Empieza en el desierto, poco después de la victoria decisiva contra las tropas de Faraón. No hallaron agua por tres días, y cuando por fin la encuentran, no la pueden beber porque es amarga. El pueblo empieza a murmurar. El mismo Dios que juzgó a Egipto… ¿podrá preservar la vida también? El Dios que abrió el mar… ¿podrá cambiar aguas también?
Moisés clamó a Jehová, y Jehová le mostró un árbol; y lo echó en las aguas, y las aguas se endulzaron (Éxodo 15:25). Pero más que la preservación de la vida ocurre en este evento: Allí les dio estatutos y ordenanzas, y allí los probó (Éxodo 15:25). En vez de hacer preguntas sobre la fidelidad y la misericordia de Jehová, mejor sería que los israelitas examinaran su propia fidelidad. ¿Qué harán cuando sufren? ¿Confiarán en Jehová sólo cuando las cosas van bien? Si oyeres atentamente la voz de Jehová tu Dios, e hicieres lo recto delante de sus ojos, y dieres oído a sus mandamientos, y guardares todos sus estatutos, ninguna enfermedad de las que envié a los egipcios te enviaré a ti; porque yo soy Jehová tu sanador (Éxodo 15:26).
Y continúan las pruebas – y las lecciones que deben aprender – para que conozcan mejor a Jehová y aprendan a oír atentamente su voz para obedecerle. El hambre, la sed, las reglas asociadas con el maná, el ataque de los amalecitas – son pruebas y oportunidades para que el pueblo conozca mejor a Jehová y le obedezca. Así les va a acordar Jehová décadas después: Y te acordarás de todo el camino por donde te ha traído Jehová tu Dios estos cuarenta años en el desierto, para afligirte, para probarte, para saber lo que había en tu corazón, si habías de guardar o no sus mandamientos. Y te afligió, y te hizo tener hambre, y te sustentó con maná, comida que no conocías tú, ni tus padres la habían conocido, para hacerte saber que no sólo de pan vivirá el hombre, mas de todo lo que sale de la boca de Jehová vivirá el hombre (Deuteronomio 8:2-3).
Y aquí en Éxodo 18, a la vez que Jehová prueba y entrena a su pueblo, posiblemente prueba a su profeta Moisés también. Lo visita su suegro Jetro, sacerdote de Madián. ¿Cómo va a describir Moisés los eventos de la redención de Israel? ¿Quién recibirá la gloria en su narrativa? Si es una prueba, Moisés la pasa perfectamente bien: Moisés contó a su suegro todas las cosas que Jehová había hecho a Faraón y a los egipcios por amor de Israel, y todo el trabajo que habían pasado en el camino, y cómo los había librado Jehová (Éxodo 18:8).
Y Jetro entiende la lección. Escuche su testimonio: Bendito sea Jehová, que os libró de mano de los egipcios, y de la mano de Faraón, y que libró al pueblo de la mano de los egipcios. Ahora conozco que Jehová es más grande que todos los dioses; porque en lo que se ensoberbecieron prevaleció contra ellos (Éxodo 18:10-11).
Si esta conversación es una prueba posible, también será la segunda. Jetro critica la forma en que Moisés juzga al pueblo. ¿Se va a enojar Moisés? ¿Va a responder con soberbia? (Podría decirle otro con orgullo a su suegro: ¿Cuándo sacaste tú toda una nación de la esclavitud? ¿Dónde estuviste tú cuando llegó el momento de hablar a Faraón? ¿Y ahora tú quieres decirme a mí cómo gobernar al pueblo?)
No. En cambio, escucha las ideas de su suegro… ¡y las pone en práctica inmediatamente! Con razón la Sagrada Escritura nos va a decir: Aquel varón Moisés era muy manso, más que todos los hombres que había sobre la tierra (Números 12:3).
Como los israelitas, no todos los días experimentamos la mano de Jehová en la derrota decisiva de nuestros enemigos; vamos a pasar por largos días de pruebas también. Cuando estamos bajo presiones y pruebas, ¿qué se manifiesta de nuestros corazones? ¿Inconformidad u obediencia? ¿Murmuración o mansedumbre? Mientras seguimos leyendo, que veamos nuestras pruebas como oportunidades para conocer mejor a Jehová, y que nos demos cuenta de que aún nuestras conversaciones con los familiares pueden ser pruebas que revelan las actitudes que gobiernan nuestros corazones.