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Éxodo 14 - 15:21 y Salmo 7

20/1/2012

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         Para muchos de nosotros es difícil concebir la profundidad de gozo, de maravilla, de alivio y de agradecimiento que se sienten los israelitas cuando, de pie en tierra firme en la orilla oriental del Mar Rojo, ven la destrucción completa de sus enemigos por la fuerza de Jehová.
         Pocos entre nosotros hemos vivido el peso de generaciones de esclavitud, hecha más pesada todavía porque los opresores no sólo ofrecían castigos dolorosos y humillación constante a cambio de la mano de obra, sino que buscaban también la forma de exterminar su gente.
         Pocos entre nosotros sabemos del terror que se siente cuanto el opresor armado que le ha infundido miedo de por generaciones lo persigue a toda velocidad para descargarle su ira, y lo tiene acorralado en tierra con la espalda hacia el mar.  Pocos han experimentado el alivio sorprendente de verlo derrocado en el momento de su máximo esfuerzo, precisamente cuando parece que va a cumplir sus fines injustos.
         ¿Quién sabe cuántas mamas israelitas, al ver los cadáveres de los soldados egipcios entre las olas, derramaban lágrimas por reconocer el juicio justo de Jehová que se vengó de sus bebés que les fueron robados, echados a las aguas del Río Nilo?  ¿Quién sabe cuántos ancianos vieron en el ahogo de sus opresores el juicio justo de Jehová contra el ahogo de tantos hermanos, sobrinos, compañeros y aún hijos a quienes nunca conocieron por más de unos días porque sus vidas fueron robadas por los opresores egipcios?
         ¿Quién les puede culpar a los israelitas por celebrar con gran gozo la derrota decisiva de sus opresores?
         Al celebrar en canción, inmediatamente dan gloria al que ganó la victoria: Cantaré yo a Jehová (Éxodo 15:1).  Cantan los detalles de su gloriosa salvación, y lo alaban por su poder, su justicia, su santidad y su misericordia que manifestó en este rescate.  Declara con gozo el enlace personal en la salvación: Jehová es mi fortaleza y mi cántico, y ha sido mi salvación.  Este es mi Dios, y lo alabaré; Dios de mi padre, y lo enalteceré (Éxodo 15:2).  Y miran hacia adelante para el cumplimiento futuro de sus promesas: Lo oirán los pueblos, y temblarán; se apoderará dolor de la tierra de los filisteos.  Entonces los caudillos de Edom se turbarán; a los valientes de Moab les sobrecogerá temblor; se acobardarán todos los moradores de Canaán (Éxodo 15:14-15).  Tu los introducirás y los plantarás en el monte de tu heredad, en el lugar de tu morada, que tú has preparado, oh Jehová, en el santuario que tus manos, oh Jehová, han afirmado (Éxodo 15:17).  Y al final de todo, alaban a Jehová por su justicia: Jehová reinará eternamente y para siempre (Éxodo 15:18).
         En respuesta María y las mujeres les animan a los hombres a continuar su alabanza cuando con panderos y danzas hacen resaltar la salvación que todo el pueblo disfruta: Cantad a Jehová, porque en extremo se ha engrandecido; ha echado en el mar al caballo y al jinete (Éxodo 15:21).
         Y aquí tenemos el primer ejemplo de otro tema que se va a presentar por toda la Biblia: la alabanza y la adoración del pueblo de Jehová que en cánticos y oraciones poéticas dan respuesta a su maravillosa salvación.  La vamos a ver después de batallas como en el cántico de Débora en Jueces 5; la vamos a ver en respuesta a la salvación de dificultades individuales como en la oración de Ana en 1 Samuel 2.  El ejemplo bíblico por excelencia es todo el libro de los Salmos.  Y en el Nuevo Testamento continúa también por celebrar la salvación por Jesucristo (por ejemplo Lucas 1:46-55, 67-79; Apocalipsis 5:11-14).
         Hoy el apóstol Pablo nos exhorta: La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales (Colosenses 3:16).  Y si asiste a un culto en una iglesia cristiana, normalmente va a encontrar que se dedica mucho tiempo en los cánticos al Señor, celebrando como los israelitas la salvación de los opresores feroces.
         Porque nuestros opresores, aunque no se arman de lanzas y espadas como los soldados de Faraón, también nos han reducido a la esclavitud.  Hemos sentido el peso de la opresión del pecado de por generaciones.  Hemos sentido las cadenas de la esclavitud cuando queríamos salir del pecado y no pudimos.  Hemos visto la muerte perseguir y alcanzar a un familiar tras otro, robándonos de los seres más queridos.
         Y luego recibimos las buenas noticias de la salvación en Jesucristo.  Vemos que él es nuestro Redentor de la esclavitud del pecado por la sangre que derramó como sustituto en sacrificio por nosotros en la cruz.  Venció la muerte en su resurrección de entre los muertos, y por la fe en él compartimos su victoria en nuestra resurrección futura.  Y por eso cantamos y celebramos la derrota de nuestros opresores más fuertes, el pecado y la muerte, por la redención y la resurrección de Jesucristo.  Como los israelitas, celebramos la salvación de Jehová con un gozo profundo, con maravilla, alivio y agradecimiento por su derrota decisiva de nuestros enemigos.
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    Autor

    Rev. Ken Kytle, pastor de la Iglesia bautista La fe en Cristo cerca de Atlanta, Georgia, EEUU.

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