos junto con Él en el reino de su Padre.
La oración en Getsemaní (Mateo 26:36-46) nos da una vista íntima a la angustia de Jesucristo en seguir el plan del Padre por nuestra salvación. También le enseña al discípulo verdadero cómo debe responder a la persecución de que le informó en Mateo 10:16-22, 28, 34-39; 23:34 y más recientemente en 24:9-13: Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil (Mateo 26:41). Tiene que evitar el ejemplo de Pedro que no ora y niega al Señor tres veces (Mateo 26:40, 43, 69-75); también tiene que evitar una respuesta en violencia como hizo un discípulo (Mateo 26:52; no identificado en este evangelio).
Fortalecido en oración con el Padre, Jesús sigue en voluntaria sumisión al Padre. Se entrega a los que vienen a arrestarlo: He aquí que ha llegado la hora, y el Hijo del Hombre es entregado en manos de pecadores. Levantaos, vamos; se acerca el que me entrega (Mateo 26:45-46). Reprende al discípulo que respondió en violencia: ¿Acaso piensas que no puedo ahora orar a mi Padre, y que él no me daría más de doce legiones de ángeles? ¿Pero cómo entonces se cumplirán las Escrituras, de que es necesario que así se haga? (Mateo 26:53-54) Y enfrente de la injusticia nefanda de la situación, Jesús siempre vuelve al plan de su Padre revelado en su palabra: Cada día me sentaba con vosotros enseñando en el templo, y no me prendisteis. Mas todo esto sucede, para que se cumplan las Escrituras de los profetas (Mateo 26:55-56).
Cuando falla el falso testimonio sobre Jesús, el sumo sacerdote le dice: Te conjuro por el Dios viviente, que nos digas si eres tú el Cristo, el Hijo de Dios (Mateo 26:63). Toda la confusión y la oposición en crecimiento por todo el libro han llegado a su colmo. Jesús responde por exaltar su gloria en medio de la confusión y la oposición por identificarse otra vez con la profecía sobre el Hijo del Hombre de Daniel 7, igual como hizo con los discípulos en el monte de los Olivos en Mateo 24:30. Una diferencia importante es que Mateo 24:30 habla de la vista al Hijo
del Hombre en poder como una percepción futura; aquí en Mateo 26:64 anuncia
Jesús que se está cumpliendo: Desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la
diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo (Mateo 26:64). ¡Es el punto culminante! En vez de someterse gozosamente al dominio justo de Jehová, el sumo sacerdote rebela contra Dios y adelanta los eventos que culminarán en la
crucifixión de Jesucristo… a la vez encaminando a Jesús hacia su gloria redentora y sellando su propia condenación por rechazarlo.
Después de que Jesús es entregado para ser crucificado, note que Mateo por lo general no se concentra en el dolor ni la sangre ni el aspecto emocional y visual de la tortura de Jesús. Más le llama la atención la burla de Jesús por símbolos reales, una burla que expresa su rechazo total de Jesús como el Cristo: Desnudándole, le echaron encima un manto de escarlata, y pusieron sobre su cabeza una corona tejida de espinas, y una caña en su mano derecha; e hincando la rodilla delante de él, le escarnecían, diciendo: ¡Salve, Rey de los judíos! Y escupiéndole, tomaban la
caña y le golpeaban en la cabeza (Mateo 27:28-30). La burla continúa con el letrero puesto sobre la cabeza, los insultos de los que pasaban y el escarnio de los principales sacerdotes, los escribas, los fariseos y los ancianos y aún los ladrones que estaban crucificados con Él.
Pero por otro lado, algunos ejercen la fe devota a Jesús, y serán recordados por el evangelio: El centurión, y los que estaban con él guardando a Jesús, visto el terremoto, y las cosas que habían sido hechas, temieron en gran manera, y dijeron: Verdaderamente éste era Hijo de Dios (Mateo 27:54). Estaban allí muchas mujeres mirando de lejos, las cuales habían seguido a Jesús desde Galilea, sirviéndole, entre las cuales estaban María Magdalena, María la madre de Jacobo y de José, y la madre de los hijos de Zebedeo (Mateo 27:55-56). Cuando llegó la noche, vino un hombre rico de Arimatea, llamado José, que también había sido discípulo de Jesús. Este fue a Pilato y pidió el cuerpo de Jesús (Mateo 27:57-58). Estaban allí María Magdalena, y la otra María, sentadas delante del sepulcro (Mateo 27:61).
Y en medio del escarnio y la devoción humilde, en sumisión al plan de su Padre celestial por nuestra redención, Jesús muere. Hasta el final guarda en mente el cumplimiento de la Sagrada Escritura: Cerca de la hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo: Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? (Mateo 27:46) No sólo es una declaración de angustia sino una cita del Salmo 22:1, un salmo que expresa proféticamente la desesperación de la crucifixión de Jesucristo… y su vindicación por Dios para su gloria.
De nuevo, sus enemigos intentan a manejar los eventos de acuerdo con su propia ventaja: Manda, pues, que se asegure el sepulcro hasta el tercer día, no sea que vengan sus discípulos de noche, y lo hurten, y digan al pueblo: Resucitó de entre los muertos (Mateo 27:64). Y terminamos la lectura para hoy con una tumba asegurada, sellada y guardada, todo con la intención de quitar la autoridad, el dominio y la gloria del Ungido de Jehová.