Unos tres meses después, Jehová confirma que ha vuelto a su pueblo arrepentido. Por ocho visiones que le da a Zacarías en una sola noche, las visiones que tenemos descritas en 1:7 – 6:15, Jehová confirma su gracia con su pueblo. En la primera, declara su celo por Jerusalén (1:14); en la segunda, quita las fuerzas con que sus enemigos los atacaron antes (1:21). En la tercera, promete que la reconstrucción de Jerusalén vaya a ser más gloriosa que lo que podían imaginar (Zacarías 2). En la cuarta, purifica por su gracia al sacerdocio y culto contaminados por el pecado (Zacarías 3); en la quinta, confirma su presencia con el gobernador Zorobabel (Zacarías 4). En la sexta hace notable su justicia (Zacarías 5:1-4); en la séptima, su gracia por quitar la Maldad de Jerusalén y por ponerla en exilio en Babilonia (Zacarías 5:5-11). Y en la última, demuestra su soberanía sobre las naciones (Zacarías 6:1-8) y prepara lugar por Uno llamado el Renuevo, representado en esa época por el sumo sacerdote Josué pero que en realidad es superior a Josué, Uno que unirá las funciones de rey y sacerdote (dos puestos separados por toda la historia del Antiguo Testamento – los reyes eran de la tribu de Judá y la casa de David; los sacerdotes de la tribu de Leví y la casa de Aarón. No se los pudo juntar por genealogía; veremos a quién los junta y cómo lo hace en Hebreos del Nuevo Testamento).
Por estas visiones, Jehová revela que nada puede estorbar su gracia. Está decidido a manifestarla a los suyos, y no encontrará estorbo ni en la disciplina por los pecados pasados, ni en los recursos limitados, ni en el poder de los enemigos, ni en el pecado, ni en la maldad. Nada puede parar la gracia de nuestro Dios.