El Salmo 90, el más viejo de todos los salmos, vuelve a las raíces de la historia de Israel para acordarnos de la fidelidad de Jehová a pesar de la oscuridad de Salmos 88 y 89: Señor, tú nos has sido refugio de generación en generación (Salmo 90:1). Aquí Moisés nos hace recordar que Dios es excelso, más grande y glorioso que la creación y el tiempo: Antes que naciesen los montes y formases la tierra y el mundo, desde el siglo y hasta el siglo, tú eres Dios… Mil años delante de tus ojos son como el día de ayer, que pasó, y como una de las vigilias de la noche (Salmo 90:2, 4). En cambio, los seres humanos somos como sueño, como la hierba de la mañana que florece y crece y a la tarde, es cortada y se seca (Salmo 90:5-6).
Una de las razones principales por la diferencia entre la gloria de Jehová y nuestra desdicha es el pecado: Pusiste nuestras maldades delante de ti, nuestros yerros a la luz de tu rostro (Salmo 90:8). Por eso, la respuesta apropiada del ser humano es primero que todo, el arrepentimiento: Convertíos, hijos de los hombres (Salmo 90:3). Y luego, con corazón contrito y humilde, puede ser guiado por Jehová: Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que traigamos corazón de sabiduría (Salmo 90:12).
Al reconocer que Jehová es excelso mientras nosotros somos pecadores en necesidad del arrepentimiento, ahora Moisés puede hacer la misma pregunta que inquietó al salmista en el Salmo 89:46: Vuélvete, oh Jehová; ¿hasta cuándo? (Salmo 90:13) Pero Moisés dirige su clamor en otra dirección que el salmista Etán ezraíta en el Salmo 89. En vez de clamar según el pacto davídico, vuelve a las raíces y pide que la ira justa de Jehová sea propiciada según su misericordia: Aplácate para con tus siervos. De mañana sácianos de tu misericordia, y cantaremos y nos alegraremos todos nuestros días (Salmo 90:13-15). Intercede por Israel según la misericordia de este Dios excelso, Jehová.
Y así sigue el ritmo del cuarto libro de los Salmos. El rey David y las referencias al pacto davídico desaparecen casi por completo. En medio de las tribulaciones del ungido, los Salmos 90 – 106 vuelven a la eterna misericordia de Jehová: El debilitó mi fuerza en el camino; acortó mis días. Dije: Dios mío, no me cortes en la mitad de mis días; por generación de generaciones son tus años. Desde el principio fundaste la tierra, y los cielos son obra de tus manos. Ellos perecerán, mas tú permanecerás; y todos ellos como una vestidura se envejecerán; como un vestido los mudarás, y serán mudados; pero tú eres el mismo, y tus años no se acabarán (Salmo 102:23-27).
Se acuerdan de las antiguas misericordias de Jehová, las que sucedieron antes de la época de David: Acordaos de las maravillas que él ha hecho, de sus prodigios y de los juicios de su boca, oh vosotros, descendencia de Abraham su siervo, hijos de Jacob, sus escogidos (Salmo 105:5-6).
Nos animan a aprender de sus misericordias antiguas para evitar el castigo por las quejas y la rebelión: No endurezcáis vuestro corazón, como en Meriba, como en el día de Masah en el desierto, donde me tentaron vuestros padres, me probaron, y vieron mis obras. Cuarenta años estuve disgustado con la nación, y dije: Pueblo es que divaga de corazón, y no han conocido mis caminos. Por tanto, juré en mi furor que no entrarían en mi reposo (Salmo 95:8-11).
Y con la fe anclada firmemente en la misericordia eterna de Jehová, el cuarto libro responde a la desesperación del tercero por reconocer la misericordia de Jehová entre bastidores aun cuando todo el escenario presenta la tribulación: Con todo, él miraba cuando estaban en angustia, y oía su clamor; y se acordaba de su pacto con ellos, y se arrepentía conforme a la muchedumbre de sus misericordias. Hizo asimismo que tuviesen de ellos misericordia todos los que los tenían cautivos (Salmo 106:44-46).
Por eso el cuarto libro termina con la seguridad en las misericordias futuras de Jehová: Sálvanos, Jehová Dios nuestro, y recógenos de entre las naciones, para que alabemos tu santo nombre, para que nos gloriemos en tus alabanzas. Bendito Jehová Dios de Israel, desde la eternidad y hasta la eternidad; y diga todo el pueblo, Amén. Aleluya (Salmo 106:47-48).
Así que el cuarto libro de los Salmos nos da una receta eficaz para batallar contra la depresión y el desánimo que viene por las tribulaciones. Nos enseñan a contemplar a Jehová excelso, enfocados sobre todo en su misericordia. Mientras nos acordamos de sus misericordias pasadas, buscamos la evidencia de su mano en los sufrimientos presentes y clamamos con la fe segura en su misericordia venidera.