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Romanos 4 - 6

12/10/2011

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         El apóstol Pablo hizo una declaración sorprendente en la lectura pasada: Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley (Romanos 3:28).  ¡Justificado por fe sin las obras de la ley!  Es tan natural pensar en la ley o en los Diez mandamientos como medios para acercarnos a Dios, pero Pablo nos enseña que son medios para reconocer nuestra condenación, medios sin poder para salvarnos.
         La proclamación de que somos justificados por fe sin las obras de la ley fue chocante y controversial en la época de Pablo, y es chocante y controversial hoy también.  Preferimos demostrarle a Dios que somos dignos de su gracia, que somos mejores que los demás, que con nuestros esfuerzos podemos lograr por lo menos una parte de nuestra salvación.  Nuestra soberbia insiste en que podamos hacer algo por lo menos para contribuir a nuestra salvación, en vez de callarnos y depender completamente en Dios por la salvación igual como un mendigo abatido en la miseria, sentado en la sombra de la calle, depende de la benevolencia de un caminante rico por una moneda.  La doctrina de la salvación por fe sin obras de la ley ofende nuestra soberbia.
         Pero en vez de apaciguar esta ofensa del evangelio, Pablo insiste en ella en la lectura de hoy.  Va directamente al Antiguo Testamento para demostrar que la justificación sin las obras de la ley no es ninguna novedad que él acaba de inventar sino el proceder de Dios en toda la historia: ¿Qué, pues, diremos que halló Abraham, nuestro padre según la carne?  Porque si Abraham fue justificado por las obras, tiene de qué gloriarse (Romanos 4:1-2).  Entonces, ¿fue Abraham justificado por fe o por obras?  Pablo contesta: ¿Qué dice la Escritura?  Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia (Romanos 4:3).  Contesta la pregunta por volver al Antiguo Testamento mismo y a Génesis 15:6, donde demuestra que Abraham fue justificado por fe, sin ninguna obra de la ley.
         Continúa para demostrar que Abraham no era un caso único sino que la justificación sin obras de la ley fue celebrada por el rey David en los salmos: Como también David habla de la bienaventuranza del hombre a quien Dios atribuye justicia sin obras, diciendo: Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades son perdonadas, y cuyos pecados son cubiertos (Romanos 4:6-7).  ¡Qué escándalo!  Este bienaventurado de Dios, el que tiene su aprobación… ¡es un pecador!  Sus obras son “iniquidades”; sus acciones son “pecados”.  Pero, ¿cómo responde Dios?  Por perdonarlos, por cubrirlos, ¡sin ninguna acción de parte del pecador!  Y esta no es invención de Pablo sino una cita de Salmo 32:1, donde: David habla de la bienaventuranza del hombre a quien Dios atribuye justicia sin obras (Romanos 4:6).
         Alguien ofendido por esta doctrina tal vez responde: Entonces, ¿uno es salvo simplemente por decir que cree en Jesús?  Fíjese bien en cómo es esta fe según Romanos 4:18-22.  No es una mera repetición de palabras con los labios sino una fe viva, abundante, que llena todo nuestro ser como la de Abraham cuando escuchó la promesa de Dios en Génesis 15:5 que como las estrellas sería su descendencia: Él creyó en esperanza contra esperanza, para llegar a ser padre de muchas gentes, conforme a lo que se le había dicho: Así será tu descendencia.  Y no se debilitó en la fe al considerar su cuerpo, que estaba ya como muerto (siendo de casi cien años), o la esterilidad de la matriz de Sara.  Tampoco dudó, por incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se fortaleció en la fe, dando gloria a Dios, plenamente convencido de que era también poderoso para hacer todo lo que había prometido; por lo cual también su fe le fue contada por justicia (Romanos 4:18-22).
         Así es la fe con que respondemos nosotros al evangelio: Y no solamente con respecto a él se escribió que le fue contada, sino también con respecto a nosotros a quienes ha de ser contada, esto es, a los que creemos en el que levantó de los muertos a Jesús, Señor nuestro (Romanos 4:23-24).  Como Abraham creyó por una fe viva y abundante la promesa de Dios de que iba a levantar una descendencia numerosa por su cuerpo casi muerto, así nosotros creemos que Dios resucitó de los muertos el cadáver de Jesús y ha hecho a Jesús Señor sobre todo el universo.  Como Abraham, no nos debilitamos en la fe sino que nos fortalecemos con la seguridad de que Jesús: fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación (Romanos 4:25).  Es decir, creemos que este hombre entregado a la crucifixión hace 2000 años murió para quitar la ira justa de Dios sobre nosotros por nuestros pecados, y luego fue resucitado para demostrar que ahora nosotros, por medio de la fe en él sin obras, somos justificados por Dios también.
         Otra vez por la ofensa de esta doctrina dirá alguien: Entonces, si la salvación es por medio de la fe sin obras, uno se queda libre para pecar en todo lo que quiera, ¿verdad?  Puede pecar constantemente y en las formas más ofensivas y sólo decir: Creo en Jesús y ya, se queda perdonado, ¿verdad?  Pablo también contesta esta malinterpretación del evangelio en la lectura para hoy: ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? (Romanos 6:1)  Es decir, ¿los cristianos vamos a continuar a pecar, y a pecar en abundancia, para disfrutar cada vez más la gracia de Dios en perdonarnos?  ¡En ninguna manera! (Romanos 6:2)  En cambio: Los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él? (Romanos 6:2)  Como explica en Romanos 6:3-10, al creer el evangelio, somos unidos por fe en su muerte, su entierro y su resurrección.  Como Jesús ha muerto al pecado, nosotros unidos en él por fe hemos muerto al pecado también.  Como Jesús ha resucitado de los muertos para vivir para Dios, nosotros por medio de la fe en él hemos resucitado para vivir para Dios también.  En vez de una inspiración para el pecado, el evangelio es poder de Dios para vivir libre de las cadenas del pecado.
         Por eso Pablo nos manda a vivir conforme con nuestra libertad en Cristo: Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro.  No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias; ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia (Romanos 6:11-13).
         De nuevo le pregunto: ¿Cómo se justifica usted delante del Dios santo y puro que no tolera ni un pecado?  Si es por sus obras, por su actitud dócil y sincera, por asistir a la iglesia, por no ofender a nadie… es decir, por cualquier acción o actitud que usted mismo puede producir, está bajo la condenación de la ira justa de Dios por sus pecados.  No hay salida de la condenación espiritual en usted mismo.  Como Abraham, mire fuera de sí mismo y al mismo Dios santo, puro y perdonador que ha declarado su promesa.  La muerte de Jesucristo y en la cruz y su resurrección son el rescate de usted del pecado y su condenación.  Descanse seguro en él por su justificación delante del Dios santo.
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    Autor

    Rev. Ken Kytle, pastor de la Iglesia bautista La fe en Cristo cerca de Atlanta, Georgia, EEUU.

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