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Salmos 120 - 134

12/12/2011

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         Los Salmos 120 – 134 forman una unidad llamada “los cánticos graduales.”  Hay una variedad de opiniones sobre la razón por este título incluyendo la idea que los israelitas los cantaban mientras viajaban y después de llegar a Jerusalén para celebrar sus fiestas anuales.  Si es verdad, uno los puede dividir así: Salmo 120 refiere a la preparación por el viaje; Salmo 121 se canta mientras los viajeros suben los primeros cerros altos en camino a Jerusalén; Salmo 122 refiere a su acercamiento y llegada; Salmo 123 – 133 se cantan como plegarias en el templo; y Salmo 134 comunica su despedida de Jerusalén para volver a sus casas.  Aunque son estrechamente ligados a las oraciones y los cultos en el templo, no son una disertación completa sobre la adoración; no hay ninguna referencia a los sacrificios ni a la sangre, por ejemplo.  Pero sí, nos enseñan mucho sobre la adoración de los israelitas en el templo y sobre nosotros en la iglesia hoy.
         Se puede resumir el espíritu de adoración en estos 15 salmos por dos versículos de la oración que Jesucristo nos enseñó: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.  Venga tu reino.  Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra (Mateo 6:9-10).  En el Padre nuestro, el que ora reconoce que hay un gran desacuerdo entre los acontecimientos de la tierra y el gobierno majestuoso de Dios en los cielos.  En la tierra hay injusticia, pecados y opresión; en los cielos hay justicia, santidad y gloria.  El discípulo anhela tanto el reino de Dios en los cielos que le clama que haga brotar su reino justo aquí en la tierra también.  De esta forma, su nombre será santificado.
         Esta misma pasión encontramos en todos los cánticos graduales: que el reino justo, misericordioso y glorioso de Jehová en los cielos se manifieste y supere la injusticia y la iniquidad que sufre su pueblo en la tierra.  Aquí las cosas no andan como deben: Libra mi alma, oh Jehová, del labio mentiroso, y de la lengua fraudulenta…  Mucho tiempo ha morado mi alma con los que aborrecen la paz…  Sobre mis espaldas araron los aradores; hicieron largos surcos (Salmo 120:2, 6; 129:3).  Por eso miran a Jehová: A ti alcé mis ojos, a ti que habitas en los cielos.  He aquí, como los ojos de los siervos miran a la mano de sus señores, y como los ojos de la sierva a la mano de su señora, así nuestros ojos miran a Jehová nuestro Dios, hasta que tenga misericordia de nosotros (Salmo 123:1-2).
         No se contentan por mirar a Dios en general: en todos estos 15 salmos, sólo le llaman “Señor” una vez, “Dios” tres veces y “el Fuerte de Jacob” dos veces.  Pero le llaman “Jehová” 54 veces, declarando su deseo que les responda El que siempre era, es y que siempre será, El que siempre era, es y será fiel a su pacto, El que siempre respondía, responde y responderá a su pueblo con misericordia.  Le claman por su nombre que Él mismo les había dado como recipientes bendecidos de su pacto.
         Y esperan en Él: Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán.  Irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla; mas volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas (Salmo 126:5-6).  Siguen esperando su fidelidad y misericordia aunque no vean la evidencia por décadas: Como saetas en mano del valiente, así son los hijos habidos en la juventud.  Bienaventurado el hombre que llenó su aljaba de ellos; no será avergonzado cuando hablare con los enemigos en la puerta (Salmo 127:4-5).  Siguen esperando en Jehová aunque no vean la respuesta cumplida por generaciones: Bendígate Jehová desde Sion, y veas el bien de Jerusalén todos los días de tu vida, y veas a los hijos de tus hijos.  Paz sea sobre Israel (Salmo 128:5-6).  Siguen esperando porque saben que El que les ha prometido, sí lo va a cumplir: Espera, oh Israel, en Jehová, desde ahora y para siempre (Salmo 131:3).
         En medio de todo, su pueblo se anima por la armonía entre hermanos que juntos alaban a Jehová: Yo me alegré con los que me decían: a la casa de Jehová iremos (Salmo 122:1).  ¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía! (Salmo 133:1)  Mientras su pueblo se reúne en obediencia, por corazones perdonados y purificados y en devoción sincera, se da cuenta de que la justicia y la misericordia de Jehová reina entre ellos.  A pesar de sus diferencias, cuando se reúnen en su nombre, el reino de los cielos empieza a ponerse en evidencia, y adoran a Jehová: Allá subieron las tribus, las tribus de JAH, conforme al testimonio dado a Israel, para alabar el nombre de Jehová (Salmo 122:4).  Y así los israelitas en el templo (y nosotros en la iglesia) encuentran el lugar geográfico transformado para ser lugar de reposo donde Jehová mora y gobierna en justicia (Salmo 132:14-18).
         Que la oración y la adoración en nuestras iglesias también manifiesten la desesperación con un mundo que no conoce a Jehová, el ferviente anhelo por su reino justo y glorioso y la esperanza segura en su pacto.  Que crezcan en armonía mientras levantemos juntos nuestras peticiones y alabanzas al mismo Dios por quien tenemos la salvación.
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    Autor

    Rev. Ken Kytle, pastor de la Iglesia bautista La fe en Cristo cerca de Atlanta, Georgia, EEUU.

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