1) Hablando del juicio de Dios: Por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él (Romanos 3:20).
2) Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley (Romanos 3:28).
3) La ley produce ira (Romanos 4:15).
4) La ley se introdujo para que el pecado abundase (Romanos 5:20).
5) No estáis bajo la ley sino bajo la gracia (Romanos 6:14).
6) Así también vosotros, hermanos míos, habéis muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo, para que seáis de otro, del que resucitó de los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios (Romanos 7:4).
¿Será que Pablo menosprecia la ley que tanto celebraron los justos en el Antiguo Testamento?
Claro que no. En cambio, Pablo aprecia la ley y aun dice: ¿Luego por la fe invalidamos la ley? En ninguna manera, sino que confirmamos la ley (Romanos 3:31). En la lectura para hoy, Pablo explica que no menosprecia la ley sino que reconoce sus límites. La ley puede identificar el pecado, pero no tiene poder para salvarnos de sus garras. Además el pecado, siendo más fuerte que la ley, la manipula para producir aún más pecado en nosotros.
¿La ley es pecado? En ninguna manera. Pero yo no conocí el pecado sino por la ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás (Romanos 7:7). Aquí señala Pablo una de las funciones principales de la ley: la identificación del pecado. Es la misma función a que refirió en la última parte de Romanos 3:20: Por medio de la ley es el conocimiento del pecado. Es decir, la ley nos enseña como a niños lo que es bueno y lo que es malo.
Pero note bien el próximo paso: Mas el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, produjo en mí toda codicia (Romanos 7:8). La ley identificó para nosotros la codicia, pero el pecado dentro de nosotros toma esta identificación, ¡y la tuerce como si fuera una invitación! Aprendemos lo que es la codicia por la ley, pero el pecado la incita en nosotros, la descubre y la aumenta para que en vez de la inocencia en cuanto a la codicia, ahora la encontremos mezclada entre nuestros pensamientos y deseos. Por eso dice Pablo: Hallé que el mismo mandamiento que era para vida, a mí me resultó para muerte; porque el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, me engañó, y por él me mató (Romanos 7:10-11).
Por eso, ¿menosprecia Pablo la ley? Claro que no; sino que dice: De manera que la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno (Romanos 7:12).
Note que Pablo echa la culpa por esta situación al pecado, no a la ley: ¿Luego lo que es bueno [es decir, la ley], vino a ser muerte para mí? En ninguna manera; sino que el pecado, para mostrarse pecado, produjo en mí la muerte por medio de lo que es bueno, a fin de que por el mandamiento el pecado llegase a ser sobremanera pecaminoso (Romanos 7:13).
Compare esta situación con los aviones para pasajeros. Son grandes máquinas construidas para facilitar el transporte de personas; son de mucha bendición. Pero cuando unos hombres malvados se apoderaron de dos para estallarlos en las Torres Gemelas en Nueva York el 11 de septiembre del 2001, causaron mucha muerte y destrucción. Ahora, ¿eran malos los aviones? Claro que no; sino que unos hombres pecaminosos torcieron sus funciones benevolentes para destrucción, y así hicieron lucir más su maldad. Igual situación tenemos con el pecado y la ley. La ley es santa y buena, pero el pecado se empoderó de ella en nuestros corazones. Torció sus funciones benevolentes para propósitos de la destrucción, y así el pecado se manifiesta aún más malvado y repugnante que lo que imaginábamos. Y como vemos en Romanos 7:14-24, la ley es incapaz de salvarnos de esta situación.
¿Quién nos librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro (Romanos 7:24-25). ¿Cómo nos libra Dios de esta situación por Jesucristo? Pablo nos dice: Lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne (Romanos 8:3). Es decir, en la cruz Jesucristo tomó en su carne nuestros pecados y todo el castigo que merecíamos por ellos. El pecado fue condenado por Dios en el cuerpo crucificado de Jesucristo.
Pero no sólo esto, sino también: Para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu (Romanos 8:4). Es decir, no sólo fue condenado nuestro pecado en la muerte de Jesucristo sino que él resucitó, ascendió al Padre, y el Espíritu Santo fue derramado sobre nosotros. Participamos por fe en su justicia, y ahora no andamos según la ley sino según su Espíritu Santo. O como Pablo nos dice: Ahora estamos libres de la ley, por haber muerto para aquella en que estábamos sujetos, de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra (Romanos 7:6). La ley que no pudo salvarnos del pecado ya no nos dirige, sino que andamos según el Espíritu Santo, el que nos ha librado de veras de la ley del pecado y de la muerte (Romanos 8:2).
Y aun los mejores momentos bajo la ley no se pueden comparar con las bendiciones que recibimos por el Espíritu Santo de Dios:
1) El ocuparse del Espíritu es vida y paz (Romanos 8:6).
2) Si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros (Romanos 8:11).
3) Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios (Romanos 8:14).
4) El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios (Romanos 8:16).
5) Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo (Romanos 8:17).
6) El Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos (Romanos 8:26-27).
¡Y esta salvación y justificación por el evangelio de Jesucristo alcanza a más que lo que podemos imaginar! Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? (Romanos 8:31) Y por el resto de capítulo 8 enumera las bendiciones permanentes que tenemos por el evangelio de la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo sin las obras de la ley.
Lea de nuevo Romanos 8:29-39 y disfrute esta lista de bendiciones que tiene el creyente sólo por medio de la fe en Cristo Jesús. ¿Cree usted que puede generar aún una de estas bendiciones por su propia obediencia a la ley? ¿Puede impresionar a Dios a tal punto que se sienta obligado a justificarlo? ¿Piensa impresionar a Dios con su actitud dócil a tal punto que se sienta obligado a hacer un pacto eterno con usted? Como repite la Biblia, la única forma de disfrutar estas bendiciones es por desconfiar de su propia justicia y confiar sólo en Jesucristo para ser aprobado por Dios: En ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos (Hechos 4:12).