Note que el tema central del Salmo 72 es la correspondencia en la justicia entre Dios y el rey de Israel: Oh Dios, da tus juicios al rey, y tu justicia al hijo del rey. Él juzgará a tu pueblo con justicia, y a tus afligidos con juicio (Salmo 72:1-2). Acuérdese de las injusticias de que leyó ayer en Miqueas 1 – 4, y note que ahora estamos en una situación completamente distinta, una en que el rey gobierna sobre los necesitados como debe, para protegerlos de los designios de los poderosos: Juzgará a los afligidos del pueblo, salvará a los hijos del menesteroso, y aplastará al opresor (Salmo 72:4).
La justicia del rey se parece tanto a la de Jehová que manifiesta su poder también, y como resultado, las demás naciones tienen que someterse bajo su justicia: Dominará de mar a mar, y desde el río hasta los confines de la tierra. Ante él se postrarán los moradores del desierto, y sus enemigos lamerán el polvo. Los reyes de Tarsis y de las costas traerán presentes; los reyes de Sabá y de Seba ofrecerán dones. Todos los reyes se postrarán delante de él; todas las naciones le servirán (Salmo 72:8-11).
De nuevo, el rey tiene poder sobre las naciones porque ejerce el poder según la justicia de Jehová en su propio reino: Porque él librará al menesteroso que clamare, y al afligido que no tuviere quien le socorra. Tendrá misericordia del pobre y del menesteroso, y salvará la vida de los pobres. De engaño y de violencia redimirá sus almas, y la sangre de ellos será preciosa ante sus ojos (Salmo 72:12-14).
Ayer en los primeros 4 capítulos de Miqueas vimos que todo lo contrario ocurre en Israel y Judá: los poderosos oprimen a los pobres, los roban y los tratan con violencia. Y por eso, el poder que deben ejercer sobre las demás naciones se ha puesto al revés; las naciones los han invadido y han puesto Jerusalén bajo sitio: Rodéate ahora de muros, hija de guerreros; nos han sitiado (Miqueas 5:1). Y la reprensión ha llegado a humillar al rey mismo. En vez del retrato de la justicia y el poder del rey de que leemos en el Salmo 72, ahora vemos: con vara herirán en la mejilla al juez de Israel (Miqueas 5:1).
Pero también como vimos en Miqueas 1 – 4, el castigo de Jerusalén no es la última palabra de Jehová; también va a salvar a su remanente: Pero tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel (Miqueas 5:2). Si entendemos este versículo en el trasfondo de los eventos de 2 Crónicas 32:1-23 e Isaías 36:1 – 37:38, vemos que el remanente de Israel y Judá, rodeado como un rebaño temeroso detrás de los muros de Jerusalén, sitiado y amenazado por las tropas asirias y de las demás naciones, no será destruido por completo. El remanente habría reconocido la referencia a Belén Efrata, al pueblo de origen de David, y podría confiar en que el descendiente contemporáneo de David, el rey Ezequías, iba a sobrevivir la guerra para continuar a pastorear al pueblo de Dios.
Pero hay mucho más a esta profecía. Hay una descripción que hacía referencia a un descendiente de David mucho más grande que Ezequías: De ti me saldrá el que será Señor en Israel; y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad (Miqueas 5:2). Y luego nos cuenta más sobre este descendiente de David que a la vez viene de la eternidad: Y él estará, y apacentará con poder de Jehová, con grandeza del nombre de Jehová su Dios, y morarán seguros, porque ahora será engrandecido hasta los fines de la tierra (Miqueas 5:4). Entonces el remanente temeroso en Jerusalén podría calmarse por fe; a pesar de sus aflicciones, no iba a perecer. Jehová los iba a proteger y prosperar y más aún, iba a guardar y cumplir su pacto por ellos. El retrato real del Salmo 72 sería cumplido por un descendiente de entre ellos, un descendiente futuro de David y de Ezequías.
En el Nuevo Testamento, Mateo nos indica quién es el descendiente de David profetizado por Miqueas: Y tú, Belén, de la tierra de Judá, no eres la más pequeña entre los príncipes de Judá; porque de ti saldrá un guiador, que apacentará a mi pueblo Israel (Mateo 2:6). Con esta profecía los magos son mandados por Herodes a Belén donde estos príncipes de naciones lejanas se postran y adoran al Rey, sometiéndose a su justicia y presentándole tesoros como un inicio del cumplimiento de las profecías del Salmo 72:8-11.
Igual como el pequeño remanente del pueblo de Jehová en la época de Miqueas, que no permitamos que las tribulaciones y las amenazas de nuestros enemigos nos quiten la seguridad y el reposo en las promesas sobre nuestro Señor Jesucristo, el que tiene todo poder y autoridad sobre las naciones, el cuya justicia perfecta vamos a disfrutar por completo en su segunda venida.